lunes, 3 de febrero de 2014

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Malas compañías



Salí a tirar la basura



ad maiore Dei gloriam, que es como decir que realizo mi humilde y callada labor consciente de que se trata de algo necesario e ineludible que, de soslayarse, convertiría nuestro hogar dulce hogar en un pozo de mierda. Hasta ahí llega mi sentido ético, lo que no excluye ni el ateísmo ni el anticlericalismo. Pero parece que existiera una conjura para hacerme dudar de lo que llamaría pensamiento libre o, si queréis, no sometido al dictado de las doctrinas. A la conjura podemos llamarla también casualidad, si tomamos la vía escéptica, que es a la que me inclino con más frecuencia. El hecho es que cuando llegué a los cubos vi que bajaba un cura por la acera. No lo hubiera sabido de no ser por la sotana, lo que ya me indicaba que el mosén era de gustos preconciliares. ¡Buenas noches!, cantó el tordo al pasar con voz argentina y deje porteño, cuando yo ya me volvía para regresar a casa. ¡Serán para usted!, contesté, sólo por joder y llevarle la contraria. El cura frenó y esperó a que lo alcanzara. Era un jovenzuelo lampiño veinte años más joven que yo. Hijo mío, disculpas, no quería molestarle, sólo era una cortesía, dijo con cara de arrepentimiento refalso. Empezó mal, ¡Ni hijo suyo ni hostias, y métase sus cortesías por el culo! ¡La Compañía de Jesús!, ¿No será jesuita?, le pregunté, iluminado de pronto por el lema sobre el que venía reflexionando cuando salí a la calle. Se le encendió el rostro y se le pusieron los ujitos brujos, ¿¡Cómo lo ha sabido!?... . Ya me importaba tres cojones que se llamara Francisco, Javier o Ignacio y lo dejé con la palabra en la boca.



Alfredo Le Pera, letra. Carlos Gardel, música y voz.   Cuesta abajo.






Salud y felices pesadillas



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