martes, 13 de marzo de 2012

Sombras en la nieve -6


Peine de la luz (Otro Chillida).
Asturias, invierno 2012.

El libro

(Odio este libro que cargo encima. Me ha perseguido como una mala sombra la vida entera. Estaba en casa de mis padres y recuerdo vagamente a mi madre leyéndonos algunas páginas, un pasaje, ciertos cuentos en él recogidos, o a mi padre citándolo. Fue el regalo de mi padrino cuando hice la primera comunión. Es la obrita de un autor famoso, un clásico. No faltó en la escuela ni en el instituto, donde nos lo leían o aconsejaban su lectura. Haciendo sexto de bachiller compré la última edición de entonces e intenté leerlo varias veces. No podía pasar del segundo o tercer capítulo. Siempre fui buen lector y volví a intentarlo en otras ocasiones. Al fin, aburrido y vencido, lo extravié. Cuando mi novia me regaló una edición facsimil con las lujosas ilustraciones originales, me deshice en elogios hacia aquella excelsa obra de arte, tan unida a mi vida, sensible y delicada como el aleteo de las pestañas de mi enamorada. En fin. Me puse a ello de nuevo. Esta vez conseguí leer el pie de las viñetas, hasta la última eso sí, pero me dormía sin remedio mediando el tercer capítulo. Después de ímprobos esfuerzos seguidos de otros tantos fracasos, hice cuanto pude por perderlo y lo logré. Todo el resto de mi vida se puede resumir en el esfuerzo de enajenar uno tras otro los ejemplares que iban llegando a mis manos, las decenas, los centenares, los miles de volúmenes del mismo título y autor, con que, a lo largo de mis muchos años de vida, me han obsequiado parientes, amigos y conocidos, entre los que incluyo ediciones especiales conmemorativas de empresas, ayuntamientos, autonomías, antiguos alumnos, editoriales, asociaciones lectoras, amigos de los libros, librerías varias y un interminable etcétera. Cuando los recibía renovaba los buenos propósitos de terminarlo de una vez. Imposible. Nunca lo haré. El último ejemplar me lo trajo un colega que me vino a ver al hospital hará un par de días, cuando yo estaba más pallá que pacá. Él no conocía la gravedad de mi estado, le hice un gesto con las cejas y dejó el libro sobre la mesita. Aquel era ya mi último lecho. El de la muerte. Algún gracioso, pensando quizá en un acto piadoso y hasta poético, lo introdujo en el féretro antes de cerrarlo, colocado a la altura del corazón, bien sujeto por el rigor mortis del brazo izquierdo, pero olvidó meter también las gafas, lástima, ¡ahora que tenía toda la muerte por delante!)

Ramiro Rodríguez Prada
Oviedo, 2007. 

Asturias, invierno 2012

Pesadillas gallegas


Ya sabéis que me encargo de la limpieza, intendencia y cocina de la casa, y que prácticamente hago vida en esta última habitación, recluído por voluntad propia para evacuar malos humos que nadie tiene porqué respirar, y menos que nadie las inocentes criaturas. Bien.

Después de comer vuelvo a quedar solo, pero no me lanzo a fregar los cacharros inmediatamente porque me gusta tomarme un descanso que necesito y creo merecer. No suelo dormir la siesta salvo algún día de verano, pero como soy de poco comer tampoco tengo problemas con la digestión y a la hora me siento ya ligero de equipaje de nuevo.
En ese tiempo de sobremesa echo unos pitos y acostumbro a buscar alguna foto para las historias siguientes, una labor bastante descansada, porque las conozco de memoria de hacerlas y de pasarlas una y otra vez, lo que ya no me exige apenas esfuerzo ni demasiada atención.

Como acostumbramos a comer muy tarde y tengo a un superlento en la mesa, algunos días, entre pitos y flutas, no me pongo a fregar hasta las seis o las siete.

Hoy, después de dar vueltas a los albunes durante dos horas, se me mezclaban las imágenes y no sabía ya ni en qué lugar ni en qué año vivía. Así que me pareció un buen momento para dejarlo y ponerme a la tarea. Sin embargo me gusta premiarme con algún pequeño incentivo, dependiendo del día un culín de coñac o de orujo, el café me despeja demasiado y esto se añade a los problemas que ya tengo con el sueño, así que lo trato de evitar, salvo el griego, más ligero.

Me metí un lingotazo de un berciano que me pasó la curruca Blasensis cuando trabajaba en aquellas tierras  y que tendrá 18 ó 20 años, como sus hijos. Me fui al fregadero como si me hubieran llenado el depósito de carburante para misiles. En un quítame pallá esas payas tenía los cacharros relucientes en el secadero. Si acerco el aliento los seco en un ay!.
Con el mismo motorín de aguardiente pasé el estropajo a la cocina, los ojos me hacían chirivitas con los visos de las gotas de aceite que iba arrastrando en la limpieza.

Estaba ya en el fregadero rematando la faena, lo había repasado bien, sólo me faltaba abrir el grifo para arrastrar el jabón, retorcer y aclarar la balleta y el estropajo y listo, cuando vi salir por el agujero del desagüe la cabeza reducida de Rouco Varela. ¡No me lo podía creer, con tiara y ropaje de primado y todo!


Asturias, febrero 2012

Quedé absolutamente anonadado, con la boca abierta, no sabía qué pensar. Lo primero que me vino a la cabeza fue una frase común, que me dicen y me repito yo mismo algunas veces, ¡Joder, Ramirín, que mal estás!
Después ya pensé que algo debía de tener el orujo para provocar alucinaciones tan chungas. Poco a poco el gallego fue surgiendo del agujero, hasta sacar los brazos y medio cuerpo. El Varela llevaba las manos unidas en santa oración y me miraba con cara de cordero degollao, que ya es mérito para un rostro tan tosco, primitivo y canino como el suyo, pero no abría la mui.

Me insolenté un poco ante aquella intromisión intolerable en mi intimidad y aquella falta de elegancia en las maneras, emergiendo así de un desagüe, y le espeté mirando desde arriba, ¡Qué, qué pasa!
¡Ay, madre!. Cambió de cara, la puso fosca, metió la mano en el agujero y sacó el báculo. ¡Me dio un baculazo en medio de la frente que me dejó un cardenal más grande que él! Agarré el cepillo de fregar y le hubiera aplastado la tiara en la cabeza si no se hubiera escondido con la presteza de una cucaracha rapera.
Cogí el desatascador para ver si lo sacaba otra vez y podía cascarle un cepillazo, pero no hubo manera.

Fui al congelador, donde suelo guardar la botella con la que vivo el romance del momento, la miré por fuera y por dentro, la olí, pero no encontré nada extraño. Había estado bebiendo de ella la última semana y ya sólo quedaba un culo, algún día le metí caña de alma y no noté nada especial aparte del calentón. Aproveché que la tenía fuera y entre las manos para darle otro buen meneo.

Volví al fregadero y estaba mirando fíjamente el agujero, chocado todavía, y más en la frente, cuando veo asomar otra vez la cabeza. Como tenía más cerca el desatascador le metí con él, cuando escuché una voz melíflua que gritaba, ¡Sschantiago y cierra Esschpaña, a mí la legión!, ¡¡No era Rouco, era el Rajoy!!.
Demasiao pal body, trón, los dos gallegos más cutres del momento en mi cocina. Me santigüé por si acaso, pensando, Esto nun ye normal, estoy muy jodido del alerón, y veía de reojo, porque me había retirado un poco entre asombrado y precavido, cómo Mari ano sacaba el corpiño por el desagüe y detrás de él empezaban a subir legionarios, desfilando al paso de la oca con el himno nacional de fondo, versión floreada,  precedidos por la cabra que fue la primera que salió.

Iba ya a vaciar la botella de salfumán en el fregadero para darle de beber a Satanás, pues cosa suya parecía, cuando me llamó la morena de mi copla porque el mi Dimitraki esperaba con un canto bizantino para introducir el sermón de los ejercicios de Filokalia que nos dirige semanalmente.

Después de la meditación hesikástika en la que tuve que pasar por la vergüenza de enseñar un ombligo con borras y pelusillas que no me había dado tiempo a sacudir, regresé a la cocina y me acerqué al fregadero con aprensión.
El monje de Karúlia había obrado el milagro conjurando el peligro, sólo alcancé a ver ya la punta del rabo de la cabra, que desaparecía por el agujero redondo del desagüe.


Skylorómiros Mavropradakos  

Psarandonis,  Δεν παίζω πέτρα σε δεντρό.

Asturias 2012

Música

"Donde hay música no puede haber cosa mala"

(El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. 2ª Parte. Cap. 84. Miguel de Cervantes)


Había discutido con mi hijo mayor y le había afeado el modo despreciativo con que me trataba, muy propio por otra parte de la adolescencia que vive. No siempre acierto a llegarle como quisiera y con más frecuencia doy en agua, que corre. Pero alguna tecla debí tocar esta vez porque, aunque no se disculpó ni siquiera contestó, se quedó pensativo los minutos siguientes.

Se fue a su habitación y al poco le oí tocar al piano una pieza lenta y triste, donde creí escuchar una pesadumbre y una especie de disculpa. De todos modos yo ya lo había dejado correr, no es difícil si miramos en nuestra propia adolescencia o incluso en nuestra inseguridad actual.

Algunos minutos después le pregunté qué tema era aquel que había tocado momentos antes porque me había gustado y no lo conocía, pero no me lo dijo, creo que aparentó que no sabía a cuál me refería... 

Ramiro. Oviedo, 2007

Franz Shumann. Piano, Christoph  Eschenbach.  Traumerei.

http://www.youtube.com/watch?v=6o6YHXnxVVs


Salud, Ygeía.