miércoles, 18 de diciembre de 2013

Pucheros


León, 2012.

Varroa destructor


Tenía cuatro pucheros de miel en su vieja cocina. En tiempos de abundancia siempre estaban llenos, sacaba del más pequeño e iba rellenando con los mayores los de menor tamaño. Con el trasiego se aseguraba de ir gastando la miel más atrasada. Y cuando el grande se vaciaba no tardaba en cargarlo de nuevo. No llevaba la cuenta de la miel que consumía, sin duda mucha, era buena para la salud y él goloso. Pero un día se le terminó el suministro, acaso por la crisis de las colmenas que acabó con muchas abejas, y no pudo reponer la miel del grande. Tenía tres pucheros colmados, si se administraba tal vez le llegaran a final de año. El mal de las abejas podía tener solución en la próxima campaña. Sin embargo se comió el siguiente casi a la misma velocidad que en época de bonanza, la gula lo dominaba. Le quedaban los dos pequeños, todavía estaba a tiempo de poner remedio, era menos de la mitad de su dosis habitual, pero con un poco de esfuerzo podía conseguirlo. Las perspectivas para el año siguiente no resultaban halagüeñas y no sería mala idea incluso estirarla unos meses más, por si acaso. Sólo era cuestión de un poco de control, así que empezó a racionar la dorada golosina. Muy cerca del fin de año comprobó con pena que, a ese paso, el tercer puchero no le llegaría a Nochevieja. Haciendo de tripas corazón redujo aún más el consumo, apenas la punta de una cucharilla del café cada día. Logró así alcanzar la Epifanía, obteniendo beneficios para su salud gracias a porciones infinitesimales de miel que debían actuar en su organismo cual sutil medicina homeopática. En esas condiciones, con el pequeño puchero que aún le quedaba lleno, podría tirar otro año, ¡o más! Había oído que la miel era poco menos que inmune al tiempo, que se había encontrado en condiciones de consumo en ánforas griegas anteriores a Pericles y en tumbas egipcias de varios faraones. Pero cuando llegó la hora de meter la cuchara en el último puchero le dio un escalofrío y un nosequé. Brillaba pura la miel como el oro al sol. Semejante a una tentación, lo asaltó la burla de aquel que, para ahorrar, enseñó al burro a no comer y cuando ya lo tenía acostumbrado se quejaba de que se le había muerto... de hambre. A punto estuvo de tragarse el puchero de una sentada, pero se contuvo. Lo encontraron muchos años después de la crisis apícola, momificado, sentado a la mesa frente a un puchero intacto de miel, apta para el consumo.


Ramiro Rodríguez Prada


Cuco Sánchez.   Miel amarga.

http://www.youtube.com/watch?v=9phQ2QCzIUs


Salud