Ría de Arousa desde a Illa, la isla Galicia 2007 |
Quiero trocar por normas de poesía
los chabacanos ritos leguleyos
sólo es buena a reinar la fantasía,
y está mi reino en manos de plebeyos
Me increpaba don Ramón anoche y yo volví a acojonarme un poco cuando lo ví aparecer a los pies de la cama con el chibuquí en la mano, lo que sin embargo me tranquilizó un tanto porque no tiene ni el grosor ni el peso del garrote que blandía en tiempos.
Llevo una semana acatarrado y no hago nada para salir de esta tos, he estado tristeando como un perro viejo y solo y ya echaba en falta un poco de marcha, aunque tengo varios oréganos, flores de malvas y tomillos, y cuatro o cinco tipos de miel. También algo de brandy añejo. Valle traía la botella mediada en el sobaco del brazo bueno.
Me levanté.
Estaba en el pasillo esperándome y miraba un cuadro. El adulador que hay en él volvió a imponerse y me dice señalándolo y alargándome la botella, Hay facetas en usted que no debe arrinconar, No es mío, respondí casi sin voz. Por un momento lo vi descolocao, pero se rehizo al instante y replicó, No todo el mundo tiene sensibilidad para apreciar y comprar una obra de arte como esta. Me daba un poco de apuro contestarle pero lo hise, Es de un amigo, un regalo.
Me miró como si quisira atravesarme con el chibuquí filoso. Parecía pensar ¿este no será también galego? Mal empezábamos.
Por momentos yo también me sentí desubicado, no sabía si estaba en mi casa, en Atenas o en Eubea. Le di un tiento a la botella que era de aquellas de CentenarioTerry con tapón de corcho y una maya amarilla, una de finales de los 60 que le había distraído a mi madre. El trago me calentó el cuerpo.
¿Quiere que salgamos a dar un paseo?
Sí, pero esta vez dirijo yo. Y me tomó del brazo como la noche que nos encontramos en Exargia.
Salimos a la calle por una puerta que no reconocí y en un primer momento tampoco el lugar que veía. Después, a medida que avanzábamos por el paseo a lo largo de un muelle, me di cuenta de que era el barrio de Xufre, en la isla de Arousa.
No había nadie por la calle y las luces se reflejaban en unas aguas tranquilas donde dormitaban los barcos. Estábamos en la parte opuesta al lugar donde creí haberlo visto, haciéndome señas desde Vilanova, en el último sueño donde apareció.
Don Ramón tiró de min y subimos una pequeña cuesta al final del puerto. Soplaba un airín de otoño frío y húmedo. Como si me hubiera leído el pensamiento Valle se giró hacia mí diciendo, ¿Y la botella?
La dejé en casa.
Se paró en seco y me soltó el brazo como si estuviera cogiendo una serpiente. Instintivamente yo di un paso atrás. Tal vez fuera cierto que había olvidado la persecución. No se me ocurrió pensar que quizás no me había reconocido porque las primeras veces me vió con barba y en Atenas ya no la tenía. Por un momento pensé salir corriendo, pero no alzó el chibuquí, sólo me miró severo y me dijo, No importa, bébasela a mi salud, me la trajo un legía natural de Vijo que está en Sidi Ifni.
No quería contradecirlo demasiado por no despertar a la fiera pero es que me lo ponía en bandeja.
¿Don Ramón, pero el legía no era el que le traía el kif?
El mismo.
¿Y le trae también el cognac?
Es un gran muchacho.
¿Y dónde lo compra?
Se lo coge a una mora que lo tiene por cajas en la trastienda de un tenducho en pleno desierto. A la mora se lo pasaba de estraperlo un capitán.
O sea, que el brandy hizo el viaje del Puerto de Santa María al Sahara en los años 6O, y ahora, casi 50 años después regresa a la península vía Galicia. No sabía si estaba soñando o el viejo me tomaba el pelo. No quise volver a recordarle que ya no había legionarios en Sidi Ifni. Me había vuelto a coger por el brazo y llegábamos al final de la cuesta. Al ver el chibuquí balanceándose en su mano cambié de tercio.
¿Y el kifi?
Pero no me respondió. Volvió a tirar de min acelerando el paso para llevarme junto a un pino al borde de los acantilados. En el agua espejeaban las luces de la otra parte de la ría rotas por las bateas de mejillones.
Mire, me dice yo creo que emocionado, mire, aquello es Castro y aquello otro A Pobra do Caramiñal..., y se quedó como en suspenso, serio y pensativo. Yo no sabía qué me quería transmitir más allá de señalarme los lugares, porque me apretaba el brazo con fuerza como si quisiera protegerme de algo o, simplemente, necesitara un asidero. Pero de súbito me espeta, ¡Venga, venga, que tengo aquí a un colega que guarda una caña de ron que espatarra! Y se dio la vuelta como un resorte echando a andar y arrastrándome con él.
Nos metimos por una trocha que acababa en un sendero entre los huertos en dirección al pueblo. La luz llegaba escasa allí, pero Valle, que se había adelantado para indicarme el camino, parecía un búho con sus lentes redondas y caminaba ligero entre las filas de berzas a uno y otro lado del senderín.
Cuando salimos de las huertas a una calle me esperó y se me volvió a colgar del brazo.
Es aquí cerca.
¿Pero en Galicia lo normal no es el aguardente, el orujo de uva?, le pregunté con toda intención. Pero no se arrugó y dice, Sí, pero no hay color, esta caña se la traen de Cuba.
Me lo temía, ¿pero qué no le traen a este hombre del último rincón do mundo?, pensé. Para salir del paso volví a insistir.
¿Y el kifi?
¡Aquí es!, dijo por toda respuesta.
Entramos en un tugurio mal iluminado, un semisótano lleno de humo, con varias mesas ocupadas y una barra mugrienta donde Valle se acodó para decirle algo al orangután que había detrás. Este hizo una señal a un rincón oscuro del local y de una de las mesas se acercó un tipo con la catadura de un presidiario del XIX, muy fea muy fea, cabezón y repelao, con una cicatriz partiéndole unas napias como un aguacate.
¡Hombre Benedicto!, salta Valle, ¡saca esa caña que tenemos a medias, carayo, que veño con um amigo!
El fulano no contestó pero le hizo un gesto al antropoide de la barra que sacó una botella y dos vasos. El tal Bene, como le llamaba se ve que en confianza don Ramón, llevaba un blusón como el de los tratantes, todo chorreao y lleno de lamparones. Se acodó en la barra junto al viejo y le pidió otro vaso al simio sin abrir la boca.
Casi de modo automático, mientras el ogro llenaba los vasos, yo palpé la navaja barbera de Van Gogh en un bolso posterior del pantalón. Allí seguía, ¿desde cuándo?. Hacía tres meses que Vicente me la había entregado en señal de amistad, ¿no había cambiado el pantalón desde entonces?, o ¿cada vez que lo cambiaba guardaba la barbera en el bolso?.
Todo empezó a parecerme muy extraño, notaba cómo nos observaban desde los rincones y en cada rostro veía una amenaza latente. Parecía la tripulacíón del Holandés. Cogí el vaso de ron y eché un trago pero era como fuego y me dio la tos. Valle y el Bene, con los vasos en la mano, estallaron en carcajadas y se oyeron más risotadas en la gruta.
Cuando me recuperé los dos me miraban irónicos con mucho interés y entonces ya me pareció que aquello tenía que ser un sueño, porque el careto del Bene era idéntico al del Papa, con aguacate en la nariz, pero incluso así, si se pusiera en lugar del blusón negro uno blanco con una cruz al pecho, daba la bendición urbi et orbe y no se enteraba ni el mamporrero.
De pronto el tipo se puso serio mirando a la puerta donde parecía haber jaleo, yo volví a echar mano al bolso, a esas alturas, con las emociones y la tensión, estaba ya bastante alterado. Don Ramón me miró como queriéndome decir algo, pero en ese momento se abrio violentamente la puerta y vimos una siluta en el umbral que, con voz de trueno recitó:
De un quinqué de latón, la luz bisunta
el tubo ahumado con un grito raja
y está en la puerta el hombre que pregunta:
¿Quién quiere sacarle filo a la navaja?
No me cagué porque en ese momento desperté, todas las figuras se desvanecieron, me quedó en la cabeza la imagen de la cara de Valle Inclán mirándome y arrancando a hablar.
Hasta mañana. Salud.
Roque Morfeo Lirón.
P.D. Los versos que encabezan son de la Farsa italiana de la enamorada del rey, del Tablado de marionetas. Para educación de príncipes. Y los que cierran de Marina norteña. Vale.
¡Este es le Ramiro que mas me gusta leer! Y lo que mas me gusta son las voces que pega Freud (D.Sigmund)al que mantengo encerrado en un armario, retandole a que salga. Y es que no hay mayor carcel que las que uno se hace a si mismo.
ResponderEliminarÉl, seguramente, quisiera posarse sobre mi hombro y dictarme interpretaciones sobre tus visiones, pero ¡anda y que le den! Prefiero pensar que no son mas que las cosas que ves cuando consigues un etereo viaje astral y mas reales que la propia realidad.
¡Cuánto te he echado en falta Capi!, os añoro, y al Teach. Ya estaba preocupado por vosotros.
ResponderEliminarPrecisamente este regreso a lo surreal que te presta, y a mí, era tambíén un intento de encontrarte, si no en la realidad al menos en el sueño, y claro: hacerte sonreír.
Pero, además, esperamos vuestra visita.
Besos!
Ramiro.