sábado, 23 de junio de 2012

Don Ramón con su garrote


El sacacorchos de la bodega.

Siempre me desbarata los planes cuando aparece este viejo chocho de Arousa. Me desmonta el tinglado de los números, trastoca el orden necesario para el trabajo, pero sobre todo altera mi ritmo de sueño y cada encuentro con él supone dos días de recuperación en los que ando arrastrado, precisamente ahora que la falta de tiempo me supera.

Anoche estaba tan fatigado que me dormí nada más acostarme, sólo recuerdo haber puesto las gafas sobre la mesita y guardar después el brazo. Bueno, eso y lo que pasó después.

¡Alce el busto, turiferario, que esta noche toca loa!

Me dio tanta rabia que me despertara y verlo a los pies de la cama sacudiendo el garrote que le dije, ¡Váyase ao carayo!, y me tapé la cabeza con la sábana.
¡Asome el morro, canario, que le afilo el pico y la melodía con esta varita!, rugió como una fiera.

Saqué la cabeza y con cara de mosqueo evidente le dije que me dejara dormir. Él movía la tranca en el aire y me miraba burlón. Una sombra oscureció la luz del dintel de la puerta y me volví. Era Sebito que la tapaba con su corpachón y tenía que agachar la cabeza para entrar. Pero se quedó allí agarrado a los marcos sonriendo con cara de niño.

¡Vamos levante, carayo, que no tenemos toda la noche y las ánimas no acostumbramos a esperar!.
No voy a ninguna parte, don Ramón, dije convencido.

Su primera reacción fue darme con el palo pero se tuvo mirándome con ferocidad y dice al fin muy solemne,

Esta es una noche especial, amigo. Aquí empezó nuestra relación. Si bien es cierto que en un principio se debió a una errata imperdonable -y remarcó cada sílaba al tiempo que me amenazaba de nuevo con el garrote- por su parte, también es verdad que se ha mostrado usted como un seguidor fiel, por lo que decidí indultarlo. Pero hice más que eso, lo he tomado de la mano como a un hijo, le ha dado a beber los mejores destilados de la Península, de la Ría y de las Américas, he compartido con usted mi mesa y mi chibuquí..., aquí paró el discurso y volvió a tremolar la tranca sobre mi cabeza..., A propósito ¿ya escribió el capítulo que sigue a la noche de su gran borrachera de haschís, pollo?.
Pero no esperó a que le contestara y siguió,

Debe usted valorar como un raro honor nuestras visitas, querido amigo, no es un privilegio que se le conceda a primer plumilla que aparece por estos lares. Considere que serían miles los postulantes a ocupar su puesto, estamos muy solicitados, de manera que no se haga de rogar y... ¡Vístase o le envizco a Usebio!, gritó de pronto a cara perro.
¡Don Ramón, por favor, baje la voz que mi mujer...!, ¡¿Qué mujer nin qué cornos?!, me cortó él.

Miré al lado y no había nadie, tampoco reconocí la habitación pero el Eusebio seguía tapando la puerta y mirándome con cara de pitorreo, muy dispuesto a entrar en acción a un gesto de su amo. El fantasma seguía con el garrote en ristre.

Me levanté y me vestí observado por los dos zombis, mientras Valle entonaba por lo bajini una copla sobre el conde de Romanones. ¿Adónde quiere ir a estas horas?, pregunté con voz cansada, más por cubrir el expediente que por curiosidad.
No nos alejaremos mucho, dijo en una de sus típicas respuestas gallegas elusivas.
Deme una pista, insistí.
Es preciso completar su formación en vericuetos y gatopardos, canuto. ¡Arreando! Y arrancó dando un saltín hacia delante.
¡Pero hombre sea usted algo más explícito!


Como rabos de rata, el azote de Arousa.

Levantará acta de una reunión muy importante que se celebra esta noche, me informó cuando ya salíamos a la calle, ¡Mañana quiero ver la crónica publicada en su página!, añadió el corajudo manco.
¡Es imposible, don Ramón, no me dará tiempo!...
¡Tararíiií!.
... Si paso la noche en danza mañana no estaré presentable.
¡Dúchese! Y dígame, pollo, ¿cuál es el verdadero nombre de ese amigo suyo a quien llaman El Capi, ese bravo lobo de mar con el que navegamos la otra noche?
Alberto.
¡Dele un fuerte abrazo de mi parte!¡Debería pensar también que hoy es un día para tributar un justo homenaje a su amigo, puesto que fue él quien lo puso en mi camino! Y he aquí otra de las razones por las que esta noche me acerqué a su lecho, gazapo. ¡No era el deseo de sexo!, remató ya en el colmo del esperpento poniendo cara de putón.

Extrañamente Eusebio no le reía las gracias al maestro en esta ocasión, parecía más aplomado que en encuentros anteriores, quizá había ligado por fin con la su Jaki, pero no me apetecía preguntárselo.

Aún hice otro intento de disuadirlo de sus propósitos, por lo menos de que me excluyera a mí de la parranda por esta noche.
Don Ramón, yo no estoy para vainas, llevo varios días sin descansar bien y...
¡La culpa la tiene ese granuja de Romanones, que tiene al país embobado como un encantador de serpientes!
¡Don Ramón, que ahora gobierna Rajoy, otro gallego como usted!
¡Rajonones o Romajoy, que importa el nombre si er bicho es el mismo, al fin cebola!

Imposible la coherencia con él, sólo la suya.

Me dejé arrastrar desganado entre los dos hombres y otra vez perdido. Sebio me echaba mano por detrás de vez en cuando y casi me alzaba en vilo con la ayuda. Don Ramón volvía a lucir su aspecto más estrambótico con un sombrero de copa que le daba la apariencia de un pope griego.
Por lo demás vestía muy elegante aquella noche, con un frac del siglo pasado ya raído y con coderas.
El Sebito, llevaba un traje azul claro de rayas dos tallas más pequeña que la suya, pajarita rojo amapola, zapatos y bombín del mismo color. Parecía el oso Yogui vestido por Ágata Ruiz de la Putada.

Desde luego íbamos a algún lugar de postín porque estaban los dos como pinceles. Pero no me sonaba nada del lugar, una calle de una ciudad desconocida, los pocos letreros que podía vislumbrar me parecían escritos en un idioma extranjero. No pasaban coches ni nos cruzábamos con nadie.

Después de una buena caminata en la noche que ya empezaba a cansarme, Valle se detuvo junto a la puerta de lo que parecía un bar cerrado. Picó y enseguida nos abrieron.

Allí estaban todos los zombis reunidos. Van Gogh, Gila, Saturnino, El Narizotas,... ¡y hasta el Benedicto con un par de socios tan patibularios como él, con cara de arzobispos!.
Tenía a Sebito detrás de mí pero me di la vuelta y me escurrí como un gato de las zarpas del gigante.
Dejé de correr al poco, no me llega el resuello más allá de veinte o treinta metros, pero me protegía la oscuridad, antes de tomar una callejuela lateral miré al fondo de la calle, ahí seguía Don Ramón voceando y blandiendo el garrote. ¡No podría aguantar vivo una noche con toda aquella santa compaña!

En la primera obra que encontré me metí, me tumbé sobre unos cartones y me dormí al instante.
Smash. 'El garrotín'.


Salud y felices pesadillas.

Ramiro.