El figo en la rama. Grecia, agosto 2012. |
En la higuera
Buenos días. Hacia mediados de agosto ya empezaban a verse cestas con figos que traían los paisanos de los huertos, llevaban varias semanas comiéndolos y en la frutería los había desde principios de mes, cuando llegamos.
La señora Kula, nuestra casera, nos regaló una fuente de ellos, riquísimos, junto a un par de kilos de tomates que estaban tan en sazón o más que los higos, cada cual en su terreno. Su marido me invitó a pasar una mañana con él, recolectando dos higueras de la finca a su cuidado de un rico local, en cuyos barcos había trabajado hasta la jubilación, hace un par de años.
Me da cierto coraje leer algunos artículos de Petros Márkaris, cuando se refiere a los privilegios de los agricultores griegos a la sombra de los partidos políticos que se iban turnando en el poder. Siempre habla, a mi entender generalizando en algún caso un poco groseramente, de agricultores ricos, sobre todo del Ática creo, que circulan con sus brillantes y poderosos supertodoterrenos quemando gasolina y, de paso, los recursos en forma de ayudas, créditos, exenciones, etc., a una agricultura exhausta, mientras el país se arruinaba, aprovechándose del clientelismo político, como otros colectivos. Pienso, de paso, en las ayudas europeas a nuestra duquesa de Alba.
Naturalmente no le voy a enmendar la plana a Márkaris pero, junto a eso, yo he visto en Grecia muchos más casos de labradores que sólo sobreviven, y sus pickups "agrótikos" no son ni de la antepenúltima generación, la mayoría conducen vehículos bastante viejos y tratan de hacerlos durar todo lo que pueden, hasta el agotamiento, como aquí. Y los coches también. No puedo manejar cifras pero apostaría que el parque móvil griego es más escaso y viejo que el nuestro.
Todo esto para decir que el agrótiko de mi casero era un vehículo de trabajo, no para pasear entre los plateados olivares del Ática o darse una vuelta por Kolonaki, fardando. Y el que conducía nuestro amigo Diamandís lo mismo.
La casa es de un dueño de barcos de pesca que vive en Atenas y pasa parte del verano en el pueblo. Está emplazada en una de las laderas de un pequeño valle lejos del caserío, mirando al sur, que termina en una playa maravillosa de arena enmarcada por acantilados rocosos. El jardín que rodea el gran chalet desciende hasta esa playa, entre emparrados, frutales y bancales de tomates, berenjenas, etc. La otra ladera la ocupa otra casa, de modo que disfrutan la playita en exclusiva. Abren la pequeña verja en la parte baja de la finca y están en la arena. Tienen las sombrillas puestas permanentemente. Nuestro casero cuida la casa cuando no están los dueños, y la cosecha todo el año, es de hecho quien trabaja el terreno.
Con la crisis se libraron de una invasión de turistas, porque en una finca colindante, a escasos doscientos metros, iban a construir unos trescientos apartamentos. Ahora el esqueleto de los bloques afea y entristece ese rincón, el arbolado que rodea la casa y el hecho de estar un poco oculta en la ladera la libra de esa vista penosa.
Veo que de lo que menos hablo ye de figos, pero es que tratando de horticultura conviene situar al producto en su contexto geográfico, en su topos. ¡Sigo en la figar!
No pasamos mucho tiempo cosechando higos, un par de horas quizá, hasta que llenamos las dos cestas que llevábamos. Tampoco lo cogimos con mucho afán, tomamos nuestros respiros. Aunque estábamos a las sombra de las higueras, el sol calentaba ya de alma. Por cierto, ya habréis escuchado que la tradición mítica popular atribuye mala sombra a la higuera y no aconseja dormir ni descansar bajo ella. Nosotros no hacíamos ni una cosa ni la otra, currábamos, y descansábamos sentados en la escalera a la sombra del emparrado.
Había ya muchos frutos estropeados por el suelo y algunos en el árbol, comidos por los pájaros y por miles de avispas y avispones que en el verano griego son a veces una invasión. Pero había muchos más maduros en el árbol y otros tantos a media maduración, con lo que es probable que estén comiendo higos frescos hasta octubre, y los que queden para el invierno serán en primavera riquísimas brevas.
El premio y la gorra del ayudante Ayi Apostoli. Eubea. Grecia, agosto 2012. |
Recogimos también otra cesta de berenjenas y tomates y al terminar el trabajo subimos a saludar a los dueños, que ya andaban por la casa. Como siempre, se asombran un poco de la presencia de españoles, que además no son plusi, ricos, y chapurrean un poco de griego. La señora, a quien ya conocía del pueblo, me dio otro cesto de tomates y berenjenas, mi casero ya me había reservado uno de higos, con lo que volví a casa cargado. Y sin beber una gota.
No quiero insistir en la generosidad griega, aquí mismo si un extranjero se integra en la comunidad con sencillez, no faltarán personas generosas en el pueblo que lo ayuden. Así va, cuando va bien. Siempre hay que contar con un poco de buena fortuna. En este caso, de mí se puede decir que hice bueno el refrán castellano, Caerle a uno la breva en la boca, no es suerte poca.
Así pues, al final termino el capítulo con el refranero, como ayer. Dije allí que tengo imágenes de cómo secan los higos para conservarlos hasta el invierno, a ellas dedicaré alguna otra entrada más adelante.
Os dejo con La canción de los gitanos, que ya subí en la voz de Eleni Vitali, versión que me presta más, tal vez por ser la primera que escuché, y porque me gusta Vitali, es otra de esas cantantes griegas con personalidad. Pero esta grabación, más dulce, pausada y a dos voces, no está nada mal.
Zanos Petrelis. Fotiní Rali. To tragudi ton yifton. Balamos.
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