martes, 1 de noviembre de 2011

Karoúlia en las Hurdes


Don Berenjeno Zanahorio

Es ya un cajón de sastre este Perdío,  refugio, confesionario, herbolario provisional, muro de lamentaciones y buenos propósitos que siempre nos hacemos pero que pocas veces cumplimos, balneario o descansódromo...

Hace 15 días que pasé por aquí más triste, perdío y griposo que hoy. En ese momento especulaba con la frecuencia de mis bajones. ¿A quién le importa?. Pero hoy tampoco ando arrastrao como para venir a quejarme.
Sin embargo he vivido una semana muy transhumante. El trabajo de la casa ya lo tengo sistematizado desde hace años y pocas veces me pilla el toro ahí. Pero las últimas noches no he dormido relajado a causa de las movidas de don Ramón del Valle, que me trae al retortero desde la medianoche al amanecer, trasegando alcoholes todos de alta graduación como si fueran zumos.

Para acabar de rematarla parió el abuelo y esta noche tuve una visita inesperada, no de un zombi genial, sino de un genio zumbao.
Me estoy refiriendo al Inmortal Dimitris, el monje tesalonikiós, que vino desde su retiro en Karoúlia (Áthos) en un viaje astral.
En los prolegómenos de la meditación filokálika vespertina, cuando se quitaba una borrilla del ombligo, descubrió allí un agujero espacial por el que se autotransportó a las Hurdes, donde se materializó el encuentro.

Hubo un cónclave del grupo primigenio de la Nea Iklesía Eterodoxa Hextremaña  (nombre temporal para captar adeptos aragoneses), donde había gente de Girona, Barakardo, Cái, Coimbra, Brivieska, Guitiriz, Villaviciosa, el Cachap, Xixona (muchos levantinos por aquello del turrón)..., y dos extremeños genuinos que aportaron la cabaña, los culares ibéricos y se hicieron cargo, infatigables, de la intendencia. Amás amás, como decía el de Banyoles, del cariño que siempre derrochan.

No salimos de la actualidad griega que el buen monajós nos pintaba.

Pero padre, le preguntó el de Briviesca, ¿porqué no garrapiñan las almendras de Karoúlia para venderlas, o ganar unas calorías? Sería un producto con denominación de origen vendecido por la santidad de Áthos y el no menos beato Patriarca. Y las que sobren...
Sólo como dos al día, contestó el infeliz, el de mi santo, Ayios Dimitriadis, comí tres, pero después tuvimos una fiesta y el gerontas mou me dejó bailar la raspa con Locomondo. ¡Tenemos un transistor!
¿Y adónde van a parar las rentas de las miles de hectáreas y propiedades que tiene la Iglesia Ortodoxa?, preguntó el gerundense sin intención.
Los gastos son ingentes. El mantenimiento del patrimonio es un pozo sin fondo y la ayuda a las  viudas y huérfanos de nuestros popes, y otros necesitados, se lleva otro buen pellizco. Pero la respuesta no está al alcance de este humilde siervo del Señor, quiso zanjar el mi Dimitraki.
El de Banyoles no se dió por vencido e insistió, ¿La iglesia no paga impuestos en Grecia, no es así?
Así es, dijo el fraile derrotado.
¡Si está en los huesos, pues!, dise el vasco, ¿Cómo conose la situasión de su país si vive fuera del mundo? ¡Unas kokotxas, un buen bakalao a la viskaína, un txakolí y vuelve nadando a Karulia!.

En Karoúlia siempre estamos en crisis, musitó. Y casi inaudible, Pero tenemos un transistor...

El pobre monje que, en efesto, estaba enflaquecido como un Cristo para desgraciaos, agachó la cabeza y la barba le llegaba guapamente a la bragueta. Aunque es de buena estatura pudimos verle una coronilla, donde ya empezaba a escasear el pelo, como a modo de tonsura, fisiká, natural. En su caso también eremítica.
Con poco más de treinta años parecía un esqueleto y se estaba quedando calvo. Al hablar se le veían también los dientes medio descalcificados de las privaciones a las que sometía a su cuerpo.
Y no tenía novia ni novio. Una del Cachap le tiraba los tejos pero él enrojecía como un tomate griego.

Los de Hervás, como siempre oportunos y conciliadores, viéndolo tan  desvalido propusieron un ágape a base de embutido de la tierra  y vino generoso.
Todo el mundo estuvo de acuerdo y, después de un corto paseo para abrir el apetito en el que el monajós nos llevaba a todos afogaos, como si tuviera ganas de acabar rápido con ese trámitre... pedestre, comparado con el nutritivo cometido que nos aguardaba,  muy poco después, digo, nos sentamos a una mesa que era la gloria del jamón, del chorizo, del salchichón, del cular de Extremadura.

El fraile levitaba.

¡Pero qué cortas se nos hicieron esas 24 horas que él estuvo entre nosotros! La mitad de ellas las pasamos sentados, adorando al hermano jalufo, como los griegos cuando celebran algo en familia, despaciosamente, disfrutando.
El Inmortal tesalonicense se iba calentando y al final de la fiesta nos echamos unos skás y unos regues (¡non regues el vino que lu afuegues!), a ritmo de Locomondo.
Dimitraki se marcó dos zembékikos a petición del respetable público neófito ibérico, que nos dejó ya el alma preparada para recibir los santos óleos.

Lo acompañamos hasta la cuerria, como la llamamos en Asturies, el cubículo circular de piedra donde se echan las castañas para que vayan cayendo al fondo según se van secando los erizos de la cubierta exterior. No sé cómo la llaman los extremaños, pero ésta era de un estilo semejante.
Se subió encima de la pila de castañas que rebasaban la altura de las paredes de la cuerria y se hundió hasta las rodillas en ellas, pero mantuvo su santa compostura, y eso que se le veía risueño y coloradín. Le había sentado tan bien la aventura que parecía  haber engordado en apenas unas horas, y le brillaban los ujitos del vinillo, ¡si hasta parecía haber rejuvenecido!.

Todos le instamos a repetir la visita cuanto antes, por la necesidad que esta comunidad tiene de su dulzura y de sus balsámicas palabras de hombre espiritual, nuestro guía y consuelo.
Prometió, Panagía mediante, nuevos vuelos astrales si su ombligo seguía mostrándole el camino.
La mayoría estábamos tan pedos que se nos hacía difícil comprender su resistencia teniendo en cuenta su endeblez y lo que había bebido, pero allí estaba tieso, de pie sobre las castañas, las manos recogidas en muda oración, y con aquel rubor casi angelical en las mejillas, esperando a la nave del misterio que nos lo arrebató sin que nos coscáramos.

De pronto estaba y de pronto ya no estaba.

Yo no sé si dormí en la cuerria porque amanecí con todo el cuerpo tarazao por los oricios, hecho un alfilitero.
Todo ese sufrimiento, ya sublimado por el espíritu heteróxido karouliense, lo dediqué a la salvación del alma de Militouh erde louh Botinehi.

Buenos días queridas criaturas. Salud.

Alma de Kántara.

lunes, 31 de octubre de 2011

Botellón


Gamberros

Media noche era por filo, la del sábado tal como temía, al poco de acostarme oí que me chistaban, giré hacia mi compañera pero dormía. Recordé la última siesta en Eubea y pensé en el galego, pero no lo veía en la habitación.
Cerré los ojos y me dormí escuchando el gemido del nordeste en la ventana.

Debió durar poco ese primer sueño por lo que me cundieron los acontecimientos posteriores.

Me despertaron con dulzura, como cuando me dormía por las mañanas y mi madre me decía casi al oído que tenía que desayunar y era tarde.
Levantó un poco la sábana y susurró, Usted y yo tenemos pendiente un paseo, querido amigo. Era don Ramón. Sí.

Había visitado ese día tres cementerios para depositar las flores conmemorativas en las tumbas de la familia, así que no me alteraba el ánimo el fantasma redivivo del manco de Vilanova. Había respetado mi descanso del viernes y, aunque no quiso concederme la tregua del fin de semana, yo me encontraba en mejores condiciones que la noche ful de la vodka.
En el mismo pasillo, según salía de la habitación, me tendió una botella de coñac. Otra vez de Centenario Terry con tapón de corcho de los 60, de un litro, con su malla amarilla como nueva. No era como la que yo le había afanado a mi madre, con la cuerda medio podrida que habíamos chupado otra noche, sobre todo él.
Sólo quedaba un trago así que lo apuré. Era tan suave y delicado que parecía un café con leche y unas gotas. Sólo que en la boca quedaban sólo esas gotas, un buen rato.

¡Buuuaáh, esto es el desierto del Sahara!, exclamé recordando a la mora.
Destilado de dátil al cubo, añadió Valle. Y zumo de escorpión, apostilló.
¿Qué pasa, volvió el legía de Sidi Ifni?
Me miró como diciendo, ¿Me vas a bacilar ahora con lo de la Legión?, pero sólo dijo, No, me había traído una caja pero ando a todas horas de la Zeca a la Meca y casi  no paso por Vilanova que es donde tengo la provisión. Y sin solución de continuidad me instó, ¿Está listo, nos vamos?.

No hacía frío en la calle y el viento había desaparecido como por ensalmo.

Atravesamos Xufre en dirección al barrio viejo y rodeamos la colina para salir al este de la isla y coger el sendero donde lo habíamos dejado la noche de la asamblea de los célebres zombis. El banco estaba vacío en esta ocasión y no había luna. Yo sentía el calor del brandy calentándome la barriga y subiéndome al pecho y a la frente.

Tenemos tiempo, vamos a sentarnos un momento. Me satisface esta estampa nocturna de Cambados nas noites sen lúa.
Estaba otra vez transpuesto, como bajo el pino mirando A Pobra. En silencio tomé asiento a su lado.

Acostumbrado ya a sus atuendos estrafalarios y anticuados no había reparado en su aspecto de hoy, una especie de chaqué con una lazada al cuello, bajo la barba, un sombrero menos aparente y unos botines relumbrones que parecían hechos a medida por algún remendón de la zona, muy toscos, aunque imagino que resistentes. Sentado, con las barbas blancas que reposaban sobre sus piernas y las lentes redondas, así de perfil, tenía toda la apariencia de un cuáquero o un Mr. Natural de Crumb a la galega.
Traía también el fino bastón de la curuxa.

Estuvimos unos minutos callados. Con la barbilla apoyada en la mano que apretaba la lechuza del bastón miraba melancólico el reflejo de las luces en las olas que, mansamente, lamían la orilla.

Don Ramón, de nuevo marchoso y cañí, saltó del banco cual muñeco y chilló,  ¡Goñi, goñi, que la diña!
Yo me eché a reír, claro, mientras él ya enfilaba el sendero que al borde de la arena nos conducía a un pinar cercano.
Cruzamos la pineda y a la otra parte enseguida vimos el resplandor de una hoguera. Varios coches, aparcados en círculo, con las puertas  abiertas que disimulaban mejor su presencia y ocultaban el fuego, acotaban un espacio en cuyo centro un grupo indeterminado de personas bebían y bailaban alrededor de un fuego, al compás de la música que salía de algún vehículo.

¡Vamos a ver si nos invitan a un trago!, dijo Valle muy decidido.
Yo no quería hacer de cenizo aunque conocía mejor que él la fiesta que allí se celebraba y me temí lo peor, pero asentí.

Cuando vieron aparecer a don Ramón en el círculo iluminado por las llamas se quedaron  mudos y anonadados. Eran 7 gamberretes, tres chicas y cuatro chicos de entre 16 y 18 años. A mí casi  me ignoraron porque la verdad es que el de Arousa era un figurín estrambótico que atraía todas las miradas, un fantasma de hace dos siglos en medio de la queimada. Porque eso es lo que hacían los rapaces, una queimada.

Repuestos de la sorpresa, y bastante cargaditos ya de aguardente, todo hay que dicirlo, rodearon al manco, que se había quitado el sombrero y lo sostenía, junto al bastón, con la mano sana.
¡Boas noites!, dijo don Ramón con voz sonora sobreponiéndose al chunda chunda que salía de los altavoces.
Nadie le contestó. A una chica se le escapó la risina y de pronto estallaron todos en carcajadas mientras el más cercano le ofrecía a Valle un tanque esmaltado con orujo de la queimada.
Lo cogió, bebió lo que había y se lo devolvió, todo en segundos. El guaje quedó pasmao.

¡Qué hijoputa!, dice el chaval mirando a sus colegas, ¡se lo bebió todo!
¡Oiga, joven, modere su lengua!, saltó el viejo.
Los otros volvieron a escojonarse y la de la risina, ¡Joder, el pureta, habla como el Punset!, y don Ramón encendido ya, ¡Qué lenguaje es ese para una dama!.
Un par de ellos, muy pedos, se revolcaban por el suelo en ataques de risa. Otra chica le ofreció a Valle un porro y él rehusó diciendo, ¡Yo sólo fumo en mi chibuquí!.

No había probado todavía el orujo y estaba viendo que, así las cosas, aquello podía acabar muy mal y sin catar una gota, así que me acerqué al grupo y le pedí la taza a uno de ellos. Lo dudó pero me la pasó. Eché un trago corto y se la devolví, pero entretanto otro se había acercado al anciano por detrás y le tiró hacia abajo del chaqué. El pitorreo fue fenomenal.
Yo veía a Valle que rumfaba ya como una locomotora y le dije, Vamos don Ramón, que se nos hace tarde.
Tiene razón joven, pero antes he de dar una lección a estos tunantes que no olvidarán.

El guaje que le había tirado de la chaqueta consiguió ahora arrebatarle el sombrero de la mano y sin detenerse se lo lanzó a un colega por encima de la genial cabeza del galego.
Y entonces se armó ¡la de vámonos Juana!

El  viejo barbudo, con una energía impropia para su edad y usando el bastón de mandoble, se volvió y arreó sendos estacazos al burlón cada uno en su glúteo correspondiente de tal magnitud que el  chaval cayó al suelo redondo, chillando y frotándose las posaderas.
Los otros quedaron paralizados por la sorpresa un momento pero don Ramón ya la había emprendido a bastonazos con el que  mentó a su madre en términos inaceptables. Y la rapaza del lenguaje soez recibió también un buen palo en el culo cuando hizo frente, en plan retador, al de Vilanova.
El que tenía el sombrero lo soltó y se dió la vuelta escapando pero el bastón le alcanzó todavía una oreja, mientras el brioso manco gritaba, ¡Vuelve aquíii, galopiiiíín!.

Se produjo una desbandada general cuando comprendieron que el paisano pensaba calentarles el culo a todos, uno por uno.
El adolescente más joven, que era el más borracho, o colocao con todo, a saber, no se había podido
levantar y seguía riéndose en el suelo. Don Ramón se acercó y al verlo en aquel estado sólo murmuró:

 Yo anuncio la era argentina
de socialismo y cocaína

Luego se arrimó a la hoguera y me llamó, Busque una de esas tazas y rellene esta garrafa, dijo señalándome una de dos litros en la que los guajes llevarían el aguardiente. Rellené la mitad y  me parecía demasiado. Complétela, me dice, que si sobra ya le daremos salida.

Dejamos al chaval riendo y nos fuimos nosotros también más contentos que unas pascuas. Resultaba agradable el calor de la garrafa y mucho más lo fueron los tientos que le íbamos dando mientras nos acercábamos, entre pinos y playas, a la punta sur de la isla.
Era una noche oscura pero amorosa para la época, el nordeste que soplara días antes, se había calmado y venía una ligera brisa cálida del sur que en el continente, lejos del mar, sería más fuerte y echaría al suelo las últimas castañas.

No sé si por la bronca o el aguardente pero Valle estaba excitado, dicharachero y jovial como pocas noches. Nos sentamos bajo un pino mirando hacia la lejana boca de la ría, antes de iniciar el regreso al norte por la costa oeste. Allí fanfarroneó un poco recordando sus andanzas por el Madrid de su época mientras le dábamos chupetones apasionados a la garrafa.

Cuando nos levantamos el agua de la mar parecía fósforo con los destellos de infinitas  luces crepitando en la superficie.

No sé cómo volvimos a Xufre si andando o subidos en una escoba, ni lo que fue de la garrafa, del orujo sí, nos lo bebimos todo, ni qué se hizo de don Ramón. 
Desperté aquí al día siguiente, ayer, a causa de los gritos espantados de una mujer que venía a limpiar la tumba de su esposo. Yo me había metido a dormir en un nicho vacío. Tampoco sé cómo lo encontré ni cómo lo hise.

Felices sábanas.

Man Ta Blón.



domingo, 30 de octubre de 2011

Geia sas, ta pedakia!


Busto de Yiannis Ritsos en Monenvasiá
Grecia 2009

En Kondopouli, Limnos, uno de los lugares donde penó el poeta de Monenvasiá, O Yiannis Ritsos, junto con otros muchos presos políticos, escuché a un taxista de sesenta y muchos,  desde la ventanilla abierta de su taxi arrancado, saludar a un grupo de paisanos sentados en una terraza a la sombra de una parra, jugando al tavli y bebiendo café.  Dice:

Geia sas ta pedakia!,  ¡Salud, chavalines!
Geia sou!, contestaron,  ¡Salud!

Ninguno de ellos bajaba de los ochenta años.

Es una escena sencilla e ilustrativa que puede repetirse en cualquier lugar de Grecia.

Del mismo modo, pero ahondando, en Creta,

muchos paisanos
como cañones
con toda la barba
y roña en los cojones

el que la tenga, ¡voto a Feus!,  que es gente pulcra y de porte aristocrático como poca,  hombrones como torres y una voz salida del Antro del Ida, pueden saludarse con un,

Geia sou, kopeli mou!,  ¡Hola rapacina!.

Pero yo nunca tuve el honor de merecer ese compadreo, -comadreo para ser exactos-, familiar e irónico de la parea cretense, los amigos, que no tengo todavía.
Lo digo porque tratar a Psarandonis de "Kopeli mou" como hice en su entrada (aquí en Música cretense), es un acto de confianza y valor por mi parte que ¡no sé si me costará la vía!

Es broma, naturalmente, aunque el león  es fiero de verdad.  Lo hice por la admiración y el respeto que siento por él, y no hay mayor respeto que la confianza.

Geia sas, Andoni!,  Geia sas Limno kai Kriti mou, òmorfa nisiá, islas  hermosas!

 
Barbarómiros Hatzipradakis.

 
(Publicado en Desde la popa el día 28-6-2011, para la crónica del Teach del 16-6-2011. Antipasos a Parga) 

P.D. El problema de la transcripción del griego al castellano se presenta siempre. Algún día lo hablaremos un poco más en extenso para fijar algunos lugares comunes al respecto.
Lo  de menos es el alfabeto, se acaba por aprender y los sonidos no cambian mucho, es un idioma que nos suena, su música resulta familiar, y es eufónico para nosotros.
Reproducir sin embargo los diferentes sonidos con grafía latina ya presenta más problemas, con 7 vocales y 3 sonidos para b/mp y v, por ejemplo, que no es b pero Vasilis es el Basilio castellano, dos consonantes con un sonido (Th = Z), o la inversa, letras cuyo sonido sólo se puede reproducir con dos castellanas (los Ts y Tz ), ...  

Se complica además con la existencia de diptongos, similares a los franceses, que tampoco es lo peor, también se aprenden enseguida.

Otro problema añadido es el uso del inglés para cosas tan significativas como los mapas o las guías. Algunos ya incorporan griego e inglés o varias grafías teniendo en cuenta distintas nacionalidades. El resultado es un batiburrillo notable.
Recuerdo alguna pregunta que le dirigían al Capi en los comentarios en Desde la popa, en concreto creo que una de Agus sobre Lesbos/Lesvos.
Pero no siempre es fácil de responder en dos palabras si el que pregunta tiene algo más de interés, o el que responde es un tikismikis. Y este ejemplo de Lesbos con dos nombres totalmente distintos para la misma isla, (Mitilene/Mizilene, en castellano, Mithilini, griego), se repite en más topónimos (Korfú/Kérkira), etc.

Lo ideal sería escribir en griego pero eso limitaría el acceso a las páginas por parte de quienes no dominamos el idoma o lo desconocemos por completo.

Terminaré con un ejemplo propio que se repite cada día. Me despido con un Geia sas!, Salud,  o Yasas!, que es el sonido en castellano de la pronunciación griega. Como si escribiera  "O´gvuá" , o algo asín, para decir adiós en francés, o sea ¡un horror!.

Pero el asunto sigue sin resolverse.

Los muy puntillosos, perfeccionistas o rigurosos en esto, pueden consultar el libro de Pedro Bádenas de la Peña, La transcripción de griego moderno al español (1984).  Vale.

Ramiro.




Entra el nordeste


Confundío

Desperté porque debí escurrirme del banco hasta caer al suelo.

Al principio no reconocí el lugar ni recordaba qué hacía allí. De muy niño había vivido algún episodio de sonambulismo despertando en plena noche en algún lugar de la casa sin saber cómo había llegado hasta ese sitio. En la preadolescencia  en un colegio de curas protagonicé otro hecho tan extaordinario que a cualquiera le  parecería imposible de realizar en estado de...,  no sé como llamarlo, ¿inconsciencia, semiconsciencia?, no importa.

Tardé en orientarme. Fue el puente el que me dio la pista, la luna se  había ocultado y las luces de Cambados parecían menos ahora y más pálidas. Se había levantado una brisa fría del nordeste y no me sobraba la chaqueta en ese momento. Inmediatamente pensé en los tres célebres. Debí de darme cuenta antes  porque vi la botella de Soberano, vacía, en la esquina donde se sentaba Paco Gila. A pesar del destemple y el dolor de huesos se me escapó la risa.

Me senté un instante para estudiar la situación todavía riendo y ni había apoyado la espalda en el respaldo cuando oigo un vozarrón detrás de min que me hizo saltar como un muelle.

¿¡Qué le causa tanto regocijo?!
¡Don Ramón, por dios, que me va a matar de un susto!
Está usted muy sensible, y se echó a reír él con una risa que no le había oído nunca, de vejete cascao y guasón, tan increíble que le hice compañía con la mía. Le entró una especie de hipo y no podía parar. Yo entonces ya tosía más que reía.

Después de un estornudo él consiguió controlar el hipo y la risina pero yo seguía tosiendo, y me dice como ofendido, ¿De qué se ríe?!.
Yo no podía parar en seco como había hecho él y tampoco hablar. A medias palabras tosidas y con gestos le dije que no reía, que tosía. Él entonces me dió unas palmadas suaves en la espalda que obraron el milagro.
Yo creo que se me calmó la tos por el efecto placebo de la ternura que puso en las palmadas, me pareció un detalle que decía mucho de su carácter y bohonomía a pesar de su fosquedad externa.

Pero enseguida salió por peteneras.

Me ha fallado usted, me dice con cara compungida y como entregándose a la cuchilla.
¿Que le he fallado? ¡Hombre,  no me diga eso don Ramón, que llevo tres días en un sindormir!
La luna se puso y ya es tarde.
Tarde ¿para qué?
Para nuestro periplo.
No queda coñac, dije un pelín triunfal viendo la botella.
Eso no es problema, contestó despreciativo, pero sólo para añadir con entusiasmo, ¡Tengo aquí a un colega que le traen de Moscú una vodka mortal!

Me volvió a dar la risa y la tos.

Ya repuesto le pregunté si el colega dirigía otro chamizo como el del Bene, el gemelo del papa. Me dijo que no, que este tenía una bodega y que se pasaba allí la noche porque era insomne.
Este Valle no deja de sorprenderme siempre con sus recursos de... after hours?
¿Qué hora es don Ramón?, le pregunté.
¡Qué importa!, respondió con mal talante.¡Vamos!

A mí me dolía todo y en lo que menos quería pensar era en beber vodka, masculina o femenina. Pero discutir con él hubiera sido inútil, así que me puse a zaga de su huella porque ya había iniciado la marcha con el mismo brío de costumbre.
¿Qué fue de don Vicente y de Gila?, pregunté inocente.
Se bebieron el brandy y se largaron.
¡Vaya amigos que se echa!
Se paró en seco y choqué con él.
¡Además de bartolo, insolente! ¿Qué hace al rabo mío como un faldero, pase aquí delante, galopín!

Se me había olvidado lo del galopín y volví a pensar otra vez en que el muy ladino conocía todos mis pasos, no sólo los nocturnos a los que él me incitaba.
Don Ramón, me atreví a preguntar cuando estuve a su altura, ¿lee usted las historias de los zombis geniales?
Tengo un ordenador que me indica las entradas en que se me cita.
¿¡Usted, un ordenador!?
Volvió a parar en seco y se giró, quitó el sombrero y se llevó el muñón a la cabeza golpeando allí tres o cuatro veces.
De grandes ideas, amigo, añadió pausadamente. Y arrancó a caminar acomodando el sombrero.
¿Y las pequeñas no se las ordena?
¡No sea usted impertinente, joven!

No era mi noche.

Nos habíamos internado por las callejuelas y plazoletas del barrio viejo de la isla,  subido en una colina al otro extremo de Xufre. Íbamos en silencio después del último rapapolvo y escalando una calleja muy empinada yo tuve que parar.
Estaba tan agotado, y tan fatigado en ese momento que me hubiera tirado allí mismo. Valle, que había seguido palante como si nada me debió de echar en falta a un paso por detrás y se volvió. Yo estaba apoyado en la pared tosiendo.
Ahí tuvo don Ramón el segundo detalle de la noche. Bajó los diez o doce metros de calleja que nos separaban y esperó paciente a que recuperara el resuello.

Cuando consideró que ya podía caminar me dice con ternura galega, animándome, ¡Vámonos paseniño!
Ahí ya me venció porque había puesto el bastón de la curuxa en el sobaco del brazo chungo y me ofrecía su mano como apoyo.

Al final había una plazuela sin urbanizar con dos casuchas de planta baja separadas y pequeños huertos anejos en los que destacaban por su altura las berzas que, en las sombras, parecían pavos desplumados.
Nos acercamos a la más pobre y don Ramón llamó. Por la parte de Vilagarcía comenzaba a clarear.
No contestó nadie. Yo sólo quería pillar una cama y metí baza,  Se habrá dormido, está amaneci..., pero no me dejó terminar, me lanzó una mirada de soslayo que si fuera cuchillo me cortaba la lengua.
Volvió a llamar. Esta vez se oyó ruido dentro y al poco se abrió una rendija en la puerta y apareció una mujer pequeña de cara regordeta, con rulos en el pelo (...la flor de la canela)  y en camisón.

¡Hombre don Ramón, usted por aquí!, cacareó la paisana con el mismo tono falseao de Gila y el saludo de circunstancias, pero no abrió la puerta. Valle apoyaba la palma de la mano en ella  y yo creo que empujaba intentando abrir, pero la de los rulos estaba trabada detrás y no se movió un milímetro.

 Bautista se durmió, dijo ella malhumorada.
Y no sabrá usted si guarda una botella de vodka para mí en algún lugar.
¿Vozzka, dize ustez?, yo no sé nada..., y se disponía a cerrar sin mais. 
Don Ramón contuvo la puerta con el brazo tenso y la palma apoyada y le preguntó, ¿Y a qué hora se levanta?
Acaba de dormirse.
¿Cuándo se levanta?,  insistió el manco.
Non sei, una horiña al cabo...
Dígale que dentro de hora y cuarto estaré aquí con un amigo.

Soltó la puerta y la paisana cerró.

Vamos a hacer tiempo, me dice, Tista  padece de insomnio pero duerme algo al amanecer y en ese tiempo no despierta ni bajo tortura. Se tumba allí donde lo coge el sueño. Estará en la bodega y se habrá bebido toda la vodka. Y echó un juramento, cosa extraña en él.

Tampoco era su noche.

Bajando hacia el puerto yo ya no podía tenerme en pie y se lo dije.
Lo siento don Ramón pero yo no lo acompañaré a beber el vodka.

Pensé que se pararía y que me caería otro chorreo pero, para mi sorpresa, continuó en silencio, paseniño.
Al cabo de unos minutos me dice, No se preocupe, comprendo que sus obligaciones le reclaman. Nos veremos otro día, y volvió al silencio.
Yo me sentía un poco dolido por haberle fallado durmiéndome en el banco, pero tampoco se me antojaba una ofensa tan grave, él parecía tener bastantes diversiones y compadres sin necesidad de contar conmigo. Y yo estaba mal. Llevaba unos días griposo cuidándome muy poco y el frío y la parranda nocturna no me habían favorecido. Ni el coñac, sobre todo porque se lo bebieron ellos.

No sé dónde me hospedo, no sé dónde estoy, don Ramón.
Estamos en a Illa de Arousa, provincia de Puntevedra, respondió cachondo.
Ya, ya, pero ¿dónde hay una cama?
Aquí mismo, y entró en otro portal del final de Xufre que tampoco reconocí. Subimos unas escaleras hasta el primero y entramos en un piso con un pasillo largo lleno de periódicos viejos apilados a lo largo de la pared. Me precedía Valle que abrió la primera puerta de una habitación espaciosa donde había una gran cama. Me dió las buenas noches y cerró la puerta. Me eché en la cama tal cual.

Non séi mais nada.

Felises suenos.

Etoo Ymuer "Tito".

sábado, 29 de octubre de 2011

Interior (Homenaje a Munch)



Interior  (Homenaje a Munch)

Collage. Oviedo 1995
Ramiro Rodríguez Prada


El noruego Edvard Munch es más conocido por El grito (1893), pero fue un retratista brillante con una capacidad especial para penetrar el carácter de sus personajes y sus actitudes. Ludvig Meyer, Walther Rathenan, Daniel Jacobson. Alguno recuerda a Velázquez, sobre todo el temprano de Karl Jensen-Hjell (1885).
Mi favorito es el de Hans Jaeger (1889), sentado, un poco recostado, con sombrero, mirada escéptica, en una gama dominante de azules fríos y el abrigo abotonado hasta el cuello.

Del año siguiente, también en escala de azules, más francesa e impresionista, es un interior titulado Noche de St. Cloud. La configuración de las masas del collage repite en esquema las luces y sombras de ese cuadro. En aquel se insinúa una figura sentada junto a la ventana, aquí desaparece.

Me gustan también algunos de los cuadros que se acercan a Van Gogh, la mayoría posteriores a los retratos. La noche blanca (1901) y Trabajadores regresando al hogar (1915), que recuerda los personajes de Los comedores de patatas de Vincent y esa atmósfera de pobreza. En cambio  El pescador (1902) remite al Van Gogh más solar de los limones, el amarillo de la luz y el rojo de las sombras.

La razón de la elección fue casual. Hoy casi no escribí por seguir viendo fotos en shutterchance donde volví a comentar alguna que me gustó. Dentro de una temporada, cuando pueda decir algo provechoso de ellos, reincidiré aquí con otro capítulo. Parece inagotable.
Pero donde me lié verdaderamente fue mientras veía fotografías de Marta Capote, me gustó el retrato de un paisano que luego perdí de vista y no supe recuperar. Me recordaba por algúna razón, quizás ciertos azules, el de Hans Jaeger, aunque eran cosas diferentes. Ni siquiera estoy seguro de que fuera de Marta, de la que también disfruté otras, porque como saltaba de un fotógrafo a otro andaba perdíiioo. También suyo era un buen retrato del Zapi, el Valvulista con su pareja, muy gracioso y tierno.

Y esto es todo por hoy, queridas niñas y niños. Boas noites!

Barbarómiros.


P.D. Le estoy cogiendo afición a esto de las post datas. Me está dando tanta guerra Valle Inclán que no tengo tiempo de llevar los apuntes al día y ya sabéis lo efímeros que son los recuerdos de los sueños, que se olvidan con frecuencia nada más abandonar el lecho. Pero tengo ya material para otras dos tarascadas.
Me tiene reventao, le pedí por favor una tregua para el fin de semana, a ver si voy asimilando algo y relajo. Aunque, como es un turrión y sólo escucha lo que le interesa, dudo que me deje en paz.
¡Yo quería amistad no amor! ¿Que es lo mismo? No conocéis a don Ramón.... . Vale.