martes, 18 de diciembre de 2012

En el nido del picogordo


La  Kurruka kardioilógika  paseando a  Paris.
Oviedo, septiembre 2012

Coccothraustes coccothraustes subsp. Ortizensis arrubarrenaensis, ¡vaya nombrecito!, conocido por el más popular Fernandino, por hacerle un piercing en la oreja izquierda a Fernando VII cuando de rapaz veraneaba en Aranjuez, e iba por los jardines con una cuadrilla de mamoncetes como él, vacilando de trabuco. Carlos IV ni se enteró. Pero esto es historia natural y de España, y no era ése el tema de hoy.

El asunto de hoy era referir con brevedad un encuentro que tuvimos a finales de septiembre, poco después de la visita que hice al Mirlo rubio en León, y sin liarme.
No nos veíamos creo que desde últimos de Junio, porque en el verano faltamos los dos de casa, en días y meses diferentes, y sólo habíamos hablado por teléfono.

Así como yo paso horas y días encerrado en la cocina, porque cocino y fumo, sin salir de casa, el Picogordo hace lo mismo pero por las tardes, cuando acaba el trabajo, y en el salón, pues no hay pajarines en el nido que resguardar del humo.
No sé si está bien expresado, creo que ya me lié, lo intentaré de nuevo: por las tardes no sale del salón, salvo para hacer un café en la cocina, atacar un aguardiente de Ibias fino como una perla o sacar unas cervezas de la frigider. No cocina, pero fuma. Lo que no fumó por la mañana, lo fuma por la tarde y la noche.

Aún no me parece claro. Vamos a ver. No penséis que se pasa las ocho o nueve horas diarias de descanso, en un despiporre acohólico y ¿humorístico?, ¿humoso? ¿afumao? ¿ahumado quizá?, no señores, no, que es una kurruka muy, pero que muy lectora, y además no le gustan las lecturas blandas, tipo Kierkegart, Faulkner o Joyce, a los que ya corrió a zurriagazos donostiarras cuando vivía en San Sebas. Lee cosas que, al decir de don Ramón, no son para repetidas aquí.

Al odiseo irlandés lo corrió por las calles de Dublín, de riñón en riñón, perdón, de corazón en corazón, que lo suyo es el Kardiá, comiendo las raciones de entrañada literaria de bar en bar, y de una pinta de guinness a otra.
Algunas cosas más cató, que atañen al verduguillo, un sarpullido femenil en las pecosas y pálidas  pieles de las pelirrojas gaélicas, y del que no diremos más, que hay críos delante.
Definitivamente me lié.


Paris  entrando el primero en el ascensor.
Oviedo, 2012

La Curruca Fernandina, como el Mirlo Rubio, gasta perro. Como es también amante del mundo antiguo, y del griego en especial, le puso al suyo Paris.

Es un nombre perfecto, porque es un chucho pacífico, femenino y muy guapín. Me recibe siempre a la puerta del nido del Coccothraustes (¡joer, qué miedo, parece el apellido de un dinosaurio!...), moviendo alegre el rabo y acercándose en silencio para olerme y que lo acaricie, es muy cariñoso.
Casi no lo escuché ladrar nunca, y no es de esos canes que se te echen encima agobiándote. Tiene un pelo rubio, liso y sedoso que es un placer acariciar. Y se deja.

Paris es mucho más pequeño que la Popa del Aedensis. La perra del Rubio tiene el pelo marrón, es rizosina y muy tímida. Cuando llamo a la puerta del nido del Mirlo, en León, ladra como una condenada, oigo que me huele por debajo de la puerta y sé que me reconoce. Pero sigue ladrando.
Cuando la curruca me abre el nido, Popa recula sin dejar de ladrar, resbalando en el parquet, toda azorada, nerviosa, acobardada.
Es muy asustadiza y tarda mucho en acercarse, después ya se deja acariciar y le gusta que le rasquen los rizos de la cabeza y de la papada. Pero el más mínimo movimiento brusco la espanta, y ladra. ¡Y tiene un vozarrón como el de un paisano tipo mastín!, atruena todo el piso. La curruca leonina ladea la cabeza sonriendo y dice por lo bajo, mirándola, ¡uuuuuuh!... Vive en un sinvivir la pobre Popina.

Pues con estos dos pájaros y con sus respectivos chuqueles, salgo a pasear también alguna vez, es como si me sacaran a mí. Aunque, en el caso de estas dos currucas suelo ser yo el que las visita en su nido, y no al revés como acostumbra a suceder, dada mi clausura.


La  Cannavina  y el  Picogordo  en el nido de éste.
Oviedo, septiembre 2012

Y bien, como suele acontecer en estas reuniones a dos en el nido del Picogordo, hablamos de literatura, y de Grecia más que nada. Fumamos y bebemos, siguiendo el tratamiento heteróxido prescrito, sin apartarnos un ápice de la letra, ni de la música.
A la hora ya hay que ventilar el salón, para evitar que los vecinos llamen a los bomberos si se espera mucho y se abre de repente la ventana.

Me martiriza el arrubarrenensis, canónicamente, enumerando algunos pecados capitales y ciertos errores cometidos por mis amigos griegos que, junto a otros males internacionales, los ha conducido al punto actual.

Echo balones fuera, negando, acotando, rebajando, y reservo la parte del león para el panegírico heleno que le suelo largar a continuación.
No quiero ponerme en la fila de los que empujan el árbol a ver si rompe. Pese a saber que muchos de los que dicen sostenerlo sólo se apoyan en él. Y no me refiero con lo de no empujar, al sistema, al gobierno, ni siquiera a la nación en el sentido moderno. Hablo de la mayoría del pueblo griego, ese que se afana, laborioso y no sale de una patada, pero no por causa de la crisis, sino porque la riqueza y el poder político siguen en muy pocas manos y, ahora más que nunca, también extranjeras.

Tres cojones le importa al capital, responsable de las crisis pasadas, de ésta y de las venideras, la nación y/o el pueblo griego.

Como traigo noticias frescas, y sabe que puedo errar analizando, pero no lo engaño en lo que le cuento, se suele fiar de mín, revira un poco el ojo clínico kardioilógiko y concede.
Nunca me dio un capón con ese cacho pico que tiene, porque ya he contado que es hombre pacífico, pero yo tampoco lo provoco demasiado: es un pájaro apasionado y... ¡mucho más grande que yo!

Y es todo por hoy, queridas currucas, a piar al carrer!
 
Presentación en New York. Igor y Harkaitz. Txalaparta Express.
 

Salud.
 
Cannabina Carduélis, pardilla común, sbsp. rebétissa psilicossa.