viernes, 23 de septiembre de 2011

Eleni Legaki



Eleni Legaki
Grecia, agosto 2011

El Nisiótiko,  la música de las islas, es uno de los estilos más importantes y que más se escuchan en Grecia puesto que es el preferido de los isleños, hay muchas y cada isla tiene sus músicos y sus particularidades. Pero comparten un cancionero común que es conocido por todos y con frecuencia coreado.

Podemos incluirlo en la música tradicional. Es un estilo participativo ligado al baile en corro abierto y a la fiesta popular, de ritmo muy vivo, ligero, independientemente de que algunos temas hablen de tragedias marineras. Melodía algo hipnótica y repetitiva para el oído occidental, contribuye a ello la estructura de la estrofa nisiótika, en general de cuatro versos donde el primer verso se repite en el tercero o cuarto, y el segundo lo mismo (abba/abab).
Los instrumentos más característicos son la lira o el violín, junto con alguna otra cuerda  pulsada  y percusión.
La tsabouna es una gaita más pequeña y rústica que las nuestras de las que hay distintos modelos y, según las islas o la región, cambia también el nombre -los pontios,  los macedonios y otros la usan y no son isleños-, pero no la escuchamos aquí. Sí había una guitarra eléctrica con las cuerdas y un pequeño teclado.

Eleni Legaki, sobrina de uno de los compositores de Nisiótica  más conocidos del último siglo e hija de una intérprete histórica es desde hace tiempo una  gran dama de las islas.

Fue un placer escucharla en el escenario popular de Agii Apostoli, preparado por los pescadores junto al puerto, celebrando la luna llena de agosto con su voz y una sardinada regada con blanco de Eubea, junto a sus músicos y dos voces femeninas más, siento no saber el nombre de todos ellos. Hubo incluso un contraste con un cantante más joven que nos regaló alguna versión de Malamas y varios zembékikos, para los poseidos.

¡Hay que ver lo que curran los músicos en Grecia! Y eso que son muy queridos por su público, o quizá sea por eso. Desde la diez de la noche que empezaron los corros de niños y niñas del pueblo, hasta las cinco de la mañana, dieron tres pases, todos ellos, incluída Eleni. Los músicos casi no tuvieron descanso y la mitad de la noche había dos cantantes sobre el escenario. En ningún momento el espacio para el baile estuvo ni siquiera mediado, siempre lleno y con frecuencia quedaba escaso, casi hasta el final de la fiesta. Agarrados de las manos girando en el círculo...abierto.


Eleni, yelasti, sonriente.
Agii Apostoli 2011

No quise marchar sin saludarla y cuando terminó su último pase me acerqué al escenario y la ayudé a bajar tendiéndole las manos. Cuando íbamos bajando sigá sigá, poco a poco por la muy empinada plataforma, yo culo atrás, me percaté de mi osadía. Los zapatos de Eleni sin ser estratosféricos tenían su buen tacón y yo había bebido vino dios al mundo. Casi no me atrevía a mirarla, aunque la tenía de frente y ella sonreía, no quería que se diera cuenta de mi verdadero estado. ¡El caballero español!... . Ella parecía confiada. Al llegar a tierra firme  sin contratiempos me dio las gracias, siempre sonriente, y yo paracaló!, ¡y respiré!. Bre, mastora, borrachuzo!

Gracias a ti, Eleni, por una noche de buena música y dáselas también a  todos los músicos que te acompañaron. Creo que al final de la katabasis, de la tensa bajada por mi parte,  no me quedaba resuello ya para hablar mucho. Filiá, besos!

Esa noche, ¿o fue la siguiente?, cuando volvía solo a casa por el camino paralelo a la playa pequeña, vi por última vez, junto a unas sabinas añosas, la figura escurrida y estrambótica de don Ramón Mª del Valle Inclán, con sombrero. Con la mano buena en lugar del bastón agarraba un chibuquí.

Yasas, salud!

Ramiro Rodríguez Prada.