domingo, 26 de agosto de 2012

Ventanas tapiadas -2


Ventana/puerta de pajar.San Justo. Noviembre 2011.


Polifemo cegado


Tenía a su disposición todas las proteínas del mundo. Gran cazador, le bastaba con alargar la mano y sacar de su madriguera lo necesario para prepararse un buen bocadillo.
Le gustaba el pa amb tomaca y era raro el día que no se comía un entrepá  bien untado, aunque aquellos tomatinos tan minúsculos parecían tipo cherry comparados con el tamaño de los de su tierra. ¡Allí los tomates pequeños eran como sandías y los normales como las calabazas más grandes de aquí!

El asunto de las dimensiones siempre le causó problemas en lugares liliputienses como este.

Esa mañana andaba un poco indigesto, desganado e inapetente. Había cenado mucho y bebió sin moderación un mar de tintorro, así que desayunó un zumo de naranja digno de su tamaño. ¡Vaya mierda de naranjinas que tienen estos pigmeos!, pensó, ¡hay que exprimir media tonelada, joder!

Salió a dar un paseo por la orilla del río, un regato miserable más bien, no le llegaba el agua más que para remojar la planta de los pies, ¡una meadina! Pero soplaba una brisa leve, que seguramente para esos enanos sería vendaval, lo suficiente, sin embargo, para refrescarlo un poco.

Volvió al pueblo algo más animado. Tenía que cocer su propio pan, las barras de aquellos pringaos parecían palitos. Y procurarse la ración diaria de vino, ya le quedaban pocas bodegas que vaciar en la región.

Cuando se metió por entre las casas observó que muchos vecinos habían tapado los agujeros de las madrigueras con barro o las habían cegado con distintos materiales. ¡Están locos estos tipos!, se dijo riendo.
Oyó contar en su lugar de origen que algunos de estos conejos comían hormigas. ¿Qué eran para él, al fin y a la postre, sino insectos?


San Justo de la Vega. León. Otoño 2011.

Después de hornear el pan y ojear una cuba de las grandes creyó llegado el momento del tentempié. Por las buenas nadie querría darle de comer así que levantó el tejado de la primera casa que encontró. Entre padres e hijos había media docena de roedores. Los fue cazando uno por uno, tenían los agujeros tapiados, fue fácil.

Los colocó muy curiosos sobre el pan tomaca aplastándoles las cabezas, echó sal y pimienta y le puso la tapa al bocata, apretando bien porque alguno aún rebullía. Así le gustaba el entrepá, en crudo, relleno de carne fresca y chorreante.

La cuba no resultó tan grande para la sed que tenía, pero el vino era bueno, no sólo le dio un puntín, ¡acabó ciego!

Se durmió y tuvo una pesadilla horrible: soñó que lo empalaban con una barra de pan de su calibre.


Ramiro Rodríguez Prada.

 
Ramoncín y W.C. 'Cómete una paraguaya'


Salud y buenos alimentos!

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