sábado, 23 de julio de 2011

El Philippéion de Olympía


Filippéion de Olimpia

Peloponeso
Grecia 2009

Algunas piedras sueltas...

Miguel Gila

¿Qué pintaba allí Gila?
Lo entenderéis enseguida,  pero alguno ya  se coscó primero, lo sé. Antes de nada debo retractarme de un desafortunado comentario que inserté ayer en Desde la popa ( 06-07-2011. Kiparisi a Pylos), en el que prometía cortarle los huevos al informador del Capi del  Teach sobre  las ruinas de Olimpia, que lo hacía en unos términos inaceptables, ´algunas piedras sueltas`, no para el deportista que no soy, pues ya sabréis que toy psilicoso perdío, pero sí para el devoto del Hermes que vive y reina en Olimpia, en  amor y compañía de otros inmortales no menos poderosos.

Tengo que retractarme yo en lugar de Alberto, como le pedía, porque esta noche se llegó a mí don Miguel, el de la boina, y me dice, pero a cierta distancia, que yo reculaba temeroso viendo la cara mala hostia que tenía, ¿¡cómo es posible tanta inquina en un zombi de su retranca y a quien tanto admiro?!, pues va y me suelta,  ¿A quién decías que le ibas a cortar los huevos?,  y fruncía el ceño mirándome torvo.
Ya no esperé mais porque llevaba el garrote en la mano y la boina ladeada que no le había visto nunca y me dió muy mala espina. Eché a correr. Vi que Gila enfilaba detrás y, a poucos pasos de él venía también, cómo no, el simpar don Ramón, que sigue necio y entocinao en la persecución y parece rejuvenecido, tal vez al encontrar a otro colega  que le sigue el rollo, tan chinao como él, por más pachorro y tranquilón que parezca  Miguelín en la vida real.

La pregunta a contestar es, ¿ fue Gila el informador desconocido del Capi?
¡Qué par de turriones, manúla mú!, no Alberto y Gila, sino éste y el otro...

Salud.

Barbarómiros.

Complicaciones

He vuelto a complicarme la via de mala manera. Os cuento.
Los sabuesos habían abandonado a la presa. Era, como sospechaba, una falsa tregua. Pero ayer, en un descanso de la kilométrica y aburrida persecución, don Vicente alzó la mano libre, en la otra seguía empuñando la barbera con la que, sospecho, se cortó la oreja, y con la que me amenazaba todas las noches profiriendo horrendos alaridos,  señalando mis pudendas.
Como no estaba seguro de sus intenciones eché a correr nada más que se puso a caminar.

Don Ramón, sentado nuna pedra se reponía de las fatigas y parecía absorto en cómo a lúa iba saíndo e o sol se iba deitando, aunque era noche cerrada sen lúa. Podía ver las barbas blancas del galego y su flaca silueta agarrando el bastón, enhiesto, entre as pernas.
Despois de una corta carrera me detuve porque don Vicente Van lo había hecho también y, sin dejar de mostrarme la palma  abierta de su mano libre en señal de paz, posó la navaja en el suelo.

Zamora 2006

Entonces me acerqué a una distancia prudencial y con todos los sentidos alerta. En un chapurriao de francés meridional y el duro holandés de sus orígenes, que no sé porqué me sonaba al azote del mistral sobre lozanas y cimbreantes mieses rubias, me vino a dicir que, no sólo renunciaba a seguir detrás de min, además quería entablar relaciones amistosas, intimar.
Esta declaración me causó cierta zozobra, ¿a qué se refería exactamente?, pero dejémoslo aquí.... Para demostrar sus rectas intenciones se agachó, recogió la barbera, la cerró y me la lanzó. La cogí e instintivamente la guardé en el bolsillo.

Como no las tenía todas conmigo y adivinaba no muy lejos el perfil de don Ramón con el bastón entre las rodillas, que no se había movido de la pedra y parecía la escueta  figura de un pastor guardando el rebaño nuna escura noite de lobos, esperaba dispuesto al escape.

No dejaba de observar también al pelirrojo, que se había ido acercando poco a poco y ya podía ver sus cejas tiesas y el pelopicho, cortado tal vez por la navaja que yo había metido en el bolso, porque se le veían escaleras, calvas y mataduras por todo su benemérito cabezón.
Seguía parloteando el mix lingüistico pero en tono normal, pausado, pues nos hallábamos, frente a frente, a no más de dos metros. La verdad es que el prubín tenía más cara de atormentado que de fiero asesino y me dió pena.

Me acerqué y le tendí la mano. Me la estrechó con calor y timidez a un tiempo y creo que ¡intentó sonreír!, ese hombre apasionado y triste, ese alma cándida sabía sonreír aunque, se ve que poco acostumbrado, esbozó una mueca acartonada en lugar de una sonrisa. ¡En ese momento le hubiera dado un abrazo!, pero me quedaban reparos, me venían imáges fugaces de su acoso con la barbera y un escalofrío me recorría el espinazo.
Le dije que estaba cansado, a él se le veía también muy fatigado, que nos despidiéramos hasta otro día, Hasta otra noche, dijo él, y volvió sobre sus pasos al encuentro de don Ramón Mª.

Llegando Vicente a la pedra me pareció que la sombra de otro hombre se deslizaba en la oscuridad hasta ellos. Por curiosidad me acerqué en silencio amparado por las sombras.
No podía escuchar la conversación por temor a que me descubrieran si me acercaba demasiado, pero sí pude reconocer al recién llegado: ¡Era Gila!, sí, así como suena, con las cuatro letras manchegas, con boina y una especie de paletó de la posguerra. En la mano llevaba un garrote.
Casi me da el pasmo, con la sorpresa solté un  ¡Hostia!  que me delató. El gallego, que seguía sentado na pedra se levantó como una centella y si no ando listo me arrea con el palo. Con la inercia del estacazo fallido dio una vuelta sobre sí mismo como un peón y ´del cielo raso vino al suelo`.
Allí quedó dando voces y sacudiendo la tranca, más que el bastón, mientras sus colegas corrían a echar una mano al esperpéntico manco de Arousa.

¿Qué coño hacía Gila con los eméritos?. He ahí la complicación a la que me refería al comiezo de esta larga entrega, pero la respuesta es algo que dejaré para más tarde.

Adéu, yásas!

Barbarómiros.