jueves, 4 de abril de 2013

¡Mantecadas, hay mantecadas!


Pedromato   sobre el ábside de la Catedral de Astorga.
Por el este.  Julio 2011.

Sesión teosófica


Entrábamos en Astorga al amanecer. El de la grúa dejó el Mercedes a la puerta de un taller y nosotros nos dirigimos al centro caminando. Al pasar cerca de la catedral por una calle que rodea el ábside, Valle señaló a la estatua que lo corona y se puso a recitar una letrilla que yo no conocía y que luego dijo que era anónima, tal vez de los cantos del camino de los arrieros maragatos. A mí me recordaba las melopeas de los beduinos conduciendo sus caravanas de camellos, que en este caso serían mulas. Sólo me quedé con las primeras estrofas. Se titula...

Desde aquí arriba

Soy Pedromato
y llevo bragas
de maragato

Veo y acato
lo que tú hagas
y hasta si cagas
    detrás del mato... 

¡Como dios, omnipotencia indiferente o al revés indiferencia omnipotente!, ¿pero conocía usted a Pedro Mato?, le pregunté asombrado.
¡Yo tengo tratos con todos los trajinantes, caminantes y viajantes que en el mundo han sido y serán, pollo!, cantó don Ramón en tono severo clavándome los quevedos a un palmo de la cara.
¿Y tiene idea de quién era?
¡Naturalmente, la quintaesencia del arriero maragato convertido por obra y gracia del Cabildo en el abanderado de Clavijo!
¡¿Qué dice?!...
¡Lo que oye, pinzón!
Pero la batalla de Clavijo, si es que se dio, fue en el S. IX y a Pedromato lo colocaron en el pináculo a finales del XVIII.
¡Eh ahí el milagro! No me gusta el río revuelto, el Clero pescador lo enreda todo. El arriero maragato agarra el banderín de enganche en la fe de Cristo, ahora contra los revolucionarios volterianos que amenazaban al pueblo de Dios.
¡No me diga!
¡Le digo más! Fueron años de cosechas muy escasas y mucha hambruna. Entre el Cabildo y el Marquesado de Astorga, que se llevaban a matar, tenían al pueblo llano en un puño. Gracias a las importantes donaciones de algunos arrieros ricos y el esquilme al que se sometió al campesinado, con diezmos y primicias para la Iglesia y rentas de los Osorio, el Cabildo pudo costear sus jaspes catedralicios y el marqués sus francachelas aristocráticas. El obispo de entonces fue el promotor de la idea que, por cierto, también pagó el campesino, maragato y no maragato.
Pues la gente quiere a Pedromato...
¡La gente, la gente! ¡¿Quién es la gente, usted es gente, yo soy gente!? ¡Déjese de pamemas!
Se siente identificada con él...
¡Esos son costumbrismos burgueses románticos, mi querido pardal!.
¿Pero no era usted también de los Apostólicos Tradicionalistas, don Ramón?
¡Yo amo a los héroes del pueblo y a los hombres de honor, no a los clérigos villanos de la curia vaticanista y carcunda, cotorra!
Y eso ¿qué tiene que ver con Pedro Mato? Comprendo su reflexión histórica, pero no entiendo porqué no le gusta la figura, es casi un símbolo.
¡Por lo mismo que no me gustan los zuequiños de San Benitiño, carallo!

Todo este diálogo sucedía a espaldas del Narizotas, su lugarteniente y Sebito, que nos precedían admirando el cercano Palacio Episcopal del fantasioso Antoni Gaudí.
¡Estamos rodeados de Misterios!, dijo Valle mirándome por encima de sus lentes. ¡A la derecha la cripta funeraria de los marqueses de Astorga, a la izquierda las catacumbas de un iniciado, un Siervo de Dios!. ¡Esta noche habrá verbena!, añadió enigmático levantando el muñón.

No supe a qué se refería, aunque sospeché cualquier tangana.


Más tarde llamado  El Felón
Astorga apostólica, 2011

Delante de una loseta con una dedicatoria muy tosca en la fachada de una igliesuca, el manco llamó la atención del Narizotas, ¡Eh, Bogbón, aquí hablan de ti!, dijo guasón. El Legía se limitó a observar la leyenda y no contestó, hizo un gesto en el que la barbilla parecía tocar la punta de su nariz, ¡Virgen de la Sublime Hermosura, qué tipo más feo!

¡Ahí los tiene, sus compatriotas, sus paisanos acordándose del más amado, el deseado, en plena restauración absolutista, con las Cortes de Cádiz hechas unos zorros puestas de capirote!, puteó el viejo dirigiéndose a mí.
¡Éstos son de su partido, don Ramón!, dije con toda la mala leche de que fui capaz.

Menos mal que no llevaba la tranca ni el bastón, porque me hubiera atizado, el cabrito. Estaba tan indignado que no era capaz de articular. Por si las moscas yo había retrocedido un paso.

No se me sulfure, don Ramón, intenté calmarlo, ¡Déje que le explique!.
Por una vez no salió de su boca improperio alguno. Me miró muy serio e hizo un gesto torero como invitándome a rajar.

Verá -seguí-, esta capilla da también nombre a una Cofradía, la de La Vera Cruz. Un antepasado mío, arriero maragato, fue cofrade, y uno de sus nietos o biznietos, el llamado Pedro, establecido en San Justo, lo fue de la Cofradía hermana del mismo nombre en ese pueblo, en su fundación allá por 1829, siendo obispo Leonardo Santander y cura párroco Juan Mostaza.

¡Pedro Mato!, gritó Valle arrebatado. Yo continué.

No sé si cuadrarían las fechas, a Pedromato lo pusieron ahí en 1798, creo.
¡Cuadran!, afirmó el manco.
Como Pedro era dueño de una buena hacienda dotó a la Cofradía con su símbolo, una Santa Vera Cruz de madera, enorme, que preside las procesiones de la Semana Santa. Pero fue más allá como benefactor de la Iglesia: él costeó la imagen de Nuestro Padre Jesús con la cruz al hombro, la de la Soledad y su manto de pana fina, la imagen de Jesús que reposa muerto en la urna, la mitad de los cristales para esa hornacina y un cetro con la imagen de Nuestro Padre Jesús, entre otras cosas.

¡Pedro Mato!, cacareó de nuevo Valle. ¡Un banquero local del Cabildo, como el maragato Cordero de la Isabelona!
No se apellidaba Mato.
¡No sea panoli, el Mato es un apodo! ¡Y yo sé de qué hablo, jilguero!, añadió con aplomo.

Lo cierto es que, más adelante, toda esta banda de Apostólicos, o sus hijos, debió ser la que se conjuró en las tormentas del 68 y un grupo de esos exaltados ultras, capitaneado por un canónigo de la Catedral y profesor de Teología del Seminario Mayor, mató al alcalde constitucional de un pueblo cercano. ¡Seguían consignas carlistas, carcundas, don Ramón!
¡¿Adónde quiere llegar con toda esa exposición, boludo?!
No me atreví a seguir porque me miraba tan mal que pensé que me iba a arrancar los ojos.

Astorga es una ciudad pequeña y en un cuarto de hora la habíamos cruzado. En la casa donde nos dirigió Valle, que fue antigua posada, vivía una viuda, su hija con síndrome de Down y un tío cura ya jubilado con problemas de Alzheimer. Teníamos las camas preparadas en habitaciones individuales muy limpias, pero tan austeras que más parecían celdas de monjes. Por todo mobiliario una silla, y el crucifijo en la cabecera del lecho. De hecho la pensión había sido en tiempos hospedaje de seminaristas, curas o algún canónigo soltero...

Estábamos todos muy cansados, ni yo pensaba en comer, pero la viuda tenía preparados unos reconfortantes desayunos. Dimos cuenta de todo ello, incluidos el famosísimo chocolate de la ciudad, los crujientes churros y, por descontado, las mantecadas. ¿Cómo se había enterado de que nos presentaríamos allí aquella mañana? Nuestro paso por Astorga había sido fruto de un incidente imprevisto. A los teléfonos del Legía y su compinche les faltaba carga o cobertura, nadie pudo avisarla.

¡Son comunicaciones de un orden superior a las que no alcanzan oídos legos!, sentenció el de Vilanova misterioso cuando lo interrogué.

Nos acostamos con la intención de descansar tres o cuatro horas, hasta las doce más o menos. Comeríamos todos juntos y luego el Legía y Porfirio se acercarían hasta León a controlar sus negocios. Al día siguiente nos recogerían de vuelta a Vilanova. Don Ramón tenía el máximo interés en pasar esa noche en Astúrica Augusta, como le gustaba nombrarla de cuando en cuando.
Sin embargo hasta las dos de las tarde nadie rebulló en aquella casa.


El Caminante de Rosendo García Ramos  Sendo, saliendo del albergue de peregrinos pobres.
Astorga  2011

Por fin pudimos ducharnos después de rodar por docenas de carreteras e infames tugurios. ¿Cuántos días habían pasado desde que salimos del Constantinopla? Tuve la sensación de que llevaba soñando una semana cuando la viuda me despertó. Don Ramón y el Narizotas esperaban en el recibidor. El Mercedes estaba aparcado a la puerta.
Fuimos a comer al corazón de Maragatería, en Castrillo, a Ca Cuca La Vaina, un típico cocido de la tierra. ¡Mortal!.
Camino de León nos dejaron otra vez en Astorga y los jaques arrancaron, derrapando con la máquina. Empezaba la sesión de tarde.

Aprovechamos para hacer las visitas turísticas obligadas a los monumentos de la ciudad. Estuvimos en las murallas, en la Ergástula y en las cloacas  romanas, en el Palacio de Gaudí y el Museo de los Caminos, así como en el Catedralicio.
La Catedral era la atracción favorita del viejo manco, y no precisamente Pedro Mato. Conocía detalles que ni yo, que soy hijo de la tierra, recordaba. En una columna nos mostró una leyenda latina que decía, "Este pilar está cimentado sobre un pozo de agua", y en otra, "Este pilar está cimentado sobre vino et passo", ¿qué significa?, ¡parece un chiste!.

Pero lo que más llamaba la atención de Valle eran las tallas de figuras demoníacas y gárgolas que adornaban la sillería del Coro.
En el Presbiterio, después de admirar el retablo de Becerra, se quedó mirando al suelo un rato, como hipnotizado. Al cabo, le dio una de sus tarantelas repentinas y nos indicó que fuéramos saliendo.

Volvimos a la pensión, donde nos esperaba la patrona con algo de cecina para empezar, y unos callos y mollejas que ya nos acabaron de rematar. En la sobremesa don Ramón nos puso en antecedentes. La viuda era también una medium de fiar, muy conocida en los ambientes espiritistas y esta noche asistiríamos a una sesión en la Cripta de los Osorio. Él mismo oficiaría de Maestro. Me temí lo peor, pero callé la boca.
Cuando entró con unas natillas de postre, el manco, dirigiéndose a ella, inquirió, ¿Está avisado el chupacirios?. Asintió la mujer. Sebito la miraba con la boca abierta como si fuera una fenómena. La viuda sonreía, bondadosa.

Y empezó la sesión de noche. Hacía frío y no vimos un alma por las calles. Las cosas que pasaron no son para contadas aquí, como diría el de Arousa en su giro gallego. Sólo indicaré cuatro detalles, obligado como estoy por el secreto iniciático a no revelar más. Y ya es mucho.

Para empezar nos abrió la pequeña entrada disimulada en un rincón de la verja del atrio, un hombre que yo conocía desde niño y que de adolescentes nos enseñaba la catedral a mis amigos y a mí, en las horas en las que pirábamos clase en el instituto. Nos daba galletas y copitas de vino dulce. Era niñón y un buen paisano.
Se llamaba Emilio y era el pertiguero de la iglesia, algo menos y algo más que un sacristán. Además de ejercer de monaguillo, se encargaba de apagar las velas -con la pértiga- después de los oficios diarios, y de cerrar la Casa de Dios. Lo extraño de que Emilio nos abriera era que llevaba por lo menos veinte años muerto.

No pude contestar, de la rigidez que tenía, cuando el pertiguero me reconoció y sonrió, guiñando un ojo cómplice como solía hacer en vida. ¿Estaba entre vivos o entre fantasmas?

Entramos en la catedral por la puerta del sur y a la cripta por una trampilla en el presbiterio, bajando por unos empinados escalones. Había barrillo en el suelo del sepulcro y Sebito, que estaba mudo y más asustado que yo, resbaló y dio una culada. Una corriente de aire apagó las velas con las que nos alumbrábamos. Yo pensé en Emilio, al que notaba respirar fatigado detrás de mí, siempre llevaba cerillas...

Estanislao Patacón, tuercebotas, zahorí.

Moncho Alpuente y los Kwai.    Ese cura.

http://www.youtube.com/watch?v=-LLE6cwgPYY

Salud