sábado, 9 de noviembre de 2013

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Marcos incomparables


Salí a tirar la basura



muy tarde. La noche era más oscura que los chanchullos de un banquero. El día fue desapacible y retrasé el momento de salir, por pereza. Cuando al fin lo hice, sabía que tendría que ir mucho más lejos, hasta ese desagradable punto limpio de los arrabales. Se había fundido la pobre luz que instaló el Ayuntamiento. No lejos de los contenedores había una extraña reunión de personas. Con cierta aprensión me fui acercando y vi que estaban rezando alrededor de una caja hecha con tablas de palés. Dentro, tendido, el cadáver de un hombre muy flaco, con las manos cruzadas sobre el pecho. En la cabecera del tosco ataúd dos cirios iluminaban la escena con su parpadeo mortecino. Dije Buenas noches con timidez al pasar junto al grupo, compuesto por una docena de personas, hombres y mujeres. Nadie contestó. Mientras dejaba las bolsas oí el característico sonido de las ruedas de un carro antiguo pisando un camino de tierra. Toda la explanada donde están situados los contenedores, es de tierra batida y grava gruesa. Vi que al otro extremo venía un carro de grandes ruedas de hierro tirado por una caballería. El carretero se alumbraba con un pequeño farol colgado a su derecha. Yo no me había movido y tenía la impresión de estar asistiendo al rodaje de una película de los años cincuenta. El carro llegó hasta el fantasmagórico velatorio y la gente se apartó, haciéndole sitio. Saltó el carretero cuando hubo detenido el carro y sin decir palabra se acercó al ataúd. Apartó los cirios a un lado, al tiempo que tres hombres se aproximaban para ayudarle a cargar la caja. Todo en absoluto silencio. Apagó y cargó a continuación los cirios y los colocó tumbados, a cada lado de la caja. No había reparado en una maleta de cartón esmaltado, de las que todavía se veían en los años sesenta. Alguien se la pasó al carretero cuando ya estaba subido en el pescante dispuesto a arrear al caballo. La cogió, se giró y  la depositó junto a la cabecera del ataúd. A continuación se puso en marcha. Las personas, todavía agrupadas, caminaron detrás durante un momento, pero hacia la mitad de la explanada empezaron a ralentizar el paso y a disgregarse poco a poco, hasta que el carro desapareció ligero y ruidoso por el extremo. A los cinco minutos ya no había nadie a la vista. Cuando llegué a casa, amanecía.



The Muggs.   6 to midnight.


http://www.youtube.com/watch?v=fBNocjKGs_8


Salud y felices pesadillas.


ra