jueves, 5 de enero de 2012

San Silvestre


Las uvas del amor

Esta vez no hubo despertar del que me acuerde, ni paseo por la isla de Arosa o traslado en barca de remos hasta Vilanova. Estábamos los tres en la bodega del manco, sentados a la mesa con los restos de la cena. Junto a don Ramón había dos platos de cáscaras de quisquillas y otro en el espacio entre Saturno yo.

Quedaban todavía algunos trozos de empanada, una de vieiras y la otra de berberechos y algo de cabrito asado en una fuente. Había botellas vacías de albariño y un tinto en una jarra de barro, del que Satur sacaba de un cubeto muy viejo.
Valle estaba rellenando los vasos antes de terminar la empanada que tenía en la mano y que tuvo que posar. El criado aprovechó para sacar una tarta de avellanas y los zuequiños de San Benitiño que tanto molestaban a su amo. El manco le lanzó una mirada fulminante pero como estaba bebiendo no pudo decir nada.

Saturnino me ofreció un zuequiño y los probé. Era un dulce de almendra con la forma de un zueco gallego, un poco seco y duro pero sabroso. Don Ramón nos miraba mientras finiquitaba la empanada a grandes bocados.

¡Hala!, dice al terminar, ¡Ya le chupásteis el pie al santo, ahora retira de la mesa esa reliquia, Saturnino, que me la contamina!, y añadió torcido, ¡Ni santos ni meapilas, te lo tengo ordenado!
¡Un día es un día, don Ramón!, intervine yo conciliador.
¡Ya saltó el rábula! Usted diga misa donde le plazca, pero este monaguillo es mío, dijo señalando a Satur, Y el libreto del oficio lo escribo yo. ¡Saca las uvas, malvís, que ya son las doce!, y volvió a dirigirse a su criado, de paso se acercó a la tarta.

En el bodegón de Valle-Inclán
 
Eran por lo menos las dos de la mañana pero al arosano no parecía importarle la hora. Acabó el pedazo de tarta que estaba comiendo. Como no había reloj se le ocurrió simularlo.
¡Vamos a dar la hora a tres bandas! Empiezo yo, usted me sigue y el tercero Saturnino. Cada cucharazo en el vaso una campanada, tocamos a cuatro.
Repartimos las uvas sobre la misma mesa y empezó la primera campanada del viejo. Él tenía que soltar la cuchara para coger la uva y cuando a Satur le tocó la tercera ya iba retrasado. Cuando le llegó el turno otra vez se le hizo la picha un lío y metía la cuchara en la boca y daba al vaso con la uva.

¡Un bobengto un bobengto!, farfulló con la cuchara todavía en la boca. Se la sacó mientras nosotros reventábamos...
¡Calma, calma, que me faltan manos, amodiño, carayo!, dice sin atender a las risas.

Debimos echar guapamente cinco minutos para terminar las doce, que fueron lo menos veinte porque apurrimos más uvas y perdimos la cuenta dos o tres veces. Y entonces don Ramón sacó una botella sin desvirgar de Terry, de las viejas.
¡La última remesa del Narizotas, Gran Reserva!, gritó alzando la botella a la altura de sus lentes.

La última de Sidi Ifni


Yo tenía la secreta esperanza de que acabara sacando el chibuquí, aunque no lo había mencionado en toda la noche. El día antes, en "Lo de Segis", el tugurio de Mundo en Canvados, estoy seguro que habían estado fumando antes de llegar nosotros, por el olor. Por eso abrí yo el fuego.

¿Qué pasó la otra noche en Canvados?, creo que me perdí el fin de fiesta.
Así es, amigo mío, se durmió usted sobre la mesa. Creo que son trotes éstos demasiado vivos para sus pulmones, por no mencionar la libiandad de su floja cabeza.¡Qué noite, eh Saturno!? Con decirle que una lechuza me quiso llevar al huerto, ¡vaya morena que trajo el legía, tenía más categoría que el brandy. ¡Qué pedazo hembra, eh Saturnino!?
Era negra retinta, don Ramón, perdone usted, no morena.
¡¡Qué sabes tú de razas, manguán, si no tienes claro ni tu origen!!, contestó el viejo con furia.  ¡Era mulata y se terminó el cuento!

Acabamos la primera copa e iba a servir la siguiente cuando levantándose de golpe dice, ¡Ya tenía que estar aquí ese Narizotas del demonio, espero que no olvidara mi encargo!, y nos miraba de hito en hito con cara de picardía, y siguió, Vamos a recibirlo como se merece, con unas cargas de su propia mercancía, por cierto, ¡pura gloria moruna!. Voy a por el chibuquí y el material, serán dos minutos, no me chuleéis el brandy que os conozco.

Cuando hubo desaparecido escaleras arriba le pregunté a Saturno por todo este lío y en un momento me puso al tanto, pero no sabía nada del encargo de don Ramón al legionario. La otra noche le habían arrimado una putita que intentaba hacerle arrumacos mientras en la pista del puticlub sonaba Jane Birkin. Pero Valle había fumado haschís con los dos fulanos y últimamente, decía Satur, se duerme cuando fuma. Sabía que el Narizotas le había traído más coñac y un chocolate mejor que la mierda de la última vez, pero dudaba que en Noche Vieja y a estas horas fuera a venir.

No habíamos ni pensado en servirnos otra copa cuando ya lo oímos descender las escaleras voceando ¡Quietas las manos hasta que yo llegue que el brandy quema, petardos!
Llegaba casi abajo cuando sentímos golpear la puerta con violencia. ¡Tejerina!, dijeron a un tiempo Saturno y el viejo. Pero una voz de hombre casi rugió, ¡Don Ramón, el sargento de la Guardia Civil de Canvados pregunta por usted!
El viejo nos miró y con movimientos ágiles escondió el chibuquí, que pude ver por fin fugazmente, y una taleguilla de cuero detrás de unas cajas, mientras contestaba a su vez, ¡Un momento que se está cociendo! Y nos guiñó.
Saturno arreó detrás de Valle y me dijo al pasar que no me moviera de allí. No lo pensaba hacer por varios motivos, entre otros porque había reconocido la voz del criado de la mujer del manco, aquel que raseaba con el cayado o cachiporra en plan amenazante la noche de los Santos Inocentes, el que me había cacheado, y ni él ni el guardia me traían buenos recuerdos, por más que el sargento me abriera el calabozo.

La torería del arousano

Al principio estuve un poco acojonado temiendo cualquier complicación que diera con mis huesos de nuevo en el cepo. Miré la botella de coñac casi entera y no lo pensé dos veces, me serví un trago más bien largo.
Más animado después de un par de sorbos también abundantes estuve reconociendo la bodega, más trastero que otra cosa.
Me llamaron la atención varias curiosidades que el viejo había reunido allí, muchas relacionadas con el mundo del toro y la bebida. Botellas de coñac y anís con motivos flamencos y taurinos, guitarras, castañuelas, toros, toreros y manolas. El más curioso y del que no me pude traer una imagen era un cuerno de enormes dimensiones, tal vez de un buey o un toro muy grande. Estaba labrado por fuera con la imagen de un tamborilero gallego con traje tradicional y todo, y un gran letrero que recorría la longitud del cuerno describiendo su conocida espiral, que decía "Recuerdo de Galicia". Pero lo más curioso es que era también una bota. Como tenía líquido probé pero resultó ser un vinagrón que tuve que escupir.

Me serví otro copazo de la botella que aún no estaba mediada, pues era de las antiguas de litro, y me senté. Pasó todavía un rato porque volví a llenar la copa antes de que se presentara Saturnino.

LLegó con un sigilo que ya me puso en guardia y encima venía pidiendo silencio. Pero lo que me contó en susurros era un peliculón para gritar.

La Guardia Civil había hecho una redada esa noche en "Lo de Segis" por una denuncia anónima que recibieron sobre la presencia de menores ejerciendo la prostitución. ¡Vaya noche para redadas!, había comentado al parecer el manco. Encontraron efectivamente a tres chicas indocumentadas muy jóvenes, junto a otras también sin papeles, además de una cantidad sin determinar de cocaína, heroína y haschís. Se llevaron a las chicas, a Mundo, a la Olvido, al legía y a otro colega que anda con él en el negocio.  El Narizotas le fue diciendo al sargento camino del cuartel que las niñas eran un encargo de don Ramón. ¡Qué hijoputa!, decía Satur.
¿Pero es eso verdad?
¡Cómo va a ser verdad si el hombre no puede con el alma, cuando come, como hoy, come bien, pero muchos días no come, no comemos! ¡Y tampoco son sus bromas de ese género, nunca lo fueron! Es un caballero, un loco genial, no un pederasta, pongo mi vida, o lo que sea..., y se paró a pensar..., ¡Me juego la chepa del Conde de Romanones!, esos dos son muy mala hierba. El sargento quería advertir al viejo por si se ve comprometido. ¡La que está que trina es Tejerina! Me manda decirle don Ramón que no salga de aquí hasta que todo haya quedado tranquilo. Ya lo avisaremos. ¡Ah, y que no abuse del brandy!

Se echó una buena copa, brindó conmigo y se la entrepechó de un tiento. No parecía ni la mitad de afectado que yo aunque no había bebido menos. Subió las escaleras corriendo.

Cuando me quedé solo no tardé en caer sobre la mesa, inconciente más que dormido. Todavía quedaba un buen culo en la botella. Todo el rato tuve que lidiar con la tentación de buscar el chibuquí y la bolsita del marrón para probar ambas cosas, pero ni el coñac me daba la suficiente fuerza, pensaba que tal vez era una imprudencia con la Guardia Civil rondando por allí, aunque casi más miedo me daba Tejerina.


Felices sueños.


Pi Mienta Engrano.