viernes, 25 de mayo de 2012

Puertas carretales -2


San Justo de la Vega. León 2011.

Sindo

A Gumersindo lo atartalló el carro contra el marco del portón siendo un guaje de pocos años, le enganchó la cabeza cuando daban un poco marcha atrás para dejarlo estacionado antes de soltar al caballo. Le afeitó una oreja pero pudo haberlo matado.

Era la tartana del abuelo, un carruaje con toldo como los de las películas del oeste a las que mis padres nos llevaban desde que éramos bebés. Los niños no pagaban, aunque el cine estaba a tope entonces y no teníamos derecho a asiento, así que veíamos las películas sentados en las rodillas de mis padres, ora en unas ora en otras. La entrada de General costaba tres pesetas, siempre los domingos. Era el único lujo que se permitían en toda la semana.

Sindo era un año mayor que mi padre y quizá el más pacífico de todos los hermanos, tímido y pronto a la risa, tenía sin embargo un genio de mil demonios cuando se enfadaba. Eran famosos en la familia sus berrinches porque también era dueño de la voz más potente y sonora, y templada, educada en lo musical. A pesar de la falta de un pabellón auricular que sin duda ha de ser un hándicap para un cantante que no sólo necesita voz, también oído.
Sin caer en el error de confundir oído con oreja, ésta también cuenta, es parte del aparato. Un pequeño receptor y amplificador externo. A Stan Laurel, El Flaco, le temblaban las orejas cuando se ponía a llorar como un niño, se volvía encantadoramente horrible, y viceversa. Hay gente capaz de dirigir ese apéndice hacia el origen del sonido como los radares.

Esta idea me trajo a la memoria una escena que no sé si he contado aquí ya. La vivió y escribió el argentino de La Rioja Daniel Moyano, profesor en el Conservatorio de la capital de esa provincia, antes del exilio.
Cuenta Daniel que viajando por los pueblos de La Rioja con la Orquesta del Conservatorio, que acercaban a la gente que no podía disfrutar de ese placer por cientos de razones, la primera las distancias, recalaron en un típico pueblo con soportales en la plaza, llena de sillas para el público que asistía al concierto.

El lugar era el centro de la comarca y a él se habían desplazado muchas personas para disfrutar del excepcional evento, incluso de lugares muy alejados, hablamos de dimensiones argentinas. El único transporte eran las caballerías.

San Justo. León 2011.

Los forasteros habían atado sus monturas a las columnas de los soportales, un poco protegidas. Había una larga fila de mulas, que eran las más utilizadas por sufridas, casi clónicas, alineadas a un lado de la plaza.

Se inició el concierto y enseguida las mulas tomaron nota. Cada vez que la Orquesta atacaba un acorde un poco disonante, una nota especialmente aguda o baja, las cabezas y sobre todo las orejas de las mulas reaccionaban como un conjunto bien ensayado. Ahora alzaban al compás una o las dos orejas, azotaban los rabos, torcían y agachaban las cabezas sacudiéndolas a coro, o las giraban hacia los músicos al unísono como sorprendidas, con las orejas tiesas. El corifeo.

Sindo fue el séptimo de los once hijos que tuvo mi abuela Carmen. Él decía que era el más feo de la familia y la verdad es que no mentía, guapo, lo que se dice guapo no era. Aparte de la pequeña arruga, un muñonín alrededor de un agujero, que eso era su otrora oreja, tenía la nariz aplastada y torcida,  como un boxeador, y un poco partida de un accidente posterior al de la oreja. Era chaparro y sólido, al contrario que la mayoría de los hermanos, altos y delgados hasta bien entrada la madurez. Menos uno, Andrés, al que llamaban Gordito, el que se quedó trabado en el butrón de la tapia cuando fueron a robar chorizos. Pero éste era alto también.

En los años cuarenta, haciendo el servicio militar cogió la tuberculosis y cuando mi padre empezaba su mili a él lo licenciaron antes de terminarla, por la enfermedad. No había cura entonces para ella, y era contagiosa, los tuberculosos eran apestados.
Un año después se le unió mi padre. Juntos pasaron cinco años enfermos. Se curaron con tratamientos naturistas, antes de la comercialización de la Penicilina que empezaba por esos años. Fue el hermano al que más unido estuvo siempre mi padre.

Fueron los portones los que me lo trajeron a la memoria, cogido por la oreja. Hablé de su timidez y creo que fue debida a ese rasgo, esa falta en su anatomía, más que la fealdad, lo que lo acomplejó un poco, porque tenía criterio y carácter que se avienen mal con la poquedad. Tuvo pocas novias y quedó soltero. Sin embargo, además de risueño,  era simpático, burlón incluso y amigo de la escatología, otro rasgo familiar.

San Justo de la Uve. León 2011.

Mi tío Sindo era matarife y carnicero. Había comprado la casa del cura en un pueblo minero del Alto Bierzo y allí, en las estancias de la beatífica Rectoral, tenía el rebaño de cabras, el matadero, el secadero de pieles y el almacén.
Mataba sólo los animales justos que podía sacar, cuya carne vendía por los pueblos, por encargo y haciendo arriería local con un caballo y dos alforjas hasta los años 80, siempre carne muy fresca, de uno o dos días, porque todavía a las aldeas más aisladas no habían llegado las cámaras frigoríficas.

Allí, en aquella santa casa, en una dependencia con el techo muy bajo, colgaba los animales recién matados para desollarlos. Las patas delanteras y las cabezas, las lenguas, rozaban el suelo.
Pero no tengo intención de hacer gore, otro día trataré el tema con más tiempo porque hoy no tocaba. En cualquier caso nunca ha sido mi intención herir la sensibilidad de nadie por pintar escenas sangrientas y dolorosas, ni hacer publicidad de la alimentación carnívora o de la tortura.

Es un hecho que el hombre es un mamífero omnívoro por mucha santidad y trascendencia que se arrogue. Se puede matar de muchas maneras pero la muerte nunca es agradable si no es buscada, y ni aún así. El éxito de la supervivencia de muchas especies como la nuestra se ha basado en gran medida en un aporte regular de proteínas de origen animal y esto en el curso de una evolución de milenios. ¿Que sea posible una alimentación exclusivamente vegetal para la mayoría de la población humana?. Puede ser, pero los hábitos alimentarios no se cambian de la noche a la mañana, no en el plano social y mucho menos en el de la especie. Tampoco por decreto. Sólo el hambre y la necesidad obligan a cambios drásticos, que suelen ser locales y temporales, y en todo caso no obedecen a un salto de mentalidad sino a una alteración en las condiciones del nicho ecológico.

Pero es deseable que el hombre sea piadoso con todos los seres, empezando por sus semejantes. Creo que estamos lejos de alcanzar esa armonía querida o soñada.

De momento me quedo con Sindo, que mataba toros, bueyes, vacas, terneros, cerdos, ovejas, cabras, corderos y cabritos, además de algunos otros animales menores y sin embargo era un buen paisano, querido por sus vecinos, que no hizo daño al prójimo, con un trabajo humilde y muy duro que le daba para vivir y para de contar.
Aunque vaya trajeado y no se manche las manos de sangre, cualquier banquero medio mata diez mil veces más seres vivos que él. Y puede ser vegetariano, o no. 

José Luis Moreno-Ruiz - Incinerador


Salud y buen día.

Lactuca Magra.