lunes, 12 de septiembre de 2011

Buevos de dragón



Agii Apostoli
Eubea, kalokeri 2011

El otro día, revisitando cosas de Gila, me volví a reír con sus chistes, siempre. El de los peces, las pirañas, que metes la mano y sacas el muñón, o vas al banco con un discurso y te lo dejan en un refrán, o el del caco que se pone enfermo y todo lo que roba lo devuelve, inolvidable Paco Gila.
Dicen las malas lenguas que en el 68 se exilió para eludir una paternidad no reconocida. Sea o no cierto, en Buenos Aires editó la revista satírica  La gallina, que es adonde quería llegar.

Al dedicar nosotros doce puestas en Desde la popa (De Malta a Siracusa), no lo hacíamos como homenaje a Gila, que apareció ya en estas páginas mucho tiempo después y no llegó a palpar el culo a las Palurdas, ni a meter el dedo en el de las Papanattas buscando el buevo prematuro. No. Era la expresión usada por el padre de Alberto, el Capi del Teach, Más putas que las gallinas de Siracusa, que también habíamos oído nosotros en alguna ocasión.

Después de varios meses de tocar los buevos a las gallinas, es decir "de" las gallinas, en sentido literal, da igual... dejádlo, es imposible desenredar el equívoco.
Pues bien, tras un trimestre de toqueteo buevil creo que aún no hemos podido desentrañar o, mejor, desvelar el misterio que encierra la expresión, y sospecho que la explicación que el padre del Capi les dio fue sólo una respuesta cachonda para salir del paso. Porque, eso de que  las gallinas eran tan reputas que hasta  habían aprendido a nadar para interactuar con los patos no resuelve el enigma, el porqué del puterío desmedido de las gallinas siracusanas, sólo refuerza la idea de lo putísimas que son, o eran.

Agii Apostoli
Eubea, verano 2011


Lo cierto es que nos hemos enredado también con los patos y otras anátidas, fijas o de temporada, intentando recabar información sobre estos hechos, o habladurías, a saber. Algo hay, sin duda, porque son incontables los testimonios al respecto como habrán podido leer aquí quienes estén al tanto del asunto. Las Palurdas y Papanattas insisten en que son infundios y los ultratifosis que se trata de un contubernio grecoespaniolo.
¿Que dicen los gallos siracusanos? Que a ellos lo que les sobran son gallinas, que pasan del gallinaio y del pollaio tradicionales y que veranean en Mykonos, donde hay más pavas espaniolas que en Ibiza. Bueenooo.

Así que a nadie le interesa ya la procedencia o raza de los huevos que consume, o la especie de gallina  que se coció en el caldo que nos quita el resacón o simplemente nos recuerda a nuestra abuela. Y eso que dicen que, con el triunfo de los cocineros españoles y la neococina, sabemos más y comemos mejor. ¡Serán los familiares y amigos de los cocineros y los que puedan pagar sus platos!

Recordemos que el sibaritismo no está reñido con la sencillez, ni siquiera con la humildad y la frugalidad, todo lo contrario. Pero la mayoría desayuna patatas, come patatolas y cena patatas solas, para variar, como bromeaba mi padre sobre el hambre de posguerra. Y no ven una gallina en su vida como no sea en la caja del avecrem, ¿o era starlux?.
Vale, vale, exajero porque, ¿qué más democrático que unas pechugas de pollo y unos buevos de cualquier manera?.
Sin embargo se echa en falta, además de la pela, el buen gusto: no sabes si comes pollo o lagarto y cuando pones el huevo en la sartén miras en el interior de la cáscara para ver dónde quedó el otro medio. De cualquier manera un huevo frito siempre parece medio en el plato, y si es roto o estrellao ni eso.

A lo que íbamos. Pocas personas se paran a reflexionar sobre la calidad de lo que comen. Crían a esas gallinas clónicas en gallineros horribles, cárceles de animales, en esas jaulas metálicas individuales horrendas que son las celdas del mundo gallinil, donde sólo pueden comer, cagar y poner huevos. Óvulos degenerados, buevos sin substancia aunque nazcan con música ambiental, La carga de la caballería ligera, La sinfonía del nuevo mundo o los cuatro tenores, ¡tiene huevos que le pongan Bach a las más ponedoras!.
Unos buevos, en fin, insustanciales, como lo que comen. Y faltos de espíritu porque no ven jamás a un gallo y conciben, no, ovulan pura ficción especular, mirando a los ojos del que les echa el pienso, que será un buen hombre, si lo es, no lo dudo, pero que no puede andar con sutilezas en el cacareo infernal de un gallinero industrial.

Falta amor. Allí a nadie se le acurriría llamar ¡Pitas, pitas! a las gallinas, con cariño, como cuando se les echa unos graninos de maíz o se les acerca una berza para que refresquen y hagan mejor la digestión, en los corrales familiares. Es otra manera, no hay color.
¡Música..., venga ya!, comunicación interespecies y buen trato hacen buenos buevos. Eso que comemos lleva el gérmen de la imaginación gallinesca y todo el mundo sabe que son los seres menos dotados por la naturaleza para la fantasía.

Cuando nos apriete la rabadilla ponemos el siguiente.

Salud, yasas!

Korvus Korax, O Mavros.