sábado, 12 de mayo de 2012

En el nido de la blasensis


Dúo "Los del huerto".
El nido del verderón. Morales 2011.

En Morales del Arcediano ensaya el dúo de kurrukas pardas músicas del mundo con acompañamiento de trinos, arrullos, gorgeos y demás canticios pajariles.
Mientras su compañera la Kurruca hortensis o Centenalis pone la voz, la pende-reta o las cascañuelas, la Karduélis kloris, multiinstrumentista del soplo, no del sople pues he dicho que es abstemia, ataca la filar-mómica, la frauta o el saxo, a discreción.
Tamizan la luz de las ventanas visillos y cortinas que la madre de la Blasensis confecciona con el arte del que siempre hicieron gala las maragatas en materia de cosidos, bordados, ganchillos, puntillas, bolillos y demás hilaturas o labores de mesa camilla en general.

El pasado otoño visitando las murias maragatas pasé una tarde muy entretenida en el nido de mi prima, porque creo haber dicho ya que somos parientes por parte de padre y compartimos el primer apellido, Carduélis, o Karduélis según escriben los amigos del exotismo. Un nido cálido y acogedor donde hice un montón de fotografías, algunas de las cuales he ido colgando aquí en distintos capítulos.

Hoy quería volver a recordar a esta curruca que no sólo me abrió las puertas de su casa desde que éramos unos pajarines, también me facilitó la entrada a su corazón maragato, como yo a él al mío, y la de su patria chica que, desde entonces, no conozco sólo de visita.
Además, fue mi introductor en el Clero Pardo Maragato (Cepeme), un coro de aves canoras con el que ensayo de Pascuas a Ramos para las fiestas patronales de cuatro comunas, jipis y anarcoides, que sestean en otros tantos pueblos fantasmas de la Alta Maragatería.

Triana. El patio (1975). "Sé de un lugar".


Hablando de colgaos, y se ha de leer esa palabra desde la benevolencia y la complicidad, recuerdo otra visita que le hice allá en los años de la unión de centro democrático, la UCD transicional, ¿o gobernaba ya Zelipe?, en la que salimos a pasear por el campo con la intención de picotear algunas semillas y, si acaso, algún insecto bocatto di cardinale, pero sobre todo para dar un garbeo aéreo, charlar y solazarnos.

Era una preciosa tarde de verano, caliente pero sin agobios. La tierra seca, los olores de los tomillos, los colores austeros de una atmósfera limpia y azul, de una flora y un campo humildes, o los vivísimos de los insectos iluminados por el sol declinante, nos tenían pasmados, la verdad.
La charla discurría por vericuetos sobre la soledad, la pobreza y la hermosura de esa tierra casi desconocida para nosotros, por mucho que presumiéramos de ser hijos suyos.

No sé si fueron las semillas, los coleópteros, los afanípteros o los heterodópteros, insectos no ortodoxos y muy peligrosos que frecuentan la belladona y otras solanáceas, pero el hecho es que poco a poco empezamos a entrar en un paisaje ignoto, en una Maragatería mágica por lo maravillosa.
Nunca, hasta entonces, nos habíamos parado a mirar de verdad el mundo que nos rodeaba. No éramos conscientes de la belleza que encerraba. Las florecillas silvestres, el piar de otros pajarines, la sombra de las encinas, la nitidez del horizonte...

Cualquier zagalejo pastoreando sus ovejas hubiera dicho que esa tarde vio a la Santísima Virgen de los Remedios recostada a la sombra de una encina, o a Dios mismo ardiendo sobre unas zarzas. Nosotros, por suerte, ya nos habíamos curado de esos espantos sobrenaturales. Los dos pasamos antes por los curas y allí tuvimos unas Visiones de la Hoostiaaah!, y en verso. Perdón por el inciso. Prosigamos.

Pasamos horas en aquella contemplación extasiada, "fachinaos, oyesss", mientras dejábamos escapar a la hermana mariposa, a la hermana mosca azul, al hermano saltamontes y hasta a la hermana liebre que también nos saltó en una loma desde su cama junto a una fragante mata de tomillo.

Volvimos a casa en silencio místico cuando se ponía el sol sangrando los tejados y las piedras de Morales y en el cercano horizonte un rebaño regresaba entre una nube de polvo dorado.

Apenas hablamos en esas horas, nos mirábamos para encontrar en el otro la mesura que parecía faltarnos, y la confirmación de que los dos veíamos lo mismo, que no mediaba alucinación.

Fue un volido especioso e inolvidable. Creo que la curruca blasensis es un poco más prima mía desde entonces, aunque estemos lejos y ya no traguemos mosquitos seguimos siendo compinches.

Bajo el puente de hierro sobre el Turienzo.
Morales del Arcediano, otoño 2011.

Y esto es todo por hoy, queridas kurrukas y demás pájaros.

¡Abrid bien los ojos, criaturas, vosotras también sois ese mundo fantástico y, sin embargo, real como ninguno!

Cuando a tantas personas les falta lo fundamental para subsistir no está de más volver un poco los ojos a la tierra, a lo que nos hace y nos rodea, incluídos los seres más cercanos, desde luego, y reparar en ese espectáculo contínuo de la vida, que no exige pagar entrada. Si buscar trabajo nos deja espacio y humor para ello. Y si no... también!

Triana. El patio (75). "El lago".


¡Salud y feliz fin de semana!

Cannavina Carduelis, pardilla común, rebétissa, psilicosa.