jueves, 8 de septiembre de 2011

Atenas -6

O zánatos tis Kritis
La muerte de Creta

Atenas, agosto 2011

Láminas y grabados de hechos históricos o simbólicos. Las fotos antiguas de algunos cafés y el empaque señorial de éstos, que recuerda el de  nuestras ciudades, Madrid, Santiago, Astorga...¡y tantas!

Pero creo que para querer de verdad a Atenas hay que amar el tráfago de las calles. El trajín de personas  es por si sólo un espectáculo contínuo y las sorpresas, con frecuencia de altura, donde menos las esperas.

Muchas miradas de ojos negros, ta mavra su matia, tus ojos negros, un músico extraordinario en una esquina, un grupo de japoneses con sandalias negras y calcetines blancos y una pareja de nórdicos obesos, además, con mariconera de cuero a juego con las sandalias, un pintor desesperado, yonki, un artista genial, que pinta con la boquilla del cigarro círculos blancos en el bordillo de la acera, una moto que te pasa rozando en un paso de peatones, un pedigüeño con menos jarte que Milito er Botine chamuyyando er ingré, una pintada y un grafiti que son dos ejercicios de estilo al aire libre entre la mugre y los desconchones, un cretense que te invita a un tzikudiá porque le caíste simpático, una paloma que te caga encima, la amabilidad del paisano del períptero, el kiosko, que estuvo en Barcelona, un par de tías agotadas haciendo el viaje de sus vidas con dos mochilas como montañas y botas de subir al Himalaya, una pita yiro de muerte  en donde acontesca, una cerveza fría o un blanco frío o una retzina fría comiendo una ensalada de almira, en el Kriti de la plaza Kanigos, y unos tomatinos rellenos de mizitra con orégano y aceite de oliva, agg, Dimitraki mu!, las pequeñas, frescas y silenciosas iglesias.

Y, a la vuelta y a la ida, los perros del centro nos saludan porque ya nos conocen de otros años.

La música que sale de algún sitio, que está presente y, en la casa en ruinas de una calle olvidada, olor a jazmin o a madreselva. Un usaki lento viendo como muere el día. Pero el tráfico...¡ese tráfico horroroso! Me solidarizo con Jaritos y, antes de sacar a los yonkis del centro, propongo que se prohíba el tráfico en el corazón de Atenas y parte del extranjero, que sólo se permitan triciclos y bicicletas, empezando por los señores diputados y escoltas, hay que dar ejemplo. Bicis para todo, hasta para el reparto, ahora ya las hay muy sofisticadas que funcionan con ayudas eléctricas muy económicas, y la cosa funciona, y no hace falta subir a Likabitos con ellas que Atenas es llana comparada con Bilbao (una voz me dice: Pero los políticos son esdrújulos).Ya veo al mi Jaritos respirando a pleno pulmón a punto de coger el sindaxis, el retiro, moviéndose en riska por la ciudad de sus dolores, como un maharajá, y dejando el Ibiza en el garaje. Lo que sea, pero ¡hay que hacer algo!.

La Acrópolis desde el Centro de Tradiciones Griegas
Plaka. Atenas 2011

...y allá en su frente...la Roca, como la llama Sotiropulu, la Acrópolis velando y a veces amenazando a esta ciudad tremenda, inconcebible, de la que no sé casi nada.

Salud, yasas!
Barbarómiros.          

Atenas -5


Atenas, agosto 2011

Nunca estuve en invierno, lo que ya indica bastante sobre mis lagunas. Pero lo he vivido y recuerdo algunas descripciones veraniegas de Markaris en boca de su policía protagonista, Kostas Jaritos, recorriendo las atestadas calles de Atenas, desde donde no se podía ver la Acrópolis porque una espesa nube de humos lo impedía.
Si abres la ventanilla del coche te asfixias con la contaminación, si la cierras te asfixias de calor en un viejo Mirafiori sin aire acondicionado, de cualquier manera te asfixias... .

Algo así reflexionaba el buen Jaritos. Ahora creo que cambió de coche y se compró un Ibiza, y no el Hyundai de todos los policías griegos, por ayudar y solidarizarse un poco con  otros "pigs" como ellos. Es un poli progre y entre cerdos anda el juego, si hay que echarse una pezuña se echa.

No puedo evitar volver a esta Atenas mía, sucia y maltratada, porque me da pena, pero incluso como está la quiero. Siempre espero que, tal vez el año próximo, abran zonas peatonales y los comerciantes hayan retirado medio metro sus mercancías de las aceras.
Pienso otra vez en Enmanuil Roidis, a principios del siglo XX, describiendo cómo la sangre de las carnicerías corría por el centro de una calle importante, ya encharcada y llena de basura maloliente, y me consuelo.

Sigá sigá, poco a poco.

La higiene empieza por uno mismo pero debemos exigir también a quienes nos gobiernan la eficacia necesaria para solucionar los problemas más habituales. Para eso cobran.
El de la basura es un asunto municipal básico que se cumple malamente en Atenas y en la mayor parte de Grecia. Tienen que aumentar la frecuencia de la recogida, el número de contenedores y papeleras y, por tanto, el volumen de vehículos y operarios. Y tienen que empezar ya a seleccionar y reciclar las basuras.

Pero es también básico, desde familia, municipio y sindicato, desde la escuela y la publicidad institucional hacer comprender a los niños la importancia del respeto por lo común, que es de todos, de no tirar al suelo porquería y mantener limpio el espacio que disfrutamos. Lo contrario es un desprecio de lo propio, de uno mismo.
No hay pueblo más contradictorio, de los que conozco, que el griego. Si tuviera que resumir lo peor de su idiosincrasia, para mí, diría que se creen, y lo son, el ombligo del mundo y, al mismo tiempo, se desprecian profundamente a sí mismos.

Supongo que es complicado reconciliar ambas tendencias, extremos que se repiten en otros rasgos de su carácter, como en lo religioso, escépticos y supersticiosos. Lo digo con todo el cariño porque también los quiero, como a su capital, sean como sean. Pero a unos más que a otros.

Estos "Tienen que...", que me atrevo a decir yo, que no nací griego, pero que soy más cretense que Papandreu, es como si se los dijese a él, Yorgos, a mi amigo el Inmortal Dimitris, monje ortodoxo en Karúlia o a la Santa Inquisisión, va a misa, es una orden y hay que ponerla en marcha ya mismo. Hay que ganarle la partida turística a Francia, Gran Bretaña y Alemania, que son más ricos y se creen más limpios.

Yasas!

Barbarómiros.

Atenas -4



Grecia, agosto 2011


Alboradas limpias como la inocencia. Y amaneceres de oro viejo sobre el Imitos. Destellos amarillos, verdes de los olivos del Ática, glaucos como los ojos de Atenea, iluminan las calles mortecinas y, de pronto, todo se transfigura. Se ve nítido el contorno de las cosas, de las personas, solas pero iluminadas por esa luz pura e irreal que las anima, que les da un ánima, un alma.
Poco a poco Atenas se levanta, lo que no parecía posible ayer, y hace correr el agua. Así la he creído ver alguna vez.

Algo parecido podría ser un amanecer ateniense para quien no la tiene, el alma, en vilo o vendida al diablo. Porque hay despertares muy muy duros.
Se puede oler el mar, aromas que arrastra el Avra matinal, el airín que llega del Pireo, que en el centro apenas se intuye. Aún así Atenas sigue teniendo en ocasiones ese aspecto de puerto de mar desvencijado y viejo que se despereza a un sol inclemente y a un azul contumaz, y a la inversa.

Pero siempre hay sombras, y frescuras. Las plazoletas y sus árboles, las terrazas sombreadas. Muchos locales pequeños y escondidos, en un rincón, en el bajo, en el principal, en el primero, en el patio de mi casa, en la terraza, en el patio de luces, en un callejón, en una calle ciega, sin salida, en el semisótano.

Atenas, agosto 2011

Librerías de viejo del tamaño de una maleta en las que tiene que salir el dueño para  que tú puedas echar un vistazo.
Salvo por el tamaño monstruoso que a llegado a alcanzar la capital en un país tan pequeño, cualquiera diría que, en lo que se refiere a la pobreza sobre todo, no es tan diferente a aquella que describía Roidis en sus paseos a principios del XX, hace un siglo.
Es gracioso que Atenas, aunque sólo nombre a una diosa, en castellano suene a plural, porque lo es. Por otra parte como muchas grandes ciudades, el mestizaje es un hecho, y la diversidad.

No seríamos justos con Atenas si sólo citáramos sus miserias.

La coronada de violetas. Todos los escritores, griegos o extrajeros, mencionaron el color de su cielo, el violeta de la Acrópolis y de la atmósfera suspendida sobre la ciudad, color que a veces se palpa a ras de suelo.
No es el color del vinoso mar de Homero, ni el violeta profundo casi cian, el morado de los atardeceres limniotas cuando se pone el sol junto a Athos. Es un violeta suave y sutil, aéreo, que parece reconciliar por momentos al mundo, cuando el sol, en el ocaso, se va por el Pireo y quedan flotando en el aire solas, inmóviles, las imágenes, las cosas, nosotros...

¡Y en esto llegó...la contaminaçao!

Salud, yasas, y buenas toses!

Barbarómiros.