San Justo de la Vega. León, 2012. |
Para ser paisano
Su madre le tenía muchísimo miedo a los ratones. La había visto incluso subir a una silla gritando en una ocasión en que, no sé cómo, apareció un ratonín en la cocina. Pensó que este pánico podría aprovecharlo en algún momento en su beneficio, y es que el rapaz era un demonio.
El desván era su refugio, donde guardaba una caja con secretos personales, allí escondió su primer condón a los nueve años, que le dio en la escuela otro peine algo más mayor que él. Era su lugar preferido y pasaba muchas horas solo en aquel sitio. Había un par de baúles viejos, uno con ropa y el otro con revistas antiguas que ya se sabía de memoria, y un montón de trastos. Nadie más subía allí, estaba lleno de polvo y la luz era escasa, incluso su madre le había limitado el uso porque decía que bajaba hecho un bendito cristo.
Pero sobre todo el desván era su exilio después de una riña o un problema con sus padres. Allá se iba también cuando hacía alguna pifia y tenía miedo de declarar el delito. El guaje era un poco cabezón y con frecuencia su madre tenía que acabar rogándole que bajara; aunque hacía mucho que no se veían ratones por casa, en el desván los había habido y ella pasaba de subir, como mucho se acercaba al pie de la escalera de mano y lo llamaba desde allí.
Un día, con el mismo pájaro del condón, que fue el promotor de todo, y otros dos rapaces, casi desplumaron completamente a cuatro gallinas del gallinero de un vecino. Alguien le había dicho al cabecilla que para ser un paisano había que desplumar primero a una gallina y se pusieron manos a la obra.
Lo castigaron en casa y él se defendió diciendo que la suya se le había escapado antes de desplumarla, pero su padre se mantuvo en sus trece: él había tenido que pagar una gallina entera, desplumada o no. Y los otros padres lo mismo. Si eso fue verdad o un farol del hombre para que viera las consecuencias de la fechoría, nunca lo supo. ¿Murieron las gallinas acaso?
Al chaval no le pareció justo y se fue a su refugio enfurruñado. Pero antes de subir escribió en la pared, ¡mamá, no subas al desván, hay ratones! Estuvo allí toda la tarde sin dar señales de vida. La madre sonrió cuando vio el mensaje.
Antes de cenar lo fue a buscar y lo llamó. El guaje calló. Insistió ella varias veces sin obtener respuesta. Finalmente se acercó a la escalera y trató de hacerle razonar con buenas palabras, pero el rapaz erre que erre, callaba como un afogao.
Se fue la madre esperando que su hijo bajara de la burra y entrara en razón, pero volvió al poco.
¡Si viene a buscarte tu padre no te lo pedirá por favor, anda baja ya!
El chaval seguía callado. Al fin la madre, venciendo su miedo y sabiendo que hacía mucho tiempo que no había ratones en casa, se aventuró a subir un par de escalones y lo volvió a llamar. El otro, al oírla tan cerca se asomó a la trampilla y le dijo amenazador, ¡No subas que hay ratones! La madre se paró en seco y se agarró con fuerza a la escalera, rígida, mientras el niño volvía a ocultarse.
¡Venga, va, déjate de tonterías y baja de una vez!
Pero el chaval ni flores. Haciendo un esfuerzo sobrehumano para ella, porque en realidad estaba aterrorizada, subió otros dos escalones; dos más y asomaría la cabeza por la trampilla del desván. Pero antes se paró y llamó de nuevo al pillo.
¡Baja ya de ahí, anda, que no tengo todo el día!
En ese momento asomó el guaje con un ratón en la mano cogido por el rabo a veinte centímetros de la cabeza de la madre. ¡Casi le da un patatús a la pobre mujer y se cae de las escaleras! De hecho no bajó los escalones, saltó al suelo y salió chillando despavorida mientras el chaval le decía a voces, ¡Pero si está muerto!...
No recuerda el precio de una gallina en el mercado en esos años pero, por las consecuencias derivadas para él de aquel incidente, le salió cien veces más caro un ratón muerto de hacía un año que una gallina medio desplumada de ayer mismo.
Ramiro Rodríguez Prada
Tema de la película de Javier Maqua, Tú estás loco Briones,
La Romántica Banda Local. Historias de papa y máma. 1981.
Me encanta el cuento y con moraleja incluída.
ResponderEliminarBesitos
Viriato
Aquí sí hay algunos detalles biográficos, pero un poco disfrazados, ¿alguna vez desplumaste una gallina viva?...
EliminarPara ser un niño de ciudad, tuve la suerte de veranear ¡duante 4 meses al año! durante toda mi infancia y pubertad, en un molino de agua, cuya propietaria, doña Alcira, que me adoraba (a pesar de todas las trastadas que le hacia y algún día te contaré) con la que me pasaba el día ayudándola a cuidar las gallinas, patos y cerdos que tenía, ademas del huerto. Gracias a ello he catado la vida rural, aunque solo fuera de soslayo y he visto matar y desplumar una gallina, pero nunca lo he hecho con mis propias manos.
ResponderEliminarHola, César. Si pasabas tanto tiempo en el pueblo no podías estar siempre de soslayo, ya me parecía que no hablaba con un urbanita al 100x100. Y creo que es precisamente la infancia la que nos hace de uno u otro sitio. Yo estuve yendo y viniendo, pero llevo ya muchos años viviendo en ciudades, me digo ciudadano del mundo pero íntimamente sigo siendo de mi pueblo, cuestión de memoria, por la potencia de los recuerdos, supongo, y el aprendizaje, maravillas ambas...
EliminarUn abrazo y salud!
ramiro
Mi infancia me ha hecho de alli. Mi carnet de indentidad dice Madrid, mi corazón "Samil" y al agua salada, todo el oceano Atlántico a mis pies. ¡Me ahoga el secano!
ResponderEliminarSeguro que todas las infancias son lo más potente de la vida, y a mí me parece que el mar le debe añadir un plus a eso, fíjate que hasta a los adultos nos sigue impresionando. Yo lo vi por primera vez en Barcelona, desde el autobús que me llevaba de León al internado... . Y a ti, viniendo de Madrid, no me extraña que te marcara, en cambio los que nacen en pueblos marineros no parecen darle demasiada importancia.
EliminarA mí no me ahoga el secano porque nací ahí. De hecho, para mí la maravilla que es Grecia se debe en parte a la mezcla extrema de mar y secano. Limnos me recordaba a León..., con mar: ¡Todo junto en un pañuelo, o mandili, como dicen ellos!
Abrazos marineros!
La kogonera mareá.