sábado, 30 de noviembre de 2013

Armas blancas


Pinturas al agua. Tela sobre tabla, espátula.
Ramiro Rodríguez Prada, 1998.

Veneno


Si te oigo hablar
con ese deje tan tuyo
de perdonarme la vida
no te escucho

Cojo de ti los labios
y los rompo en una línea recta

Si te veo mirar
con ese desprecio tuyo
que pones de soslayo
ni te veo

Tomo de ti los ojos
y los clavo en un arco del compás


De  Cançãos (Sentãos, no os quedéis de pie)

Ramiro Rodríguez Prada 1987.


Kiko Veneno.  El mosquito suicida.


¡Salud, y veneno el justo!

viernes, 29 de noviembre de 2013

¿Es aquí?


Kos. Grecia, julio 2013.


Desencuentros


Le dieron unas señas muy precisas, pero cuando llegó al lugar la cosa no estaba tan clara. Había dos números distintos en el portal, el 39 y el 33. Llamó a la puerta y le abrió una mujer que le dijo que aquel era el 35, que preguntara en la de al lado. La de un lado resultó ser el 31, que era también el 37 en la puerta, y la del otro lado el 41, al tiempo que el 35. Acabó mareándose. Cuando después de andar los portales de media calle dio por fin con el 39 real, le dijeron que allí no vivía la persona por la que preguntaba. Pensó si habría equivocado el nombre de la calle y miró el papel que le dieron. Era correcto, pero debajo habían escrito otro nombre que él interpretó como el del barrio. El vecino del 39 le indicó que se trataba de otra calle al otro extremo de la ciudad. No podía comprender porqué le habían escrito el primer nombre equivocado. Se encogió de hombros, dio las gracias y se encaminó a la segunda calle. Al entrar vio que en el primer portal de la izquierda, sobre el dintel, había dos números, arriba un 1 y debajo un 7. Dio la vuelta y abandonó aquella maldita ciudad para no regresar jamás, ¡joder!.


Ramiro


Albert King. Stevie Ray Vaughan, In Session.   Born under a bad sign.  Nacido bajo un mal signo.



Salud

jueves, 28 de noviembre de 2013

H Κάρπαθος, Cárpatos -5. Levkós.


Levkós desde el sendero  KA 16. Arriba, dcha. la islita de Sókastro.
Cárpatos. Grecia, agosto 2013.

Levkós


Buenos días. Levkós debió ser el puerto de Mesohori y de los pueblines de los alrededores, retirados algún kilómetro de la costa en lo alto de las montañas, desde donde se avistan bien, y con antelación, los barcos piratas, una primera precaución defensiva en tiempos bárbaros.

El puertín está protegido por un fuerte espigón rocoso natural, en el extremo de una concha arenosa de 300 metros de larga, lamida dulcemente por las olas y que es la playa céntrica del pueblo.
Detrás del espigón, dos pequeñas penínsulas enmarcan otra playa tranquila y arenosa, y siguiendo la línea de la costa hacia el norte (en la foto, a la derecha), se prolonga otra larga bahía blanca y dorada, muy abierta al mar, con olas cantábricas, hasta la isla del fondo, Sókastro, a un par de kilómetros, separada tan sólo unas veinte brazas de tierra, ya entre calas para pequeños grupos, parejas, solitarios y despendolados. En total, no obstante, no serán mucho más de una docena de personas.

La blancura de las rocas de los barrancos que se precipitan en el mar en ese paseo hasta Sókastro, es quizás lo que presta el nombre al pueblo, ya que Levkós es blanco en griego y un topónimo muy frecuente en el país, recordemos la Levkada de Ana Capsir o el Levkés de Paros, que lleva el nombre por los álamos blancos que blanquean el pueblo, tal vez también por el mármol de muchas de sus calles.

Nos quedamos aquí diez días, descansando del ajetreo de Kos y Rodas, en los estudios Nikos, que nos alquiló a un precio arreglado, enfrente mismo del centro de la concha.
Aparte de estas tres bahías arenosas enlazadas, tiene otra pedregosa un kilómetro antes de llegar al pueblo, al que se baja desde la carretera que va faldeando las montañas, playa pedregosa con algo de oleaje y también un pequeño amarradero. Detrás un bosque antiguo de pinos y las escarpadas calizas agujereadas por varias cuevas, sirven de fondo espectacular a este primer golfo.

Hablé de olas cantábricas y es que la mar en Levkós viene brava. Ese canal de Kasos tiene fama de peligroso, ya lo tiene el Karpaciano del este de la isla, pero viéndolos de cerca el del oeste enseña peor cara. Las pocas barkulas y kaikes que amarran en Levkós, navegan y pescan a diario por una montaña rusa que empieza ya a menos de media milla de la costa. Hay que tenerlos bien puestos para ser pescador aquí, como lo sigue siendo el hermano mayor de Nikos, el profesor de matemáticas dueño de los estudios, que trabajó de pescador él mismo, o Mijalis, el lirari que viene a continuación.

Mijalis, el pescador, en Levkos. 2009.


Mihalis arreglando sus redes.
Levkós. Kárpazos, agosto 2013.

Mijalis es un pescador de Levkós, pero al mismo tiempo regenta una taberna, toca la lira y canta. Pondré en esta entrada las pocas grabaciones, la mayoría cortadas, que encontré en youtube.
Aquí empezaba con una canción que Kostas Mundakis dedicó a Tsekas, aquel pescador cretense de Kisamos que murió ahogado bajo su caique en un temporal, y del que escribí dos capítulos en Música cretense. Es la misma que cerraba la segunda entrada, la última que subí, Στση Γραμπούσας τ' ακρωτήρι, En el acantilado de Grabusa. 

Con el mar con el que tiene que bregar no me extraña nada que Mihalis se acuerde de Tsekas...

Mihalis en su taberna de Levkós.


El caserío de Levkós está situado en una franja costera relativamente llana al pie de las montañas más altas de la isla, el Kali Limni, de 1215 metros. Al otro lado de éstas, en la costa de levante, se encuentra el pueblín de Kira Panayiá, del que hablé en el capítulo del  Periplo isleño.
El amanecer en Levkós se hace de rogar a causa de la sombra que proyecta la montaña, y por las mismas razones el ocaso se adelanta una hora en el este de la isla.

Soy aficionado a las alboradas, aunque no tanto por gusto estético como por problemas de sueño, pero no pude fotografiar ni un solo amanecer que no estuviera parcial o totalmente oculto por las nubes que todas las mañanas cubren las cumbres. No son del tipo de nubes que en un atardecer llenan el horizonte de colores, sino capas de nubes grises pasajeras, como gasas superpuestas en movimiento.

La costa escarpada y el mar son muy hermosos aquí, y fuertes como dije, pero ese fondo montañoso que enmarca al pueblo no lo es menos. Merece la pena adentrarse un poco por los caminos que recorren el gran pinar que sombrea el pie y las faldas de los montes, subir hasta el sendero KA 16, que discurre sobre el caserío encima de una primera terraza seca y pedregosa, desde donde se divisan las cuatro bahías que rodean Levkós y hasta con suerte a Kasos en el horizonte, mientras se tocan con las manos las puntillas de las montañas.
Un paseo más largo nos llevaría a Mesohori, el pueblo de Nikos, donde nosotros no llegamos.

Me gustaría saber el nombre de los intérpretes, a ver si algún palikari de Mesojori lee esto y me echa una mano...
Mesohori. 2.  Lira y laúd.


Cruce en el  KA 16.  A Mesohori o a Levkós.
Karpazos, verano 2013.

Es posible subir sin dificultad alguna, eso nos aseguraron, hasta una cueva que se divisa sobre el pinar en la base de la caliza, aunque tampoco nosotros completamos esa excursión.

Pero un paseo más cómodo que no debéis evitar, es más, que debéis hacer porque es muy fácil y muy guapo, es el que os llevará hasta la islita de Sókastro, Σώκαστρο, bordeando la línea costera por las calas que se van sucediendo, o por un camino polvoriento que abrieron por mediación de un político local con la excusa de buscar una salida hacia Mesohori, ya que la única carretera que baja a Levkós es estrechísima en algunos puntos. El proyecto quedó inconcluso y el fierru acaba en Sókastro. Se puede enlazar desde aquí, por otra vía, con el sendero KA 16 que recorre la planicie superior camino de Mesojori.

Escoged la última hora de la tarde e iréis viendo cómo el sol desciende sobre el mar y cómo se enreda, antes de ahogarse, entre los acantilados de Sókastro. Precioso, impresionante.

El camino, por más que tenga algo de desatino rompiendo una zona virgen y geológicamente muy inestable y complicada, es también espectacular. Lo sobrevuelan terrazas de grandes planchas rocosas blancas superpuestas, horadadas y degradadas por el agua y los vientos. Formas sugerentes y caprichosas, grandes bloques aislados arrastrados montaña abajo por la fuerza de un dios, o cuando menos de un héroe, un Sísifo a la inversa.
Las torrenteras y barrancos descienden a plomo sobre el camino y el mar, y en los profundos y estrechos vallecicos llenos de vegetación, el intenso olor a pino embalsama el aire, como decía Kasantsakis, ¡aaay!...

Pero tengo muchas imágenes de ese recorrido y espero dedicarle algún capítulo en exclusiva. En un principio pensaba en una sola entrada para Levkós, pero fueron muchos días, muchas cosas, muchas fotografías...; si hubiera tenido en Limnos o en Creta esta facilidad de hacer, almacenar y ahora publicar fotos, no hubiera dedicado 15 capítulos a esta última, ¡hubiera tenido que abrir una etiqueta para ella sola! Mejor así, que tanta abundancia aburre, y al final se ve uno como el coleccionista freudiano de las caquitas, de nuevo en fase anal.
Mesohori.  Panayia  2010.


Las  loukumades  de María y Nikos.
Levkós. Kárpazos verano 2013.

María y Nikos


Quiero referirme en esta parte final al trato familiar que recibimos por parte de María, Nikos y sus hijos. No hubo día en que no tuviéramos algún presente suyo en la mesa, todos productos caseros de su huerto, en sazón y riquísimos.
Uvas, higos e higos chumbos, pimientos, cebollas, tomates, berenjenas. Nosotros habíamos hecho una buena compra ahorrativa en Pigadia, la capital, antes de venir y comprábamos frutas y verduras frescas en los varios minisupermercados del pueblo, pero no hay color. Una cosa es que uno se acostumbre a la insipidez porque no queda más remedio y otra poder disfrutar la diferencia del ¡sabor sabor!. Σας ευχαριστώ πολύ, Νίκο!

Este año había mucho menos turismo nacional, eso se notaba claramente. Alemanes, austriacos, nórdicos, rusos, algún inglés, holandés y francés, e italianos de bajo coste como oí comentar: paquetes turísticos de una semana, con hoteles de semilujo y medio pelo que se llevan el presupuesto, y ni una mísera lira o dragma para el pequeño negocio turístico autóctono.

Ocupábamos frente a la playa, en la planta baja -sólo tienen otra arriba- los dos apartamentos más antiguos según creo, pero de buen ver y mejor estar, por el precio de uno. Y el nuestro, el primero que debió construirse, estaba pegado al chiringuito que atienden María y Nikos tres escalones más abajo, ayudados a veces por sus hijos, que el resto del año estudian en el extranjero.
Así que de cuando en cuando nos sentábamos con ellos a charlar en una de las tres mesinas que tienen bajo la sombra de un cañizo. Un café helinikó, unas cañas heladas de barril (barilitsa, dicen ellos), alguna mecé que ponían de su cuenta, unos chicharrines en salazón hecha por ellos y aceite de Kárpatos, muy bueno por cierto, y al que los mismos isleños tienen gran aprecio vendiéndolo más caro, uvas, pan y queso Manoúli de la isla, al que tendré que dedicar también su capítulo en  Lo que se comió..., y loukoumades, que ya están también en capilla en esa etiqueta.

Pero además las lukumades las bajábamos a buscar casi todos los días, de postre para los guajes y para mí, que somos los golosos. Aaaajjjj, manoula mou, qué ricas y qué vicio!
Las de Cárpatos tienen fama en todo el archipiélago y ya las habíamos probado en otra media docena de sitios, pero tanto María como Nikos las bordan con puntilla. Me dieron la receta, pero ya sabéis que, aunque ejerzo, no tengo vocación de cocinero y cada día menos, así que todavía no me puse a ello. A ver si para cuando aborde ese capítulo mencionado.

Por mi parte quedé de hacerles una paella si volvía por allí, ¡otra vez, no sé cómo me meto en estos arrozales! Y eso que tenía bien presente el fiasco con Lisi y Diamandís en Petriés, en fin.
El hermano mayor de Nikos, el pescador, que antes fue marinero y pasó muchas veces por Valencia y chapurrea algo de castellano, lleva con sus hijos y otra cuñada viuda con los suyos, una taberna en el espigón del puerto. El hombre, con el que hablé hasta de Trotsky y su revolución permanente, se quedó colgado de la paella valenciana, contaba que la comían ¡Todos, todos los días!, y se inundaba de alegría su cara de viejo pescador...

Y esto es todo por hoy. Os dejo con otro corto directo del señor Mihalis con su hijo en su taberna de Levkós que, sintiéndolo mucho, se corta también abruptamente. Así pasa a veces con la vida.


Salud y buena mar

Ramiro Rodríguez Prada, Barbarómiros.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Η Πόλυ Πάνου, Poly Panou


Levkós. Kárpazos.
Grecia, agosto 2013.


Πόλυ Πάνου


Buenos días. Hoy hace dos meses que murió Poly Panu. Renuncié a contarlo en su momento porque no me gustan las necrológicas y tenía el espacio ocupado con las programaciones. La tercera razón es que se trata de un estilo de música e intérpretes que no ocupan los primeros puestos en mis preferencias.

Pero he mencionado varias veces a Poly y subido alguna de sus canciones. Hablé sobre todo de la calidad particular de su voz, la más apta de las femeninas griegas para el tango de corte porteño, más rajao y duro que el italiano cuyo modelo es más frecuente en Grecia.

Ευτυχία Παπαγιαννοπούλου. Σταύρος Τζουανάκος.
Πόλυ Πάνου.  Όταν θα πω εγώ το αχ! (Tου χωρισμού η μαχαιριά).


Antes de que Grigoris Binzikotsis la descubriera y realizaran juntos la primera grabación de Panu, a ella le gustaba éste viejo zeibékiko de Tsuanakos, que registraría más adelante.

Tengo poca información sobre la cantante y sólo una docena de temas en recopilaciones sobre laiká, pero ahora, buscándolos en youtube comprobé que me sonaban otra buena cantidad de ellos, gracias a la Radiotelevisión Griega, ERT, que la programaba regularmente. Por esas razones, hoy pondré más música y hablaré menos. 

La siguiente es la primera canción que Poly grabó en compañía de Grigoris.

Γιάννης Τατασόπουλος Ντίλλιγκερμπουζούκι. Γιώργος Κουλαξίζης, ακορντεόν.
Χ. Βασιλειαδης. Γ. Μπιθικώτσης. 1953. Πλέσσας, Πόλυ Πάνου.   Πηρα τη στράτα την κακιά.


Es una voz que no ha perdido vigencia, aunque sin duda había pasado ya por su edad de oro en el negocio, entre los sesenta y los setenta, cuando fue una de las cantantes populares más queridas y exitosas de su país. No obstante a mí me seguía gustando ahora y en algunos casos incluso más, a pesar de haber perdido parte de su potencia había ganado gravedad. 

Nació en Atenas el 28 de octubre de 1940, una fecha clave en la historia de Grecia, el día que Metaxás dijo No a Musolini y empezó la guerra greco-italiana, pero se crió en Patras donde la conoció Binzikotsis, que se convirtió en su descubridor y mentor en el mundillo del espectáculo.

El contacto se produjo a raíz de un concurso al que Poly se presentó sin consentimiento ni permiso de sus padres, y en el que resultó ganadora con una canción titulada  Mitera, Madre.

Tango του 1949 σε μουσική Ζωζέφ Κορίνθιου και στίχους 
Κώστα Κοφινιώτη. Ζόζεφ Κορινθίου. Φώτης Πολυμέρης.  Μάνα. Mamá.


Hay algún problema con el título de la canción, interpretada por Fotis Polimeris, que en realidad fue grabada con el título de Mana, Mamá, tal vez un error plausible en los biógrafos de Panu.

Si señalo ese equívoco es porque había más canciones con ese título por la época. Y una en particular de los mismos autores, Korinziu y Kofiniotis, y el mismo año, otro tango casi idéntico que sustituye Mana por Mitera, ahora sí, aunque éste registrado por otro cantante, Álkis Pagonis.

Y es que el tango era el palo que mejor iba al estilo de voz de Poly. Y por supuesto el zeibébiko y el jasápiko, dentro de la laiká rebétika.

Música de Ζωζέφ Κορίνθιου, letra de Κώστας Κοφινιώτης. Άλκης Παγώνης.  Μητέρα. Madre.


Ya me referí a ese parentesco musical y ambiental del rebétiko y el tango argentino. Los parecidos son mayores que con el blues, los ambientes marineros y porteños bonaerenses y los del Pireo tenían muchas coincidencias. Y hay que pensar en una influencia anterior y continua de la música italiana sobre Grecia, donde sigue gustando, no olvidemos que por ejemplo Mussolini todavía gobernó el Dodecaneso.

Las oleadas de emigrantes italianos a América, llevaron el tango a Argentina donde se endureció y creó su propio estilo con más garra que su ancestro. El tango estuvo de moda ininterrumpidamente desde los años cuarenta a los sesenta, y en Grecia también, la influencia en su música fue enorme. 

Yo no soy músico, si no lo explicaría con notas musicales, pero he escuchado muchas canciones de los dos géneros y a veces me cuesta diferenciar un tango de un zeibékiko en cantantes como Poly Panou. Y en ella especialmente, por ese estilo suyo cortado y chulesco que me recuerda por una parte, lo he dicho, las grecas del rebétiko y los golpes sobre la pierna del bandoneón porteño. 

Γιώργος Ζαμπέτας. Αντώνης Κλειδωνιάρης.  Πόλυ Πάνου.  Να πας να πεις της μάνας μου.


No es el caso de esta canción, más blandita y que fue su primera colaboración en disco con Zambetas.
La madre, de la que hablan las tres últimas canciones, es una figura muy frecuente en el rebétiko, y en la canción griega en general, como en nuestro flamenco. Y la de Panou debía de ser de armas tomar porque la acompañaba a todas partes, protegiéndola de los ambientes bohemios en los que había caído la chiquilla.

Porque Poly era por entonces la cantante griega famosa más joven de la escena de su país.
Al principio su familia se opuso a su carrera de cantatriz, profesión sospechosa, como les sucedió a las rebétissas más famosas, pero después del triunfo en el concurso y la seriedad de autores como Binzikotsis y Zambetas, ya vieron que la niña iba en serio y era apreciada, y se plegaron a lo inevitable.

Γιώργος Μητσάκης. Πόλυ Πάνου.  Καβγαδάκι.  Riña.


En su haber figuran colaboraciones con todos los grandes de la laiká y la rebétika de su época, intérpretes y compositores, la anterior con Mitsakis, un músico que había nacido en Constantinopla pero que se había educado ya, musical y vitalmente, entre los rebetes de Salónica y el Pireo.

De la larga nómina, he subido aquí algunos de los autores más conocidos e influyentes, entre los que no podía faltar el rebetis más importante de su generación, Vasilis Tsitsanis.

Βασίλης Τσιτσάνης. Πόλυ Πάνου.  Παίξε Χρήστο το μπουζούκι. Toca, Cristo, el busuki.

http://www.youtube.com/watch?v=vqiiNqvuK-c


Levkós. Kárpazos.
Grecia, verano 2013.

Pero no sólo los rebetes como Tsitsanis la apreciaron, también los dos compositores griegos universales de música clásica, éntekno, Manos Hatsidakis y Mikis Zeodorakis.

A Manos, según tengo entendido, le gustaba la versión de Poly Panu, que había grabado primero la canción, aunque finalmente sería la propia Melina Mercouri, que protagonizaba la película, quien la popularizaría. Me estoy refiriendo, naturalmente, a Los chicos del Pireo, del film de Jules Dassin, Never on sunday, Nunca en domingo (1960).
Manos Hatsidakis. Poly Panou.  
Τα παιδιά του Πειραιά. Ta paidiá tou Peiraiá (Ta pediá tu Pireá). Los chicos del Pireo.


Y Zeo-Teodorakis recibe en directo un homenaje, dedicado también al desaparecido Tsitsanis, donde Panou interpreta algunas de las canciones de ambos. En este caso la de un tema de Teo, de otra película, Fedra (1962), también con Melina de protagonista y dirigida de nuevo por el marido de la Mercuri, Dassin.

Veremos que la dedicación de Poly Panou a las bandas sonoras o, mejor, a las canciones en directo en algunas secuencias de las películas, fue algo muy común y característico de su trabajo.

Concierto homenaje a Tsitsanis y Teodorakis.
Mikis Teodorakis. Poly Panou.   Agapi mou.


Ya veo que tendré que dividir en dos el trabajo porque aún me quedan seis canciones y por poco que escriba me voy al quinto coño. Así que hasta otro día.

Salud y buena música.

Barbarómiros

martes, 26 de noviembre de 2013

Lenguas melladas


Lengua moribunda


Lenguas melladas


No sé si Don Ramón se citó con el Legía para el día siguiente, el caso es que llegamos a mi casa sobre las dos de la mañana. Todo el mundo en el piso dormía en paz. Nos metimos en la cocina y Valle pidió un poco de chorizo y vino para acompañar. Se había olvidado de la "noche de renuncia", argumento que esgrimió ante el Legía para no dejarnos ir de farra con ellos de puticlub en puticlub. Velaba por su criado Eusebio más que un padre por su hijo.

Sentados en torno a la mesa camilla, dimos cuenta de una tripa y tres botellas de clarete del Bierzo, regalo de la cosecha de un familiar. ¡Sublime!, roncaba el manco cada vez que vaciaba el vaso.
Después de la aventura de las campanas, de la angustia final con los municipales, que pudo acabar en el calabozo y, sobre todo, de la sed de la cecina que habíamos comido, el vino sabía a Milagro Musical, mucho más que la Wamba. Visto y no visto.
A medida que masticábamos el chorizo y trasegábamos lo de Baco, íbamos recuperando también, poco a poco, el oído.

Fue generoso el manco con su criado Sebio en esta ocasión, porque le permitió beber la parte proporcional que le tocaba. Parecía que estuviéramos comulgando. Al chaval se le cerraban los ojos del pedete berciano y el cansancio. Valle lo espabilaba, ¡Aprovecha, ternero, que no mamarás más en un mes!

El de Arousa me preguntó después si me quedaba alguna de aquellas botellas de brandy, Que tenemos a medias, dice guiñándome el ojo zurdo. ¡Incombustible el viejo chivo!
Lo acompañé con la primera copa. A Sebito no le echamos, le colgaban las orejas y los belfos y se le caía la cabeza sobre el pecho, los ojos como guisantes. Yo estaba también pa consagrar, pero aguantaba por puro amor propio y cortesía hacia el maestro.

Farfullábamos ya, más que hablábamos. Iba a servirme la segunda pero lo detuve, ¡Me voy a la cama, don Ramón!
Eusebio se levantó como un autómata, tambaleante y medio sonámbulo.
Pueden dormir en el salón, ¿quiere verlo?
Ya lo conozco, pollo.
Voy a por dos mantas.
Usebio vino detrás de mi con la cabeza agachada y los ojos entrecerrados y cogió las mantas que le pasé. Le indiqué los sillones donde podía echarse. Se tumbó en silencio en un tres piezas y aún sacaba las piernas fuera. A los dos segundos roncaba.

En la cocina Valle apuraba la segunda copa.
¡Hasta mañana, don Ramón!
¡Hasta mañá, galopín, yo quedo en Santa Compaña!, y atrajo la botella hacia sí, la agarró por el gollete y echó un trago largo.
¿No se le mellarán los dientes, maestro?
Definitivamente el genial manco estaba de buen humor esa madrugada y por primera vez, que yo recordara, sonrió y me dedicó un piropo donde yo esperaba ya el chisterazo:
¡Va aprendiendo, carchuto, siga así!

Mi esposa dormía como la santa que es, y yo no recuerdo nada más que la tibieza de las sábanas al meterme en la cama.

Desperté bastante temprano, con la cabeza floja, al escuchar en la calle el chiflo de un afilador. Me levanté para saber de los dos célebres. En el centro de la camilla dormían los vasos y la botella vacía de Terry. En la sala no había nadie. El butacón donde se echara Sebito conservaba, sin embargo, parte de las huellas de su corpachón. Los otros asientos estaban intactos.

Abrí la ventana para ventilar la habitación y pude oír entonces parte del pregón del afilador.

¡El afiladoooor!

¡Afilo dientes, cuchillos, navajas, espadas y tijeras,
hachas, hoces, lenguas, machetes y azuelas!...
¡Vendo agujas, dedales y cosas de tendero, 
piedras de afilar, de alumbre y de mechero!...

¡El afiladoooor!

En ocasión más propicia hubiera salido a que me afilara la lengua, me parecía humorada de don Ramón, pero...

¡El afiladooooor!


Ramón Ferreros Fabar, Ramonón el de Ludivina, apañacastañas, pesahuevos al tiento. 


Época.  No estoy bien.



Salud

domingo, 24 de noviembre de 2013

94


Tren de contenedores.
Aeropuerto. Kos. Grecia, julio 2013.


Salí a tirar la basura


consciente de que estaba fuera de mis cabales. Ya nada más pisar la calle me vi perdido. Arrastré las bolsas por toda la ciudad y mucho más tarde, cuando pasaba junto a una estación de ferrocarril, me apeteció entrar en la cantina, que tenía luz, a tomar un café. Dejé las bolsas a la puerta pensando en que tal vez alguien de la estación pudiera hacerse cargo de ellas y las tirara. Me parecía extraño no haber visto ningún contenedor, ni siquiera papeleras, en las dos o tres horas que caminé por la ciudad. En la cantina sólo había dos hombres en la barra con cara de insomnes aburridos. Pedí un café solo y me dediqué a saborearlo despaciosamente. No tenía prisa ni sueño, sólo me notaba un poco atontado y, bueno, perdido, seguía sin saber dónde estaba. Me da un poco de corte preguntar dónde estoy y prefiero descubrirlo por mi mismo. Pagué el café y me disponía a salir al andén cuando por la megafonía anunciaron la llegada de un convoy. Un mercancías. No sé porqué me entró prisa y salí rápido, como si lo fuera a perder. Las bolsas seguían junto a la puerta, las cogí y subí al tren. Al amanecer desperté dormido sobre las bolsas de un contenedor repleto, en una larga fila de ellos alineados en una vía muerta, muy lejos de casa.



Adoniram Barbosa. Gal Costa.  Trem das onze





Salud y felices pesadillas


ra


sábado, 23 de noviembre de 2013

93


Lefkos. Kárpazos.
Grecia 2013.


Salí a tirar la basura



un tanto perjudicado de la parte superior. Había tenido un día malo malo, el hombro me estuvo dando guerra a todas horas y la comida me salió regular. Cayó el termómetro y la humedad era muy alta. Como no me hizo nada el calmante de la mañana, en el almuerzo bebí un poco más de la cuenta, a ver si me daba el sueño y por lo menos descansaba un poco de esa molestia continua. Pero no suelo dormir la siesta y el ruca ruca no me abandonó ni después de una larga sobremesa con aguardiente. Por la tarde lié también algún preparado herbáceo y acompañé la escasa colación de la noche con más vino. El dolor no cedía. Lo que iba cediendo era mi poca lucidez, y cuando salí a la calle con las bolsas ya cosa no sabía/ y el ganado perdí que antes seguía. Dije perjudicado, la realidad es que tenía un pedo tan grande que no me cabía en el culo. En la calle había una marejada de la hostia y yo iba de banda a banda, menos mal que no caí por la borda, o sea, por el murete de babor al piélago de la acera. Tambaleándome llegué a los cubos y deposité mis desperdicios. Lo único que seguía notando, además del meneo de la embarcación, era el puto hombro. No sé cómo lo hice, uno de esos gestos atávicos de los borrachos: descargué el hombro en uno de los cubos y fue como si me hubiera quitado un peso de encima, incluso cuando volví a casa me notaba menos afectado de la parte alta, y parecía que apenas hubiera una ligera marejadilla. Cómo siguió el asunto lo desconozco, pero amanecí dormido en el salón, tapado con una manta y la botella de orujo al lado. El hombro se había calmado algo, pero tenía un dolor de cabeza curioso, seguía el oleaje y la resaca era descomunal. Pensé que esto de salir a tirar la basura era un cuelgue muy duro a veces, sobre todo con mala mar.



Chavela Vargas.  En el último trago.


http://www.youtube.com/watch?v=mYqRtsqQAoM


Salud y felices pesadillas.


ra

viernes, 22 de noviembre de 2013

92


¿Saliendo de la crisis o echando el resto?


Salí a tirar la basura



nada más escuchar al camión que deja los cubos vacíos en la acera, frente a la puerta del edificio. La razón de salir tan pronto no es otra que depositar las bolsas antes de que se llenen los contenedores, porque últimamente me encuentro otra vez cubos colmados, incapaces de tragar toda la mierda que soltamos los vecinos. Pero de nuevo llegué tarde. No habían transcurrido ni cinco minutos desde que pasaron los del camión, lo que significaba que muchos estaban ya preparados cuando pusieron los contenedores. ¿Qué sucedía, volvíamos a la normalidad de antes de la crisis? ¿Los excedentes y desperdicios de los hogares recuperaban sus volúmenes habituales? No era esa mi impresión, más bien la contraria. Día a día el deterioro de las condiciones de vida era más visible. Sólo por poner un ejemplo: el vecino que acababa de dejar una gran bolsa sobre uno de los cubos repletos, cuando yo bajaba de las escaleras a la calle propiamente dicha, había comprado un Mercedes flamante viendo que su pequeño negocio de persianas prosperaba con el boom inmobiliario. De una docena de operarios pasó en dos años a trabajar con su hombre de confianza y un joven yerno que incorporó a la empresa cuando éste perdió su trabajo. Entonces los chavales, que tenían ya una niña pequeña y un piso a estrenar, tuvieron que abandonar su hogar y venirse a vivir con los padres de la chica, mis vecinos. Todo esto lo sé por Radio Escalera, una marujona que se encarga de informar a todo el portal, y al de al lado, aunque, en mi caso, apenas la saludo alguna vez por mal entendida educación o despiste. Por ella sabemos que finalmente ha tenido que cerrar el taller y ha perdido también el coche, al que ya había echado yo en falta en el aparcamiento. Anda ahora con un furgón familiar de segunda mano que aparca en la calle. Su hijo, que se había independizado hacía unos años, perdió el trabajo y vive ahora en el hogar paterno, de momento cobrando el paro, pero sin expectativas de encontrar uno nuevo. No sé cómo se las arreglan para vivir todos juntos en el piso, porque en casa sigue todavía la hija más pequeña, que está terminando su carrera y, desde hace algunos años, la madre de la señora, que arrastra un problema de Alzheimer severo y apenas sale de casa. Más el perro, un schnauzer gigante que es buen amigo mío. Al cruzarme con el hombre nos dijimos buenas noches pero él evitó mi mirada. Coloqué las bolsas como mejor pude y al marchar creí oír como un gemido, al tiempo que algo parecía moverse en el interior de la bolsa que el vecino había dejado. Me dio un repeluzno y volví a casa tratando de no pensar en nada. Al día siguiente tenía cita con el majara de mi psiquiatra.


Eric Burdon and The Animals.  Year of the guru.




Salud y felices pesadillas


ra

jueves, 21 de noviembre de 2013

91


Tan tiesos, pura apariencia.


Salí a tirar la basura


con una de esas talanqueras que uno pilla sólo de vez en cuando, ¡qué se yo!, ¿una vez al mes como aconsejaba Hipócrates? Todo fue medio circunstancial, quiero decir que no tenía previsto beber más de la cuenta ese día. El caso es que salía guapo. Por la mañana había tenido la visita de un colega con el que descorché una botella de vino. Comimos algo de queso para acompañar, escuchamos música, fumamos unos pitos y charlamos. Se fue dejándome un tiempo para hacer la comida y lo acompañé hasta la calle. En el portal me dice, ¡Vaya un pedo que tengo! Me culpa de ser un pervertidor de menores, ¡si es mayor que yo, y abuelo! No contesté, ¡soy inocente!, pero estaba igual que él y me eché a reír, confirmando de ese modo lo que acababa de decir mi amigo. En la comida, en cambio, no me excedí y bebí sólo dos vasos. Pero por la tarde tuve la visita de otro camarada al que le gusta el café y si lo hay, el orujo. Y lo tenía. Había rellenado hacía poco una frasca de tres cuartos de uno muy potente y la había metido en el congelador. Un café y otro. Y unos cigarros. Y cafetera va y cafetera viene y, entre medias, un chupito de aguardiente, y otro, y limpia la taza con un chorrín, y otro más. Estaba helado, denso y dulzón, y entraba como hidromiel. Sólo cuando habíamos bajado media botella y el orujo empezaba a calentarse, nos dimos cuenta del pedazo de cacho de trozo de calentón que teníamos nosotros. Salimos a la calle para dar un paseo y airear. El camarada llevaba un cegaratón de la ONCE y estaba empeñado en llevarme a cenar a un sitio que había descubierto recién. Pasear nos despejó un poco, pero en la cena empapamos otras dos botellas de vino, nos tomamos nuestros cafés y nos invitaron a los chupitos. No estaba tan bueno como el mío, pero sobre todo no bebimos tanto. No obstante salimos ya tambaleantes del bar. Antes de despedirnos todavía quiso tomar un cacharro en un pub cerca de casa. Él ya conoce el Oscuro Bar de Húmedas Paredes de mi calle, pero los dos temíamos esas escaleras empinadas y mohosas, donde tantos rokeros se han descalabrado. Cuando se fue, era casi la hora del paso de los camiones de la recogida y pensé que igual todavía tenía tiempo de sacar las bolsas. Aunque enseguida me fatigo, como la calle baja, me dio por acelerar un poco la marcha. Iba haciendo eses de lado a lado de la acera y poco a poco, con la inercia, fui cogiendo velocidad. Parecía que las piernas funcionaban solas y me despreocupé, pero lo que no era capaz de controlar eran las curvas. Llegó un momento en que dejé de controlar también la velocidad. Estaba muy cerca de las escaleras del edificio, pero iba ya totalmente desarbolado, y en quinta. En la última curva, cuyo arco acababa al pie de la escalera, derrapé y me estampé contra el penúltimo escalón. Me hice un rasponazo en la nariz y notaba en la cara la humedad viscosa de la sangre. Pude levantarme y llegar a casa. Ya se habían acostado. Cogí las bolsas y salí. Pero era de día y los cubos estaban vacíos y apilados para la noche siguiente.


Flema.  Siempre estoy dado vuelta.




Salud y felices pesadillas.


ra


miércoles, 20 de noviembre de 2013

La catábasis


Los sastres de la Balesquida en la plaza de la Catedral.
Oviedo 2012.

Recosido de urgencias o Lo que sube baja


Todo fue culpa de un chivatazo del Legía para ponernos en apuros, obligando al buen arosano a solicitar su auxilio y de paso divertirse un rato a nuestra costa.

De la mayoría de lo que sigue me enteré meses después por boca del propio Valle. La noche de Difuntos, cuando bajamos del campanario a la nave de la Catedral donde nos esperaba un cura con cuatro municipales, estaba sordo total, y más que sordo trascendido, flotante, por el efecto de las ondas sonoras del toque de Clamor de la Wamba, treinta campanadas más lentas y quedas que el toque a muerto, pero que retumbaban en el interior de mi calavera anulando cualquier otro sonido. Y no sólo mi cuerpo se estremecía y temblaba, veía también a mis compañeros trémulos y con los ojos casi fuera de las órbitas.

La escena a la que asistimos a continuación era digna del cine mudo, un típico diálogo de sordos con los policías y el cura.
Nada más poner los pies en las losas de la nave los policías se nos echaron encima. Veía a Valle haciendo gestos ampulosos de fantoche y supongo que dando grandes voces, a juzgar por lo colorada que se le puso la cara y el movimiento convulso de su boca. Los municipales habían sacado las esposas, pero algo debió decir el viejo porque se detuvieron de golpe y nos soltaron. Como no sabía lo que les había dicho yo me reí para mis adentros imaginando la frase, ¡Pero cómo me vais a esposar si soy manco, lumbreras!

En realidad don Ramón sólo había dicho, ¡Un momento señores, qué clase de atropello cometen, dejen que este anciano les explique!
El arousano intentó convencerlos de que había subido con nosotros a la torre para enseñarnos la ciudad, que se nos había pasado el tiempo sin conciencia de la hora, que incluso pensábamos que la Catedral permanecería abierta toda la noche en esta Víspera de Difuntos, para que los fieles pudieran rezar por sus muertos, que en otros lugares así se hacía, que sus colegas de la Cofradía de Ánimas no habían desmentido este extremo...

No le creyeron y los policías volvieron a enarbolar las esposas. De nuevo se encaró Valle con los municipales echándoles el alto. Se había colocado delante de nosotros y nos protegía con su cuerpo arrugado y escurrido. Veía cómo se le movían las barbas y los labios y cómo braceaba con su miembro sano. El primer funcionario se había detenido cuando el maestro le tocó el pecho con su dedo índice. Le estaba diciendo algo que lo confundía por completo y se giraba para corroborar su propia sorpresa en el rostro de sus colegas, como si no pudiera creer lo que oía. Al parecer Valle  le estaba diciendo que conocía a sus padres, ya difuntos, y a toda su parentela hasta la última generación de la que había memoria sobre la tierra. Le dio incluso los nombres y lugares de nacimiento de sus tatarabuelos.

No se atrevían a actuar y buscaban consejo en el mosén. Éste, parapetado tras los uniformados, hacía muecas de fastidio e impaciencia y parecía instar a los indecisos policías a que cumplieran con su deber. Un segundo hombre se adelantó con las esposas y otra vez don Ramón lo detuvo en seco cada vez más excitado. Me imaginaba las voces que estaría dando por su rostro crispado y encarnado, y por los enérgicos molinetes que dibujaba en el aire con su brazo en alto. Con la capa, la chistera bien encasquetada, la barba de santo loco y los botines, parecía un figurín de Mefisto recién salido del infierno. Sólo por su aspecto no sé cómo no nos habían mazado ya a toletazos. Pero el segundo cancerbero lo miraba con la boca abierta mientras Valle le leía, como al anterior, la cartilla de sus ancestros.

El cura, que observaba la escena, Con ojos bizcos y suspicaces, inquietos como los de las gallinas enjauladas, según palabras del genial zombi, dijo entonces algo que debió convencer por fin a los servidores de la ley. Valle me contaría después que él también estaba totalmente sordo, pero que no hacía falta ser adivino para saber lo que pueden discurrir un medio sotana y cuatro sacristanes del ayuntamiento.
Don Ramón se dirigió directamente al sacerdote atravesando la fila de policías, que le abrieron paso, y le puso la mano en el hombro. Parecía hablarle al oído, muy quedo, como si estuviera confesándolo o dándole algún consejo privado. Lo miraba a la cara y acto seguido miraba a los policías y seguía hablando. El cura, más alto, agachaba la cabeza escuchando a Valle, que se entretenía, con delicadeza monjil, en quitarle caspas de los hombros de la sotana mientras le hablaba.

Parece que el manco le contaba con pelos y señales, hasta la séptima generación, la antigua amistad de su familia con la del actual obispo franciscano de la diócesis ovetense, descendiente de carlistas. El cura parecía sin duda conmovido por las palabras de Valle pero no tragaba. Yo veía al viejo, rojo, a punto de salir de sus cabales. Si eso pasaba nos caerían el doble de toletazos que al principio.
En un momento vimos que Valle apretaba un poco el hombro del cura, que agachó algo más la cabeza para acercar la oreja a los labios del sabio manco. Dice que le dijo, ¡Ya me encargaré yo de que te nombren párroco de la aldea más cutre y remota de toda Asturias, corneja!, eso le dijo.

El cura se sacudió la garra del gallego separándose y conminó a los municipales a que dieran por concluida aquella reunión esperpéntica y absurda, prendiéndonos como los romanos prendieron a Cristo. Así vi yo a don Ramón, como a un bendito Cristo encolerizado, repartiendo zurriagazos entre los mercachifles del Templo, tal cara se le puso. Lívido de ira, salpicando gotitas de saliva mientras peroraba, dio un saltín y extendió el brazo protegiéndonos, cual Moisés ordenando separarse a las aguas del Mar Rojo. ¡Estaba inconmensurable el gran dramático!
Mientras tanto, Sebito y yo habíamos permanecidos sordos y mudos sin movernos del arranque de la escalera.
Me contó Valle que no había querido sacar su as de la manga hasta el final de la partida, si no se arrugaban antes los inquisidores, por no deber otro favor al Legía. Les dio el nombre del político regional con el que cenaban esa noche el jaque y su compinche Porfirio en la ciudad, y el número de móvil del macarra.

Estaban tomando copas en un puticlub cercano y en un cuarto de hora se presentaron en la Catedral. Traían una pupila que a saber dónde se habrían agenciado. Fue el diputado el que nos sacó de allí sanos y salvos después de un intercambio de palabras con los municipales y el canónigo. Antes de salir como señores por la puerta principal, Don Ramón le lanzó una mirada al consagrado para echarse a temblar, como aún tremábamos nosotros bajo los efectos de la Wamba.

Las risas de los malevos y el político regresando al puticlub, pusieron la mosca detrás de la oreja de Valle, sospechas que confirmaría días después cuando, de vuelta a Vilanova, a Porfirio se le escapó una indiscreción, distraído, mientras conducía el Mercedes.
La coima, que acompañaba al diputado, miraba a Valle divertida como si estuviera viendo a un dinosaurio en bragas. El gallego, temblón y sordo todavía, pero conservando el oro de su voz, se dio cuenta y se paró encarándola, ¡Qué carayo miras, Putifarina, no tienes bastante con tu Romeo!, creo que le dijo, lo que provocó una carcajada general.

El viejo estaba revotado y se negó a entrar en el local. Me pidió que lo llevara a mi casa. Llevábamos ya tres días en Asturias y yo no había visto a la familia todavía. El Legía trataba de convencerlo para seguir la farra y a mí lo que me apetecía en ese momento era beber algo. Tenía un secaño terrible después del pedazo de cecina que comí en el campanario y el apurón de la bajada. Pero Valle se negó en redondo a dejarnos entrar. Esta era una noche de renuncias y había que meditar sobre la Muerte y el Prodigio Musical vivido en la torre. Sebito, con las orejas gachas, miraba con mezcla de gula y resignación las tetas del pendón.

Homobono Sartorio Agujetas, alfayate de pobres, remendón.

EPZ EL PULGARZITO.  Tanto truco.


Salud


P. D. La ventana del blog  Ilustrania, en nuestros Flanvoritos, y del que hablé ayer en otra postdata, ya está actualizada y diariamente podrá seguir quien quiera su viaje por Jordania. Muchos besos y suerte!

Ramiro

martes, 19 de noviembre de 2013

Le salió rana


Palante brinca el sapo aunque le saquen los ojos
Karpazos. Grecia, 2013.

Nunca falta un sapo para que cante una rana


Había sido batracio antes que príncipe y algo le había quedado desde su metamorfosis, tenía cara de sapo e imitaba a la perfección el croar de las ranas. Aunque la princesa lo amaba pese a su escaso atractivo, él languidecía escuchando el canto de sus antiguos colegas. En las noches de verano cogió la costumbre de pasear por los jardines de palacio y sentarse a la orilla del estanque, donde pululaban las ranas. Cuando se ponía a croar, todas las hembras se le acercaban nadando en la superficie del agua y lo rodeaban, contestando a su reclamo. Los machos venían detrás y aprovechaban que las señoras yacían traspuestas y abiertas de ancas sobre el agua, contemplando y escuchando a su príncipe, para montarlas. Así es como empezó a dirigir un coro mixto de ranas. No tardaron en sumarse los sapos del jardín, algunos de voz muy gruesa, que enriquecieron el coro. Hasta los aposentos de la princesa llegaba el eco de la dulce y alegre melodía. Una noche abandonó el frío lecho y fue al encuentro de su amado. Se le acercó por detrás sin hacer ruido, a saltitos. Le tapó los ojos y le dio un beso apasionado en la boca. El príncipe, convertido en sapo, dijo, ¡Croooarr!, y ella, una ranita, contestó, ¡Rooaaarrr!...

Ramiro

Louis Armstrong.  What a wonderful world.



Salud!


P. D. Un toque de atención para interesados. Anteyer comenzó Tania a relatar su diario de viaje de este año. Podéis verlo aquí a la derecha en Flanvoritos, en su blog Ilustrania. Hay que pinchar en Ilustrania porque si se pincha el título del capítulo no aparece el actual sino el antiguo. Desconozco las razones por las que no se actualiza la ventanina y sigue saliendo eso de  Hace 8 meses... .
Promete ir contándonos sobre la marcha, lo que dará mayor verismo al relato, las peripecias de un viaje a Jordania que empieza ahora. Que tengan buenas experiencias y salud estos dos viajeros. 


¡Muchos besos!


Eddie Palmieri.  Melao para el sapo.

http://www.youtube.com/watch?v=-04K-0UtAgw

ra

lunes, 18 de noviembre de 2013

Ο Νίκος Νικολάου, Nikos Nikolau


El maestro lirari,  Nikos Nikolau, tocando a la puerta del Kriti.
 Ólymbos. Cárpatos. Grecia, agosto 2013.

Νίκος Νικολάου


Buenos días. Mejor seguir ahora, que no dejarlo para más tarde. Y es que veo el retrato de este hombre sencillo y casi me emociono, y eso que apenas lo conozco de un par de horas de parea.

A las puertas de la taberna I Kriti, Creta, de Fílippa Filippidis, en un rincón que forma con una capillina, nos encontramos con la sorpresa del verano, para mí. No pensarán lo mismo los guajes, que se quejaron del tiempo que pasamos escuchando una música tan monótona y chillona, como dicen ellos. Tampoco es que sean grandes entusiastas de la gaita asturiana.

Cuando llegamos, Nikos Nikolau acababa de cerrar la navaja que tiene al lado sobre la mesa y estaba desinflando y guardando la tsabuna, que repasaba con la herramienta. Después del saludo inicial, la desplegó de nuevo para mí cuando me interesé por el instrumento. Preguntaron de dónde éramos. Les contaba que en nuestra tierra también teníamos gaitas y que nos gustaba la Nisiótika. Ya se armó.
Nos invitaron a sentarnos, y a unas cervezas y unas uvas, que era lo que tenían entonces sobre la mesa. Y empezamos a charlar mientras ellos afinaban.

Nikos Nikolau, padre, ensayando con su lira en Ólymbos.  Parte 1.

http://www.youtube.com/watch?v=taGtJ2o6kXM

El maestro Nikos tocaba la lira, su hijo Vasilis la tsabuna y un amigo el laúd. Ya conté en el capítulo sobre Ólymbos que se alternan e intercambian los instrumentos porque la mayoría sabe tocar los tres, aunque lógicamente cada cual tiene su preferido. Y no es un hecho aislado de Kárpazos, sino común a los músicos de todas las islas.

En el siguiente tema, por ejemplo, perteneciente a ese disco dedicado a Cárpatos que editaron los franceses con su buen criterio habitual para estos casos, de la serie Música del Mundo, Musique du Monde, Nikos Nikolau no toca la lira sino el laoúto, el laúd.
Encontré un blog griego, Notoc, donde viene una reseña interesante de ese disco, bilingüe, griego e inglés, junto con algunos comentarios sobre Ólymbos. Son siete canciones de las más populares, una muestra de lo mejor del folclore isleño. Algunas de ellas las he subido en los capítulos de Cárpatos.

http://noctoc-noctoc.blogspot.com.es/2011/07/music-from-island-of-karpathos-musique.html

Junto a Nikos Nikolau y Andreas Fasakis, que abren y cierran la grabación, los Zografidis, Andonis, Mijalis y Yiorgos, Yiannis Prearis y Yiorgos Protopapas. 

Μουσική από το χωριό  Όλυμπος της Καρπάθου.  Αντρέας Φασάκης, Λύρα.
 Νίκος Νικολάου, Λαούτο.  Πάνω Χορός (Καρπάθου)

http://www.youtube.com/watch?v=5Adssjc59HE&list=PL71752472B87EEE45&index=9

Nikos Nikolau con su lira.
Ólymbos. Kárpazos, verano 2013.

Ya mencioné el parecido en varios aspectos que encontré entre Creta y Cárpatos, también en lo musical. Aparte de que ambos folclores pueden agruparse en esa etiqueta de Nisiótika, música de las islas. Las más conocidas, soustas, junto a coplas de amor, mantinadas, y canciones para coros, instrumentales y bailes.

El maestro Nikos tocó al principio, unas cinco o seis canciones, sobre una hora. Son temas muy largos por lo común, ocho o diez minutos. Se quejaba de que ya no le respondían los dedos ni las manos, atacados por la artrosis de la vejez, pero escuchándolo apenas se notaba.
Cantaba su hijo Nikos Vasilis Nikolau cuando no tocaba la tsabuna, el láud se hacía cargo también de la gaita en alguna ocasión, y Vasilis indistintamente de los tres instrumentos. Creo que dedicaré otro capítulo a Vasilis y aprovecharé para subir algunas otras imágenes de la sentada. Ya me quedan pocas grabaciones, pero supongo que llegarán.
No sé quién canta. Nikos Nikolau, lira.  Parte 2.


Y yo tocaba las palmas. Es un palmeo sencillo, uno-dos, como la propia música, no tiene los matices del palmeo flamenco, pero sirve para lo mismo, por parte de los profesionales, hacer participar al público, y por la de los oyentes, acompañar y animar a los músicos.
No necesito que me las reclamen, yo solín me sumo enseguida con gusto. Ya conté cómo en el Kriti de Janiá, en Creta, un músico sfakiota me alentaba con la cabeza mostrando su acuerdo, y se volvía para que continuara cuando yo aflojaba. Y al final se acercó a saludarnos.

En realidad algunas veces me corto por discreción, ¡qué hace ese gilipollas tocando las palmas en una canción triste que habla de dolor!..., pero no, al contrario, siempre te miran agradecidos, ¡y yo feliz!, porqué negarlo, me veo un poco más cercano a ellos. Ya se extrañan lo suyo de que un extranjero aprecie su folclore, del que por otra parte se sienten bien orgullosos.
A propósito de la improvisada reunión en plena calle, me decía Nikos que si habíamos encontrado algo parecido en alguno de los rincones de Grecia que conocemos. Y sí, es cierto, apenas media docena de veces y nunca tan cerca.

Στο παραδοσιακό καφενείο του κ. Αντώνη Ζωγραφίδη στην Όλυμπο - Έλυμπο (τοπική διάλεκτος) Καρπάθου!, dice Nikolas Cyprus, quien subió a youtube los tres ensayos de Nikos: En el kafé tradicional del señor Andonis Zografidis en Ólimbos - Élimbos (en dialecto local) de Cárpatos. A esto me faltaba referirme. También, como en Creta, en Ólimbos conservan su propio dialecto.

Τσαμπούνα - κ. Αντώνης Ζωγραφίδης.  Λύρα - κ. Βασίλης Νικολάου.  Parte 3.


El trío clásico de la música de Ólymbos: Lira, Tsabuna y Laúd.
Cárpatos. Grecia, verano 2013.

Como no podía ser de otra manera hablamos de la música cretense, tan cercana, de Aerakis y Psarandonis, con el que Vasilis se atrevió cantando O Días, acompañado por su lira.

Ψαραντώνης. Psarandonis.  O Δίας.  Zeus.

http://www.youtube.com/watch?v=RwlacQQamDk

Una de las cosas que más me llamaron la atención fue la técnica para tocar la lira, que no creo que sea exclusiva de Cárpatos: no pulsan las cuerdas, arriman las uñas de los dedos a la cuerda aguda externa a distintas alturas para conseguir las notas, como si trastearan. El resto lo hacen las otras dos cuerdas rasgadas por el arco. Al tocar la aguda cesa la vibración y consiguen sonidos más sordos en contraste con los agudos dominantes.

Tuvimos hasta a un poeta, así se presentó, que se sumó también a la mesa al poco de llegar nosotros y que escribió una mantinada para Vasilis allí mismo.

La segunda hora, ya tocando sólo Vasilis y su amigo el laúd, la dedicamos al tsikudiá y a unas mecedes a las que también nos invitaron. Cada grupo pagó una ronda, como buenos camaradas, y al final le compramos a Vasilis Nikolau un CD grabado por él y acompañado por otros músicos de la isla. Disco del que espero hablar algo en la entrada que prometí aquí. La putada es que ninguno de sus once temas está en youtube. Si tuviera la suerte de que Vasilis leyera este artículo, quizá me echara una mano subiendo alguna. Veremos.

Στην υγειά σας, Μπαρμπανίκο, και ευχαριστώ πολύ!!

Όλυμπος. Νίκος Νικολάου, Λύρα. Ανδρέας Φασάκις, Λαούτο.  Σούστα Καρπάθου


¡Salud a todos y buena música!

Ramiro Rodríguez Prada, Μπαρμπαρόμηρος.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Η Κάρπαθος, Cárpatos -4. Ólymbos


La atmósfera única de Ólymbos.
El cielo y el mar confundidos en un azul lechoso.

 Kárpazos, agosto 2013.

Όλυμπος, Ólymbos


Buenos días. Ólymbos es tal vez el pueblo más popular de Kárpazos, al menos fuera de la isla, ya no estaría tan seguro de si los isleños piensan lo mismo de puertas para adentro. Y si digo esto es porque en dos ocasiones escuchamos que los de Ólymbos son unos pícaros que engañan o roban a los turistas. No es que les roben el bolso o la cartera, sino que los estafan con precios abusivos y recuerdos sin valor.

Sin embargo nuestra experiencia lo desmiente por completo. Pensamos que se trata de la típica malignidad irónica del griego que, además, es vecino: ¡No hay isla más bonita que la mía ni pueblo más hermoso que el de mi menda! Ya nada más pisar la primera calle del pueblo nos acercamos a ver las plantas aromáticas que vendía una señora y sin comprar nada, al marchar, nos regaló una bolsa de fraskómilo. Es un té silvestre que se encuentra por toda Grecia, más parecido externamente a la salvia que al propio té o a nuestro té de roca, y dulce como éste.

Minás Makrimanolis.  Mantinada a Ólymbos


Sí es cierto que Ólymbos está totalmente volcado al turismo, que sus calles empinadas, estrechas y escalonadas, han perdido parte de su autenticidad con la proliferación de tiendas y puestos de productos típicos. Pero son tres calles y esto es un fenómeno veraniego que se repite por doquier. En otras estaciones Kárpazos es una isla remota, y en ella Ólymbos, un pueblo perdido y semiolvidado que recupera su soledad. Incluso en pleno verano es posible encontrar el pueblo vacío y silencioso muchas horas, con media docena de coches en el aparcamiento a la entrada del pueblo y los turistas contados. Y es que no son carreteras llanas precisamente las que llegan hasta aquí.

La mayoría de los turistas vienen en caiques desde Pigadia y otros pocos en autobús o vehículos particulares. Visitan también Diafani, donde termina el asfalto, lleno de griegos y de juventud, un puertín cercano muy agradable cuando se van los barcos de las excursiones, y donde estuvimos a punto de quedarnos, antes de pasar por Levkós. Al final fue casi lo apartado del lugar lo que nos hizo inclinarnos finalmente por este último, más central y mejor comunicado.

Nikos Pablidis.  Skopós de mi padre Iaoannis Nikoloau Pablidis.



Ólymbos a pleno sol.
Cárpatos. Grecia, agosto 2013.

Pero es que además de conocido, Ólymbos es guapísimo, no me extraña que los vecinos de otros pueblos se celen un poco. Hay otros varios muy bellos en Kárpazos, pero ninguno que disfrute de un emplazamiento tan espectacular, de una atmósfera tan particular, y en una zona de la isla así de extrema.

La llegada -en nuestro caso hacia las doce del medio día-, desde una carretera muy elevada, te pone los ojos a la altura del pueblo al salir de una curva. Aparecen de pronto los colores pálidos de las casas entre una neblina sutil que se espesa en lo alto de las montañas, escalando las laderas y demorándose en las cumbres.
Y al fondo el mar lechoso. Si en Pigadia veíamos el casquete de nubes sobre los montes y el pueblo de Aperi más abajo, soleado, aquí la niebla lame los tejados y se enreda en las aspas de los altos molinos que aprovechan los pináculos más elevados y aéreos del pueblo. Y con mucha frecuencia no se va en todo el día, aunque nosotros también tuvimos suerte de ver el pueblo despejado y soleado. ¡Y en Grecia, en verano, sale el sol con niebla y con todo, por Antequera si hace falta!

Ólymbos, arracimada en la ladera y en una cresta rocosa de 700 metros sobre la mar, casi dándole la espalda, mira a un profundo valle interior en cuyo fondo el cementerio recuerda a los vecinos, cada día, la condición fugaz de la vida. Detrás, el azul del mar, la tierra que se precipita seca y austera, y la costa recortada y agreste, son también de quitar el hipo. ¡En realidad me quedo mudo!...

Fue fundado Ólymbos a principios del siglo XV y todavía se conservan muchas casas medievales, con el sol entrando por las puertas abiertas hasta unas elevadas y curiosas tarimas sobre las que sitúan las camas. El pueblo es rico en artesanías femeniles, como diría Valle-Inclán, tejidos, bordados, pañuelos, puntillas, mantones, babuchas..., y muchas mujeres visten todavía el traje típico a diario. La tradición, como en lo musical, no es aquí un pegote de ocasión para el turista, se vive realmente.

Después de subir a lo más alto, de ver los molinos, el interior de alguna de esas casas, el de varias capillas minúsculas y silenciosas, la airosa iglesia con su campanario..., hay que perderse por las callejuelas por donde a duras penas pasa un burro, y subir y bajar escalones para volver al mismo sitio.

A propósito de tradición, dice Dimitris Zisópulos, el subidor del siguiente vídeo: "Increíble. Esto no es una situación folclórica (se refiere a forzada, artificial). Estas personas viven de este modo. Este vídeo es un fragmento de un documental que produje para la Televisión Nacional Helena." El de la lira del polo rojo es Nikos Vasilis Nikolau con quien hicimos parea la mañana que pasamos en el pueblo.

Nikos Vasilis Nikolaou, en una taberna de Ólymbos.


En el centro Nikos Nikolaou, lira y Nikos Vasilis, su hijo, tsabuna.
En la taberna I Kriti. Ólimbos. Kárpazos, agosto 2013.

Pero antes de perdernos, cuando bajábamos a buscar un lugar para comer, en un rincón sombreado que forma la puerta de una capillita y la taberna I Kriti, nos topamos con cuatro personas sentadas a una mesa con un laouto, una lyra y una tsabouna, bebiendo unas cervezas. No estaban tocando, pero yo me interesé por la gaita y empezaron por enseñármela, ¡cuidadín...!, y acabaron tocando dos horas, mientras charlábamos, picábamos unas mecedes y bebíamos cerveza y tsikudiá.

Fue sin duda la sorpresa más agradable de estas vacaciones para mí. Dos de los músicos resultaron ser de una saga musical de Ólymbos, conocida en toda la isla, el lirari Nikos Nikolaou, un maestro de la vieja escuela, y su hijo Vasilis, que ya tienen en su haber varios registros discográficos, algunos de los cuales he ido colocando en los capítulos sobre Kárpazos.

Sabéis lo que me gusta la música griega y la cretense muy en particular, y tuve la fortuna de que Vasilis me dedicara un tema de Psarandonis cuando, hablando de la música cretense tan próxima a la de Kárpazos como lo están las dos islas, le dije que me gustaba. Tocó con su lira y cantó nada menos que O Dias, una pieza muy difícil del loco de Anogeia que me mola, y fue la primera canción que subí cuando abrí Psilicosis en el otro blog en julio del 2011, acompañando un retrato del que esto escribe.
Y no sólo eso, su padre, que ya casi no toca y se quejaba de problemas de artrosis en los dedos y las manos, lo acompañó con la lira en varias canciones, un buen rato. Todo un honor. No tuve el cuidado de apuntar el nombre del laúd, que se alternaba con Nikos padre y Vasilis, tocando también la lira. Disculpas. Cada uno se decanta por un instrumento, pero la mayoría domina también los otros dos de su folclore.

El niño Yiannis Nikolaou Pablidis, al que vimos acompañando a su padre Nikos Pablidis, con el laúd, laouto (laúto), en un capítulo anterior, puliendo ahora su lira.


Como fue una sentada muy gustosa, he pensado dedicar más adelante un capítulo de Música griega al abuelo Nikos Nikolaou, aprovechando que tengo varias fotos y unas pocas grabaciones de Youtube. El resto lo puedo rellenar con otros músicos de Ólymbos, pues como el mentado Anoyia del cretense Psarandonis, también es un pueblo de sagas familiares de músicos y los hay de todas las edades. Y siempre queda abierta la posibilidad de una segunda entrada en Ólymbos en esta etiqueta.

Las gentes de este pueblo he leído que empezaron a emigrar a Estados Unidos y lo hicieron mayoritariamente a la ciudad de Baltimore, el efecto llamada, como pasa tantas veces entre los emigrantes, en Grecia, Italia o España, familias y pueblos enteros que se instalan en un país o incluso en una ciudad, en este caso donde murió el atormentado Edgar Alan Poe. Muchos han vuelto al retirarse y han arreglado las casas, y la mayoría sigue manteniendo lazos familiares y el recuerdo vivo de su patria chica.

Después de las tapas, el tsikudiá y la música, por consejo de la dueña del Kriti, bajamos a comer al Molino, Μύλος, que ya habíamos visto recomendado en varias guías y que no nos defraudó. Es un restaurante familiar instalado a la vera de un molino de viento en funcionamiento con el que muelen el grano del cereal. Al tiempo cuecen el pan en un horno de leña a la vista y allí mismo cocinan. De hecho siguen utilizando hornos de leña en todo el pueblo.

Manolis I. Sofilas, lira.


Leña, capilla y mar en Ólymbos.
Kárpazos. Grecia, verano 2013.

Como hacen los macarrones ellos mismos -tenían una partida secando al sol sobre dos telas-, volvimos a probar, entre alguna otra cosa, la riquísima receta local, A la karpaciana, que lleva queso rayado y cebolla un poco turrada. De postre nos pusieron, de presente, las famosas lukumades de Kárpazos, que también habíamos comido en Pigadia y que hacen honor a su fama, ¡en Levkós, en lo de Nikos las comíamos a diario!, a los guajes les encanta, y a mí. A ambos platos dedicaré su entrada en Lo que se comió..., no sé cuando. Las loukumades, una especie de buñuelos redondos, como una nuez grande, bañados en miel, son un postre tan popular en toda Grecia que no sé porqué no les dediqué ya un capítulo.

Las seis mesas del Molino ocupan una cresta, a un lado cuatro miran al valle interior, y al otro, dos lo hacen al mar colgadas en el aire. Comimos en una de éstas y teníamos la impresión de hacerlo en una nube sobre el mar. En la mesa vecina tres hombres y una mujer, griegos, comían y charlaban animadamente.

A los postres empezamos a hablar con ellos. Tras la sorpresa inicial típica de que fuéramos españoles y las explicaciones de porqué chapurriábamos griego, nos metimos en harina con la situación política y el caos ateniense, donde ellos viven. Estaban descansando unos días en Diafani, el puertín que describí arriba. De ahí pasamos a las islas, a la literatura y a la música griega. Me habían visto hacer de palmero para los Nikolau, con un entusiasmo digno del mejor karpaciotis, cuando cruzaron delante del Kriti, y hablé en algún momento de mi afición a la música cretense. Preguntaron si conocíamos Creta y de ahí saltamos a Spinalonga, una islita del noreste de Creta, que fue leprosario, donde se sitúa la acción y se rodó una serie de la televisión griega, de mucho éxito, basada en la novela La isla, de la británica Victoria Hislop, serie que la mayoría de los que están al tanto del mundo griego conocerán muy bien.

Resultó que uno de ellos era el escenógrafo de la serie. Fue otro encuentro feliz y creo que le dimos una pequeña alegría afirmando lo mucho que nos había gustado. La mi morena fue una auténtica adicta a ella.

Después de eso, entre pitos y copas, la morena de mi copla y yo anduvimos perdidos por el pueblo hasta que nos rescataron los chavales. Lo dicho, ese día pasamos aún por Diafani y vimos la puesta de sol sobre el mar en Levkós, y aquí se acaba el cuento por hoy.

El tema final es casi un homenaje a los jóvenes de Ólymbos que siguen con la tradición musical de su pueblo. Si no me equivoco, y no quisiera de ningún modo, el vídeo es otro tributo al chaval que toca la tsabuna, Andoni, a quien sus amigos despiden en el último y definitivo Adío, Adiós...

Los jóvenes.  Adio Andoni, tsabouna.


¡Salud y buena música!

Ramiro Rodríguez Prada,  Barbarómiros.