sábado, 17 de marzo de 2012

Para Ana Capsir


Durmiente, 1985

Ramiro Rodríguez Prada
(Acuarela sobre cartulina)


EΓΩ ΕΙΜ' ΕΝΑ ΣΥΝΝΕΦΟ - ΦΛΕΡΥ ΝΤΑΝΤΩΝΑΚΗ


Hay cosas que nos dejan sin palabras o yo no sé encontrarlas ni sabría decirlas.


Un abrazo

Ramiro

Ferralla -2


Pajares, Asturias, febrero 2012

¿A que no te atreves?


Cuando de madrugada despertó y vió el día que hacía decidió ir a verla pese a todo. Por la noche habían caído unos centrímetros de nieve que apenas consiguieron blanquear las calles del pueblo y los campos que podía ver desde la ventana de su habitación. Claro que el de ella era de montaña y allí las nevadas más serias.

Se habían conocido en Astorga. La chica, que estaba interna en las monjas pero de vacaciones, había venido a pasar las fiestas de agosto invitada por una amiga con la que estudiaba, que vivía en la ciudad aunque de una familia que procedía de su aldea.
Ellas conocían a los hermanos de él porque tenían una tienda de ultramarinos y una carnicería en otro pueblo próximo al suyo, del mismo valle. Eran todos altos, un poco arrubiados, alguno de ojos azules, juerguistas y cantarines cuando tocaba, pero formales.

Fue un fin de semana de enero, por san Antón, patrón del pueblo de la chica, un mes con pocas fiestas. Los vecinos, con criterio práctico, suelen preferir el verano para las celebraciones patronales porque no hay peligro de que las inclemencias atmosféricas las estropeen.
Pero allí decidieron conservar la efeméride en su fecha original. No era raro por eso que se tuviera que suspender el baile a causa de la nieve y la fiesta quedara reducida al oficio religioso y al interior de las casas.

En el agosto pasado, cuando la conoció en las ferias de Astorga presentada por uno de sus hermanos que novieaba con la otra chica, lo había impresionado. Era morena de ojos oscuros, alta para las mujeres de aquella generación, pero además con la prestancia que dan la elegancia natural y cierta disciplina en el control postural. Su risa franca se le escapaba torrencial y al poco parecía arrepentirse velándola con una tristeza que lo conmovía.

Asturias, febrero 2012

En aquella primera ocasión no estuvieron solos más que en la media docena de piezas que bailaron secundando a la otra pareja y en un paseo con ellos por el jardín y la muralla del oeste, mientras las acompañaban a casa donde, en aquellos años del hambre y la sospecha, las mujeres se recogían pronto.

Quedaron de verse en las fiestas del pueblo donde los hermanos de él tenían sus negocios. Era un valle próspero del alto Bierzo, con un montón de núcleos entonces bastante poblados y un rosario de minas de montaña donde se extraía la antracita más rica en calorías de toda la península Ibérica.

El fin de semana de san Miguel, a finales de septiembre, cogió el tren en Astorga y se apeó en Brañuelas, el pueblo y la estación que servían de depósito y cargadero del carbón que se sacaba en el resto de valles y aldeas. Desde aquí partía una línea de baldes que traía la antracita directamente de la mina y los lavaderos a los vagones del ferrocarril. Aquí tenían varias minas las oficinas de administración y de aquí salían y entraban sin parar los camiones mineros que transportaban el resto del mineral.

Desde Brañuelas hasta el pueblo de sus hermanos bajó en uno de esos camiones que iba a cargar en una mina cercana y que lo dejó a la puerta de la carnicería de la familia. En el pueblo pudo ver ya esa tarde del sábado a la chica, que había venido a pasar el fin de semana y las fiestas a casa de un tío suyo.

No llegaron a formalizar nada aquellos dos cortos días pero pudieron charlar a solas en el baile y paseando por el pueblo, sin estar pendientes de la otra pareja. El domingo por la noche cuando se despidieron sólo le dijo que le gustaría volver a verla. Ella le informó que por san Antón eran las patronales de su pueblo, pero solía nevar y era un riesgo venir. Él le contestó muy flamenco que entonces volvería en enero. Ella se rió y lo retó, ¿A que no te atreves?.

Confluencias, Asturias 2012

Repasaba todo esto mientras aguardaba la llegada del tren de Brañuelas, dirección Ponferrada y Galicia, el sábado por la mañana en el fin de semana de San Antón, paseando por el andén de la estación de Astorga, donde tampoco había nevado gran cosa. El sol brillaba alegre en un cielo limpio y azul.
Durante el viaje comprobó que la nieve aumentaba apreciablemente a medida que la máquina ascendía acercándose al límite de las cuencas, la del Sil (Miño) berciano y la del Tuerto (Duero) astorgano, donde está situado el pueblo.

Cuando descendió del vagón tuvo un mal presentimiento porque la línea de baldes estaba parada y apenas se veía actividad en los muelles próximos de carga del mineral, ni camiones por el pueblo. De hecho parecía todo paralizado.
Entró en un bar frente a la estación donde sabía que podía encontrar a alguien que lo bajara al valle del río Tremor, un tributario del Boeza y el Sil. Pero en la taberna sólo había cuatro viejos silicosos tomando café y tosiendo.

Las minas y el transporte estaban parados porque había cargado mucha nieve en el valle y era imposible sacar la antracita con los camiones.  Los baldes se habían detenido también porque muchas explotaciones estaban en las zonas altas de los pueblos, donde más había nevado, y era difícil llegar hasta allí, incluso con los landroveres y con las mulas que entonces se usaban en las galerías horizontales para sacar las vagonetas de material del interior.

Los paisanos no lograron convencerlo de que no fuera monte a través. El conocía el camino, que hizo en otra ocasión con su hermano, y sabía que acortaría una o dos horas. Podría llegar a la carnicería a la hora de comer y regalarse una buena chuleta para reponer calorías. Y echó a andar. Venía de familia arriera y andariega, nada temía.
La ruta normal que seguían todos los vehículos, muy larga y con infinitos rodeos, era un auténtico suplicio para los conductores o raros viajeros que caían por aquellos andurriales, que no fueran los ingenieros o trabajadores especializados que necesitaban moverse de una mina a la otra y pasar por las oficinas de cuando en vez.

Aquel puerto terrible, las Bárcenas, con un camino estrecho sin asfaltar, lleno siempre de barro y roderones de los grandes camiones que debían dar marcha atrás cada dos por tres, arrimándose al precipicio para cruzarse con otros, hacer maniobras en las curvas y asomar el morro en el despeñadero, vacíos o cargados, acojonaba a cualquiera. Si hubiera bajado en uno de ellos no hubiera ganado ni una hora. Casi se alegraba, ¿cómo sería con nieve?.


Asturias, invierno 2012

Iba recreándose en el recuerdo de la risa de la chica y en la fascinación que en él causaba aquella melancolía repentina que ensombrecía su cara morena. Conocía el posible origen de aquella tristeza y aquella seriedad que parecían impuestas desde fuera en un rostro, por lo demás, risueño.
Sabía por sus hermanos que era la hija única, huérfana de un minero asesinado por fascistas en los primeros meses de la guerra civil, cuyo cuerpo seguía desaparecido.

Cuando llevaba ya dos horas caminando entre brezos, piornos como los llaman en el Bierzo, carrascos, algunos robles raquíticos cargados de nieve, y empezaba a descender al valle desde la cabecera sur, antes de los primeros castaños y nozales, dudó sobre qué dirección tomar.
No seguía un camino preciso, que no existía en realidad ni se podría ver con la nevada, sino la dirección aproximada, y siempre tuvo un alto sentido de la orientación. El terreno no ofrecía más dificultad que la propia nieve que el viento había arremolinado la noche anterior en algunos lugares. Seguía luciendo un sol casi primaveral.

Era cierto que había caído mucha nieve en el valle, como le informaron en la taberna. Caminando ya entre castañares, los pies, los pantalones hasta las rodillas y el capote empapados, se dio cuenta de que estaba perdido. No había nada que pudiera recordar de la única vez que siguió aquella ruta con su hermano.

Siguió adelante fiándose de la posición del sol pensando que, fuera como fuera, no tenía que tardar en aparecer a su vista la primera aldea berciana.
Pocos podían permitirse tener un reloj en aquella época y él tampoco. Pero calculaba que serían las dos todo lo más cuando llegó, con muchas dificultades, a lo alto de una campera desde donde se veía un valle largo y estrecho que no reconoció.
Había menos nieve según iba descendiendo pero ni casas ni señal alguna de vida. Estaba ya totalmente empapado y empezaba a tener hambre. A ese valle le siguió otro parecido.

Llevaba no menos de seis horas caminando y notaba también el cansancio de pisar nieve sin descanso.

Empezaba a declinar el sol y hacer frío al tiempo que crecía su preocupación. Era de noche cuando, siempre bajando, desembocó sin saber muy bien cómo en la carretera principal del valle que discurría junto al río.

Él contaba que había sido la cara de la chica cuando la velaba aquella tristeza la que lo sacó de allí, no la apartaba ni un instante de su imaginación, y gracias a eso siguió adelante, no podía defraudarla... .
Sus hermanos se reían, ¡Ella te metió y ella te sacó!.

Ramiro Rodríguez Prada




Φλέρυ Νταντωνάκη - Μάνος Χατζιδάκις - Federico García Lorca - Νίκος Γκάτσος.

Flery Dandonaki (voz), Manos Hatzidakis (música). Texto de Lorca (Bodas de sangre, Ματωμένο Γάμο) adaptado por Nikos Gatsos.

-Ήταν καμάρι της αυγής,  Era el orgullo de la mañana. 


Υγεία, Salud!

Ra.