En el corral de la Kurruka prieta. León. 2014. |
A cuarenta duros el polvo
Fue la Curruca angelicalis, que entonces trabajaba de camarero haciendo extras en la capital los fines de semana, la que nos metió en gallo canta. En una barra americana, donde siempre recalaba con otros colegas después del trabajo, le habían dado la dirección de una casa donde vivían unas tías muy macizas, que admitían huéspedes por poco dinero al regreso de los respectivos lupanares.
Por entonces un polvo con una chavala un poco más curiosa debía andar por las 500 pesetas. Según el angelikalis, follaban por cuarenta duros.
¡Doscientas pesetas! La necesidad y el poco peculio nos puso los dientes, por no mencionar otros apéndices -Ángel González dixit- como los de una mula.
Así que un sábado que curraba nuestro amigo, arrancamos para allá en la Cirila cinco lebreles sin carnet. Él era el único que trabajaba y que tenía ya experiencia con mujeres, especialmente con putas. Los demás éramos castas criaturas, aparte del manubrio. No llevábamos bastante dinero y esperábamos que él aportara el resto.
A las dos de la mañana salió libre la curruca y nos llevó por una serie de barras americanas donde se gastó casi toda la pasta que tenía.
El plan era esperar a después de las cuatro de la madrugada, cuando las chicas se recogían en sus respectivos domicilios. Pero estábamos tan ansiosos que lo convencimos para que dejara el periplo y nos fuéramos acercando a la casa, que estaba en un barrio de las afueras y bastante alejado.
Después de contar el dinero que reuníamos entre los seis, cedió: ¡pasaban unas pesetas de las mil!. Alguien se iba a quedar sin mojar. Habría que echarlo a suertes.
¡Somos seis, nos harán rebaja, digo yo!, cantó el más optimista. Todos lo miramos incrédulos pero secretamente esperanzados, por la cuenta que nos traía.
Aún faltaba bastante para las cuatro cuando picamos a la puerta de aquella mansión del pecado.
Abrió un tuerto con una catadura tan fea que todos dimos un paso atrás.
¡¿Qué pasa?!
Veníamos..., balbució el angelikalis.
¿Cuántos sois?
Seis.
A cuarenta duros el polvo, mil doscientas. ¡El dinero por delante!, añadió extendiendo la mano.
Es que...
¡¿Qué?!
Que sólo tenemos mil, ¿no nos hace una rebaja siendo tantos?, atropelló de un tirón el angelikalis, más angelical que nunca.
El tuerto se echó a reír. El aspecto del tipo nos inquietaba y sospechábamos alguna tangana.
Pero queremos ver antes a las tías, terció otro con timidez.
¡Entonces fuera!
¿Cuántos estábamos dispuestos a entrar, en realidad, en aquellas condiciones? A la mitad ya se nos había bajado el subidón viendo las maneras del menda.
¡Vale, te pagamos un polvo!, se le ocurrió a la curruca para salir del paso
Entonces sólo entra uno, ¡y decidiros rápido, que no tengo todo el día y estamos dando el cante!
Te pagamos dos y entramos los seis, negoció la angelikalis.
Por primera vez dudó. Nos repasó uno a uno con aquel ojo de lechuza, vio que no teníamos ningún peligro y dijo, ¡Tres!
Le dimos las seiscientas pelas y entramos.
¡Las tres tías que salieron a un saloncito donde nos arrinconó amontonados el tuerto, eran horribles! Ninguno fue capaz de pasar con una de ellas. ¡No eran nuestras madres, eran nuestras abuelas en desabillé!
Pero nos dijeron que había chavalas jóvenes...
¿¡A cuarenta pavos?!. Es lo que hay, colegas.
¿Pero no había también chicas más jóvenes?, insistió nuestro amigo, todavía incrédulo.
Es pronto, las jóvenes aún no volvieron, ¡las que no se van con el chulo o con clientes de la barra!
¡Pues las esperamos!, dijo decidido el angelikalis, mirándonos. Estaba claro quién era el más salido.
Esto no es el dentista, ¡venga, fuera, arreando!, apuró el tuerto sacando un garrote de detrás de un canapé.
¿Y el dinero?
¡Ahí tenéis las tías, cojones!, y alzó la tranca amenazador.
En la calle reunimos un montón de piedras y le apedreamos la casa, de planta baja. El tejado, la puerta y las ventanas. Hasta que se rompió un cristal y salió el malevo con una escopeta de caza.
¡Hijoputas, hijoputas!, aullaba el tuerto apuntando a la oscuridad.
Desaparecimos en un ¡ay!
Pero casi siempre volvíamos riendo a casa, incluso en esta ocasión que salimos corridos, sin habernos corrido y con apenas cuatro perras en los bolsillos.
Ramiro Rodríguez Prada
El Pulgarzito. Milagros, solo, en directo.
Muy edificante la historia, saco en conclusión que no de debe de ir de putas sin el zurrón lleno a costa de cogerte unas buenas calandracas o por lo menos elegir el sitio donde en la calle te puedas hacer con unos buenos adoquines.
ResponderEliminarUn besito
Viriato
¿Calandracas son también purgaciones o similar?, es que no conocía la palabra e internet, entre otros significados, me dice que es una sopa gallega con corteza de pan de maíz, y la que se hace a bordo de un barco cuando no hay casi nada.
EliminarNosotros éramos un desastre como puteros, no dimos una a derechas, creo que de unos diez que fuimos en distintos momentos a varios antros, sólo dos llegaron a pasar con la tal señora, uno no logró consumar y el otro es esta curruca parda a la que me faltaba por caracterizar y que lo haré en breve. Por una u otra razón lo único que jodíamos era el plan previsto, pero sobre todo es que era un material de posguerra, intratable, si nos dicen que o éso o nada, creo que la mayoría nos quedamos con el manubrio y vírgenes de por vida. Lo más divertido eran siempre los ambientes, ¡vaya un percal!!
Como ves, un paseo muy diferente al de ayer...
Más besos!
ramiro
Yo siempre he utilizado lo de calandraca como si tuvieras piojos o algo parecido, no se de donde me viene, preguntaré a mi madre que es de donde me vienen todos los palabros.
EliminarBesitos y perdona el retraso, estamos en el Viriato y es un coñazo conectarse.
Un besito
Viriato
Descartadas las purgaciones, como se trata de sexo, entonces en lugar de pulgas -pulgaciones-, serán ladillas.
EliminarAde, geiá sou!
ramiro
Sí,sí, me gustó tu cuento; Los cuentos de putas dan para mucha literatura; yo, ya te imaginas, nunca fui. Pero me gustan las peripecias, Y sobre todo ahora, escuchando la procesiones que pasan bajo mi balcón con los cucuruchos tiesos.
ResponderEliminarUn bravo
Y un Oooopa! para tí, ¡cómo apuntas, pirátissa!. Tan cerca están las Carnes tolendas y el sexo (o el sex-t-o), de la cuaresma y la semana santa, que a algunos de estos peines los desvirgaron en viernes santo, y no es broma. Recordarás que con Franco todo cerraba ese día por ley, cines, teatros, discotecas, salas de fiesta, bailes..., por lo menos estos últimos. Y hablamos ya del 70 al 73, más o menos. A mí me sorprendió mucho cuando vi que no sólo pasaba en sitios pequeños, ¡también en Barcelona!, la calle y las cafeterías estaban a tope y se ligaba más que nunca esos días. ¡País de reprimidos y empalmaos!, asín nos maleducamos.
EliminarGiá sou!