lunes, 19 de marzo de 2012

Ferralla -3


Pajares, Asturias 2012

Mil kilómetros al norte. Del último disco del Púλgar, a punto de sacar el siguiente, "Lo mejor porvenir", ya cocinado.


¡Compañero, defiende tu bocadillo!

Tocaba un amigo nuestro en una de las populosas ciudades del cinturón de Madrid. Entonces ejercía de guitarrista duro de uno de los grupos del momento, era la estrella del combo. Viajamos a la capital en la "Cirila", el citroën, a pasar el fin de semana, a principios de los ochenta, en plena explosión de la movida.
El concierto era vespertino y a las nueve, después del segundo pase, quedaron libres y nos fuimos todos a tomar unas birras y unos pinchos a un bar cercano.

Habíamos hablado con el colega y decidido que vendría con nosotros a Asturias a descansar, una semana en la que no curraba, en aquella época paraba poco. Por eso y porque era a finales del invierno y el hombre del tiempo anunciaba nevadas copiosas para esos días, salimos pronto de Madrid, antes de las diez.

Ya teníamos su mochila en la Cirila y cuando subimos sacó de un bolso tres tripis y nos los tragamos al arrancar. No se me olvidará añadir que con nosotros viajaba siempre el Mon, un medio mastín leonés, otro colega que no necesitaba tomar nada para alucinar.

Pasamos bien los túneles de Guadarrama con algo de nieve en las orillas. La psicodelia enlentece la vida, 80 kmts. por hora es una velocidad supersónica para un flipao. Y un citroën de aquellos no daba mucho más de sí, así que íbamos tranquilamente riéndonos de todo pero muy formales.
Al poco de abandonar la provincia empezamos a sentir gusa. En la primer bar que encontramos al pie de la Nacional 6, la llamábamos así por aquella mítica Ruta 66, por Bruce Spreengsteen y porque habíamos hecho una canción juntos que llevaba ese  título, unos años antes del Camioneros de fortuna de los Deicidas de Zapico que tanto me mola, pues eso, en el primer chiringuito que vimos paramos.

Asturias, febrero 2012

Ahí ya fuimos conscientes de que el ácido era de los buenos. Nos costaba mantener la compostura delante de la clientela, camioneros curtidos, incluso a mí que conocía el paño por haber viajado bastante con algunos y soy más serio en apariencia que el músico y mi compañera. El tono correcto lo hubiera dado el Món, pero no admitían perros y nos miraba aburrido desde la puerta abierta del bar.
No pasó nada, la verdad es que ninguno somos de dar espectáculos bochornosos mayores en público, aunque nunca es tarde. Comimos unos pinchos, tomamos más cerveza, dimos de beber agua al can después de evacuar las nuestras y arrancamos con un bocadillo cada uno debajo del brazo y la sonrisa de oreja a oreja.

Camino de León, atravesando la meseta castellana de noche, veíamos venir aguanieve de frente pero caía sin ganas ni intensidad, y nosotros continuábamos despreocupadamente a paso tortuga riéndonos del hombre del tiempo y del hambre que seguíamos teniendo. El Món iba muy tranquilo porque se había zampado un buen plato de  restos de paella que nos dieron en el bar, a pesar de la cara de mosqueo que ponía el camareta viéndonos tan contentos. De vez en cuando soltaba algún currusco, el perro, no el camarero.

A mitad de camino el guitarrista y mi colega decidieron comerse el bocadillo, yo iba conduciendo un poco más preocupado que ellos pensando en la nieve que podía estar cayendo en el puerto Pajares, en que tal vez en León no encontráramos abierto nada a esas horas sin buscar y perder mucho tiempo, y en que el hambre nos podía apretar más si la cosa se ponía fea. Un poco cenizo.
A todo esto hay que sumar  que el interior del citroën era un fumadero y sólo respirábamos humo africano que abre más el apetito.

Mucho antes de llegar a León ya empezaron a darme la vara a duo pidiéndome el bocadillo que había reservado precavidamente. Les expliqué mis razones pero ¡vete a convencer a un colgao, al que se le parte de risa el culo por todo, de algo que tenga la más mínima coherencia! Yo, por si acaso, tenía el bocata bien apalancao.
En aquella época de política transicional las reivindicaciones obreras pasaban siempre por defender el derecho al tiempo de descanso para el bocadillo. Y ahí le dieron.

Pero yo me mantuve en mis trece pensando que en León no íbamos a poder parar si queríamos llegar a dormir a Oviedo. Me martirizaron con ese slogan, ¡Compañero, defiende tu bocadillo!.

En León donde llegamos sobre la una, mucho más tarde de lo normal, caían cuatro falispas pero todavía sin ganas. Estuvimos una hora en el pub de otro colega, por cierto, decorado por Javier Mariscal, echando unos pitos y tomando unos cacharros, pero curiosamente no se nos ocurrió comer algo. No había autopista entonces y teníamos que subir por Pajares.

Nada más enfilar la cuesta que deja León atrás camino de Asturias ya empezó a nevar con intensidad. Nosotros llevábamos cadenas pero no nos apetecía nada, con aquel colocazo y aquella juerga, salir al frío a ponerlas, a menos que las circunstancias nos obligaran, o la Guardia Civil.
A esas alturas volvieron al puteo del bocata porque el hambre no había cedido, en todo caso aumentado.

Asturias, invierno 2012

Camino de la Robla, en toda esa meseta, una llanada alta, nevaba ya como en los mejores días del invierno. Se veía bastante nieve en las orillas, no nos cruzábamos con nadie desde que habíamos salido de la ciudad e íbamos marcando rodadas sobre la carretera blanca.

En la bajada del Rabizo empezamos a ver roderas de otro coche que había pasado pocos minutos antes y que alcanzamos antes de llegar al pueblo. Era un R-5 de color rojo que iba muy agachado, como si llevara mucho peso, no le veíamos cadenas. Pasó delante de la gasolinera que hay antes de la población en apariencia muy seguro de adónde se dirigía. Pensamos que tal vez era un lugareño que conocía la carretera e iba a uno de los pueblos de la ruta, antes del puerto.

Nosotros paramos a recabar información sobre el estado de la carretera.

Hacía dos horas que no circulaba nadie. Un camionero parado allí nos dijo que él fue el último en subir y con cadenas. Había un Land Rover de los civiles arriba y pensaba que ya habrían cerrado Pajares.
No teníamos muchas alternativas y decidimos que pasar la noche metidos en el coche repartiéndonos mi bocadillo y helándonos de frío no era mejor que intentar subir. Tiramos pues. Llevábamos todavía un pedo curioso y simpático.

Yo tenía un trabajo entonces que me obligaba a estar todo el año en la carretera, en invierno y en verano, y conocía muy bien la experiencia de conducir en nieve.
Media hora después alcanzamos al R-5. Nos quedamos detrás a una distancia que no le molestaran las luces y subimos así hasta la misma raya del puerto.

Unos cien metros antes de llegar a lo alto vimos las luces a la izquierda de la carretera, que resultaron ser del todoterreno de Tráfico, lo tenían arrancado porque hacía un frío que pelaba. Vimos con sorprea que el R-5 pasaba sin parar y sin frenar antes del descenso. Nosotros teníamos un poco de miedo a los picoletos no fueran a mosquearse sospechando de nuestras caras risueñas. Pero paré, me bajé del coche y fui hasta ellos. Desde la Robla no había cesado de nevar si dios tenía nieve y ahora caía a muerte.

¡Buenas noches!, ¿hay mucha nieve?
¿Llevan cadenas?
Sí, pero con el frío que hace nos arriesgamos a pasar sin ponerlas si se puede...
Tengan cuidado en esos dos tramos, que puede que haya hielo, si hay algún problema en el pueblo de Pajares están los compañeros con otro Land Rover. Bajen con precaución.

La autoridad estuvo correcta y creo que yo lo hice bien.

Cuando volví al coche me di cuenta de la tensión y expectación que había dentro de la Cirila, estaban vueltos hacia mí, incluído el Món, de pie en el asiento trasero, haciendo compañía al músico y apoyando el culo en él, técnica que tenía muy desarrollada y le ayudaba a mantenerse firme en las curvas. Nadie se reía, todos serios como potes.

No tardamos ni dos minutos en hacer la consulta y arrancar. Si había pasado el R-5, que parecía más cargado que nosotros, pasaríamos, la Cirila era muy buena con nieve, no pesaba nada y nosotros somos de poca chicha y más limoná. Del bocadillo no se acordaba nadie.

Asturias, febrero 2012

El primer desnivel fuerte es de sólo un 14%, bajamos sin problemas en primera y con el freno de mano a punto. Al salir de la curva de la pendiente vimos las luces rojas del coche que nos precedía a punto de iniciar el tramo más pindio. Parecía claro que después de coronar el alto sin parar ni frenar había tenido que enlentecer mucho la marcha para alcanzarlo tan pronto.

Rodábamos por el túnel de nieve que iluminaban las luces y estábamos como a treinta metros de él, cuando de pronto vimos desaparecer sus luces traseras. Había iniciado el descenso del 17, que muchos dicen que es el 20 y a nosotros aquel día nos pareció el 50%.
Al llegar al borde pudimos ver como el R-5 iba de un lado al otro de la carretera en aquella pendiente infernal en un descenso a tumba abierta.

Yo todavía abrigaba la esperanza de que nuestro menor peso nos hiciera aguantar en la vía, pero al llegar al lugar donde habíamos visto desaparecer las luces allá nos fuimos, como la barca del destino. Seguimos una trayectoria parecida a la del coche rojo, durante cien o ciento cincuenta metros bajamos resbalando en caída libre, del quitamiedos izquierdo a la cuneta derecha donde caímos y de donde salimos en el mismo impulso, muy rápido pero como si fueramos a cámara lenta en un tobogán.
Más abajo veíamos al otro que intentaba enderezar el suyo en una zona menos empinada. Lo logró por fin y paró antes de iniciar el tercer tramo peligroso. Nosotros lo hicimos también veinte metros más atrás, sin mayores problemas ya. Nadie hablaba, el Món estaba tieso, de pie en el asiento, y nosotros sobrecogidos y aún algo colocados.

Bajé del coche y fui al encuentro del que nos abría camino. Cuando estaba llegando se abrieron las puertas, menos la del conductor, que seguía sentado al volante más acojonado que qué.

Bajamos patinando más de doscientos metros, me dice desde la ventanilla al verme, casi sin voz.
Ya, ya os vimos, y nosotros nos fuimos también detrás.
¿No llevas cadenas?
Las llevo pero en la maleta, me daba pereza ponerlas.
Yo no tengo y voy muy cargado, voy a bajar a esta gente que vayan andando este trozo. Llevo el maletero a tope con los equipajes y toda la hostia. ¿Tú vas solo?
Vamos tres y un perro.
¿No los vas a bajar?.
No. Yo creo que lo peor ya lo pasamos, esas dos pendientes que quedan no son tan fuertes y habrá menos nieve. El 14 lo hicimos sin problemas y no llevamos tanto peso.

Sólo entonces me hice cargo de la situación de aquella "gente" que abría las puertas para salir cuando yo llegaba. Eran tres chicas jóvenes orientales. Comprendí la prisa del paisano cuando se cruzó con la benemérita en lo alto del puerto. Trata de blancas (de amarillas, corrige el Arrubarrenensis) con premeditación, alevosía, nocturnidad, abuso de sexo y nieve.

Las llevo a un piso de Gijón, me dice el tipo.

Lo que nos faltaba para un viaje psiquedélico completo, el elemento oriental. Miré a las chicas que no parecían muy preocupadas, sólo una, más tímida y que temblaba de frío, bajó los ojos. ¿Cuánto no habrían visto, cuántos peligros no habrían arrostrado ya en su corta vida, rodando por el mundo siempre tratadas como ganao, peor, como mercancía?

Antes de llegar de vuelta a la Cirila ya había salido el fulano. Cuando alcanzamos la tercera pendiente pudimos ver cómo el R-5 dejaba atrás a las chicas. Se lanzaba cuesta abajo. Ellas calzaban pobres zapatos de tacón y vestían unas miserables cazadoras cortas de piel de conejo o algo parecido, propias de los puticlubs más tristes.

Nunca pararon de correr no obstante, y la tímida recibía el apoyo de las otras dos cuando se rezagaba demasiado. Pillamos varias veces al R-5 en lo más empinado de los dos tramos hasta que las subió otra vez, no uno como había dicho el tipo, un par de kilómetros largos en los que asistimos a este triste pero hipnótico, alucinante baile y espectáculo.
A veces les sacaba tanta ventaja que las alcanzábamos nosotros en el descenso y las veíamos a través de las ventanillas empañadas cómo, muy inclinadas para mantener el equilibrio en el desnivel con los tacones en la nieve, sin dejar de trotar al mismo ritmo, las íbamos dejando atrás. Era una danza maravillosa de supervivencia, constancia, valor, fuerza...

Cuando la carretera se alisaba volvíamos a verlas pasar adelantándonos y colocándose otra vez en su lugar escoltando al coche. La escena tenía toda la magia de un sueño, otra vez a cámara lenta, o de una alucinación china. En la Cirila estábamos los cuatro fascinados, incluído el Món que seguía toda la acción contemplando el paso de las chicas por las ventanillas.

El bocadillo parecía desaparecido, nadie lo mencionó en toda la bajada. Yel colocazo había devenido en juego de niños comparado con esa otra experiencia.
Cruzamos el pueblo de Pajares y no vimos el Land Rover de la Guardia Civil. Llegamos abajo del puerto siguiendo siempre de cerca al coche rojo, hasta Puente los Fierros cuando paraba de nevar y en la carretera se empezaba a notar menos nieve. En el trayecto a Campomanes, los siguientes 10 kilómetros, le vimos alejarse poco a poco de nosotros y perderse al fin.

Llegamos a Oviedo, a unos 50 kilómetros, al amanecer. Desde Campomanes hasta allí no pararon ni un kilómero de darme la brasa con el puto bocata, eso sí, totalmente relajados ya y felices de haber salido idemnes de aquella aventura.
Desde casa vimos las luces de la aurora aunque era una mañana gris de perros, mientras nos comíamos a partes iguales "mi" bocadillo. Yo estaba más canino que el Món que corría a sus anchas por el prao.

Ramiro Rodríguez Prada


Fuera de servicio

El Pulgarzito y una versión del ¡Qué demasiao!, madura y solitaria, más rota y blusera, muy buena con ese rasgueo potente de la guita, se nota la evolución musical hacia una mayor dureza.

Salud

Ra