viernes, 4 de noviembre de 2011

La parea de Agioi Apostoloi



La parea, los amigos

Agioi Apostoloi, Eubea.
Grecia, agosto 2011 

Sólo hice esta y es muy mala, y aún peor la del Maquis. Pero me voy a atrever a ponerla por las razones que explicaré a continuación.
Normalmente siento  cierto rubor al fotografiar personas, aunque este año hice más de la cuenta, algunas también en Atenas, pero de la familia y amigas de María, para nosotros. Por eso en el blog casi no hay.
Los grupos ya es otro cantar pero tampoco me siento cómodo. Y desde luego aún me gusta menos señalar, nombrando, a quien aparece si no cuento con su consentimiento. Y no cuento. Por eso me limitaré a hablar de ellos y a decir sus nombres.

Es un tributo que les debo porque entre todos me hicieron sentir que estaba en mi pueblo. Nos acogieron desde el primer día como amigos.

Es la primera taberna que hay llegando a la explanada del puerto de Agioi Apostoloi (Santos Apóstoles), Limani Petrión, Puerto de Petriés, a la derecha.

Y aquí viene la segunda razón de colgarla. El miércoles Yiannis Tzakós, el fotógrafo de Halkida del que os hablé y que figura entre nuestros favoritos,  me tenía preparada una sorpresa que me dejó pétrinos, de piedra.
¡Resulta que es de Petriés! Me dice que Agioi Apostoloi se llamaba antiguamente Kato Petriés, el Bajo Petriés. Y me envía algunas fotos de las playas de su pueblo, al lado de donde pasamos ya 50 días. Los que habremos sido vecinos sin saberlo.
Este año estuvimos a punto de subir a Petriés a una actuación de rebétiko, no recuerdo quién, pero a última hora no se nos arregló. No tenemos coche allí y moverse puede resultar muy complicado.

Kato Petriés. De hecho el año pasado cuando llamábamos al Capi del Teach desde allí indicándole el lugar donde nos habíamos instalado, no lo encontraba en las cartas por Agioi Apostoloi, sino por Limani Petrión.

Y bien. Vamos con la parea. No están todos en la foto pero  nombraré también a los ausentes

El bar lo llevan Stavrula y Spiros que nos invitaron a comer más de una vez a su mesa. Spiros trabaja la parrilla, pesca, prepara las salazones, atiende la terraza a ratos, y hace las labores que exigen desplazarse en coche, compras e intendencia en Aliveri y otras más pesadas propias del paisano. Es un hombre cabal, emotivo y cariñoso.
Me enseñó cómo prepara unas sardeles, o unos gavros, tipo anchoas en aceite, que cuando las metías en la boca de tan buenas te apetecía comerte también la lengua.
Stavrula no para, como todas las mujeros, y no creo que se me enfade la parea ni Spiros por decirlo, todos sabemos que son el alma del mundo, sin ellas se iba todo al carajo en cuatro días. Hombre, nosotros no es que lo hagamos mal, pero la callada y eficiente mano femenina siempre está presente.
Por allí corretea también  con sus vehículos el pequeño Spiros, el nieto.

Mitsos, que trabaja en la taberna, es de Psará, una isla piquiñina  de unos 100 habitantes al oeste de Jíos (Xios, Chios), en la que pasamos diez días inolvidables. No tiene turismo y hace 20 años menos. Cuando le dijimos que la conocíamos y también al señor Papas, en cuya casa estuvimos, y que ya murió según nos dijo, fue él quien quedó pétrino. Mitsos fue también la primera persona con la que hablamos, cuando recalamos el año pasado a Agioi Apostoloi viniendo de Kimi, al preguntarle por habitaciones para alquilar. Otra casualidad.

Robert es un muniqués que lleva 30 años viniendo a Grecia, a Eubea y está acondicionando una casa en el pueblo para quedarse definitivamente.
Este verano construía la escalera y llegaba todos los días hecho polvo del curro. Parece joven pero tiene ya un montón de nietos. Estaba solo este verano y pasé muy buenos ratos con él y con Spiros en el rincón de la parrilla.
No es el alemán prototípico del turismo masivo que conocemos los del sur, sino un tipo cariñosón como Spiros, no me extraña que sean amigos, callado, risueño, con cierta sorna incluso, pacífico y observador. Tremendamente humilde, es decir el modelo romántico de germano que más nos gusta. No carente de pasión, que se manifiesta, inequívoca, en su apego a Grecia.
En casa hace de albañil aunque no es su profesión y en el bar echa una mano siempre que se necesita, y aunque no se necesite, es de esas personas animosas y serviciales que siempre están dispuestas a ayudar.

A Kostas lo conocimos el año pasado en una circunstancia que merece la pena contarse. Esperábamos que nos sirvieran unas giropitas, ese pan plano enrollado que los turcos llaman pide, kebap, pero que a nosotros nos gusta más en Grecia, con carne y algunas verduras. Veíamos que todo el mundo se colaba pero porque los de aquel bar nos tomaron por albaneses o búlgaros y no nos hacían ni caso. Era un sitio pequeño con un calor horrible y somos cuatro, ocupábamos la tercera parte del local, se nos veía bien.
Cuando quisieron colar también a Kostas él, que había visto la escena como todos, no quiso, se plantó y dijo que nos sirvieran a nosotros que estábamos delante.
Era la primera vez que nos veíamos pero ya no se me despintó su cara y cuando nos encontrábamos lo saludaba con todo el respeto que él nos había demostrado a nosotros. Este año renovamos la amistad.

Hemos sufrido episodios racistas semejantes en todos los países por los que pasamos y comprendemos a quienes, en el nuestro, también los padecen.
Somos pequeñucos y morenos de ojos oscuros, si fuéramos altosrubiosdeojosazules tendríamos menos problemas en ese terreno, asi suele ser en todas partes. La cosa mavra, negra, la rechazamos de mano, los mitos funcionan.

Yo tengo por costumbre, maldad obliga, cuando veo según qué paños decir que soy albanés o turko, así ya no hay equívocos y me curo en salud... .
Dispongo de toda una batería de respuestas y recursos desconcertantes  ensayados que han demostrado su eficacia y provocado la hilaridad de quien pudo disfrutarlos.
Este mismo verano, en la playa, cuando guardaba el sitio a mi familia y a un matrimonio mayor natural de Constantinopla, debajo de una sabina, se me acerca un paisano que me había estado observando, malencarado, al que no conocía de nada y sin mediar palabra, un hola o buenos días, me suelta con malos modos,
Apo pu isse?, ¿De dónde eres?,
Apo tin Senegalía, le dije.
Apo pu?, ¿De dónde?. Kai egó, y yo,
Apo tin Senegalía, ¡kai ejo mia polla san ena sandía!,  De Senegal-ía y tengo una polla como una sandía. La polla y la sandía se le escapaban. Se separó mirándome como a un fenómeno, ¡un senegalés blanco debajo de una sabina, horror, que cosas raras se ven hoy día!.

A Panayotis, que vive en Halkida como Yiannis, como Zanasis  o Nikos el de Aliveri, lo conocimos también el año pasado escuchando un concierto de Contratempo, un grupo joven que tocó en la playa y que había traído el hijo de Stavrula y Spiros.
Este año ya pudimos beber con él alguna cerveza más. Nos quería llevar a su casa pero como no pudimos ir por diversas razones, el último día estaba en lo de Spiros para sentarse con nosotros e invitarnos a esa última comida.
Tiene también un montón de nietos y sobre todo el pequeño de tres años es un motorín que no hay quien lo pare, un polvorín de lo más gracioso.

Nikos y su hijo venden pescado por los pueblos con dos furgones. Tras los recorridos de la mañana y el curro de la tarde hacen una parada para beberse un usaki que, como me decían todos a media voz o en voz alta, es más barato y coloca más. En esas estamos todos. Para coger un puntín necesitas cuatro cevezas ó 3/4 de vino, un poco más barato. Pero por la mitad del precio te bebes un par de usos, rakís, tzípuros, tzikudiás o lo que caiga, todos de la graduación de nuestro orujo, y el proletariat lleva las bujías un poco engrasadas. El contante escasea, no es noticia.
Acabarán por alimentarnos sólo con alcohol de quemar y algo que pillemos por ahí. 
Nos conocimos en el concierto de Eleni Legaki porque se le acabó el tabaco y le ofrecí hacerle un cigarro del mío de liar. A partir de ahí nos veíamos casi todos los días y nos sentábamos a charlar y a beber.

Kostas, Jristos, Dimitris, Stavros, Nikos, Panayotis  -los nombres se repiten como aquí-, Giannis, Barbayiannis y otros Barbas, nuestros abuelos allí, que  nos paraban por la calle para saludarnos, no como algo formulario sino preguntando con cariño qué tal íbamos, si nos gustaba el pueblo, o a qué playa habíamos ido ayer porque era mejor la otra, o nos aconsejaban no comer gavros hoy porque no estaban en sazón... . Me emociono, esto no tiene precio, ¡cómo no querer a Grecia!.

El día antes del regreso, cuando yo empezaba a empapuchar cada vez que me preguntaban cuándo nos íbamos, y a pingar el lagrimón alguna otra en presencia de todos estos valientes, ta palikaria, conocí a un hombre, Stavros, que había pasado dos años en Gijón trabajando para una empresa de cordelería.
Fue graciosísimo porque todavía recordaba los "Sí, ho...", "Ye que...", "Qué guapu ye...!, etc.,  y decía que amaba a España, que conocía, y sobre todo a Asturias y estaba deseando volver. Aunque  yo no sea asturiano de nacimiento, enaguaba en bable y babeaba en castellán. Yo le hablé de su país con  tanta pasión como él a mí del mío.

Sé que olvido todavía algunos nombres, pero pocos. Y sobre todo no los olvido a ellos que es lo importante.

Esto ha sido un nuevo homenaje a Grecia, a Eubea y a Petriés, Ano y Kato, Agioi Apostoli y, antes que nada, porque los últimos son los primeros, a esas personas que fueron mis amigos durante un mes, que lo siguen siendo. Y a Giannis Tzakós que con su sorpresa me dio el último motivo para no retrasar más lo que ya debería haber escrito hace un mes como poco.

Geia sas, filioi mas!

Geia sou Spiro, meraklí, geia Robert, levendi mou!

Ramiro Rodríguez Prada.


P.D. ¡Y las abuelas!? Como tomaba un baño muchos días nada más amanecer, allí estaba la media docena de abuelas que iban también a esa hora. Si fallaba  un día y me encontraban en la calle se interesaban por mi estado de salud. Este año fui menos porque estábamos más lejos, pero ya me conocen y me saludan.
Me rodean y me preguntan por mi esposa y mis hijos cuando nos bañamos. Están flotando en una zona que cubre pero casi no se mueven, sólo asoman las cabezas con los gorros del baño. Se me acercan a medio metro con toda confianza y hablamos de cosas de casa, la comida de hoy, la salud, la familia... . Es algo único.