sábado, 8 de junio de 2013

Το καρπούζι, La sandía -2


Καρπούζι. 
Grecia, agosto 2012.

La sandiOna


El primer año que recalamos en Mírina, alquilamos la casa de la señora Sofía por mediación de Zodoros y Sideris, el dueño y el cocinero del  Avra, -la brisa del alba que sopla del mar-, con los que después haríamos gran amistad.

Habíamos renunciado ya a quedarnos en la isla, porque llegamos de madrugada en un ferry, pasando por Zásos, no encontramos nada para alquilar y tuvimos que dormir en la calle, a la puerta de la taberna.
Era la noche del 14 de agosto, víspera de la Panayía, mal día para ir de visita así, a lo loco. Limnos siempre tuvo plazas hoteleras de muchas estrellas, pero prohibitivas para nuestro bolsillo.
Para colmo no había barcos hasta dos días después, así que, tras desayunar lo que nos preparó Sideris y dejar las mochilas en el bar (rectifico: dice la morena de mi copla que nunca llevamos mochila a Grecia, por consejo de una guía. Perdón, yo ya plifo!...), pues eso, que dejamos allí el paquete y paseábamos desde muy temprano a la orilla del mar, disponiéndonos a dormir dos noches más al sereno.

Pero a lo largo de la mañana los del Avra nos solucionaron la papeleta divinamente. E incluso nos llevaron en coche hasta el lugar donde pasaríamos los siguientes quince días.

La casa de Sofía estaba en Nea Maditos, un barrio al sur de Mírina, frente al paseo turco, Turkikos yialos, a una playa de arena bastante larga y a la bahía, a un kilómetro del puerto, más o menos, que es también el centro de la capital, de unos 8000 habitantes en verano.
El barrio era de refugiados de Asia Menor en los años 20 y lleva el nombre de Maditos el pueblo, hoy turco, que tuvieron que abandonar los primeros desplazados que se instalaron aquí.

La señora Sofía era de Galípoli, que ella pronunciaba con elle, Gallípoli, como pollí (mucho). Llegó a la isla siendo una adolescente. Tenía setenta y muchos años y un hijo en Atenas. Era viuda y la acompañaba su nieta del mismo nombre, estudiante de Medicina, que pasaba las vacaciones con ella. Habitaban ya la casa nueva, grande, despejada y soleada, con un buen jardín, algo de terreno para cultivo y algunos limoneros y frutales alrededor. Pero conservaban la casita primitiva donde Sofía vivió con sus padres, ésa nos alquilaron. Era muy humilde, sólo tenía una habitación justo para dos camas estrechas, una cocinina con una mesa, dos sillas y un pequeño frigorífico, una cama turca minúscula y un cuarto de baño de juguete. Pero era lo justo para nosotros. ¿Qué tiene esto que ver con la sandía? Me pierdo, ya va...

Todos los días hacíamos ese recorrido de la casa al puerto, y viceversa, tres o cuatro veces. Por la mañana al centro a comprar, aprovechando para bebernos unas cervezas frías en el Avra , que estaba aún mas lejos, al final del puerto. Por la tarde a dar una vuelta o de paso de alguna visita, etc. Y por la noche a cenar, porque habíamos simpatizado con la gente de la taberna, de alguna manera queríamos agradecerles el favor que nos hicieron e íbamos allí casi todos las noches.

Desde el principio nos empezaron a poner sandía gratis de postre, y yo soy un vicioso de las sandías.
¡Que buenas estaban! Ahora que disponía de una cocina por primera vez en Grecia, días por delante y un frigorífico, no podía dejar escapar la ocasión. El tercer día fui directo al puesto de fruta.
Había un montón de sandías de todos los tamaños, pero abundaban las grandes y muy grandes. Hay que tener en cuenta que las que comimos en España no solían pasar de los tres kilos.

Como buen melonero que fui antes que fraile, anduve tanteando, golpeando con los nudillos y con la palma de la mano, rascando con la uña la monda de unas cuantas piezas de las medianas, como de unos 8 kilos. Había algunas muy grandes que me parecían las mejores, pero eran excesivas.
Mientras tanto el frutero miraba, muy atento a mi exploración. Evalué unas siete u ocho y no me decidía.
El hombre al fin se acercó a mí, cogió la más grande de la pila, la tentó y me la pasó, todo en silencio, casi sin gestos. Yo entonces apenas sabía una docena de palabras en griego y renunciaba al inglés si no era imprescindible.

La sandiona pasó todas las pruebas como una campeona. No lo pensé más, calculé grosso modo a kilo por día: doce kilos, doce días. Y me la llevé.

Continuará...

Ramiro Rodríguez Prada

Era una sandía gorda gorda gorda.





Buenos días. Sólo pensaba en dos capítulos de momento para el karpusi, pero la introducción se me subió al pino y no quiero entradas tan largas, por eso dejo el resto de la historia para mañana. Un poco de suspense, porque en realidad el cuento no ha hecho más que empezar.

Esto me obligó a reestructurar un buen número de programaciones que ya tenía cerradas, es uno de los inconvenientes de ir escribiendo medio a salto de mata, tengo incluso alguna cosa programada ya para el verano, y van quedando o faltando huecos que no siempre se ajustan al espacio previsto, como es el caso.

Παρανοια.   Μάπα το καρπούζι. La sandía gamberra?

http://www.youtube.com/watch?v=qyHk176kmbU

Mucha salud a todos y que preste.

Hasta mañana.

ra