lunes, 15 de julio de 2013

Marcha atrás. Mirada retrospectiva


Bueeeno..., alguna vez sí.

Mirada retrospectiva


Cuando mediada la mañana salimos hacia Asturias en el Mercedes blanco del Legía por la carretera nacional del Puerto de Pajares, a las afueras ya de León y a la altura del antiguo sanatorio Antituberculoso, tuve la viva impresión de estar metido en una de aquellas novelitas de Valle-Inclán que no tenían final, o lo tenían inesperado, abrupto y sin solución a la vista, como un desenlace provisional, con una acción y un ritmo que parecían retroceder en lugar de avanzar, y cuyos títulos hacían referencia a escenarios que los lectores nunca llegábamos a ver, y ni siquiera los protagonistas, abandonados en geografías desconocidas, en cunetas y terrenos embarrados, montañas y bosques sombríos, a menudo hostiles, de Galicia o el País Vasco...

Conducía Porfirio y de copiloto viajaba esta vez su jefe, el Narizotas. Don Ramón ocupaba un asiento junto a Eusebio, que seguía en el centro roncando cual era su costumbre. El manco quiso sentarse junto a su criado para velar por él, según dijo.
La noche precedente en León había sido toda una odisea. La resumiré para no empezar ya alargando el escrito.

Yo quise despedirme hasta el día siguiente porque tenía amigos en la ciudad y pensaba hacerles una visita, pero el manco me agarró por un brazo y me dice, ¡Quieto, fiera, que aún has de oficiar de monago esta tarde y noche!.

No sirvieron peros, imposible negarle un capricho al viejo loco cuando lo manifestaba con esa vehemencia tan suya.
Sebito seguía con la cabeza gacha, enfurruñado todavía por el veto venéreo de su amo en La Bañeza. El manco lo miraba de reojo por encima de los quevedos y va y le suelta, ¡Déixa alá os conios, carallo!

El plan de don Ramón, sin más explicación, era pasar por el cementerio y después por la Catedral. Pero antes nos tomamos un pequeño refrigerio de morcilla de Matachana y chorizo de la tierra en el apartamento de la portuguesa de Coimbra y el minero de Laciana, que controlaban a las chicas del dúplex. El Narizotas y su compinche tenían una cita con un par de políticos con los que cenarían esa noche.

Don Ramón iba casi trotando camino de un cementerio que yo no conocía, era tarde y no hacía calor. El viejo nos apuraba porque quizás temía que la Catedral ya estuviera cerrada a la vuelta. O eso pensé yo, no hay quién le saque clavo y no nos informó de nada.
Llegamos con la lengua fuera a una zona esquinada del camposanto con pequeñas lápidas en el suelo, sin nombres, sólo con algún signo o leyenda. Se repetían las circunstancias de Ponferrada y también el rito que siguió.

Frente a una lápida de blanca caliza se detuvo el de Vilanova muy ceremonioso. Nos indicó con un gesto que ocupáramos nuestros puestos y se quitó la boina de Baroja que llevaba esa tarde. Y de pronto lo veo sacar de debajo del levitón una paletilla acecinada de cabra que dejó con delicadeza femenil sobre la piedra. A duras penas aguanté la risa, porque además el manco me lanzaba miradas atravesadas sobre sus lentes, como el cura que pilló al monguillo cascándosela durante la consagración.

No se me olvidó la leyenda grabada en aquella lápida:

Más chivó el chivo
y más no digo
que diga el chivo

¿Dónde se había agenciado la cecina de chivo, el castrón?. A eso se negó a responder, pero supuse que la traía ya desde Astorga, o incluso del Bierzo. Estuvimos juntos casi todo el tiempo excepto algunas horas nocturnas en esos lugares, ¡porque no creo que se la dieran en el Constantinopla!.

Nos fuimos con noche cerrada, aunque tal vez no serían más allá de las ocho de la tarde. Nos llevaba afogaos el viejo, camino de la verja de salida, hasta que en un momento dejé de sentir las pisadas de Sebio detrás de min, mientras por delante veía que se perdían en la oscuridad los botines de don Ramón...

(continuará)

Torcuato Fernández Parranda, salmista, chiflador.


Cherry Poppin 'Daddies.   Brown Derby Jump.



Buenas noches.