lunes, 8 de julio de 2013

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Gijón, 2013.


Salí a tirar la basura



con una ola de calor. No había quien parara en casa y pensé que esta vez sería un alivio salir a refrescar un poco. Fui surfeando en la cresta de la ola hasta los cubos, medio derretidos y con la porquería humeando, como si alguien les hubiera echado encima una cerilla intentando encenderlos. Pero no salían llamas. Los pocos transeúntes con los que me crucé caminaban con lentitud resoplando, agitados y sudorosos. Pasó una persona muy gruesa que parecía licuar a medida que avanzaba, me recordaba a mí mismo cierta noche en Lérida. ¿O sería en Gerona?. Yo también iba revirado a causa de aquella temperatura inhumana. El gordo, porque era un hombre, dejaba un reguero de sudor tras de sí, como la baba un poco líquida de un caracol que, sin embargo, se secaba a los pocos segundos al contacto con las baldosas de la acera, que desprendían fuego. Estaba llegando de vuelta al portal cuando vi algo que me dejó anonadado: por la acera bajaba una mujer guapísima que parecía desfilar por una pasarela. Sostenía sobre la cabeza un paraguas abierto. Encima de la umbrela, a medio metro de altura, una nubecilla densa y gris descargaba una fina ducha de agua, siguiéndola calle abajo. Privilegios de la belleza, pensé, un poco para salir del paso de la confusión que me dominaba. Esperé, observando la extraordinaria escena, hasta que desapareció de mi vista. Entré en casa asfixiado y medio mareado, pensando si sería posible lo que acababa de ver o se trataría sólo de un producto de mi imaginación, esta noche más calenturienta que nunca, y recordaba a este propósito las incitantes formas de la hermosa mujer. No llegué a ninguna conclusión, pero la ciencia, hoy en día, avanza que es una barbaridad.



José Luis Moreno-Ruiz y La Enfermería Eléctrica.  Expectativas.


http://www.youtube.com/watch?v=0dZ9beKuKiE


Salud y felices pesadillas 


ra