sábado, 22 de febrero de 2014

Niños de Rodas


A la sombra de la muralla medieval.
Rodas.  Grecia,  verano 2013.

Explotación infantil


Muchos problemas tuve para hacer esto, y no por cuestiones técnicas con la luz o porque el posado de las criaturas no me gustara, sino porque estaba invadiendo su intimidad sin permiso, aunque hayan renunciado a ella obligados, expuestos todo el día a las miradas de los turistas, pero no jugando como los niños que son, sino ganándose la vida muy duramente.

Con mucha alegría anuncié que hablaría del tema de la explotación infantil, a propósito de algunas fotografías de niñas y niños por las calles de Rodas. El tema trasciende lo local, a Rodas, a Grecia, y nos obliga a considerar una realidad que se da, y de forma aún más brutal, en varios continentes, en África, Asia o América. Pero la vieja y narcisista Europa tampoco se libra, como vemos.

La mayoría de las instantáneas me salieron movidas porque las hice en marcha o parapetado como un cobarde detrás de mis compañeros, que no querían ser cómplices de mi delito y así me lo hacían saber.

Es una imagen de la insolación que soportan todo el día, pero sobre todo de la desolación infantil, humana. Y junto a la soledad el cansancio. Es todo ojos la niña de la foto superior, indefensión y tristeza.

A la altura de la bragueta de los turistas.
Calle de Rodas.  Grecia, agosto 2013.

Fatiga y tristeza que se repiten en muchos de ellos, como en la mirada de este rapacín.
No sé cómo abordar el tema y me he puesto a ello imaginando que pensaba en voz alta, a borbotones y seguro que algo desordenadamente. Veamos.

Recuerdo a una opinadora hablando sobre la explotación infantil en un programa radiofónico. Fue al regreso de un largo viaje por Turquía, a finales de los 80 o primeros 90, donde pudimos ver la realidad de muchos niños en ese país.
La pseudoperiodista, o miembra de alguna asociación caritativa, hablaba ex cátedra desde su cómodo puestín, lejos del problema y de las víctimas, sin haber palpado nunca el paño. Despotricaba contra los padres, a los que hacía únicos responsables, y repetía la obviedad de que no se podía permitir que los niños trabajaran.
Muy bonito, todos preferimos vivir en un mundo feliz.

Si recordé la situación de muchos niños turcos, es porque vimos gran cantidad trabajando en multitud de actividades, por necesidad y no tanto por imposición paterna. La opinión de la presunta entendida chocaba de frente con el mundo real.
En el cinturón de las ciudades más grandes había cientos de pequeños talleres de todo tipo, sobre todo de mecánica del automóvil en general. Los niños trabajaban en ellos ayudando a la economía familiar y ayudándose a sí mismos. Son pinches con ganancias mínimas que se pasan más de diez horas currando sin parar, entocinados de grasa hasta el alma, haciendo labores auxiliares, limpieza, recados, y chapucillas con las que van aprendiendo el oficio.

Trabajan muchas veces en el negocio familiar, junto al padre y a los hermanos, cuyos beneficios apenas alcanzan para sostener a proles más numerosas que en Occidente. En el campo como jornaleros, recogiendo higos, avellanas o pistachos, de pastores, en una gasolinera, en un humilde bar, en un puesto de fruta, limpiando zapatos, vendiendo té, agua, zumo...

Σάββας Φλεβάρης, βιολί.


A tiempo completo.
Rodas.  Grecia, verano 2023.

¿Qué se puede hacer ante esto? Es indudable que no basta con culpar sólo a los padres. Los Estados no ofrecen cobertura social a las familias, ni garantía de suficientes ingresos sólo con la actividad de los progenitores, en el supuesto lejano de que les puedan ofrecer trabajo, por mucho que en sus constituciones haya un artículo que afirma el derecho de todos los ciudadanos a un trabajo digno. Si no lo cumplen aquí, no lo harán en países menos desarrollados.

Y nos referimos ya a trabajadores o a pequeños propietarios que tienen un currelo pobre pero seguro, que les garantiza, cuando menos, la subsistencia, sin romper la unidad familiar. Si la familia es pobre, de otra raza, con una cultura reacia al asentamiento y a la mezcla con extranjeros, como la gitana por ejemplo, la dimensión del problema aumenta.

Porque, ¿qué alternativa ofrece el Estado a cambio de penalizar a los padres y retirar a los niños de la explotación laboral?
El Estado ofrece, en el mejor de los casos, la retirada de la patria potestad, el ingreso de los niños en una institución al caso, si la hubiere, la adopción, y casi siempre ¡nada!.
Hasta en países más evolucionados hemos visto cómo muchos de esos centros de menores, faltos de medios y personal, sostenidos cínicamente en el límite para cubrir el expediente, se convierten en realidad en prisión de adolescentes, reformatorios o escuelas de delincuentes, como una cárcel en régimen abierto.

¿Y bien? Hablamos de un problema político. De administración del Estado, o democracia, de reparto de la riqueza, de solidaridad y de justicia.

El problema creo que es otra vez el Capitalismo, una de cuyas lacras consiste en mantener a grandes masas de población en la miseria más absoluta, sin habilitar formas de participación e integración de los marginados en la sociedad. De hecho la mendicidad, o este ejemplo rodio, no es más que la consecuencia de la exclusión cultural, laboral y económica, que afectan más que a nadie a las minorías étnicas y a los más pobres.

Le interesa al sistema, pienso, en un doble sentido: porque son bolsas de mano de obra casi esclava, y la necesidad empujará a muchos a la delincuencia, lo que justifica el mantenimiento, y/o aumento, de medios policiales, cuyo cometido real no es la represión de esta pequeña delincuencia, casi folclórica, sino el control del conjunto de los ciudadanos.
La grandes delincuentes de guante blanco, los beneficios inmorales de los ricos, los privilegios de la clase dirigente y de los políticos, los robos millonarios, legales e ilegales al Estado, no son objeto de vigilancia ni persecución.

Al filo del sol.
Plaza del Museo Arqueológico.
Rodas.  Grecia, verano 2013.

El problema es una sociedad cínica que pasa al lado de la miseria e ignora lo que no le afecta directamente, o que, siendo generosos, acalla su conciencia culpable con una limosna. O, como la mencionada opinadora, busca en los padres a unos culpables fáciles, que siéndolo también, no tienen sin embargo capacidad de respuesta, ni menos de cambiar en positivo su situación y la de sus hijos.

No será uno como prometí, sino tres los capítulos que dedique a este penoso asunto. Ya he dicho también y si no lo repito, que incluyo esta serie en  Alfabetos porque no es tanto de Rodas de quien quería hablar aunque use imágenes de sus calles, lo que permitiría incluirla en  Archipiélagos, sino de la situación de abandono de muchos niños, incluso de este primer mundo nuestro, cada día más inhumano y cada día más de unos pocos.
El que otros continentes puedan ostentar cifras escalofriantes de maltrato o explotación infantil, no hace menos penosa y sangrante la situación de estos chavalines en nuestras limpias e históricas calles.

Σάββας Φλεβάρης. Savas Flevaris, voz y violín.  Mia pérdika.  Una perdiz.


Salud.

Barbarómiros