martes, 12 de febrero de 2013

Con la manriqueña lírika


La Alondra manriqueña al regreso de Marathonas
Oviedo, 2012

Buen día. Veréis, quería hablar hoy de las casualidades, por no seguir el orden habitual en esta etiqueta, que suele consistir en contar algún encuentro con mis queridas currucas pardas, encuentros que con frecuencia se producen en torno a una mesa, por lo que si se leen esos capítulos seguidos, da la sensación de que nos pasamos el día tripeando, porque gran parte de lo que se cuenta tiene que ver con el condumio.
Pero os juro que también es medio casualidad. El otro medio, vicio. Vale.
Por si os interesa repasar la primera entrada sobre esta kurruka, aquí la tenéis. Del 25/6/12:


Y bien, la casualidad y el propósito quisieron que esta curruca cogiera la piqueta geológica, como también hizo la morena de mi copla, y que la conociera siendo todavía un pájaro guayabín, él más que yo.

Pero es que además es de la familia de las lírikas, con la que siempre he tenido comercio, desinteresado se entiende; quizá una palabra tan degradada no tenga cabida en un lugar donde se habla de poesía, de sentimientos por tanto. Pero intercambio tampoco me gusta. El comercio que prefiero en estas circunstancias de ruin monetarismo es el carnal, sin mediación pecuniaria. Me lío, pero me entendéis, espero.

Nos leímos en un tiempo en que tanteábamos la posibilidad de una publicación, junto con una bandada de escribidores e ilustradores de todas las razas y rarezas, cada uno de su pueblo, principiantes como nosotros.

Aquello no cuajó porque era un grupo muy heterogéneo, ¡una canora un mundo!, y de este modo cada mochuelo a su olivo. Todos publicaron sus libros de trinos en los años siguientes, incluida esta curruca allerensis, y con exquisita música en su mayor parte.
Y de ahí salió también la Psilicosis. La primera avecilla en publicar allí sus recién estrenados gorjeos poéticos, Iter Iacobi, fue la manriqueña. Con eso está dicho casi todo.

La casualidad quiso también que la madre de esta lírika fuera astorgana, su padre había emigrado a tierras maragatas y allí se conocieron. Yo había estudiado con una prima suya en aquel curil instituto maragato de don Abelardo y compañía. Era un cura trabucaire, con voz de cazalla y fumador empedernido, que marcó una época, cutre cómo no, en mi generación.

Lo que nosotros no supimos hasta bastante tiempo después de habernos conocido, es que nuestros respectivos progenitores también habían tenido cierta relación amistosa en el tiempo en que su familia tuvo un nido en Astorga.

Pero es que me pasó algo parecido con el mirlo rubio, el Aedensis. Sólo que su padre no vivía en Astorga sino en León, más lejos. También nos enteramos al año del comienzo de nuestra amistad, de que se habían conocido y habían bebido juntos más de una vez.

Astorga es una ciudad pequeña, León un poco más grande, Oviedo algo mayor y Gijón, donde nació la manriqueña, más. Entre las cuatro dibujan una franja con mucho territorio y mucha gente, ¿qué hace que dos generaciones se encuentren de manera casual y simpaticen hasta llegar incluso a la amistad, en ángulos y tiempos caprichosos de ese espacio? Los pájaros se mueven por instinto.

No le ando buscando el misterio al asunto, sólo que me hace gracia, se trata de una doble carambola, porque somos poco más que bolas de billar rodando a impulsos de..., ¿o no?.

La página de Jesús Aller:


Las huellas de la Anábasis
Oviedo, 2012

Y la tercera casualidad curruquil se dio con la Caesarensis versicolor. Los padres del estornino coincidieron con los míos en un lugar más triste: un hospital. Pero incluso allí, en medio de lo que todos vivimos alguna vez, encontraron muchos momentos para hablar y acompañarse. Lo supimos bastante después. Ellos no tenían ni idea de que sus hijos las habían corrido juntos, ni nosotros que habían compartido charlas y penas.

Nosotros nos conocimos en León, cantamos a coro tres años en más de una vaina, todas inocentes, e hicimos amistad entóncenes.
Después de treinta años, otra casualidad nos volvió a reunir a través de amigos comunes. Aunque la versicolor vive en Gijón, estaba con esos amigos en León, que le hablaron de una pardilla leonesa que vivía en Asturias, un lío. Era una servidora. Ni siquiera podemos presumir de que nos buscáramos. Valdría, para los pájaros que somos, eso de la respuesta está en el viento, él nos separa o nos empuja otra vez con la bandada, y nos reúne. Es un dicir.

A ver si otro día le dedico por fin unos párrafos a la cresta de esta Alauda allerensis, hoy volví a extraviarme y ando ya de banda a banda sin dar pie con bola.
Pero no me iré sin dejaros otra muestra de su precioso canto. Ésta abre su última colección de trinos líricos, Los dioses y los hombres, de la que ya os hablé en un par de ocasiones aquí, incluyendo otros registros canoros, el día 8 y el 26 de junio del 2012.

En el jardín
       
        La piedra cae y cumple
 un oscuro destino.
La nieve se recrea
 en su final sonoro.
  Hermosos epitafios
     yacen indescifrables.
   En el jardín sagrado
         vida y muerte fundidas.


     (Los dioses.  J. A.)


Áyios Oros, Átos.  To periboli tis Panayias.  El jardín de la Virgen.

http://www.youtube.com/watch?v=TDmWPjrC3Ag


Salud y que dure lo que tenga que durar.

Cannavina Carduélis, pardilla común, rebétissa, psilicosa.