Acuarela y sedimentos. Oviedo 2003. Ramiro Rodríguez Prada |
Acabaré recordando una cassette de Manos Hatzidákis que compramos el primer año que recalamos en Grecia, el 86, para escuchar en el coche, un R-5 con el que atravesamos la cornisa cantábrica, Francia, Italia y la Yugoslavia prebélica, incluída Kosovo. Junto a ella otra de Mikis Theodorákis con María Faradoúri y algún poema de Rítsos, y un superéxitos de Vasilis Tzitzánis, el rebétis.
La cinta de Manos era tambíén una selección de algunas de sus canciones más populares. Allí estaba la tristísima Manoúla moú, Madre mía y Mia Panagia, de L. Pappas, Simeroni, Amanece y otras, de Mery Linta, estaba Bizikótzis y hasta Kazantzídis y Marinela.
Y aquella inolvidable y extrañamente infantil Zoé Fitoúsi, una voz tan particular como encantadora, el tristísimo O tajidrómos pézane, El cartero murió y To mandolino, de una dulzura tan frágil y quebradiza como la de una huerfanita , asociada ya para siempre a una de mis primeras emociones griegas ajenas al mundo clásico.
Año de encuentros y amigos, casi en la desembocadura del tristemente famoso río Neretva, entre Bosnia, Herzegovina y Croacia, Ana y Fidel, los barceloneses que son, todavía hoy, nuestros más queridos anfitriones en Catalunya, tierra de la que tantos recuerdos conservamos, ´gente sana/ aranesa, pamplonica/ o catalana` , mediterránea de corazón, como Manos.
Abraços, angallés. Yásas, Salud!.
Barbarómiros Hatzipradakis.
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