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viernes, 30 de agosto de 2013

Reflejos Oviedo -2


Oviedo  2012.

Espejos -2


Ya estaba liada. Al momento llegó el compañero que, con mejores maneras y tratándome de usted, me invitó a entrar con ellos al vestíbulo.

Habían llamado a la policía, según dijeron, y me ofrecieron una silla para esperarla en una especie de pequeño cuerpo de guardia, con un escritorio frente al que se sentaba el que por edad debía ser el jefe de seguridad.
El hombre levantó la cabeza cuando entré, me dijo buenos días y siguió a lo suyo en el ordenador. El primer mastín que me habían envizcado estaba de pie a mi lado sin quitarme la vista de encima. De todas maneras no pensaba echar a correr y ese día no tenía mucha prisa.

Como no volvieron a preguntarme y tampoco tenía ganas de andar en explicaciones, no abrí la boca para decir porqué miraba dentro de las oficinas o, por ejemplo, que era un vecino del barrio, inofensivo y buen ciudadano, pagador de sus impuestos, que vivía unos cincuenta metros más allá en un portal de esa misma calle, o que había coincidido muchas veces en una cafetería que frecuentaban los seguratas, entre otros con el que yo tomé, sólo por los galones de la edad, por su jefe.

Me resultaba irrisorio y absurdo todo aquello, e irritante, por supuesto. ¡Vaya unos fisonomistas de los huevos para trabajar en seguridad!
Vuelvo a repetir que no tengo complejo de ser centro de atención de nada, pero tampoco pasa desapercibida una barba como la mía. Es increíble que en los veinte años que llevaba viviendo en el barrio no me reconociera nadie, como yo a su capataz, eso indica que algunos andan por el mundo como ceporros o auténticos zombis. Y muchos incluso van armados.

Estuve unos diez minutos sentado, cuando al fin llegó la policía. Me levanté al verlos franquear la puerta principal, la del cuerpo de guardia estaba abierta y veía entrar y salir a la gente del edificio, y pasar por los arcos detectores de metales.

Antes de que el primer policía llegara al despacho de los celadores vi a mi hombre. Salía de la zona de la redacción del periódico y eso, que saliera del periódico, algo que antes no había significado nada para mí, hizo que lo reconociera. Porque, además, se trataba de un viejo amigo que hacía años que no veía y del que había perdido la pista.
Luego me enteraría de que salía a comer el pincho de la mañana a un bar cercano y de que hacía un par de meses que trabajaba en el periódico y aquel sería su último destino, antes del retiro.

Lo llamé por su nombre desde la puerta del despachito y tardó en reconocerme a causa de mi barba.
Nos separamos siendo todavía jóvenes, unos imberbes y los dos habíamos envejecido, él lucía ahora una calva casi total, aunque me pareció bien conservado y con  su cara risueña que siempre transmitía dinamismo y buen humor.
Cuando se dio cuenta de quién era se acercó, ¡Coñooooo!..., y me dio un abrazo delante de todos. Es un paisanón y me enterró en el pecho.

Sólo entonces se percató de que estaba casi rodeado por los dos policías, el jefe de seguridad y el mastín. ¿Qué pasa?, dijo dirigiéndose al jefe.
¿Le conoce?, contestó señalándome.
¿A quién, a éste?, preguntó mi colega cogiéndome por el cuello en otro abrazo, ¡Desde niño!.


Llamaquique.  Oviedo  2012.

Después, comiendo unos pinchos y tomando unas cervezas en el bar nos reíamos los dos cuando le conté la movida.

Él había venido desde la capital a esta pequeña ciudad de provincias para trabajar de jefe de redacción del periódico, dejando un mejor destino en el grupo a cambio de instalarse para su jubilación en la tierra de su esposa. Se alegró de encontrarme porque no tenía amigos aquí y se sentía un poco desubicado. Quedé de salir todas las mañanas que me fuera posible a comerme el pincho con él en su media hora libre. Y ya tendríamos tiempo de reverdecer la antigua camaradería.

Toda la ridícula peripecia resultó ser una casualidad con buen final. Pero lo que no me pude explicar fue cómo vi yo su cara a través del cristal si, según me aseguró muy serio, su despacho estaba en el primer piso y no en la planta baja, por donde no había pasado más que un par de veces desde que se hizo cargo de la redacción, y desde luego no lo había hecho ni esa mañana, ni en toda la semana...


Ramiro Rodríguez Prada


Stephan Micus.  Dancing with the morning.



Salud.

jueves, 29 de agosto de 2013

Reflejos Oviedo


Llamaquique. Oviedo  2012.

Espejos


Paso casi todos los días por delante de ese edificio de oficinas. No tiene especial interés, ni arquitectónico ni estético, que viene a ser un pleonasmo. La fachada está acristalada de arriba abajo, con esos cristales un poco tintados que dejan pasar la luz pero impiden ver con claridad el interior. Es una acera ancha y suelo caminar siempre a dos o tres metros de los ventanales, de manera que me veo de la cintura para arriba reflejado en la cristalera.

Estoy seguro de que no es por narcisismo, para comprobar cómo me veo de guapo, porque hay días que me lavo, me peino, salgo de casa, pero no recuerdo haberme mirado al espejo. Sin embargo, indefectiblemente, giro la cabeza hacia la fachada de esa casa y vuelvo a ver los reflejos del edificio de enfrente, de la luz y de mi mismo caminando. Lo hago de manera automática y no fijo mucho las imágenes, es apenas un vistazo lateral.

En alguna ocasión, cuando el sol no incide directamente en los cristales, se puede ver el trajín de la gente trabajando en la planta baja, ocupada por la central administrativa de una gran empresa y la redacción de un periódico local.
Hay dos entradas desde la calle que se comunican en el vestíbulo y usan indistintamente trabajadores de ambas firmas y el público en general que necesita visitar las oficinas. Como quiera que sea, es preciso pasar un control de seguridad antes de acceder a los locales propiamente dichos.

No sé por qué motivo me desagradaba esa mirada lateral que se me escapaba siempre al pasar, quizás porque no me gusta el edificio, o por el color de los cristales, o tal vez porque me molesta ser observado sin que yo lo sepa. La historia tiene que ver con esto.

Un día tuve la sensación de que tropezaba con la mirada de alguien al otro lado del cristal. No le di importancia, sólo veía siluetas y tampoco sería raro que alguien estuviera mirando a la calle y se cruzara la vista conmigo por pura casualidad. Muchos de los oficinistas y redactores tienen sus mesas de trabajo al borde mismo del ventanal, es lógico pensar que de cuando en cuando se les vaya la vista a la calle.

Hasta aquí todo normal. Pero al día siguiente se volvió a repetir la escena y lo mismo sucedió en los cinco o seis que siguieron.

Al final decidí pasar más cerca de la casa, e incluso parar y mirar si volvía a sentir lo mismo. Tal cual. En el momento de volver la cara al llegar a la ventana desde donde creía ser observado, vi claramente el rostro de alguien sobre el que se sobreponía el reflejo de mi propia cara. No lo podía distinguir con claridad y, sin cortarme y no es broma hablando de cristales, arrimé la cara al ventanal y atisbé en el interior. La gente trabajaba enfrascada en lo suyo sin atender a lo que sucedía en la acera.

Llamaquique.  Oviedo  2012

Me fui a casa un poco mosqueado y a la mañana siguiente hice lo mismo. Esta vez tuve la certeza de que allí había una persona mirándome, en otras ocasiones mi barba desfiguraba los rasgos del mirón, pero esta vez vi su cara un poco desplazada de mi propio reflejo y hasta me pareció una persona conocida. Pero al escucar en el interior no vi tampoco a nadie vuelto hacia los ventanales, los más movían un ratón atentos sólo a las pantallas de sus ordenadores.

Alguien debió avisar a los seguratas de que un tipo raro andaba controlando el interior de la oficina, porque salió un matoncete y me increpó ya antes de llegar a donde yo estaba parado.
¡Qué haces ahí!, me dice acercándose el zoquete, que por edad podría ser mi hijo.
Lo de un tipo raro lo digo aceptando ya que mis luengas barbas blancas y largos cabellos, junto a unas ropas sencillas, pueden darme el aspecto de un abuelete pobre. Pero nada más, no creo que haya nada amenazador en mi humilde persona.

¡Que haces mirando por el cristal!, volvió a tutearme de malos modos cuando llegó a mi altura.
¡Pintándome los labios, no te jode! ¡A ti qué te importa!

No le gustó la respuesta y me agarró por un brazo. ¡Ya empezamos!, pensé.
Haz el favor de soltarme, le dije tranquila y educadamente.
Soltó pero me cerraba el paso con su corpachón de madero de gimnasio. Me dice, No te muevas que vamos a identificarte. Y llamó a un compañero por una emisora colgada del brazo.
¿Quién cojones te crees que eres, rapaz?, no puedes retenerme.
Enséñame el carnet de identidad y te dejo marchar.
¡El carnet se lo enseño a la policía por orden judicial, no te jode!

Me leyó la cartilla que aprendió de memoria con mucha dificultad: Nuestra obligación es identificar a cualquier sospechoso que se acerque al edificio.
¡Sospechoso de qué, chaval!
Eso ya lo dirá la Policía.

(continuará...)

Ramiro


Stephan Micus.  Passing cloud.

http://www.youtube.com/watch?v=T5JHnsgWRvY

Salud.

lunes, 12 de agosto de 2013

Reflejos León


Desde el nido del Mirlo rubio.
León 2012.

888RRADAS


TAMAÑO   DE    LETRA
( T D T )


gallardín
(pequeño)

es un gran
(normal)

bujarrón
(grande)


sulfatosulfatosulfatosulfatoTDTsulfatosulfatosulfatosulfato

Diminutivos   y   AumentativoS

gallardín
(diminutivo)

es un gran
(normal)

bujarrón
(aumentativo)

ωωωωωωωωωωωωΩωωωωωωωωωωωω

Invertido 

gallardón
(aumentativo, grande)

es un gran
(normal)

bujarrín
(diminutivo, pequeño)

olooloolooloolooloolooloolooloolooloolooloolooloolo


Cardiacos.  Pánico en el Hospital.

 minús cul  y   MAYÚS CULO

gallardín
(minúsculo)

BUJARRÓN
(MAYÚSCULO)


P.D. La palabra bujarrón es aquí ejemplo, no insulto sexista,
 y cada cual que la meta donde le quepa, le plazca y pueda.

Ramiro 


Deicidas.   El regreso de los jipis.

http://www.youtube.com/watch?v=QAUFk34H9aE


Salud.

domingo, 11 de agosto de 2013

Reflejos Lleida


Bajando de la Seo.
Lérida, julio 2012.

888RRADAS


Las listas y listos de bárcenas
(Jeroglíficos para otarios)

1

Appcedario


AABBCCDDEEFFGG
HHIIJJKKLLMMNN
ÑÑOOPPQQRRSSTT
UUVVWWXXYYZZ


¿Quién cobró sobresueldos?

Invito a que cada quisque formule su propia pregunta:

¿Cómo se llama el partido que recibía sobres?
¿Quién está acabando con la sanidad y la educación públicas?
¿Quién pretende jodernos vivos y vernos muertos?
e. t. c., e. t. c., e. t. c.

(Solución: Pepe)


José Luis Moreno-Ruiz.  Alevosía.


Lleida, juliol  2012

2

Ni está ni se le esppera 

AABBCCDDEEFFGG
HHIIJJKKLLMMNN
ÑÑOO    QQRRSSTT
UUVVWWXXYYZZ

¿Quién falta a la verdad?

(Solución: Pepe)


Ramiro

Roberta Giallo.   Minirequiem.

http://www.youtube.com/watch?v=0wSLlSCAIqY

Salud.

sábado, 6 de julio de 2013

Aeropuerto -4


Aeropuerto de Barajas.
Madrid, 2011.

Paraísos lejanos


Un aeropuerto moderno se parece más a unas grandes galerías comerciales que a una estación convencional y cada día las terminales de autobuses y las estaciones de ferrocarril se aproximan más a ese modelo.
Allí donde hay altas concentraciones de gente, florecen los negociosos, y si muchas de esas personas que se reúnen están disfrutando de un viaje, unos días de descanso o unas vacaciones en toda regla, entonces se convierten también en potenciales consumidores, teniendo en cuenta además la largueza y despreocupación  con que nos aliviamos del dinero en momentos de euforia y ligereza, sensaciones que procuran como nadie un viaje de placer y unas lindas vacaciones.

Eso fue lo que les pasó a Mingo y Teresa. Habían reunido unos mínimos ahorrillos después de varios años sin poder pillar más que dos o tres días seguidos de asueto, y cogieron una semana a media pensión en la Riviera Maya. Era la primera vez que cruzaban el charco y estaban un poco nerviosos, sólo habían dejado la Península en una ocasión, la semana del viaje de novios a Tenerife.

Ya en el pequeño aeropuerto provinciano de origen, hicieron algunas compras innecesarias en las dos horas que tenían por delante. No les supuso mucho desembolso, pero fue una primera aproximación al descalabro.

En el aeropuerto de la capital tenían que esperar cuatro horas, que al final, con los retrasos de aquellas fechas de mucho tráfico aéreo, se convirtieron en seis.
Pasearon, comieron pinchos, bebieron cerveza y chuparon helados, pitos y flautas, visitaron los urinarios, miraron escaparates, escogieron un restaurante para comer y hacia la una, a tres horas todavía para el despegue de su avión, ya no sabían qué hacer.

Mientras Mingo reposaba la comida junto a los equipajes de mano, Teresa dijo que iba a preguntar por unos zapatos que había visto antes en un escaparate.

Tardó en volver y venía cargando con varios paquetes. Había comprado aquellos zapatos, muy monos aunque un poco caros, con el bolso del mismo color, y aprovechó para hacerse con un vestido de verano y una blusa que casi iban a juego, porque llevaba poca ropa moderna en la maleta, y también con un bikini muy majo y unos pendientes de bisutería fantasiosos. En la perfumería escogió un vaporizador de viaje de su perfume favorito que le vendría estupendamente. Total poca cosa.

Le tocaba el turno a Mingo, que se levantó más que nada con la intención de dar un paseo y estirar las piernas. No era muy amigo de las tiendas de ropa o calzado, lo suyo era la electrónica, pero no tenía en mente compra alguna.

Sin embargo su deambular sin destino fijo pronto lo puso a merced de los brillantes escaparates de las galerías de luz y sonido. Se internó en una zona con profusión de equipos electrónicos de todo tipo, pero lo primero que llamó su atención fue algo insignificante, un altavoz en miniatura para conectar a su MP4. Aprovechó para mercar también una tarjeta SD de repuesto para su cámara fotográfica y un pequeño ventilador a pilas flamante que parecía de platino, unos amigos les habían hablado del calor de Méjico y pensó que algo ayudaría. Y se encaprichó de una linterna/bilígrafo de bolsillo, pese a su precio excesivo; un día es un día, pensó. A la vuelta del paseo compró un ajedrez magnético para entretenerse en el viaje y una caja de bombones para endulzar las esperas. En total no gastó mucho.

En el avión echaron cuentas: entre la poca cosa de Teresa y el no mucho de Mingo, más los pitos y las flautas, se habían ventilado casi la mitad del dinero que tenían previsto gastar esas minivacaciones.


Desde una cafetería de Barajas.

Pasaron más hambre en la Riviera Maya que hienas vegetarianas. Bueno, quizá exagero. Iban tirando con el desayuno y la comida diaria que tenían pagada, y eso que, pasando muchísima vergüenza por temor a que alguien los viera, empezaron a llevar a la habitación restos del almuerzo o de la cena, los dos se aplican en la mesa.

Sólo comieron una vez fuera del hotel, pero con tanta ansiedad y ganas que les hicieron daño las enchiladas, aunque ellos le echan la culpa al chile. Tampoco salieron de aquella playa porque las excursiones eran caras. Algún batido de frutas fue el único lujo que se permitieron y, al marchar, cuatro recuerdos baratos para otras tantas personas. Y se acabó el numerario.

En su cuenta quedaba el dinero justito para acabar el mes sin ningún alarde, con estrecheces más bien, y la hipoteca no perdona.
Estuvieron casi toda la semana enfurruñados sin dirigirse apenas la palabra, cada uno culpaba al otro del despilfarro o de la falta de cálculo.

Lo único agradable que recuerdan fue la última noche: tanta necesidad les había abierto el apetito y, como no podían dormir porque debían madrugar mucho (¡y porque les rugían las tripas!), echaron un polvo antológico.

Fueron sus últimas vacaciones, ese año se empezó a oír hablar de burbuja inmobiliaria, de paro, de crisis..., hasta hoy.

Ramiro Rodríguez Prada


EPZ. El Pulgarzito.   El anuncio más caro.


Salud

viernes, 5 de julio de 2013

Aeropuerto -3


El techo de la  T-4.  Barajas.
 Madrid,  2011.

M u l a


Cuando despertó, a los veinte, ya estaba atrapada con tres hijos, cada uno de un padre distinto. Su última pareja se había fugado con su hermana pequeña, ¡la muy!.., mocosa, no tenía ni dieciséis años. Ella estaba de nueve meses, a punto de parir. No volvió a ver a ninguno de los donjuanes. Había criado también a sus propios hermanos, incluida a la traidora,  porque su madre, con una obesidad monstruosa, apenas dejaba el sillón donde pasaba día y noche.

Esta vez no tenía miedo, iba de lanzadera. Había hecho ya seis viajes transportando en su estómago ochenta o noventa pilas de cocaína, un kilo más o menos en cada ocasión. Hoy llevaba medio kilo en un doble fondo de su bolso. Ni siquiera tuvo que pasarlo por el control de policía del aeropuerto de su país, alguien le hizo el cambio en la sala de embarque.

Necesitaba el dinero y le dijeron que ya estaba quemada, por eso aceptó el trato. La pillarían con la cocaína en el aeropuerto de destino, sólo era el cebo de un pase más importante. Habría un chivatazo y la estarían esperando.

No sabía quién era, pero en su avión viajaba alguien con diez kilos en el equipaje de mano.

A pesar de haber considerado ya con detenimiento aquel paso que estaba dando, y comprendido que no tenía otra salida, el corazón le golpeaba en el pecho con una violencia inaudita cuando embocó el túnel del avión a la terminal. Se detuvo unos segundos pensativa y triste. Sólo serían dos años, no tenía antecedentes y la cantidad no era excesiva, pero pensaba en la cárcel, que la asustaba un poco, y en sus hijos. Con los 5000 dólares que le habían pagado, y poco más, su familia viviría sin aprietos ese tiempo. Entre su madre y su otra hermana esperaba que se arreglaran con los niños. Cogió el bolso con decisión, su pequeña maleta, y se puso a caminar entre la gente.

A la salida del pasaje había un policía frente a cada puerta. Agachó la cabeza y como atraída por un magnetismo fatal se dirigió directamente hacia el que tenía más cerca. Al llegar a su altura vio cómo el hombre se tenía que apartar para dejarle paso. Se paró, alzó la cabeza y miró al policía a los ojos, él le devolvió la mirada y le hizo un gesto de saludo llevando la mano hasta la gorra imaginaria. Ella sonrió.

Le zumbaban los oídos. Como en un sueño siguió caminando, esperaba que de un momento a otro le pusieran una mano en el hombro, ¡Acompáñenos, por favor!.


Aeropuerto  Madrid-Barajas, 2011.

A unos veinte metros ya del control se volvió. Habían parado a un hombre con una mochila a la espalda y una pequeña maleta con ruedas. Lo recordaba de la fila al embarcar, había estudiado uno a uno a todos los pasajeros, ella también hubiera sospechado de aquel pelao, no escogieron bien a la mula.

Salió del aeropuerto con la sensación de que no llegaría más allá. Pero se subió a un taxi que la llevó a un hotel. Allí hizo una llamada. No la habían detenido, ¿qué hacía con la coca?. Le dieron un teléfono y se citó con dos tipos en el hall de otro hotel. Recogieron la mercancía y desaparecieron.

¿Que ángel de la guarda la protegió? ¿Se olvidaron de dar el soplo? ¿El cholo al que pillaron no era quien llevaba el mogollón y había un tercero?. Nunca lo sabría.

A la semana regresó a su país aprovechando el billete que, de otro modo, se hubiera perdido. La hermana había escapado con el novio, llevándose la hucha con los dólares. Su madre estaba agobiada y los críos hambrientos y medio abandonados. Le entraron ganas de llorar pero sonrió resignada, estaba en casa, sana y salva.

Ramiro Rodríguez Prada

Grupo Exterminador.  Las dos monjas.


Salud

viernes, 28 de junio de 2013

Aeropuerto -2


Aeropuerto del Prat.
Barcelona,  2012.

Pequeño tropiezo


Siempre rápido, a la carrera, con una maleta de ruedas y un maletín de trabajo. De un rincón a otro del planeta, de Europa a América, y de aquí a Asia, de un hotel a otro y de un despacho a un consejo de administración. Había dado cuatrocientas vueltas al mundo en estos años y estaba harto.

Cruzaba las terminales de los aeropuertos sin detenerse nunca, nada llamaba su atención, conocía los más importantes como el pasillo de su propia casa, en la que apenas pasaba una docena de noches en todo el año.

El niño se le cruzó unos metros antes de coger la siguiente cinta transportadora, invento pensado especialmente para ejecutivos como él, que andaban todo el día metidos en auténticas maratones, cronómetros incluidos. El guaje se abrazó a sus rodillas para no caer y él, que no lo vio llegar porque solía atravesar los pasillos como si llevara orejeras, frenó en seco y automáticamente hizo el ademán de querer coger al niño tratando de evitar que cayera.

Era moreno y pequeñín, quizá no llegara a dos años de edad. El renacuajo levantó la cara y lo miró, tenía unos ojos espectaculares. Había escapado de la vigilancia de la madre, muy joven, que estaba sentada en unos asientos cercanos con los equipajes y otros dos críos pequeños. Se había levantado y venía hacia él a recoger a su hijo. Por el color de la piel y los rasgos, parecían indios o paquistaníes.

¡Excuse me!, musitó la mujer sonriendo con timidez, y se llevó al rapaz. Él se limitó a asentir con la cabeza y a devolverle la sonrisa.

Roberta Giallo.   From my mouth. 


El Prat.  Barcelona, agosto 2012.

Mientras la cinta lo alejaba de aquella familia no pudo evitar girarse un par de veces para mirarla. En su cabeza se estaba operado un cambio sutil. Por vez primera creyó leer en su interior.

Un recuerdo muy antiguo se había despertado en él. Veía una estación de ferrocarril provinciana, a una familia que era la suya y a sí mismo, de muy pocos años, burlando el cuidado de su madre y tropezando con las piernas de un viajero que pasaba con prisa por el andén. Entonces no podía saberlo, pero ellos esperaban el tren de su emigración a la capital.

Al salir de la cinta se sentó en los primeros asientos que encontró, emocionado.


Ramiro Rodríguez Prada

Arkè String Quartet. Roberta Giallo.   The free woman.

jueves, 27 de junio de 2013

Aeropuerto


Aeropuerto del Prat.
Barcelona  2012.

La confesión


Estaba  sentado solo, cosa rara incluso tratándose de una zona apartada del aeropuerto, faltaban aún varias horas para embarcar y me quedé guardando el equipaje de mano, mientras mi compañera y los chavales daban una vuelta por las tiendas, que además no son mi pasatiempo favorito.
Llegó un paisano mayor y en lugar de ocupar uno de los muchos asientos libres se sentó a mi lado.

¿¡Qué hay!?, dijo por todo saludo, mirándome a los ojos.

Me pareció extraño tantas confianzas entre desconocidos y tal vez contesté con alguna sequedad.
Hola, dije.

Sin darse por aludido el hombre empezó a rajar. Estaba esperando a una cubana que había conocido el verano anterior en La Habana en un viaje turístico a la isla, para pensionistas. Se giró y me guiñó un ojo. No contesté y preferí la inexpresividad porque no me gustan los alardes de los machotes y rijosos. El paisano no se inmutó y continuó con el relato de sus hazañas, que por lo que siguió no eran tales, en realidad casi estaba haciendo un autorretrato biográfico.

Temía que la mujer, a la que había enviado dinero para los billetes, le diera esquinazo. Llevaba todo el día esperando por ella y ya sólo quedaba por aterrizar un avión en el que pudiera venir. Contó que él había estado casado y tenía dos nietos, que su esposa había muerto y que a sus ochenta años, según su expresión, todavía le tiraba la bragueta. Yo callaba.

El hombre hablaba sin parar y sin mirarme la mayor parte del tiempo, parecía estar confesándose, y a medida que lo hacía fue creciendo en mí la sensación de que lo conocía, de algo muy familiar en él. Intenté situarlo mentalmente en un escenario menos brillante que el de un aeropuerto, pero no conseguí engarzarlo con alguna imagen propia que me diera una pista y, en definitiva, hay muchas personas que se parecen.

Contaba que llevaba dos años solo y que necesitaba una mujer, ¡Quién me lo iba a decir a mí!; y me encaró de nuevo, riendo. ¡Sí hombre!, continuó, Porque antes fui cura, ¡hasta cerca de los cuarenta años!, después colgué los hábitos. ¡Ya no aguantaba más!, añadió enfático como si acabara de confesar un sacrilegio.

Debió estar una media hora hablando, sólo al final llegué a asentir y a contestar con algún monosílabo. No podía apartar de la cabeza la idea de que a ese hombre lo había conocido antes, no medité lo suficiente en su anterior condición de mosén, pero creí reconocer incluso el olor de su aliento.

Se fue cuando anunciaron el vuelo que esperaba, y mientras se alejaba me pareció que hasta sus andares me resultaban familiares.

Late.   Riverside



El Prat del Llobregat,  agosto 2012

Al cuarto de hora empezaron a cruzar pasajeros del vuelo que el paisano esperaba, lo puedo asegurar porque el abuelo traía cogida del brazo a su cubanita, ¡y menuda cubanita, una bomba!. Cincuenta años más joven que el hombre, al que le sacaba la cabeza. Entre el culo y la espetera de la hembra iba el paisa como si llevara a una pantera negra cogida por una pata. Cuando pasaron a mi altura se giró para sonreír y guiñarme un ojo y, según se iban alejando, por cómo agarraba el remo de la morena, lo reconocí.

¡Increible!, fue lo que dije en voz alta, aunque seguía solo.

¡Don Jesús, el primer confesor que tuve en el internado!. Que lo era también de todos los atorrantes del colegio, porque era el único que no preguntaba, ¿Cuántas veces?, y le bastaba un  Pequé contra la pureza, a secas. Todavía conservaba su leve halitosis, ¡¿cómo no lo reconocí en ese momento!?

Era él, sin duda. ¿Me había reconocido él a mi?. Lo dudo, yo era un niño entonces. Cuantas veces me cogería así del brazo y lo vería cogiendo a otros compañeros del mismo modo, mientras nos confesaba paseando, porque era el más moderno de todos los curas de aquel antro. De hecho, después siempre me he preguntado qué pintaba allí ese hombre, donde abundaba más la pluma que el pelo, él, que era de los curas que se rascaba los cojones por encima de la sotana delante de todos, como un gesto casi reflejo, cuando la arremangaba para jugar al fútbol con nosotros.

Ramiro Rodríguez Prada


Late.   It's been a long time.


Salut!

lunes, 8 de abril de 2013

Palomares -3


Réplica de palomar palentino


El Paráclito


Llegaron corriendo los guajes diciendo que se les había aparecido el Espíritu Santo.


-¿Dónde?

-¡En el palomar!


Nos echamos a reír, como es natural. Pero los tres rapaces se pusieron muy serios. Juraron por dios que se les había aparecido encima del tejado del palomar del ti Doroteo. Se atropellaban unos a otros explicando el prodigio.


-¡Vale, vale!, por partes y de uno en uno. A ver, primero el más pequeño, ¿tú, Diego, qué fue lo que viste?

-¡Al Espíritu Santo!

-Ya, ya, pero ¿cómo?

-¡En forma de paloma!

-¡Blanca!, lo cortó Manuel, el mayor.

-Deja que hable él. ¿Y qué más?

-¡Nada más!

-¡Era muy blanca!, insistió Manuel.

-A ver, Adrián, tu qué viste?

-¡Pues al Espíritu Santo en forma de paloma!

-¿Y cómo sabes que era el Espíritu Santo?

-¡Porque era blanco!, se apresuró a contestar Manuel otra vez.

-¿Pero qué pensáis que todas las palomas blancas son el Espíritu Santo?


Tres modelos de palomares de Tierra de Campos.  Palencia.


-¡Ésta sí era el Espíritu Santo!

-¿Porqué?

-¡Porque brillaba muchísimo!, dijo Adrián.

-¡Y el ti Doroteo no tiene palomas blancas!, añadió Manuel.

-¡Claro!, remachó Diego.

-¿Y qué creéis que el Espíritu Santo se le anda apareciendo a los primeros mocosos que pasen por el palomar del ti Doroteo?


Diego se encogió de hombros, pero Adrián y Manuel no estaban dispuestos a dejarse convencer tan fácilmente.


-¡Era el Espíritu Santo!, insistió Manuel tozudo frunciendo el entrecejo y mirando al suelo enfurruñado.

-¡Sí!, apoyó Adrián, menos convencido ya.

-Pero vamos a ver, ¿cómo podéis estar tan seguros?

-¡Porque es igualita a la paloma que hay pintada en la iglesia!, aseguró Manuel mirándome con cara de estar esgrimiendo el argumento irrefutable y definitivo.


Diego y Adrián permanecían expectantes aguardando mi contestación.


-Está bien, y ¿cómo se os apareció?

-¡De repente!, volvió a la carga como un rayo el pequeño con una sonrisa de oreja a oreja viendo que por fin empezaba a creer su historia.

-Sí, pero cómo: ¿apareció de golpe en el tejado?

-Vino volando, dijo Adrián como si una pregunta tan simple no mereciera más que una respuesta obvia.

-¡Pero muy rápido!, lo apoyó de nuevo Manuel.


El Pulgarzito.  La caena.  Sinto.



Palomar circular palentino


-¿Y qué hizo?

-Se posó en la picorota del palomar ¡y brillaba mucho!, aseveró Adrián.

-¿Y qué más?

-Nada, ¡estuvo allí posado!, y Diego me miraba triunfante.

-¡Y revoloteaba cuando llegaban palomas!, dijo Manuel.

-¿Y qué pasó después?

-Bajó al tejado, siguió Manuel.

-Bueno, ¿y qué?

-Se subía encima.

-¿Encima de las palomas?

-¡Sí!, afirmaron a un tiempo moviendo las cabecitas al unísono de arriba abajo.

-¡Entonces no era el Espíritu Santo!, concluí tajante, zanjando la cuestión.


Se miraron los tres con la boca abierta sin comprender mi repentina seguridad y me interrogaban con los ojos esperando tal vez que les aclarase aquel misterio. Allí los dejé.


Ramiro Rodríguez Prada


Tomás Méndez Sosa. Lola Beltrán.  Paloma negra.

Palomar con patio de servicio.  Palencia.

Las réplicas de los palomares, de barro como las paredes de los originales, son de un artesano palentino del que desconozco el nombre. Bien lo siento, porque es un trabajo interesante, gracioso y bien hecho. El estornino versicolor, que fue quien me permitió fotografiarlos en su nido de Gijón, los recibió como regalo de una amiga palentina. Aunque he indagado, no he obtenido la respuesta apetecida: la curruca está en la inopia en estos temas y no sabe res de res.

Me llamó la atención la distinta orientación de los dos palomares que quedan vivos en mi pueblo, el del primer capítulo está orientado al este y el segundo al sur; parece que ésta última es la mejor y la mayoría de las construcciones la siguen, pero tampoco son raras las excepciones.

A partir de los años sesenta empezaron a desaparecer los palomares. Ni los palomos ni la palomina constituyeron nunca la base de la economía de los campesinos, sino una pequeña ayuda y en ocasiones un lujo que sólo se podían permitir algunos agricultores con más medios económicos. Así, poco a poco, fueron quedando en desuso y arruinándose.

El número de nidos (dispuestos en tresbolillo) y por tanto de parejas estaba en torno al centenar. En Isla Cristina, Huelva, el Palomar de la Huerta Noble, del S. XVIII, parece que tendría espacio para 36.000 palomas. Pero este es un caso singular. La mayoría de los que se pueden ver en León, o en imágenes de Tierra de Campos (Centro de Interpretación de los Palomares, en Santoyo, Palencia) y en estas fotografías de la dirección de abajo en Zamora (Centro de Interpretación de los Palomares y Aula de la Naturaleza, en Villafáfila), van desde 100 a 1000 nidos.

Fotografías de palomares

Y en este estupendo y completo trabajo, podéis informaros de las características constructivas de los palomares, con apartados muy instructivos también sobre Tapias y Adobes.

Nada más por hoy. Que siga la buena salud de la tribu, queridos palominos.

Pulgarzito.   Funky tribu.  Sinto.



Ramiro
 

domingo, 7 de abril de 2013

Palomares -2


Palomar.  San Justo de la Vega.
León, verano 2012

Buenos días. Aquí tenemos el otro palomar que todavía aguanta en San Justo. Es más grande que el de ayer y tiene incluso ventana en la fachada, pero básicamente es el mismo modelo: cuadrangular, con tejado de teja a una sola agua. Tampoco se ve el lugar por donde entran y salen las palomas, ¡mecachis!...
Esas pequeñas hiladas de tejas en los laterales que superan la altura del resto del tejado, protegían algo a las aves del viento y la intemperie cuando salían a arrullar al sol del invierno.

Las paredes son también de tapia, aunque en éstas no sólo revocaron, también enlucieron, todavía se ve el barro en los desconchones. Los palomares están abandonados y sólo sirven de almacén, trastero o lugar para guardar algo de maquinaria y aperos de labranza.

A juzgar por el tamaño de la guía de la cerradura de la segunda imagen, la llave no debía de ser llavín sino llavona. Apellido asturiano de resonancia y raigambre, también en lo cultural, era el de nuestro querido amigo y maestro, el pintor ya desaparecido José Canellada Llavona, hermano de la primera escritora que publicó en asturiano allá por los años 30, María Josefa Canellada. Son reminiscencias y recuerdos traídos por los pelos, pero que no quiero evitar por simple cariño.

Las llaves de las bodegas tenían cerraduras aún mayores, la de mi abuelo debía pesar un kilo y tendría unos treinta centímetros de larga. La cerradura contaba además con un mecanismo interior manual, un pesado bloque de madera que había que accionar sacándolo de la pared donde estaba encastrado, para lo que había que meter el brazo por las ventilaciones superiores de la puerta que, como sabréis, suelen incorporar todas las bodegas, facilitando así su aireación, junto con las chimeneas que se practican en el fondo de las mismas.

Ya pensé también en otra pequeña serie de bodegas, continuando las construcciones tradicionales de barro, puesto que aquí se escavan en laderas aluviales donde abunda ese material, ideal para las labores del vino. Tal vez más adelante.
Empezamos con palomares y acabaremos hablando de relojería, ¡hay que joderse!.

En fin, que llamó más mi atención la vieja puerta con su potente cerradura que los antiguos palomares, que era lo que había ido a fotografiar. Ese primer plano del tejadillo por donde entran las palomas, que me falta, será en otra ocasión.


El Aleph

La cerradura


La de mis abuelos paternos es una casa de labranza bastante grande, hoy vive sola en ella la hermana pequeña de mi padre, la única con vida ya de once hermanos que fueron, soltera y con 80 años de edad. Pero en su apogeo, cuando todavía vivía mi abuelo, fue una casa bulliciosa con mucha actividad y varios primos con los que jugar al escondite en sus múltiples dependencias.

La casa tiene dos pisos y un desván y da a dos calles, la fachada a la principal del pueblo y la trasera a una de servicio donde están las entradas de las cuadras, los pajares, etc., y que comunica con un patio en cuyo centro hay un pozo con su brocal y su caldero de zinc. Un edificio anejo, que era la parte más antigua de la casa, albergaba la fábrica familiar de chocolate y la cocina con el viejo hogar de suelo, el llar, con las trébedes y las caramilleras, que en el Bierzo llaman berganzas, esas cadenas donde colgaban los potes de la comida nuestras abuelas, cocina donde ahora curaban la matanza.

Uno de mis primos, Andrés, el más cercano a mí por edad y amistad, vivía con sus padres en Zamora pero venía por el verano al pueblo al cuidado de mi abuela. Pasábamos muchas horas juntos. Era entonces cuando jugábamos al escondite seis u ocho rapaces y rapazas. A mí me daban un poco de miedo algunas habitaciones de la casa, grandes, oscuras y desangeladas, o aquellos cuartos auxiliares fríos, que nunca supe muy bien qué utilidad tenían aparte de acumular trastos, polvo y telarañas. Hay lugares donde de niño nunca me atreví a entrar. Pero lo que quería era sobre todo describiros un gran escenario, ideal para la imaginación de un párvulo.

No nos dejaban jugar en el segundo piso de la casa principal donde estaban los dormitorios, pero del resto podíamos disponer a nuestro antojo, y para nosotros era un territorio enorme: al que la quedaba le costaba bastante dar con los ocultos y siempre se le escapaba alguno.

Había sin embargo una habitación en esa planta superior, siempre cerrada, que nos tenía totalmente intrigados. Era un pequeño cuarto interior provisto de una ventana de luces, alta, que daba a la escalera, con una cortinilla echada por dentro. Sólo podíamos ver un poco del interior mal iluminado a través de la gran cerradura. Se alcanzaba a vislumbrar la mitad de una cama cubierta con una colcha o sábana blanca, el resto, hasta el testero, permanecía oculto. Parecía que bajo la colcha hubiera un cuerpo, porque se veían los dos picos característicos que la levantaban en la zona donde irían los pies. Aquello nos tenía trastornados.

Junto a la pared, en el ángulo que ésta formaba con la cama, había arrimada una figura como de metro y medio de altura, cubierta con una de esas capas rústicas de tallos secos de cereal atados por un extremo. El tosco sayo cubría la figura hasta los pies y la ocultaba, de modo que impedía ver de qué se trataba en realidad. Junto a ella más bultos, cubiertos también con sábanas.

Le habíamos preguntado a mi abuela por el contenido de aquella pieza y siempre nos contestaba lo mismo, ¡No andeis enredando por las habitaciones, allí no hay nada, sólo trastos!. ¡Déjenos la llave!, le pedíamos, tratándola de usted, ¡No hay llave, se perdió!, respondía invariablemente.
Ella no era muy niñona, ¡empezó a parir hijos a los 17 años!, pero debía de ser cierto y, de tenerla, nos la hubiera dado sólo porque la dejáramos tranquila. Mirar por el ojo de la cerradura se había convertido en nuestro pasatiempo favorito y el destino de la llave en una obsesión.

Unos días en que debió de haber novena en la iglesia a última hora de la tarde y nos quedábamos solos en casa mi primo y yo, nos pusimos a buscar la llave por todas las cajas y cajones que encontramos. Probamos una docena de las muchas que aparecieron.

Sería ya el último día de la novena, porque recuerdo que la búsqueda fue laboriosa y se prolongó en el tiempo, cuando por fin dimos con ella.
Estaba en un lugar insospechado, ¡bajo el piso del cuarto secreto, precisamente, en el hueco de la escalera!. Era un michinal donde guardaban el calzado. Bajo una montaña de botas embarradas, zapatos y alpargatas de los ocho varones que habían vivido los últimos años en esa casa, había un cajón de limpiabotas gigantesco, de esos que se despliegan como algunos costureros antiguos, lleno de latas de betún seco, cepillos, cantoneras y bayetas para dar brillo. Nada más verla entre los cachivaches, de hierro, grande y pesada, estuvimos seguros de que era nuestra llave.


San Justo de la Vega
León  2012

Nos dio la tabarra la dichosa cerradura, oxidada como estaba. El cuarto debía de llevar años sin abrirse y la pesada puerta de madera se resistió y rechinó cuando la empujamos. Era ya bastante tarde. Una nube de polvo gris se levantó al abrir y la escasa luz de la escalera aclaró un poco los contornos. Del techo colgaba un cable con un casquillo de porcelana en el extremo, sin bombilla.

Quedamos los dos paralizados mirando el presunto cadáver sobre el catre, yo sentía el corazón al galope. Levantamos la sábana de golpe con un ojo cada uno puesto en la puerta para salir corriendo.

No era más que un jergón muy basto de hojas de maíz, con tantas protuberancias que semejaban un cuerpo tendido bajo el cobertor, ni sábana ni colcha, hecho con sacos blancos de algodón que llamamos quilmas, cosidos entre sí, y que se usaban para guardar y transportar la harina.

Enseguida nos volvimos a la extraña figura arrimada a la pared junto a la cama, ya más serenos. Le quitamos aquella medio capa medio caperuza de paja y ¡oh sorpresa, era un cabezudo de cartón piedra! Estaba muy deteriorado. Representaba a un enano gordinflón con los mofletes hinchados por la risa que todavía conservaban el colorete. En la cabeza tenía un boquete del tamaño de un puño, le faltaba una de las piernas hasta la rodilla y la casaca roja y el pantalón negro estaban rajados y con la pintura muy deteriorada. Era de nuestra estatura, más o menos.

Al volverlo y encararlo, nos miró con tanta pena que los dos nos quedamos helados. Mi primo musitó, ¡Vamos, que nos va a pillar abuelita!. Sin atrevernos a girar contra la pared al pobre cabezón ni a vestirle el sayo de centeno, cerramos la puerta y bajamos las escaleras en silencio, sobrecogidos y tristes. Guardamos la llave en la caja del limpiabotas y nunca más hablamos de aquella tarde de verano. Tampoco volví a entrar en aquel cuarto ni sé qué fue del enanito.  


Ramiro Rodríguez Prada


Mr. Scruff.   Jazz Potato.


Salud

sábado, 6 de abril de 2013

Palomares


Palomar con antena
San Justo de la Vega.  León, verano 2012.

Buenos días. ¡Aquí se acabó eso de las palomas mensajeras, se habían quedado anticuadas y eran muy lentas!

Con la revolución de la telefonía móvil sustituyeron al palomo por una buena torreta receptora y emisora, eso de la colombofilia es ya cosa de románticos. Las palomas emigraron a otros pagos, donde el trabajo artesanal bien hecho y sin prisas les permita continuar con su cometido de periodistas, de teletipos casi, y enlaces alados, a cambio de un nido y algo de grano.

Por otra parte ya nadie aprecia un buen arroz con pichones, así que aquí ya no hay palomas, ni mensajeras ni de engorde.

En su día Valentín Cabañas, carasur, fue mi mejor cómplice en esto de las tapias, comentando muchas de las entradas y aportando conocimientos y detalles sabrosos. Él es un profesional del ramo, y un especialista en esto, no un diletante como yo, e incluso participó en la construcción del tejado de un palomar, allá en su Mancha manchega.
La más completa información que he leído en internet sobre contrucciones de barro es un trabajo que me envió él no hace mucho. En la entrada del 4 de diciembre pasado, la 3ª dedicada a Οδυσσέας Ελύτης, Odysseas Elytis -3, me dejó este comentario:

Hola Psilicosis. ¿Qué tal va todo?.
Me he encontrado con un estudio bastante detallado del tapial y no puedo menos que compartirlo contigo. Te mando dos direcciones, la del pdf del tapial directamente y la página del que lo he sacado pues hay otros estudios interesantes. Un abrazo.




Puerta en San Justo de la Vega
León, verano  2012

Aparte de una entrada dedicada al fumadero de El Prat, en septiembre, a la vuelta de las vacaciones, no había vuelto a esta etiqueta desde el verano. Y no lo hice porque en principio tenía previsto terminar con lo que me había quedado pendiente de las paredes de adobe. Pero como aún no tengo las fotografías que iban a ilustrar ese capítulo, voy a dedicar ahora tres a los palomares.

Poco que decir del otrora palomar. Planta rectangular, paredes de tapial, cubierta de madera y teja, como las casas del pueblo. La curiosidad quizá está en el tejado precisamente: a un agua pero con dos niveles, y entre ellos el espacio vertical que los une donde se sitúan las entradas de las palomas.
En el capítulo de mañana subí la fotografía del otro palomar que queda en pie y ahí se ve algo mejor ese nivel.

En el interior, los columbarios excavados en las tapias llenan el frente y los laterales, y en ocasiones tenían paredes intermedias para aumentar el número de nidos.
¡Todavía recuerdo la imagen de una fila de palomas cubriendo todo el borde del alero!...

Las paredes han sido protegidas con un revoque parcial de cemento que trata de detener la ruina y le da ese aspecto de probetón con remiendos, y para colmo con teléfono móvil de última generación a su vera, ¡estamos locos! Pero se ve digno y creo que aún le queda vida para rato. ¡Nos enterrará o incinerará a todos!

Los clavos de herrero de la puerta, que parece de madera de roble, pertenecen ya a las ruinas de otro palomar próximo, el que se ve en esta tercera fotografía de hoy, lo que queda de él. Ni siquiera estoy seguro de que lo sea porque dentro no se ven columbarios...

La tercera razón para estas entregas de palomares, es que el estornino versicolor  tenía en su nido gijonés las pequeñas réplicas en barro de tres modelos distintos de palomares palentinos, muy graciosas y adornadas, y muy conseguidas. Ése será el tercer y último capítulo de esta miniserie.

Restos del pasado
San Justo de la Vega,  2012

Y una referencia curiosa a un artículo muy sabroso, publicado en El Faro Astorgano el viernes 17 de junio de 1988, titulado Palomares y bodegas, en el que Félix Pacho Reyero abogaba por la conservación de estas construcciones tradicionales en Castilla y León, al hilo de la publicación de un libro tempranero, de ese mismo año, intitulado Arquitectura del barro, cuyo autor es Luis A. Ponga.
Para mí el artículo de Félix tiene doble gracia porque lo termina bebiendo a la puerta de la bodega "un jarro de vino nuevo de León" y empieza por encetar "una hogaza de San Justo de la Vega", mi pueblo. ¡Algo haremos bien los cardadores!

Como no tengo mucho que decir con substancia sobre el tema, aparte de lo que ya digan las propias imágenes, a ver si escribo alguna historieta que las acompañe, al menos en esa última entrada.

Y nada más por hoy, sólo un postre musical, ¡y que aproveche!

Louis Armstrong.  Potato Head Blues.  Crazy Jazz.

http://www.youtube.com/watch?v=EfGZB78R7uw

P.D. Echo en falta a los colegas de Schutterchance, Valentín, Marta, José Luis, a los que parecen seguir a veces en descansos prolongados, Belén, Txell o Yiannis. Espero que todos sigáis bien de salud, que es lo importante, y que sólo se trate de una pausa.
También yo he tenido que aflojar este año si quería mantener el ritmo de entradas y casi he dejado de ver otros fotoblogs que no sean los que tengo en Flanvoritos. Sigo entrando casi a diario en ellos aunque no tengan foto nueva, es el vicio en el que me metieron, o me metí, mejor.
Por otra parte, muchas veces he pensado si no los aburrirá tanto comentario y esta fidelidad mía cuasi matrimonial (¡Porqué no te callas!). Los problemas técnicos han sido el mal menor después de cómo empezó el año, pero también contribuyeron a ese relajo.

A fuer de ser pesado yo sigo, de momento, bien acompañado todavía por Andrés, Juan Carlos y Maqroll que mantienen la frecuencia. Pero confío en que se resuelvan los problemas pronto, y que todos ellos nos permitan disfrutar de nuevo de su arte, ése es el tema. Las personas saben que las queremos y que estamos con ellas.

¡Salud y un abrazo!

Ramiro

sábado, 8 de septiembre de 2012

El fumadero del Prat


Desde el fumadero. El Prat. Julio 2012.

 
Fumando espero


Antes hubo, en el interior de las terminales, unas cabinas horribles donde te dabas un baño de humo apestoso mientras mirabas circunspecto a tus vecinos y recibías las mismas miradas bovinas y boyunas, si se me permite.
Todo lo más conseguías entablar un diálogo besuguil y becerril, de circunstancias, y en raras ocasiones el pago de la sonrisa cómplice de una linda señorita o de un adusto y estresado caballero cuando les ofrecías fuego o se veían obligados a pedírtelo.

Esto se acabó. El fumadero del Prat es un monumento al buen gusto, que es como decir a lo práctico y a lo estético.

Da la impresión de ser el tejado de un edificio, con sus chimeneas, torretas, antenas y armadijes metálicos, y al propio tiempo esas columnas cilíndricas como gigantescas chimeneas, que en puridad deberían evacuar los humos de la terminal, son el trasunto del cigarrillo que alimenta nuestro cáncer de pulmón particular y a la Seguruidad Social mediante los impuestos al tabaco. Edificante, monumental.


Fumadero del Prat 2012.

Pero no está ubicado en la azotea sino a ras de suelo, en el primer nivel, hay cinco, creo. Abierto al cielo, sí, pero rodeado por paredes de cristal. En el fondo estás...¡en el fondo!

Es pues un patio interior cuadrado, de unos 50 metros de lado. Hay varias series de bancadas corridas de madera, como el piso, adosadas a las paredes y a las columnas en el interior del recinto, una especie de plazoleta con una estructura Eiffel, un cubo metálico de mecano presidiendo el centro.
Muy astístico. Y se puede respirar el aire exterior, no esa mezcla atufante de perfumes, ambientadores y fritanga (¡cá!) del interior

Como soy el único que fuma disfruté el rèsort más que mis compañeros de viaje. Se estaba bastante bien ahí. Sol y sombra.

Pero a la vuelta salí yo solo a echar un pito, era mediodía y hacía calor. Unos cuantos infelices dormitaban tendidos en las bancadas, ahí, allá y acuyá. Algún sonámbulo en muy malas condiciones zigzagueaba entre las escuetas sombras de las chimeneas, como si buscase otras colillas, otros mundos...

Zombis cabeceando con el cigarro entre los dedos flácidos, los pelos sucios y revueltos, como indigentes, desaseadas las ropas, ta mavra ruja, que dicen los griegos, la negra ropa..., yo mismo me cambié de lugar buscando  una intimidad de yonqui para fumarme el segundo pito clandestinamente, al margen de todos aquellos colgaos. Déu meu, Palencia, Mondragón, Sant Boi!


El Costillar del Gran Fumador. El Prat 2012.

Y mientras liaba el cigarrillo me vi a mi mihmo desde la azotea platónica y me dije que era un preso más en esa jaula de cristal, como cualquiera de los que deambulaban por el patio de aquella cárcel tan sofisticada, o como los que se rascaban la mugre al sol, bostezando a cuerpo de rey (este
empleo de la expresión es incorrecto, déjalo, vivir, dormir, bostezar..., ¡la molicie!).

Pero toda esta deprimente visión no sirvió para nada. Me fumé el cigarro ansioso, casi convulso, como si se terminara el tiempo y la muerte me aguardara tras la grandes puertas giratorias que dan acceso al fumadero. Placeres para zumbaos, ¡alienados, válgame el cielo!.

¡Recordad siempre, niños, y repetid conmigo!
 
El tabako es malo
 
koko-kolo es bueno
 
 
Sarita Montiel, Fumando espero.
 
 
¡Dame el humo de tu boca!...
 
 
Salud y buenos humos.
 
 
ramiro
 

domingo, 26 de agosto de 2012

Ventanas tapiadas -2


Ventana/puerta de pajar.San Justo. Noviembre 2011.


Polifemo cegado


Tenía a su disposición todas las proteínas del mundo. Gran cazador, le bastaba con alargar la mano y sacar de su madriguera lo necesario para prepararse un buen bocadillo.
Le gustaba el pa amb tomaca y era raro el día que no se comía un entrepá  bien untado, aunque aquellos tomatinos tan minúsculos parecían tipo cherry comparados con el tamaño de los de su tierra. ¡Allí los tomates pequeños eran como sandías y los normales como las calabazas más grandes de aquí!

El asunto de las dimensiones siempre le causó problemas en lugares liliputienses como este.

Esa mañana andaba un poco indigesto, desganado e inapetente. Había cenado mucho y bebió sin moderación un mar de tintorro, así que desayunó un zumo de naranja digno de su tamaño. ¡Vaya mierda de naranjinas que tienen estos pigmeos!, pensó, ¡hay que exprimir media tonelada, joder!

Salió a dar un paseo por la orilla del río, un regato miserable más bien, no le llegaba el agua más que para remojar la planta de los pies, ¡una meadina! Pero soplaba una brisa leve, que seguramente para esos enanos sería vendaval, lo suficiente, sin embargo, para refrescarlo un poco.

Volvió al pueblo algo más animado. Tenía que cocer su propio pan, las barras de aquellos pringaos parecían palitos. Y procurarse la ración diaria de vino, ya le quedaban pocas bodegas que vaciar en la región.

Cuando se metió por entre las casas observó que muchos vecinos habían tapado los agujeros de las madrigueras con barro o las habían cegado con distintos materiales. ¡Están locos estos tipos!, se dijo riendo.
Oyó contar en su lugar de origen que algunos de estos conejos comían hormigas. ¿Qué eran para él, al fin y a la postre, sino insectos?


San Justo de la Vega. León. Otoño 2011.

Después de hornear el pan y ojear una cuba de las grandes creyó llegado el momento del tentempié. Por las buenas nadie querría darle de comer así que levantó el tejado de la primera casa que encontró. Entre padres e hijos había media docena de roedores. Los fue cazando uno por uno, tenían los agujeros tapiados, fue fácil.

Los colocó muy curiosos sobre el pan tomaca aplastándoles las cabezas, echó sal y pimienta y le puso la tapa al bocata, apretando bien porque alguno aún rebullía. Así le gustaba el entrepá, en crudo, relleno de carne fresca y chorreante.

La cuba no resultó tan grande para la sed que tenía, pero el vino era bueno, no sólo le dio un puntín, ¡acabó ciego!

Se durmió y tuvo una pesadilla horrible: soñó que lo empalaban con una barra de pan de su calibre.


Ramiro Rodríguez Prada.

 
Ramoncín y W.C. 'Cómete una paraguaya'


Salud y buenos alimentos!

ra