jueves, 26 de septiembre de 2013

Escenas griegas -4. Magisterio


María charla con Spiros, descalza en la terraza.
Ayi Apostoli, Evia. Elada, verano 2012.

Spiros y María


Buenos días. Esta es una de las escenas más bonitas que se pueden contemplar en el bar de Stavrula y Spiros. Si tuviera que elegir una imagen de ese verano de 2012, como en el 2011 escogí el corazón que me pintó en la libreta otra niña, Antigoni, este año tal vez me decidiera por una de las de hoy, de María charlando y recibiendo una de las primeras lecciones de pinche de cocina por parte de Spiros.

Tienen delante dos baldes, en uno están las patatas ya peladas y en el otro van echando las que corta con esa máquina manual. Es una labor que en ocasiones se repite por la tarde, serán las patatas fritas de la comida o la cena. Esta vez le ayudé yo a pelar y Spiros me invitó a comer con él, mano a mano, unos peces del día que nos preparó Stavrula.

Es un niñón Spiros y a ellos también les llama la atención este hombre bueno y tranquilo, que repara una red, riega el camino, da de comer a los pájaros, monda patatas, limpia sarganas, prepara y cocina los sublakis..., en la propia terraza, a la vista de todos, y los niños sólo quieren espectáculo.
A veces se juntan tres o cuatro guajes con las cabecitas bien juntas, observando con esa atención concentrada de los chavales cuando algo les llama la atención, desde la puerta del rincón donde Spiros atempera las brasas para asar la carne a la parrilla. Spiros los mira y se ríe.

Los niños, de ambos sexos, y los gatines, fueron los mejores espectáculos diarios de la terraza.

Las niñas están menos consentidas y mejor educadas que los niños. A ellos, en general, se les consiente casi todo. Estamos hablando de una sociedad mediterránea, machista como la nuestra, pero yo tengo la sensación de que, más que en otros países sureños, en Grecia los aspirantes a machito son los reyes del mambo. Releo esta última frase y la mantengo, es sinceramente mi impresión. Admitiendo las excepciones que hagan falta.

Me decía el mi Dimitraki lo que se quiere a los niños en Grecia, y cómo el maltrato o el simple castigo corporal es raro allí. Estoy de acuerdo, lo he visto y me parece muy bien. Pero ahora hablo de una permisividad mayor con los niños que con las niñas, que desde luego no los beneficia por muy discriminatoria que sea a su favor. Mala es la diferencia pero que el capricho dirija la educación tampoco se queda atrás.

Guajes insoportables, por otra parte, los hay en todos los países, lo mismo que padres que pasan de todo, y diferencias de género otro tanto, así que no cargaré más las tintas con el asunto. Todos debemos aprender. Siempre somos más responsables -o irresponsables- los padres que los críos.

Μουφλουζέλης.   Εγώ δεν έχω βγάλει το σχολείο. 



Desde la taberna de Stavrula y Spiros. Con María, preparando las patatas.
Un pescador del pueblo, que conozco, pasa por el camino frente a la playa.

Todo el Mediterráneo es mirón, salidor, noctámbulo y amigo de los bares, pero el más volcado a la calle de los que conozco es sin duda Grecia. Y digo volcado, no el más consumista, callejero o juerguista. Me refiero a un detalle que no pasará desapercibido para quien visite el país: las sillas de las terrazas de las tabernas y restaurantes, εστιατόρια, están siempre vueltas a la calle.
En una mesa cuadrada los asientos no miran a la mesa, ponen dos sillas a ambos lados, una detrás de otra, mirando a la calle. Éste es el espectáculo a contemplar, la gente que desfila delante del bar. Si además, como en el caso de la taberna de Stavrula y Spiros, tienen enfrente la playa y el mar, la razón de la costumbre es triple y se comprende fácilmente.

Al hablar del trato que se les da a los niños, recordé un contraejemplo gracioso, que se puede dar en cualquier lugar del mundo.
Un año íbamos en bici a la playa, a unos tres kilómetros del pueblín donde vivíamos. Es una playa enorme que ocupa los seis kilómetros aproximados que tiene la bahía, un golfo muy abierto, kolpos, que mira a Turquía. En realidad la playa y la gran rasa que hay detrás es una zona de dunas, con algunas manchas de pinares donde se hacía camping salvaje. Lo peor era que había gente que metía los coches en la playa, ¡y hasta algún camioneto, con todo el aparataje de mesas, sillas, tumbonas..., y lo necesario para cocinar a la brasa unos sublakis allí mismo.

Aparte de eso, la playa era lo bastante grande como para poder alejarse un poco del mayor bullicio, unos quinientos metros donde se concentraba la mayoría del personal. Nunca muchas más de doscientas personas. Las familias de los pueblos de los alrededores, incluido el pope con la suya, solían preferir los márgenes y allá nos íbamos también nosotros. Era gente sencilla, casi siempre mujeres con hijos o nietos, el pope era de los pocos hombres bañándose, imagino que el resto curraba. Se ponía en bañador un momento, se metía en el agua y al salir enseguida se ponía una sotana azul azulete, totalmente descolorida, con la que paseaba muy ufano por aquella parte de la playa. Bañar se bañaba, pero el sol apenas lo veía. A lo que iba...

Coincidimos varios días con una abuela que llevaba a sus cuatro nietos, de entre 7 y once años. Algunos no parecían llevarse ni los nueve meses preceptivos o habituales, tan iguales eran. Y malos, ¡pero malos malos!, bueno, como son algunos guajes, malos entre ellos sobre todo. ¡Badre vía qué rapaces! Era un dolor ver a la pobre abuela aguantando aquella batalla continua y aquel griterío. Claro que ella de vez en cuando les lanzaba también alguna voz subida de tono y cuando se le acercaba algún despistado, le soltaba un mosquilón, para compensar que no le hacían ni caso.

Pero daba igual, no podía con ellos. El que parecía más pequeño era el que más las llevaba, de los otros tres; pero estaba aprendiendo muy rápido y aprovechaba los despistes de sus hermanos para atacarlos con todo a traición. Es que se curraban por todo y con todo, cuando jugaban en la arena, con varias palas, rastrillos y cubos, y en el agua a tortazos, puñetazos o lo que pintara.
El objeto de la mayor disputa era una tabla de plástico rígido cuando se bañaban, y en la arena una regadera del mismo material, demasiado grande para ser un juguete de playa. El mayor solía monopolizar más tiempo cada objeto cuando se lo proponía, a golpes. Pero no le duraba mucho la satisfacción, porque los otros tres se aliaban y,  rodeándolo, lo mazaban a hostias. Alguno de ellos acababa escapando con el juguete en cuestión. Y todo entre un vocerío y una histeria acojonantes.

A la hora de comer discutían por los bocadillos que la abuela les iba pasando, ¡que si ése era el mío, que si dame un mordisco del tuyo!..., hasta que terminaron por tirar uno de ellos al suelo. Los dos que disputaban, tuvieron que compartir el que quedó por decisión salomónica de la abuela, que estaba ya hasta el moño, con el pope a pocos metros, y su familia de dos rapaces mirando la escena despavoridos, ¡con una pinta de acojonados, los prubinos, que pa qué!..., espejo en negativo de los otros peines.

María, atenta a las explicaciones de Spiros.
Santos Apóstoles. Eubea. Grecia, agosto 2012.

María es un encanto de cría y no tiene nada que ver con aquellos monstruos cuellicortos, como llamaba Liz Taylor a los niños en  La gata sobre el tejado de zinc. Hace buenas migas con Spiros que le da explicaciones de cómo funciona la máquina de cortar patatas, mientras ella le cuenta lo bien que lo pasa en la playa. Tienen una conversación serena y rejada que apenas puedo seguir desde donde les hago las fotografías: ¡sentado en una de esas sillas que miran al camino!

La historia de la abuela y sus nietos, como demonios, se repetía cada vez que los veíamos. Uno de los días, después de una bronca fenomenal por la regadera entre los dos mayores, que acabaron en el agua, la abuela se levantó y se acercó a la orilla del mar para llamar a gritos al mayor, que se había hecho finalmente con el juguete después de morder al que se lo disputaba, mientras el otro lo tenía agarrado por los pelos. El guaje tardó en obedecer, la abuela reclamaba la regadera en castigo por el modo en que se la había arrebatado al hermano.

El rapaz llegó nadando con la ola, alargando la regadera para no tener que acercarse a la mujer, pero calculó mal la fuerza del agua y se fue encima de la abuela. La paisana le echo mano y, sin contemplaciones, empezó a darle morterazos en la cabeza con la regadera, pero con todas las fuerzas de que parecía capaz. El otro se cubría con los brazos y sonaban los golpes en la mollera del pillo, ¡Tronk!, ¡Tronk!, como campanadas sordas.
¡Ay, ay!, se quejaba el guaje, y la abuela seguía atizándole regaderazos, mientras lo reprendía también de palabra. Le metió unos diez o doce cañonazos y lo soltó. A los dos minutos ya estaban otra vez enzarzados, uno con la pala y el otro con el rastrillo, ¡pa acabar con el juicio de dios!

Y la última canción para María, que es un cielo de niña. 

Σ. Μάλαμας. Socratis Málamas.   Πριγκηπέσα.  Princesa.

http://www.youtube.com/watch?v=_9qvimjTG_0

Υγεία, Salud para todos!

Μπαρμπαρόμηρος,  Barbarómiros.