jueves, 17 de noviembre de 2011

San Benitiño do ollo redondo



Asturias, otoño 2011


Primero escuché sonido de gaitas, después otra vez a mi abuela cantando el san Benitiño do ollo redondo. Pero no me quería dar por aludido, estaba roto. Había recaído en el resfriado, complicado ahora con una bronquitis y una tos cavernosa que apenas me dejó dormir dos o tres horas cada noche y que me asustaba, y asusta,  incluso a mí que llevo años arrastrando esta psilicosis tosiendo todo lo tosible.

Pero don Ramón sabía bien qué aliados buscar para sacarme de la cama. Conocía mi apego a la abuela que me cantaba la canción desde que era un bebé. Con el runrún del estribillo en la cabeza y su voz cristalina, aguda y limpia, de timbre gallego sería ya imposible volver a conciliar el sueño.

Si vas a San Benitiño
non vaias a o de Paredes
qu´e moito mais milagreiro
San Benitiño de Lérez

Abrí el ollo y ahí estaba el amigo, de pie, con la boina de Baroja y la capa oscura de outras noites. Los quevedos eran nuevos o había sustituido el cristal roto en el tugurio del Bene. Me miraba fijamente sabiendo el efecto que sus ojos inteligentes y burlones causaba, no sólo en mí sino en cualquiera que fuera objeto de su atención.

¿¡Qué pasa?!, le dije un poco desabridamente.
Pero no abrió la boca, metió la mano debajo de la capa y sacó una bota de vino.
Me dió la risa y la tos y me levanté con muy poco ánimo.

Era mi casa pero al entrar en la cocina no la reconocí, estábamos en otro lugar. Volví a la habitación pero ya no era mi cama y mi compañera no dormía en ella, lógicamente. Estaba sin deshacer.

Veo que está desubicado, me dice cuando volví.
Sí, pero sobre todo lo que estoy es hecho unos zorros, don Ramón. Creo que no escogió un buen día para venir a buscarme.
No escogí yo el día, él me eligió a mí, contestó, y me pasó la bota.

Yo ya empezaba a estar habituado a esas frases a las que después, si se le preguntaba por su significado no solía responder, así que me callé  y bebí.
Como  desayuno el vino de la bota no era lo mejor, un tinto de la tierra pero poco afinado y muy ácido para mi gusto. Volví a toser y él se levantó de la silla donde estaba para darme unas palmadas amistosas y de ayuda en la espalda. Como otra noche en que me había aplicado la misma medicina se  calmó la tos.
Beba otro trago ahora, que le sabrá mejor o viño, me animó.
Era cierto, tanto es así que le pregunté, ¿me cambió la bota eh truhán?.
Me miró con intención, como dispuesto a dar una explicación, pero calló.
¿Adónde ha pensado ir esta noche?, si es que tiene algún plan...
Teño, dijo por toda respuesta y salió de la cocina con su conocida prisa.
Le seguí y noté que cojeaba un poco. Llevaba otra vez aquellos botines toscos que debió coserle algún zapatero de la zona.

Salimos a la calle. Solo reconocí a illa de Arousa por la luz de las farolas, aunque esta vez no habíamos desembocado en Xufre sino en el otro puerto.
Había un sol en el medio día como el de la última noche que nos vimos en que acabó lloviendo a jarraos. Calentaba además como en el Ecuador.
Las calles estaban solitarias. Caminaba un paso por delante de mí a un ritmo endiablado. Y sí cojeaba visiblemente.

¿Qué planes tiene, don Ramón?
¡Qué planes, qué planes!, me dice girándose pero sin dejar el paso ligero, ¡Qué han de ser sino los que no pudimos llevar a cabo la otra noite por la  soberana de Saturno!, y levantó el bastón como amenazando al aire en el que se hubiera escondido el jorobado.
¿Qué fue del criado?
Nos aguarda en Xufre, junto al pino.
No, no, quería decir que si ya le enderezó la chepa.
Ése lo único que tiene dereito é o carallo. Soy hombre de prontos, se la hubiera rectificado si lo engacho en lo del Benedicto, pero depois no alimento rencores.
Pues tenía entendido..., pero no me dejó terminar.
¡Qué?! Se paró y me dirigió una mirada desafiante como diciendo, ¡Cuidado con lo que vas a decir?, pero no me enseñó el bastón al que yo ya vigilaba por si acaso.
Cuentan que tuvo malquerencias duraderas hacia algunos colegas del teatro.
¡Paparruchas!, y echó a caminar sin más.

Salimos por fin a Xufre y subiendo la cuesta hacia el pino me agarró del brazo.
Parece que cojea mucho hoy, don Ramón, ¿tiene reuma en la pierna?.
Son estos botines que me cosió un remendón de Vilagarcía. ¡Feitos a medida dos pes!, decía el muy borracho. Dos pes sí, pero zurdos, cuando los calzo non séi cuál es de cada pie. Uno lo tenía medio desecho de un cartuchazo en una cacería con Richi. Pero los botines me estropearon el otro.
¿Richi?
Baroja.
¡Ah, ya!
No se puede tratar con borrachuzos.
¿Estaba atufao don Ricardo?
No el borracho era yo, se me disparó la escopeta, me refería al zapatero de Vilagarcía, que nunca hizo nada como conviene sino como con vino.

Chegamos al pino y enseguida vimos a Saturnino que nos hacía señas desde la barca, amarrada en el acantilado próximo. Vi que Valle no hacía caso al jorobeta y se quedaba encandilado mirando las luces de A Pobra.
Don Ramón, llamó Satur. Pero el viejo ya no recibía. No me había soltado el brazo y me apretaba con una fuerza inverosimil para una persona de su delgadez, como de costumbre.
El corcobado dió una voz más fuerte pensando que quizás no lo habíamos visto entre las sombras del pino,  los acantilados y la escuridad de la noite. Aunque el sol seguía luciendo en mitad del cielo y no se había movido de ahí ni una micra.

Pero Valle no oía. Entonces Saturno con una voz que a mí me sonó a la de su amo, aprendida tal vez de él, le gritó, ¡Tejerina!.
Don Ramón saltó como si le hubieran clavado un punzón en el culo, ¡¿Quién va?!, dijo con un tono idéntico al de su criado.
Se nos hace tarde y la mar no está católica, señor, contestó Saturnino.
El sol se puso de pronto, no supe por dónde ni cómo, y noté la brisa fría del nordeste.
¡Ya va, ya va!, ¿vienes sereno, o anduviste trasteándome la bodega?

El jorobado no respondió, ayudó a don Ramón a subir y me pidió que soltara el cabo antes de embarcar.
Saturno remaba con una energía extraordinaria para un hombre contrahecho y de baja estatura como era. Ví que dirigía la proa hacia la Pobra y pensé que tal vez iríamos allí, pero poco antes de llegar al centro de la ría giró a estribor y enfiló en dirección a las luces que se veían al este, de los caseríos de Vilanova y Vilagarcía.
¡Bravo, Nelson!, bromeó Valle, ¡Así se rema, almirante!

El manco me alcanzó la bota  de la que ya quedaba muy poco que tentar. Mojé apenas el gaznate y se la devolví. Él mandó parar a Saturno y se la pasó. El barquero bebió un trago corto para dejarle algo a su amo que había clavado los quevedos en la bota cuando el criado la levantó.
Valle la cogió mirando con buenos ojos a Satur y al vaciarla le pidió unas mantas para taparnos, porque la brisa era ya un viento frío que enlentecía la marcha y a mí me sentaba como un tiro. Había empezado un rato antes a toser y el vino me calmó algo.

Estábamos como a media milla de las primeras luces de Vilanova, pero avanzábamos muy despacio porque nos entraba el nordeste casi de frente y la atmósfera limpia vibraba, acercando o alejando en apariencia las luces, por momentos.
Me deslicé un poco en el fondo del bote intentando evitar el aire que me entraba helado en la boca cuando respiraba. Don Ramón había puesto su manta por encima de la boina y parecía un fantasma oscuro, un búho con gafas. Saturno remaba con el mismo vigor que al principio pero parecíamos parados. Yo  estaba molido y sin fuerzas. Me dolía el pecho y la garganta, tal vez tuviera fiebre porque me daban escalofríos a pesar de que la manta me calentaba y ya no tosía.

Oí que Valle hablaba algo con su criado pero no entendí lo que dijeron. Después dirigiéndose a mí en voz baja me dice,  Duerma si quiere, no se preocupe, tengo en Vilanova una medicina que cura todos los males, es una panacea que me trae un legía de Vijo que está en Sidi Ifni.
Estaba tan hecho polvo que ni siquiera esbocé una sonrisa.
Escuché al jorobado cantando por lo bajini el estribillo de San Benitiño:

San Benitiño do ollo redondo
hei de ir alá, miña nai, se non morro
e hei de levar una bota de viño
y una bola de pan para o camiño  

Me dormí.

Celifes fueños.

Fritiño e Moito Cascadiño.