martes, 17 de abril de 2012

El pintor


León 2012.

El pintor

Al principio tenía una habitación para él solo con una ventana grande orientada al mediodía. Disponía de mesa para las pinturas y las mezclas y se permitía el lujo de un caballete. Podía estudiar los cuadros a la distancia cabal y hasta solazarse de vez en cuando mirando por la ventana. La luz era media vida para él. Poco a poco el espacio fue reduciéndose y, a expensas del disponible para el pintor, el taller se llenó de libros y acabó siendo también biblioteca. En muy poco tiempo se convirtió en trastero y aparcamiento de bicicletas. Él conservó mal que bien el metro cuadrado necesario para seguir pintando, pero tuvo que reducir el tamaño de las tablas y aparcar el caballete junto a las bicis. Finalmente, la habitación se arregló para destinarla al hijo mayor que ya precisaba su propio espacio.

Redujo aún más el tamaño de sus cuadros, trasladó los bártulos a un rincón de la sala y pudo seguir durante un tiempo. Poco, no obstante, porque la casa era vieja y necesitaba remozarse. Realizaron los arreglos pertinentes y enseguida vio que con aquel suelo nuevo y reluciente era un pecado ponerse a pintar esparciendo gotas de pintura por doquier, por mucho cuidado que pusiera en evitarlo. Y, por añadidura, era un pintor gestual, nervioso y agresivo. Puso sábanas en el suelo pero siempre había gotas que escapaban al control.

Decidió calmar un tanto su muñeca, su brazo, sus nervios, por lo que achicó otro poco las dimensiones de las telas y se puso a explorar motivos y estilos más templados. Pero ni así pudo evitar que un bote de pintura se derramase y, a través de la sábana, dejase un redondel tiñendo la madera. Sin que nadie le reprochara nada metió en una cajita los útiles imprescindibles, redujo a la mitad el tamaño de las tablas que le quedaban e hizo su, hasta el momento, último traslado.

Se metió a pintar en el michinal más pequeño de la casa, un retrete auxiliar con un ventano a un hueco de ventilación sin luz, por donde bajan las cañerías del edificio a las cloacas. Se sentaba en la tapa de la taza del servicio con la tablilla sobre las pantorrillas pues no había más espacio. A última hora tuvo que volver a dividir por la mitad las tablillas porque resultaban demasiado grandes todavía.

De hecho ahora pintaba miniaturas. Pasaba horas allí encerrado. En ocasiones la familia se olvidaba de llamarlo a la hora de comer o cenar porque con frecuencia contestaba, sin abrir la puerta, que ya había picado algo. Una de esas noches en que se acordaron de llamarlo no respondió.

El ventanuco del pozo estaba abierto y se llegó a inspeccionar el agujero por si hubiera sufrido un accidente cayendo por allí y estuviera tapado con la basura que se acumulaba en el fondo. Nada.

No apareció ni dentro ni fuera, pero su familia siempre conservará aquella última miniatura que dejó terminada y firmada sobre la taza del retrete.

Su doliente esposa y sus desolados hijos sentían verdadera devoción por su esposo y padre, respectivamente.

Ramiro Rodríguez Prada, 1996.


Charles Aznavour, La Bohème.

http://www.youtube.com/watch?v=yk7VtI-MYi0

Gracias a la Kurruka maqüensis por la emotiva sugerencia musical.

Salud y mucha luz!

Ra