domingo, 21 de abril de 2013

Sandokán


Mercado de los martes
Astorga,   2012

Sandokán


Sandokán fue el apodo que le pusieron en el pueblo porque todas las titis le iban detrás con las bragas en la mano, ¡Sandokán, Sandokán, queremos un hijo tuyo! Por aquella época se había dejado una barba puntiaguda de chivo, imitando al actor barbudo que interpretaba a ese personaje en una famosa serie de televisión, y parecía un moro de la morería.

Sandalio, que así se llamaba el interfecto, era un torero, un don Juan, lo que se dice todo un seductor. ¡No sé qué les daba, el hecho es que triunfaba! Empezó a trabajar de muy joven, de fontanero, pero no de grandes instalaciones sino de pequeños arreglos y otras chapuzas. Bueno y curioso en lo suyo, nunca le faltó trabajo. Era pequeño y se metía bien debajo de los fregaderos.

Nada más cumplir los 18, sacó el carnet de conducir y se compró un R-8 rojo flamante, ¡no veas cómo fardaba el tío!

A Sandokán le gustaban todas las mujeres, bajas, flacas, gordas, jóvenes y viejas, casadas, solteras y viudas, planas, tetudas, guapas, feas, buenas chicas y malas pécoras, pero su debilidad eran las altas. Se pirraba por las tías que le sacaban la cabeza, yo creo que se sentía crecer él mismo en compañía de aquellas larguiruchas. Que muchas no lo eran tanto, aunque sí para su estatura, claro.
Es fácil de comprender el porqué de esta predilección, pues Sandalio no pasaba del metro cuarenta, eso contando los tacones y el tupé de rocker que siempre llevaba.

El R-8 lo tenía tuneao  hasta las orejas: antena telescópica y parabólica de adelante atrás, cubiertas anchas, separadores en las ruedas, llantas cromadas, cinta adhesiva blanca recorriendo como una cenefa los laterales del vehículo, parasoles en el parabrisas y protectores contra el agua en las ventanillas, faros antiniebla con fundas blancas, dos retrovisores exteriores modelo Rally... .

En el interior los detalles eran incontables: volante forrado de cuero, retrovisor panorámico con cristales antideslumbrantes, radio-casete encastrado en un mueble de madera hecho a medida entre los asientos delanteros, con espacio para los casetes y sonido cuadrafónico a través de cuatro altavoces, asientos con fundas imitación piel de leopardo, luces varias para uso de los ocupantes, etc. Y un montón de muñecos y alamares colgando del retrovisor, de las viseras del parabrisas en los asientos delanteros -cuyos espejos habían sido sustituidos por otros de mayor tamaño-, en los mandos de las intermitencias y de las luces, o colgando de ventosas en todos los cristales. Y, por supuesto, un dálmata en miniatura con Párkinson, echado en la bandeja posterior moviendo la cabeza sin parar.

¡Qué sé yo la cantidad de chavalas que pasarían por aquella discoteca ambulante! Porque era de los que van dando la nota con la música a tope y las ventanillas bajadas. Todo el mundo sabía que venía, un kilómetro antes de que llegara al pueblo.
He dicho chavalas, pero también muchas veteranas que incluso le doblaban la edad. Llegó un momento en que no daba a basto y se atoró. Prometía ya lo que no podía cumplir y una mujer despechada es un enemigo serio. En ese momento se cruzó en su vida una patilarga que le sacaba medio metro, y ennoviaron. Cuando bailaban agarrao, Sandalio se abrazaba a la barriga de la chica y la oreja le quedaba a la altura del ombligo de la giganta. Ella se doblaba sobre él y parecía Drácula chupándole la yugular.

Cuando pasaban con el coche, sólo se la veía a ella, que casi rozaba con la cabeza el techo del R-8. Conduciendo parecía que iba un niño que apenas alcanzara al volante, y eso que tenía la banqueta del asiento en el punto más alto y ponía tres cojines bajo el culo.

Decía antes que el despecho es peligroso. Un día Sandalio apareció muerto en el interior de su R-8, en un claro entre encinas en un monte cercano, un lugar en donde él se jactaba de haber desvirgado a unas cuantas vicetiples.
La policía sospechó del marido de una lobona y el hombre pasó dos días arrestado por orden judicial. Pero lo soltaron cuando finalmente se demostró su inocencia y se supo que su mujer había roto con Sandokán hacía dos años. ¡El tipo era un bendito que ni sabía el zorrón que tenía de compañera!

Todas las sospechas recayeron en tres vestales, solteras añosas con fama de ninfómanas, que habían tenido trato carnal con Sandalio en su juventud. Ahora eran inseparables y parecían vivir exclusivamente para afear la conducta licenciosa del moro, mientras ellas llevaban años sin comerse un rosco. Nada pudo demostrarse, sin embargo, y el crimen quedó sin esclarecer.

El fin del pobre Sandokán fue terrible y noticia de alcance nacional. En el pueblo nadie ha podido olvidarlo. Lo habían decapitado y colgado la cabeza del retrovisor interior. Estaba totalmente desmembrado, con una pierna en cada asiento trasero y los brazos en los delanteros. El tronco, dividido en varios pedazos, lo intentaron quemar en una hoguera en el exterior, con leña de encina. Le habían cortado el sexo y los testículos, que colgaban ahora en la cabeza del dálmata.


Ramiro Rodríguez Prada


Offenbach.   Orphee aux enfers. Orfeo en los infiernos.



Salud