La noite de Saturnino |
En realidad fueron dos sueños enlazados las noches del 28 y 29 de noviembre, festividades de san Eustaquio y san Saturnino, repectivamente. Empezaré por otro encuentro sorpresivo la noche del domingo.
No sé si el viernes o el sábado don Ramón del Valle hizo una aparición fugaz pero provechosa pues en diez minutos se bebió una botella de vino. Quería invitarme, con todas las formalidades a las que es tan adicto, a la celebración del santo de Saturno, su criado actual.
El domingo me recordó, mediante la voz de mi abuela Ana cantando el san Benitiño do ollo redondo, la cita del martes. Pero él no se presentó.
Sin embargo, después de haber conseguido adormecerme con la cercana y cálida voz de la abuela, sentí que me chistaban. Sospeché que era el viejo y no me moví.
Volvía de nuevo a Morfeo cuando escuché otra vez el chisteo.
Sin mucha fé seguí haciéndome el muerto. Pasaba bastante tiempo de una a otra llamada como para caer en cada ocasión en los dominios oníricos, pero esta vez no me quedó más opción que despertar porque sentía la respiración de Valle a un palmo de mi cara.
Casi me desmayo cuando abrí los ojos. ¡El conde de Romanones! Me miraba con fijeza y curiosidad alargando la más que voluntariosa barbilla y contándome los dientes, eso pensé de modo instantáneo, porque duermo con la boca abierta. A diez centímetros de distancia, ¡le olía el aliento a ajo, unto y berzas!
Emití, más que lancé, un grito de miedo ahogado que sonó como el estertor de un ahorcado, un sonido aterrador que aún me asustó más.
El conde se apartó y entonces comprendí el equívoco. Era Satur.
¡Qué pasa!, dije con la voz aún tomada por el temblor.
Nada, nada, perdone usted que lo asustara, dijo el gallego compungido.
Te pareces tanto a Romanones que pensé que me visitaba la Historia de España en persona.
Es don Ramón.
¿Qué tiene don Ramón?
Que me obliga a caracterizarme de personajes que le inspiran.
¿En serio?
Ya me disfrazó de padre Claret para "burlarse de todo el Camarillón Ecuménico", como dice él, y de general Narváez, el Espadón de Loja. Me llevó a Santiago y me hizo desfilar delante del obispo en misa de doce, en la catedral, con un yatagán al cinto que le trajo de Tetuán un proxeneta . ¡Todos se lo tragaron y el obispo casi me besa la mano!. Pero lo peor fue cuando me vistió de Isabel II, Isabelona como la chama. No podía pasar de día por Vilanova porque me moría de vergoña, con aquela pecheira por diante y dos almohadones en el culo...
Ya estaba totalmente despejado con el parloteo de Saturnino y me levanté.
Me esperaba en el pasillo. Le invité a pasar a la cocina. Contestó que no cuando le ofrecí un café o algo de beber, pero después, viéndome sacar la miel me preguntó si no tendría algo de aguardente.
Fue oportuno porque Valle Inclán me había bebido la última botella pero esta misma semana lo había traído de León, aunque el orujo era orensano.
¡Estupendo!, dijo el chepudo con el primer trago y de pronto se enderezó, metió la mano en la chaqueta, agarró la joroba y sacó un cojín que posó en una silla. Era un hombre alto y de complexión fuerte. Quedé perplejo.
Soy un actor galego amigo de don Ramón que sobrevive como puede. Él no siempre es tan generoso como presume, sobre todo porque está muy solo. Desconfía hasta de mín que soy su colega y aínda mais , ¡su enfermera!.
¿Está enfermo?
No, no, negó Satur ya totalmente transformado en otro hombre, relajado. Terminó de un trago el orujo. No mucho peor que ayer, dijo sonriendo.
Más rojo putero |
Es golosón Saturno, se comió dos cucharadas de miel y se sirvió otra copa. Carraspeó lavándose la garganta con un sorbo y siguió hablando.
Vengo a pedirle un favor.
Dime, y tutéame, ¿seremos de una edad, no?
Cincuenta y siete.
Del 54, como yo.
El caso es que mañana a las doce de la noite vendré a buscarle a Xufre por orden de don Ramón. Quiere celebrar mi santo y al parecer ya estuvo aquí para anunciárselo.
Así es, pero no sabía que vendrías tú a buscarme. Y pensaba que era el martes.
El martes también, pero lo que quiero hoy, además de darle el recado, es prevenirle contra las locuras del viejo.
¿Por?
No sé qué fantasías se ha fabricado que pretende terminar la fiesta en un puticlub.
¡¿Cómo?!
Dice que le gusta eso del rojo putero y que quiere conocer a las pupilas del Narizotas, que es como chama a un macarra de Vijo que se parece a Fernando VII, uno que estuvo en la legión, traficante de todo, que surte a don Ramón de haschís y alcohol.
Sí, algo de un legía ya le había oído.
Le ruego encarecidamente que no atienda las sugerencias de Valle y que trate de templarlo. Pasaremos la noche juntos y yo le ayudaré en ese menester. Y apuró la segunda copa.
¡Caramba, veo que eres un buen amigo del viejo y te preocupa!
La mitad de esas putas son yonkis y la otra mitad tiene gonorrea, y hasta ladillas.
De eso ya no hay.
¡¿Que no?!, ¡como elefantes!. Y se levantó.
No tuve ladillas para preguntarle si lo sabía por experiencia.
Recogió la chepa y añadió para despedirse, como advertencia, Tenga cuidado con el chibuquí de don Ramón, el Narizotas le pasó un chocolate que Valle dice que es kaschmir pero a mí me parece cecina de caballo. Está tan fuera de sí últimamente que no atina. Confío en usted. Gracias por todo.
Y se fue.
Yo volví a la cama.
Como suponía, es demasiado largo el relato completo de los sueños, que se prolongaron por dos noches y que me va a obligar a otra u otras dos entradas.¡Con las ganas que le tengo ya a ese coñac que Valle guarda en su bodega y, más que nada, al chibuquí del sultán!
Prou por esta noche, plegamos y arreando, que diría mi buen amigo.
Hasta mañana.
Ato Rao.
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