Contra la pared |
Salí a tirar la basura.
Me la encuentro con frecuencia, muchas veces a la hora de la basura. Está pegada al móvil permanentemente, la oreja, creo que no la ví nunca sin él, y siempre hablando mientras la oreja escucha. Pero es capaz de mantener conversaciones paralelas. Conmigo o con quien vaya o se tropiece. Al abrir la puerta del portal ella, que entraba, se asustó pero, ya repuesta de la sorpresa, se me echó en brazos como una reacción automática mientras reanudaba la conversación que mantenía por teléfono. Yo, que llevaba las dos manos ocupadas con las bolsas quedé perplejo sin reaccionar, tenía el telefonino casi a la altura de mi oído y escuchaba la voz de la que sería su amiga. La chica usa un perfume muy intenso que no me gusta mucho, pensaba esto cuando oigo: ¡Qué haces, suelta a mi hija!. ¿Quién, yo?, dije, más descolocado aún. La madre, que venía detrás, agarró el brazo de su hija y me lo quitó del cuello. La chavala siguió a lo suyo y me dedicó una sonrisa de disculpa mientras se iba hacia el ascensor con la oreja soldada al teléfono.
Silvio Fernández Melgarejo y Barra Libre, 'La ragazza del elevatore'.
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