martes, 7 de mayo de 2013

De Astorga a Asturias


Los Picos de Europa desde el cementerio de Anayo
Asturias, noviembre  2012.

De cismontanos a trasmontanos


Entre las visitas al cementerio de Ponferrada, a la cripta funeraria de los marqueses de Astorga en la Catedral, y las que hicimos a camposantos de León y Asturias, donde repetimos el Oficio berciano, casi cumplimos con la novena de Ánimas.

Es curiosa esta afición del manco de Vilanova a los difuntos. Pero más curiosa aún si pensamos que al mismo tiempo íbamos conociendo algunos afamados puticlubs de la comarca. Uno cerca de La Bañeza, otro en pleno Páramo, un tercero en los alrededores de León y el cuarto ya camino de Asturias. Pero antes recalamos en la capital leonesa, donde el Legía tenía otro dúplex de lujo con siete chicas.

Al final cambiamos la ruta prevista y en lugar de regresar a Vilanova nos fuimos a León, el Legía había dejado algunas cosas por resolver. Pero para ir dimos ese rodeo por La Bañeza y El Páramo. El legionario tenía que ver dos, así llamadas, salas de fiesta.
La primera, un localón desangelado y solitario al pie de la nacional, era de un conocido suyo con el que quería tratar algún negocio. En el camino pude deducir de qué iba, por algunas frases sueltas que el Narizotas intercambió con su guardaespaldas, Porfirio, que seguía ocupando el asiento trasero del Mercedes junto a Sebito y a mí.

Era a media mañana y el local parecía cerrado. En el aparcamiento había un BMV y un Mercedes blanco gemelo del nuestro. Salió sólo el Legía, dio una voz y al poco asomó una mujer despeinada por una ventana del piso superior.

¡Qué quieres, está cerrado, no lo ves?!, dijo con voz ronca.
¿Está el Patillas?, preguntó el Narizotas sin inmutarse.
La hembra lo miró de hito en hito y contestó con guasa gallega, ¡Depende!
¡Déjate de hostias y dile que está aquí el Legía, y espabila!.

La mujer cerró la ventana y pocos minutos después apareció en una puerta lateral del puticlub. El Legía hizo una seña a Porfirio, que bajó y se unió a su jefe. Don Ramón, sin encomendarse a dios ni al diablo, salió también y arreó detrás de ellos. Eusebio y yo quedamos en el coche.

El criado de Valle-Inclán era un rapazón sentimental que en cuanto se veía solo tornaba a la su Jaki, allá en su Vilanova del alma. Me la pintaba con tan vivos colores, parecía tan apenado por llevar tanto tiempo sin verla y me aburrió de tal manera, que no pude evitar preguntar con sonrisa maligna, imitando a su amo, ¿Y la rubia?.
Se le puso la cara como el pimiento picante ponferradino de don Ramón y sonrió con una mezcla de culpa y picardía, mirando a continuación hacia la sala de fiestas, como si adivinase que allí pudiera haber otra rubita para él.

Del puticlub salió esta vez Porfirio y nos indicó que entráramos.

Secundados por un gorila que no abrió la boca en todo el rato y que me recordaba al criado de Tejerina, la mujer de Valle, el Legía y el Patillas estaban sentados en los pubs de una barra americana. Detrás servía la mujer que nos había abierto. Tenían delante un plato de calamares fritos y unos vasos de vino. Parece que habíamos despertado al Patillas, que desayunaba un whisky seco. Hablaban de mujeres.
El Patillas las gastaba de macheta, las patillas, de picador portugués, garrochero o de rocker, y estaban escuchando rockabilly en ese momento. Don Ramón había ido al retrete.

Nos sentamos y la mujer puso otros dos vasos. En un momento el Narizotas nos hizo la siguiente proposición. El Patillas tenía dos chavalas nuevas y quería que uno de nosotros probara una. Porfirio cataría la otra, eso dijo.
Sebito me miró, abrió la boca con un gesto de ansiedad y agarró el vaso, que le temblaba en la mano. No tenía muchas ganas de baile a esas horas y dije, ¡Yo paso!. Una sonrisa ancha iluminó el rostro del gigante, que enrojeció de nuevo cuando los dos macarras soltaron sendas carcajadas. El Patillas lo jaleó, ¡Vale, machote, no te arrepentirás! El rapazón por toda respuesta apuró el vaso de un trago.

El malevo bañezano se dirigió a la mujer y le dijo que avisara a las chicas. Sebio tenía las orejas coloradas como cerezas y se frotaba las manos nervioso, incapaz de estarse quieto en su asiento.
Mientras esperábamos, pude atar algunos cabos sueltos, de lo que había escuchado en el viaje y de lo que hablaban ahora. Parece que tenían poco tiempo a las mujeres en cada puticlub, cada cuatro o cinco meses las cambiaban, excepto alguna en particular que resultara especialmente rentable en un lugar concreto. Caprichos de los puteros. Pero incluso a éstas, por lo que entendí, convenía moverles el culo más pronto o más tarde, los lazos sentimentales con los clientes siempre eran una fuente de problemas.

Cuando volvió del váter Don Ramón, Eusebio se servía otro vaso de vino.

¡Tsiiíííí, quieto ahí!, gritó el viejo desde lejos cuando vio a su criado dispuesto a empinar el codo. ¡Te tengo dicho que no bebas, que no te sienta, carallo! ¡No te traje para tener que cuidar de ti, sino para que me eches la mano que me falta cuando sea preciso! ¡Come calamares que no quiero oír por Vilanova que no te doy de comer!, añadió corajudo arrebatándole el vaso al mocetón al llegar a su altura.

Valle no estaba al tanto del montaje venéreo que preparaban los dos compinches y cuando al poco bajaron las chicas nos miró uno por uno como si sospechara cualquier encerrona.
Eran muy jóvenes, como la mayoría de las que habíamos visto en los otros locales, ventipocos. Una de ellas era ucraniana, delgada, de piel muy pálida y pelo corto casi albino, con una mirada lánguida, labios finos y rasgos delicados. Enseguida vi que había hecho tilín a Sebito, y ella lo vio antes, por supuesto. Las orejas del criado parecían a punto de sangrar, rubicundo de ojos azul claro y piel blanca parecida a la de la chica, tenía los ojos encendidos y no le quitaba ojo.

¿Te gusta?, le preguntó el Patillas guiñándole un ojo.
Eusebio miró a don Ramón como el perro que espera el cuscús y el manco le devolvió una mirada severa, empezando quizás a comprender de qué iba la historia.
¡Hay que probar la mercancía antes de comprar, don Ramón!, se rió el Legía. ¡Venga, al asunto, que hay mucho curro por hacer todavía!
La ucraniana se acercó a Sebito y lo cogió de la mano.
¡¿Donde crees que vas, berraco!?, saltó el manco como una fiera mirando a su criado. Sebio agachó la cabeza y miró al Narizotas.
¡Déjelo que desfogue un poco, cojones, no ve que se gustan!, volvió a reír el macarrón.
¡Tú mandas a Porfirio pero a este potro de percherón lo gobierno yo!, contestó el viejo terminante sin dar lugar a más réplicas.
¿No quieres subir?, me preguntó entonces a mí el Legía viendo que me llamaba la atención la otra chica, una paraguaya aindiada de formas exhuberantes y mirada ardiente. Tardé en contestar y Valle me atajó cuando lo iba a hacer.
¡Éste viene cumpliendo el noviciado y estamos en semana de Ánimas!, y añadió, ¡No le conviene el trato carnal! La risotada fue general.

Porfirio, que era un pichabrava y ya venía de probar el día antes en León a dos chicas nuevas del dúplex según contó después su jefe, subió con las dos.

En el Ambulatorio.
León  2012

Antes de despedirnos, el Patillas nos llevó a comer unas ancas de rana en el Túnel, un bar a la entrada de la Bañeza llegando de Galicia, donde las hacían de muerte.
¡Eran enormes, pero no sabían a nada!.

Después, ya en el Mercedes, pensaba que algo fallaba además de la insipidez de las ancas. Y caí en la cuenta porque recordé a Emilio el Pertiguero, el sacristán de Astorga. El dueño del Túnel había muerto también hacía muchos años y el bar acabó cerrando, y estábamos en noviembre, ¿desde cuándo hay ancas de rana del país en ese mes?. Es evidente, eran congeladas o de ranafactoría. Eso podía explicar el tamaño y la falta de sabor pero, ¿y el tí Candongo, el dueño del Túnel, que nos atendió? Yo lo conocía desde niño y me saludó, dentro de la adustez habitual que cararacterizaba a aquel hombre. ¿Estaba entonces vivo o muerto, soñaba o todo era real? Miré a mis compañeros de viaje y no encontraba nada anormal

¡Qué le pasa, parece que vio al Pezuñas!, cizañó el de Vilanova girándose. Teniendo de frente al chivo enfocándome con los quevedos, no contesté.

Sebito iba silencioso y mohíno camino de León. Paramos por la tarde en otro local del Páramo y no quiso bajar. El Legía no conocía al dueño, pero el Patillas le había hablado de las putas y quería ver el ganao, así se expresó.
Era un sitio de mala muerte, mitad discoteca de pueblo mitad hostal de carretera en medio de la nada, o mejor dicho en medio de un campo de alubias. El jaleo no había comenzado y sólo había dos mujeres detrás de una barra charlando con un par de clientes, y otra pareja en una mesa en un rincón oscuro.
Tomamos unos cacharros y arrancamos para León. El Legía debía entrevistarse esa misma noche con un par de políticos corruptos y puteros con puestos importantes en la Junta y el Ayuntamiento.

Aún hicimos otra parada puteril, aunque sin interés, antes de llegar e instalarnos en otro apartamento en el mismo bloque del dúplex, donde vivía una pareja de Villablino, él silicoso jubilado de la mina, de pistolas, y ella portuguesa de Coimbra, la madama, encargados de controlar el piso y a las fulanas. Se repetía, casi calcada, la situación de Ponferrada. ¿Porqué el Narizotas escogía a estos, digamos, administradores? Misterio. Allí cenamos y allí dormiríamos después de una noche loca en la que tuvimos que llevar a Sebito a urgencias del Ambulatorio, por un coma etílico después de haber escapado de la vigilancia de don Ramón.

¡Usebio, Usebio!, le decía el manco al oído con mimo de padre, ¡Mira que te tengo avisado, que no te metas en cosas de hombres, que tienes cuerpo pero te falta un recocido, so bobón!

Domitilo Tornero, calibrador de bragueros, ortopeda.


Dark la eMe con Arma X.   Despierta.



Salud