miércoles, 29 de mayo de 2013

Retiro forzoso


Desde el tren.
Gijón, abril 2013.

Liquidación por cierre


Yo soy un maniquí de tercera mano, ¿de tercera generación se dice ahora? Como se diga. Me estrené en una boutique de mucho postín en el centro de la capital. La gente que pasaba se paraba a mirar, no por la ropa que lucíamos, sino porque formábamos un conjunto divino, muy vistoso. Éramos siete, cuatro chicas y tres chicos. Como la tienda era de prendas de lujo cambiaba con frecuencia de modelos. Y de maniquíes. Sólo estuve allí dos temporadas. Cuando llegó la moda de los anoréxicos nos sustituyeron a todos, las nuestras eran formas demasiado redondas para el gusto que imponían los modistos, el estilo que marcan las tendencias, como dicen ellos. Nos vendieron a unos grandes almacenes y nos vistieron con ropa de sport de dudosa calidad pero a precios competitivos, confeccionada en países sin derechos laborales. Todo el mundo se paraba a mirar... los precios. Allí nos curtimos seis años largos, hasta que, ajados y un poco descoloridos, nos separaron por sexos y nunca más nos volvimos a ver. Se deshicieron de nosotros a precio de saldo. Fue duro porque componíamos un grupo muy majo y estábamos ya muy hechos unos a otros. A los hombres los llevaron a una tienda de prendas de trabajo, monos, chubasqueros, cascos de obra y demás. A las mujeres las repartieron por los barrios, en varias tiendas de ropa de señora que no vendían dos bragas al año. Llevo seis meses con la misma ropa, no huele, ¡apesta!. Ahora sólo espero la jubilación.


Ramiro Rodríguez Prada


Golpes Bajos.   Fiesta de los maniquíes