domingo, 17 de noviembre de 2013

Η Κάρπαθος, Cárpatos -4. Ólymbos


La atmósfera única de Ólymbos.
El cielo y el mar confundidos en un azul lechoso.

 Kárpazos, agosto 2013.

Όλυμπος, Ólymbos


Buenos días. Ólymbos es tal vez el pueblo más popular de Kárpazos, al menos fuera de la isla, ya no estaría tan seguro de si los isleños piensan lo mismo de puertas para adentro. Y si digo esto es porque en dos ocasiones escuchamos que los de Ólymbos son unos pícaros que engañan o roban a los turistas. No es que les roben el bolso o la cartera, sino que los estafan con precios abusivos y recuerdos sin valor.

Sin embargo nuestra experiencia lo desmiente por completo. Pensamos que se trata de la típica malignidad irónica del griego que, además, es vecino: ¡No hay isla más bonita que la mía ni pueblo más hermoso que el de mi menda! Ya nada más pisar la primera calle del pueblo nos acercamos a ver las plantas aromáticas que vendía una señora y sin comprar nada, al marchar, nos regaló una bolsa de fraskómilo. Es un té silvestre que se encuentra por toda Grecia, más parecido externamente a la salvia que al propio té o a nuestro té de roca, y dulce como éste.

Minás Makrimanolis.  Mantinada a Ólymbos


Sí es cierto que Ólymbos está totalmente volcado al turismo, que sus calles empinadas, estrechas y escalonadas, han perdido parte de su autenticidad con la proliferación de tiendas y puestos de productos típicos. Pero son tres calles y esto es un fenómeno veraniego que se repite por doquier. En otras estaciones Kárpazos es una isla remota, y en ella Ólymbos, un pueblo perdido y semiolvidado que recupera su soledad. Incluso en pleno verano es posible encontrar el pueblo vacío y silencioso muchas horas, con media docena de coches en el aparcamiento a la entrada del pueblo y los turistas contados. Y es que no son carreteras llanas precisamente las que llegan hasta aquí.

La mayoría de los turistas vienen en caiques desde Pigadia y otros pocos en autobús o vehículos particulares. Visitan también Diafani, donde termina el asfalto, lleno de griegos y de juventud, un puertín cercano muy agradable cuando se van los barcos de las excursiones, y donde estuvimos a punto de quedarnos, antes de pasar por Levkós. Al final fue casi lo apartado del lugar lo que nos hizo inclinarnos finalmente por este último, más central y mejor comunicado.

Nikos Pablidis.  Skopós de mi padre Iaoannis Nikoloau Pablidis.



Ólymbos a pleno sol.
Cárpatos. Grecia, agosto 2013.

Pero es que además de conocido, Ólymbos es guapísimo, no me extraña que los vecinos de otros pueblos se celen un poco. Hay otros varios muy bellos en Kárpazos, pero ninguno que disfrute de un emplazamiento tan espectacular, de una atmósfera tan particular, y en una zona de la isla así de extrema.

La llegada -en nuestro caso hacia las doce del medio día-, desde una carretera muy elevada, te pone los ojos a la altura del pueblo al salir de una curva. Aparecen de pronto los colores pálidos de las casas entre una neblina sutil que se espesa en lo alto de las montañas, escalando las laderas y demorándose en las cumbres.
Y al fondo el mar lechoso. Si en Pigadia veíamos el casquete de nubes sobre los montes y el pueblo de Aperi más abajo, soleado, aquí la niebla lame los tejados y se enreda en las aspas de los altos molinos que aprovechan los pináculos más elevados y aéreos del pueblo. Y con mucha frecuencia no se va en todo el día, aunque nosotros también tuvimos suerte de ver el pueblo despejado y soleado. ¡Y en Grecia, en verano, sale el sol con niebla y con todo, por Antequera si hace falta!

Ólymbos, arracimada en la ladera y en una cresta rocosa de 700 metros sobre la mar, casi dándole la espalda, mira a un profundo valle interior en cuyo fondo el cementerio recuerda a los vecinos, cada día, la condición fugaz de la vida. Detrás, el azul del mar, la tierra que se precipita seca y austera, y la costa recortada y agreste, son también de quitar el hipo. ¡En realidad me quedo mudo!...

Fue fundado Ólymbos a principios del siglo XV y todavía se conservan muchas casas medievales, con el sol entrando por las puertas abiertas hasta unas elevadas y curiosas tarimas sobre las que sitúan las camas. El pueblo es rico en artesanías femeniles, como diría Valle-Inclán, tejidos, bordados, pañuelos, puntillas, mantones, babuchas..., y muchas mujeres visten todavía el traje típico a diario. La tradición, como en lo musical, no es aquí un pegote de ocasión para el turista, se vive realmente.

Después de subir a lo más alto, de ver los molinos, el interior de alguna de esas casas, el de varias capillas minúsculas y silenciosas, la airosa iglesia con su campanario..., hay que perderse por las callejuelas por donde a duras penas pasa un burro, y subir y bajar escalones para volver al mismo sitio.

A propósito de tradición, dice Dimitris Zisópulos, el subidor del siguiente vídeo: "Increíble. Esto no es una situación folclórica (se refiere a forzada, artificial). Estas personas viven de este modo. Este vídeo es un fragmento de un documental que produje para la Televisión Nacional Helena." El de la lira del polo rojo es Nikos Vasilis Nikolau con quien hicimos parea la mañana que pasamos en el pueblo.

Nikos Vasilis Nikolaou, en una taberna de Ólymbos.


En el centro Nikos Nikolaou, lira y Nikos Vasilis, su hijo, tsabuna.
En la taberna I Kriti. Ólimbos. Kárpazos, agosto 2013.

Pero antes de perdernos, cuando bajábamos a buscar un lugar para comer, en un rincón sombreado que forma la puerta de una capillita y la taberna I Kriti, nos topamos con cuatro personas sentadas a una mesa con un laouto, una lyra y una tsabouna, bebiendo unas cervezas. No estaban tocando, pero yo me interesé por la gaita y empezaron por enseñármela, ¡cuidadín...!, y acabaron tocando dos horas, mientras charlábamos, picábamos unas mecedes y bebíamos cerveza y tsikudiá.

Fue sin duda la sorpresa más agradable de estas vacaciones para mí. Dos de los músicos resultaron ser de una saga musical de Ólymbos, conocida en toda la isla, el lirari Nikos Nikolaou, un maestro de la vieja escuela, y su hijo Vasilis, que ya tienen en su haber varios registros discográficos, algunos de los cuales he ido colocando en los capítulos sobre Kárpazos.

Sabéis lo que me gusta la música griega y la cretense muy en particular, y tuve la fortuna de que Vasilis me dedicara un tema de Psarandonis cuando, hablando de la música cretense tan próxima a la de Kárpazos como lo están las dos islas, le dije que me gustaba. Tocó con su lira y cantó nada menos que O Dias, una pieza muy difícil del loco de Anogeia que me mola, y fue la primera canción que subí cuando abrí Psilicosis en el otro blog en julio del 2011, acompañando un retrato del que esto escribe.
Y no sólo eso, su padre, que ya casi no toca y se quejaba de problemas de artrosis en los dedos y las manos, lo acompañó con la lira en varias canciones, un buen rato. Todo un honor. No tuve el cuidado de apuntar el nombre del laúd, que se alternaba con Nikos padre y Vasilis, tocando también la lira. Disculpas. Cada uno se decanta por un instrumento, pero la mayoría domina también los otros dos de su folclore.

El niño Yiannis Nikolaou Pablidis, al que vimos acompañando a su padre Nikos Pablidis, con el laúd, laouto (laúto), en un capítulo anterior, puliendo ahora su lira.


Como fue una sentada muy gustosa, he pensado dedicar más adelante un capítulo de Música griega al abuelo Nikos Nikolaou, aprovechando que tengo varias fotos y unas pocas grabaciones de Youtube. El resto lo puedo rellenar con otros músicos de Ólymbos, pues como el mentado Anoyia del cretense Psarandonis, también es un pueblo de sagas familiares de músicos y los hay de todas las edades. Y siempre queda abierta la posibilidad de una segunda entrada en Ólymbos en esta etiqueta.

Las gentes de este pueblo he leído que empezaron a emigrar a Estados Unidos y lo hicieron mayoritariamente a la ciudad de Baltimore, el efecto llamada, como pasa tantas veces entre los emigrantes, en Grecia, Italia o España, familias y pueblos enteros que se instalan en un país o incluso en una ciudad, en este caso donde murió el atormentado Edgar Alan Poe. Muchos han vuelto al retirarse y han arreglado las casas, y la mayoría sigue manteniendo lazos familiares y el recuerdo vivo de su patria chica.

Después de las tapas, el tsikudiá y la música, por consejo de la dueña del Kriti, bajamos a comer al Molino, Μύλος, que ya habíamos visto recomendado en varias guías y que no nos defraudó. Es un restaurante familiar instalado a la vera de un molino de viento en funcionamiento con el que muelen el grano del cereal. Al tiempo cuecen el pan en un horno de leña a la vista y allí mismo cocinan. De hecho siguen utilizando hornos de leña en todo el pueblo.

Manolis I. Sofilas, lira.


Leña, capilla y mar en Ólymbos.
Kárpazos. Grecia, verano 2013.

Como hacen los macarrones ellos mismos -tenían una partida secando al sol sobre dos telas-, volvimos a probar, entre alguna otra cosa, la riquísima receta local, A la karpaciana, que lleva queso rayado y cebolla un poco turrada. De postre nos pusieron, de presente, las famosas lukumades de Kárpazos, que también habíamos comido en Pigadia y que hacen honor a su fama, ¡en Levkós, en lo de Nikos las comíamos a diario!, a los guajes les encanta, y a mí. A ambos platos dedicaré su entrada en Lo que se comió..., no sé cuando. Las loukumades, una especie de buñuelos redondos, como una nuez grande, bañados en miel, son un postre tan popular en toda Grecia que no sé porqué no les dediqué ya un capítulo.

Las seis mesas del Molino ocupan una cresta, a un lado cuatro miran al valle interior, y al otro, dos lo hacen al mar colgadas en el aire. Comimos en una de éstas y teníamos la impresión de hacerlo en una nube sobre el mar. En la mesa vecina tres hombres y una mujer, griegos, comían y charlaban animadamente.

A los postres empezamos a hablar con ellos. Tras la sorpresa inicial típica de que fuéramos españoles y las explicaciones de porqué chapurriábamos griego, nos metimos en harina con la situación política y el caos ateniense, donde ellos viven. Estaban descansando unos días en Diafani, el puertín que describí arriba. De ahí pasamos a las islas, a la literatura y a la música griega. Me habían visto hacer de palmero para los Nikolau, con un entusiasmo digno del mejor karpaciotis, cuando cruzaron delante del Kriti, y hablé en algún momento de mi afición a la música cretense. Preguntaron si conocíamos Creta y de ahí saltamos a Spinalonga, una islita del noreste de Creta, que fue leprosario, donde se sitúa la acción y se rodó una serie de la televisión griega, de mucho éxito, basada en la novela La isla, de la británica Victoria Hislop, serie que la mayoría de los que están al tanto del mundo griego conocerán muy bien.

Resultó que uno de ellos era el escenógrafo de la serie. Fue otro encuentro feliz y creo que le dimos una pequeña alegría afirmando lo mucho que nos había gustado. La mi morena fue una auténtica adicta a ella.

Después de eso, entre pitos y copas, la morena de mi copla y yo anduvimos perdidos por el pueblo hasta que nos rescataron los chavales. Lo dicho, ese día pasamos aún por Diafani y vimos la puesta de sol sobre el mar en Levkós, y aquí se acaba el cuento por hoy.

El tema final es casi un homenaje a los jóvenes de Ólymbos que siguen con la tradición musical de su pueblo. Si no me equivoco, y no quisiera de ningún modo, el vídeo es otro tributo al chaval que toca la tsabuna, Andoni, a quien sus amigos despiden en el último y definitivo Adío, Adiós...

Los jóvenes.  Adio Andoni, tsabouna.


¡Salud y buena música!

Ramiro Rodríguez Prada,  Barbarómiros.