lunes, 10 de octubre de 2011

Vislumbres

Vi, como diría Patrick Leigh Fermor, varios sueños en Grecia, pero tienen componentes demasiado absurdos y difíciles de literaturizar y, más que nada, claves personales que me llevaría mucho tiempo y espacio explicar y no tienen tanto interés.

Esperaba poder conectar las fantasías oníricas anteriores a las vacaciones con esta forma tan sensorial de vivir los sueños en Grecia. No obstante, en contra de lo que aseguran algunos especialistas en hipnosis y ciertos mixtificadores, el sueño difícilmente puede ser domeñado y dirigido por la voluntad y, con más frecuencia, se muestra liberado de la consciencia, autónomo, como así demuestran muchos casos de sonambulismo. En las situaciones de preconsciencia o duermevela es más sencillo acceder a cierto control, quizás intenso, pero corto y limitado en mi caso. Ni la disposición natural ni el entrenamiento aseguran siempre el éxito.
Ahí reside, al margen de estos vislumbres, parte de la potencia del sueño, porque es un relato en marcha del que somos autores y/o protagonistas desconociendo el final de la historia, como la vida misma, vamos. Sólo que el fin de ésta no tiene despertar.

Después del conocido y breve encuentro con Valle-Inclán en Eubea por la luna llena, a mediados de agosto, en el que no llegamos a estar cara a cara ni a dirigirnos, por tanto, la palabra, no volví a verlo. Pero las dos últimas noches tuve sendos sueños, muy parecidos, que terminaban de la misma manera: alguien me llamaba por el nombre, que era lo único que oía bien, y me decía algo, primero susurrando, después a volumen normal y hasta alzando la voz al final.
Desperté las dos noches no asustado pero sí sobresaltado y acelerao, seguro de que mi compañera me había hablado. Pero ella dormía tan tranquila. El caso es que la voz no me parecía la suya y sentía que venía de algún lugar fuera del lecho, a mi lado.

Sólo se escuchaba el aullido del Meltemi.

Durante las cortas siestas de esos días soñé también, pero con la voz y la llamada, nada más. Sin embargo desperté la última siesta cuando, después de escuchar nítidamente mi nombre, creí oír la gaita de una muñeira y la voz de mi abuela cantando el "San Benitiño do Redondo". En la pared de la habitación, a oscuras, se reflejaba el dibujo de la puerta de la calle en un rayo de luz que entraba por la cerradura.


Eubea 2011

En los dos sueños nocturnos estaba en una cama durmiendo.
En el primero parecía que ésta se hallase sobre un puente, porque veía el agua de un río fluyendo abajo y la sombra de los arcos en ella.
En el segundo estaba a la orilla de un brazo de mar que me separaba de un pueblo en la costa de enfrente, muy próximo. Sentí que no sólo me llamaban, desperté porque dieron un tiron a la sábana.

Fuera seguía soplando el Meltemi.

Esa segunda noche reconocí la voz recordando la última imagen que me había quedado del sueño, Vilanova de Arousa. Alguien parecía agitar un bastón saludándome. Yo miraba desde a Illa y el fantasma de la voz era don Ramón, naturalmente. Al identificarlo recordé también lo que me decía:

"Lo espero en Galicia. ¡El legía me trajo un material explosivo y el chibuquí era de un Sultán!".

No he podido soñar después con Valle ni con Arousa, a pesar de que me atraía la posibilidad de fumar con él la sellada paz en la pipa de un Sultán...

Son relaciones y amistades inopinadas que me gustaría conservar, vaya. Se andará.

Felices sueños.

Vall do Mero.