viernes, 9 de diciembre de 2011

Murias


Muria con Pampajarito
Morales del Arcediano
Noviembre 2011

Haré una serie de entradas en las que no hablaré mucho, pondré cuatro fotos en cada una hasta completar cuatro capítulos con el mismo título, Murias.  Acompañarán a Camisa de once varas y Muros, en Arquitectura, las últimas que  escribí en esa etiqueta y en las que también incluí fotos de muros, pero modernos, con mortero de cemento y arena.

La pimienta de muros, el Sedum acre, con ese gracioso nombre popular de Pampajarito, es una planta típica de la península Ibérica que puede ser incluída entre las crasas europeas por sus hojas carnosas donde acumula gran cantidad de líquidos, con radículas extendidas que no profundizan ya que se desarrolla en terrenos muy pobres y, más frecuentemente, sobre sedimentos vegetales en los muros y tejados, sin sustrato de base.
Necesita acumular reservas porque en tiempos de sequía no podrá extraer nada de un terreno inexistente. Así se comportan la mayoría de las crasas o los cactos que son las  prototípicas.

La razón de esta serie que anuncio la he explicado un par de veces. Es una promesa privada que hice a Philine Kleinknecht, una fotógrafa alemana a la que parecen gustarle las murias tradicionales. Y la  poesía. Pero de esta locura mía ella no sabe nada y dudo que se llegue a enterar. Así que fue por ella pero va por todos.

Arenisca y esquistos
Morales 2011

Como a mí también me gustan y la excusa es buena para compartir imagénes, ahí quedan.

Cualquiera diría que un muro, que se ha levantado sobre todo para separar y dividir territorios, propiedades y personas, pueda servir de objeto de intercambio estético.
Pero volvemos al trigo, los muros no son responsables de la burrez de los hombres.

Tampoco creo que a Philine le gusten los muros que se levantan contra la gente. Ellos han tenido durante años un ejemplo sangrante.
No todas las funciones que cumplían los muros eran, no obstante, para reafirmar o conservar la propiedad privada o colectiva. Eran a la par defensivos y ofensivos, contra otros grupos humanos, pero también contra los animales, o para protegerse de la intemperie.
Así nació la vivienda cuando abandonamos la gruta, de la conjunción de un muro y un techo.

Pero a priori el muro no es un símbolo simpático, remite más a la intolerancia que a la hermandad.

Esquistos y pizarras al sol

Y está el muro por excelencia, el de la cárcel, el que todo preso quisiera escalar. Pero coronado por alambradas y antes hay que sortear las eléctricas. El muro ya no es lo que era. Genuino sólo queda el de las lamentaciones, protegido por otro más vergonzoso y por la muralla del miedo de los fascismos impenitentes asustapueblos.

¡Y claro, los muros religiosos, raciales, económicos..., que no cesamos de levantar sin tumbar los anteriores!

Y éstos, las reliquias, que ya no tienen por función separar porque ellos también hacen el pueblo, donde por cierto queda ya poca gente viviendo. Casi son restos arqueológicos. Algunos de ellos, sin duda, tienen varios siglos de antigüedad, con muy pocos retoques de tanto en tanto.

Teniendo presentes pues las razones históricas, prácticas del nacimineto de los muros y el panorama real del Muralismo rampante en lo político,  nos quedamos con estas murias que son monumentos a la sobriedad, equilibrio y laboriosidad de los pueblos. Porque Morales del Arcediano sólo es un caso, notable, entre muchos.


Morales del Arcediano
Piedras doradas al atardecer
Noviembre 2011

A pocos kilómetros de Astorga, capital y cabeza de la región, Cepeda, Sequeda, Vega, etc., en la Maragatería está asentada Morales, a la vera del río Turienzo. Patria chica, como sabréis, de dos currucas pardas, la Blasensis y la Centenalis.
El modelo de construcción es muy semejante en todos los pueblos de Maragatería, donde la piedra es el material mayoritario. Arenisca, esquistos y pizarras muy alteradas son las rocas típicas. Pero los tejados son de teja.

Aunque la tapia, un tipo de muro de barro y cantos rodados prensados, es más frecuente en las otras zonas, que no cuentan con afloramientos de roca y sí con barreros en toda la ribera del Tuerto y tributarios, excavados por el río desde tiempos geológicos, en Maragatos también se encuentran tapiales, menos frecuentemente sin embargo. Por eso daremos espacio a los de piedra. Tiempo habrá para las tapias.

Trataré de intercalar otros temas entre los capítulos para que no resulte pesado a quienes no les vaya el asunto.
¡Y no iba a escribir!, no me quedarán palabras para tanta foto...

Continuará.

Salud y puertas abiertas.

Barbarómiros.

P.D. Quilapayún. La muralla.



Besos.


jueves, 8 de diciembre de 2011

La bodega del manco


Oviedo, noviembre 2011

No sé cómo, desde el comedor de Valle Inclán en Vilanova de Arousa vine a parar a una caja de cartón en los jardines públicos de la Facultad de Geología, en Oviedo, muy cerca de casa.

Me despertó un guardia de seguridad cuadrao, uniformado y correcto que me parecía conocer de vista. Llevaba en la mano la última novela de Petros Márkaris que a mí ya me espera desde hace dos meses sin tiempo para abrirla.
Sentí un poco de envidia del jurado que iba a despachar al griego antes que yo, un medio cretense. Me ví más pordiosero que nunca.

Al incorporarme tuve un vahído y el hombre me echó mano. El gesto me pareció raro en un medio policía, que además de lector era piadoso, me gustó. La ropa me olía a vinazo y a humo y sentía la cabeza blanda blanda.

¿Podría llevar los cartones hasta aquel contenedor?, me preguntó muy amablemente, y me señaló  el lugar, cercano. Le dije que por supuesto. Me dió las  gracias y yo a él y me fui poco a poco, aún sorprendido, arrastrando la caja.
Me retumbaban en la cabeza hasta las pisadas. De vez en cuando miraba hacia atrás y allí seguía el guarda, bajo el árbol en el que yo había dormido, viendo como me alejaba.

Había un sol raquítico en un cielo azul pálido y hacía frío. Un frío seco aunque no había helado, tal vez nevara en el monte esa noche porque la brisina cortaba.

Llevaba puesto un chaquetón marinero que no reconocí como mío, sucio y arrugado. Calzaba una especie de zuecos con talón incluído, como un zapato de madera pero con cordones de cuero. ¿De dónde había sacado aquel indumento?. ¡Ah, y me tocaba con una boína!, con acento en la i, como decimos en las cuencas mineras.
Tenía todos los síntomas de una resaca monumental.

En casa ya no había nadie. Me duché, tomé un zumo de tomate y me metí en la cama.

Con un cebollón notable aún, la cabeza floha, me levanté a preparar la comida de la familia pero, ya compuesta, no la esperé, bebí un poco de agua con limón y volví a la piltra.

Desperté sin saber dónde estaba ni qué hora era. Por el ruido de la calle pensé que sería en torno a la media noche. En el despertador de mi compañera lo confirmé.
Tenía una especie de culebrillas en el estómago y me levanté a comer algo.
Mientras iba pensando por el pasillo en freír unos huevos recordé al pobre Satur, el actor que hacía de criado del genial manco. Parecía un buen tipo. Tendría que esperar todavía un buen rato en Xufre, el día de la celebración de su santo precisamente.

La noche de San Saturnino

Pero cuando busqué en la puerta la llave para encender la luz de la cocina no la encontré.
Me sentí tan perdido en la oscuridad que temí un ataque de pánico. Un escalofrío helado me recorrió el cuerpo.
Quise volver atrás pero apenas veía y nada me resultaba familiar.

Al final de un pasillo bastante ancho, que atravesé tanteando una de las paredes y algún mueble de madera adosado a ella, había una puerta. Por la rendija inferior parecía salir un levísimo resplandor.
La empujé al llegar y bajé por lo que parecía la escalera mal trazada de un sótano. La escalera bajaba describiendo una espiral y aumentaba la luz, tal vez de alguna lamparilla, a medida que descendía.

No sé porqué me esperaba algo parecido cuando llegué abajo. O sí lo sé tratándose del anciano esperpento.

La mesa estaba puesta con tres enormes platos de quisquillas, dos empanadas aún sin partir y un perolo humeante que olía a unto y grelos como el aliento de Saturno, ¿o eran berzas o repolo?, no afino tanto, pero fué lo primero que capté antes de ver nada. Algún potaje galego, el Caldo que es la esencia del país.

Eché un vitazo antes de que advirtieran mi presencia. El sótano era grande. No hablaban. Aparte del espectáculo de la mesa en su punto, aparecía todo bastante desordenado y puerco. Se veían en la penumbra varias cubetas y un bocoy, bultos amontonados junto a las paredes y cajas en estanterías medio arrumbadas.

Satur estaba agachado sacando vino a una jarra de barro de un cubeto mugriento en una esquina del bodegón.
Don Ramon sentado en uno de los dos bancos corridos que flanqueban la mesa parecía pensativo. Con la barbilla apoyada en el mango del bastón de la lechuza miraba al suelo.
Había un quinqué en el centro de la mesa y una lamparilla de aceite alumbrando el rincón de la bodega donde trajinaba Saturnino.

Enseguida vi las cajas.

El tesoro de don Ramón

Después de este breve reconocimiento de cómo estaba el patio carraspeé y dije buenas noches.

¡Hombreee, Paco er Feo!, saltó don Ramón, ¡El que fartaba pal trípode! ¿Qué pasa pollo no encontró las polainas?
Entonces me dí cuenta de que iba descalzo y en calzoncillos. No supe qué contestar.
¡Arrée a bestirse que ya está la cosa que arde!
Titubeé..., Es que no sé dónde dormí.
¡Donde dejó la ropa, carallo!, chilló girándose hacia mí, y a continuación dirigiéndose a Saturno, ¡Acompaña al Pupas a su habitación, y ligeros o empiezo con las quisquillas! O mejor, vete tú y tráele lo necesario.

Lo veo a usted algo perdío últimamente, me dice nada más desaparecer el criado y añadiendo el tono flamenco que había empezado con el Feo.
¡Pues no salgo de casa!, dije casi con toda el alma, y añadí más calmado, Al que más veo es a usted.

Estaba de pie y Valle ordenó que me sentara. Llenó dos vasos de vino, cortó con la mano un pico de la empanada más cercana y me lo pasó. Le eché un bocao.
Ví que iba a brindar y cogí el vaso.
¡Por la copla y por el Tío Silverio!.
Bebimos y de pronto Valle se arrancó. La letrilla era guapa pero cantaba tan mal que daba tristeza y vergüenza ajena oírlo, pero era su invitado y no podía cortarle el flús, desairarlo.

Ar campito solo
me voy a llorá:
como tengo yena e pena er arma
busco soleá

Aquello sí que daba ganas de llorar, ¡era una agonía escucharlo, menos mal que duró poco!
Don Ramón, le dije después de aclararme la garganta con otro trago y espantar la emoción, ¿No se le dará mejor cantar muñeiras?

Se levantó del banco como si le hubiera picado un escorpión y alzó el bastón mirándome con la cara terrible que sabe poner cuando se mosquea. Yo estaba totalmente indefenso y no había sabido preveer su reacción, aún conociéndolo, por lo que no tenía escapatoria.

En ese momento escuchamos a Saturnino bajando por la escalera. Valle me lanzó una última mirada por encima de las lentes y bajó el garrote.

Vestí rápidamente la misma ropa rústica y anticuada que había quitado por la mañana. Pero alguien se había ocupado de cepillarla y curiosearla un tanto. Por extraño que parezca no tenía frío. Me atusé un poco el pelo mientras don Ramón me observaba con una mezcla de curiosidad y mala leche, quizás acuciado por su apetito legendario, al menos entre los muertos.
¡¿Qué, terminamos la toilette, mon petit?, me dice al fin remarcando la pronunciación francesa. ¡Andiamo presto che si  mi abre la bucca!. Y se sentó acercando un plato de camarones.

El caldo todavía estaba caliente y me serví tres tazas mientras don Ramón daba cuenta de su plato de quisquillas. Satur comió también dos tazones de caldo. Entretanto bebimos varias veces.
Cuando terminó su plato Valle cogió el de Satunino y volvió a enfrascarse en las cáscaras. El criado y yo compartíamos el tercer plato.
No sé cómo se las apañaba para pelar los crustáceos con tal rapidez con una sola mano. Tenía una habilidad increíble, acercaba el bicho a los incisivos y al instante devolvía el caparazón vacío. Y no abrió la boca salvo para esa operación o para beber.

Pero iría por la mitad del plato de Satur cuando, en uno de sus gestos repentinos, se levantó de golpe y dijo, ¡Carallo, no hicimos los honores al homenajeado!
Llenó los tres vasos y soltó el brindis:

¡Por Saturnino, gloria de España y prez de Galicia, el granuja más servicial de cuantos la escena patria y a nosa terra han parido!
Don Ramón, que sólo teño una madre, dijo Satur con timidez.
¡Tú calla, turiferario, que no buscas sino arruinarme la loa!, rugió el viejo.
Don Ramón..., quise terciar yo poniendo paz, pero me cortó en seco.
¡Chitón, rábula, que este bigardo con chepa se defiende solo! ¡Al cuento! ¡Por Saturnino, la carabina de Ambrosio y el Capián Araña, que embarcó a la gente y se quedó en tierra!. Ya estaba lanzado y siguió brindando, ¡Por Saturnino, domador de lagartijas, émulo de la Isabelona y del conde de Romanones, acechador de conventos y explorador de bodegas ajenas, amigo bueno bueno!

Con ese tierno final y una sonrisa picarona dirigida al jorobado alargó el vaso para entrechocarlo con los nuestros. Cumplido el rito vació el vino y se sentó satisfecho a terminar cuanto antes con las quisquillas, que en efecto despachó en un santiamén.

Cubas vacías en Vilanova

Acabados los camarones, Valle sacó de algún sitio su mondadientes de 25 centímetros largos y cortó las empanadas en seis trozos, luego se sirvió un tazón de caldo.
Era bien raro el cabrito, tomaba seis o siete cucharadas de caldo y le daba unos bocados de Pantagruel a las empanadas. Una era de vieiras y la otra de berberechos, riquísimas las dos. Colocó un trozo de cada una a cada lado del bol e iba alternando. Entre sorbos al caldo y mordiscos a las empanadas superó mi marca y pudo con cuatro tazas.

Cuando finalizaba la última le hablé.

¿No está ya un poco frío el caldo, don Ramón?
¡Ca!, estas perolas modernas guardan muy bien el calor. Metió la cuchara en el tazón y me hizo tragar una cucharada.
Era cierto, aunque la pota me parecía de ésas antiguas de aluminio y de la peor calidad.

En la mesa había también una tarta que resultó ser obra de Saturno. Era de nueces y no dejamos  un grano de lo rica que estaba.
Con ella, por fin, don Ramón abrió una botella de Terry, del viejo, encorchado. Porque en primer plano había visto ua caja de Fundador más joven, de la siguiente generación, con tapón metálico de rosca, aunque todavía sin el invento moderno que la hacía irrellenable, es decir también con sus buenos cuarenta y pico años reposando en la botella. Las conocía bien porque mi madre también guardaba alguna.

Con aquel remate de dioses se nos puso a los tres una cara de merluzos indescriptible.

Yo me veía cuatro manos y a don Ramón completo, con dos derechas y dos muñones izquierdos.  Cuando al hablarme acercaba la cara me parecía el ojo facetado de una mosca, con ocho ojos como mínimo, cuatro de los quevedos y otros tantos de los ojos.
Satur aparecía y desaparecía  porque me lo tapaban dos perolos enormes.

De improviso Valle se levantó y alzando el vaso lleno gritó:

¡El Puerto de Santa María,
viva er cante y viva Cai, y viva
el Tercio Viejo de Lombardía!,  

A mí me dió tal susto que se me calló el mío de la mano. Don Ramón se bebió el suyo de un trago tras el brindis y al posarlo me miró con su ojo de mosca y me dice, Pollo, no le sienta bien el brandy, vamos a cambiar de palo. Yo inmediatamente pensé en la madera del chibuquí.

El manco salió de la mesa, parecía que con intención de dirigirse a la escalera, pero se veía muy cargado y antes de llegar trastabilló y cayó. Saturnino, que estaba más lejos, llegó antes al viejo y lo ayudó a sentarse otra vez en el banco.
El arousano no renunció sin embargo a subir y al poco le dice a su criado, Vamos paseniño, Saturnino, que más pindio es el Purgatorio.
Satur me hizo un gesto que no supe interpretar porque a duras penas le veía las dos jorobas. ¿Quería que esperara o que los siguiera?
Miré la bodega llena de cachivaches y el culo que quedaba en la botella de Terry pero no me apetecía beber más.
El agujero negro, cuadrado, de una cuba vacía como una boca abierta, me animó a elegir la segunda opción. Los seguiría.

Fui dando tumbos hacia el arranque de la escalera mas me pasó lo que a Valle, vine al suelo. No me había hecho daño, pero no me podía levantar, poco a poco, reptando, ascendí los empinados escalones.
De don Ramón y del chepa ya no había rastro. Y el pasillo estaba tan oscuro como antes y aún daba más miedo.

Volví atrás y... bajé rodando las escaleras.

No recuerdo más.

Boas noites!

Y. Emboca.
   

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Οι πατάτες απο την Χίο


Grecia 2011

Las patatas de Jíos.

Uso la J cuyo sonido me parece el más cercano al de la X griega, para otro de los nombres de una isla cuyas diferentes grafías y sonidos suelen inducir a errores. El más frecuente es confundirla con Ios una de las Cícladas. En letra latina la podemos encontrar como Xíos, Híos, Chíos, Gíos, Quíos..., pero todos los nombres responden a una sola isla, uno de los lugares que más motivos tiene para disputar a otros el honor de haber sido la cuna de Homero.

No sólo reivindican el pueblo donde nació, Volissós, en el oeste, sino tambien el lugar donde ejerció su magisterio de poeta y aedo, en la costa que mira a Anatolia, en la Daskalopetra, la Piedra del Maestro.
A mí, al margen de localismos chauvinistas, me gusta pensar que la atribución es cierta porque se trata de una de las islas más guapas del Egeo norte. Agreste, pétrea, dura y amable a un tiempo con sus profundos valles húmedos y sombríos, o sus desiertos de caliza de vegetación raquítica abrasada por el sol.
Y un azul profundo inigualable, sobre todo en muchos rincones olvidados de la costa donde se bañó el Maestro por primera vez. La que mira a otra islina de la que hablaré más veces, Psará, la de Mitsos, de la parea de Agioi Apostoli de este año.

Estuvimos  en Jíos cuatro días en el 91 e hicimos el periplo completo de las visitas obligadas. Además de lo ya mencionado, la Masticojoria, los pueblos donde se cosecha la Mastika, la almáciga, una resina gomosa que segrega el lentisco, de donde se saca un chicle y una especie de caramelo blanco, muy blando, una golosina refrescante que sirven sumergida en un vaso de agua fría y una cucharilla para ir chupando el caramelo. Para los niños sobre todo, pero también como presente de bienvenida al viajero asfixiado, por ejemplo.
Y allí los preciosos pueblos de Pirgi y Mesta, que conservan intacto todo el sabor de la arquitectura popular, en este caso matizada por sus defensas contra las incursiones de los piratas.

¡Inolvidables ristras de tomates secándose al sol en los balcones!.

Y el interior de la isla alterna el desierto calizo con el verdor de valles como el que acoge el recóndito monasterio del siglo XI, Nea Moní.

Jíos era una isla rica, de astilleros de grandes barcos y armadores, las casas lo atestiguan, en especial la región llana de Kambos. Los capitanes más cualificados eran los suyos. Lo aseguran hasta las canciones griegas.
Ésta, conocidísima, de Giorgos Zambetas es un clásico de la música popular que enseña cómo reunir la mejor tripulacion de un barco: Pare navtaki sirianí, coge marineros de Siros, lostromo pireotis, contramaestre del Pireo, mijánikos mithilinios, mecánico de Mitilene, timoni kalamatianós, timonel de Kalamata ke kapetanos xiotis, y capitán de Quíos.


La capital, del mismo nombre, es una ciudad animada y muy ruidosa en verano, en particular en el entorno del puerto. Pero a causa del jaleo siempre escapamos de allí, aunque nos gusta. Tiene personalidad.
Como en Mitilene, Lesbos, hay cafeníos antiguos señoriales, con espejos enormes y mucha madera vieja, al estilo de nuestros casinos decimonónicos. Y calles donde, según contaba una vieja guía, se olía el humo del narguilé, del haschís.
Allí oímos hablar de y escuchamos por vez primera a Kostas Roúkounas el famoso rebetis de Karlovasi, en Samos que, como no podía ser de otra manera, también pasó por Atenas y el Pireo en los años dorados del rebétiko.

Pero aún frecuentábamos más un local de pitas y asados a la plancha y a la brasa, sta cárbuna, como dicen los griegos, que llevaba un chaval joven, activo y con muy buena mano. Solíamos pedir mia merida, un plato, una ración mediana de los mismos ingredientes que suele llevar la pita, carne de cordero o cerdo, patatas fritas, tzatsiki, y tal vez un trozo de tomate, pepino y cebolla, o una ensalada.

Volvimos a pasar dos veces por la isla.

La segunda sólo fue una escala nocturna de dos horas del Agios Raphael, un ferry antidiluviano con el que era inevitable toparse alguna vez en el Egeo. Hacíamos la ruta inversa a otros años, de sur a norte, veníamos de Samos e íbamos a Limnos.
En esta ocasión sólo bajamos a comer unos gabros fritos en un barín del puerto y a mí por poco me cuesta quedarme en tierra.
Para bajar tuve que enseñar el ticket y al volver lo había perdido. No me dejaban subir ni pagando, los pasajes hay que comprarlos con anterioridad en las agencias pertinentes o en las taquillas externas.
No sé si me bacilaban pero se lo tomaron a pecho. Los ruegos de la morena de mi copla con la que viajaba y el hecho de tener la mochila en el barco no los convencía.

Por fin me dejaron subir porque yo insistía en pagar el trayecto desde allí a Limnos, pero me hicieron abrir la mochila y más tarde me vinieron a buscar y ¡me llevaron a comparecer ante el capitán!. Con mi escaso inglés y mi aún más pobre griego de entonces.
Yo veía a los oficiales muy serios, pero en el capitán enseguida me pareció ver esa mirada sabia y un poco burlona de los buenos griegos, que ahora identifico mejor.
Al final me hizo con la cabeza el gesto de que me podía ir, como si dijera, ¡Anda calamidad, mira a ver si espabilas!, pero no abrió la boca, ni me obligaron a abonar otro pasaje. A otra cosa.
Puedo decir que  casi conocí a un Kapetanos quiota, el del San Rafael, Άγιος Ραφαελ...

Y la tercera hicimos escala de un día en Jíos capital, con la intención de coger la jornada siguiente el kaike, καίκη, que nos llevaría a Psará. Después de diez días en la islina pasamos otros tres en Volissos, y una semana en Ayia Fotini, en el sureste de Jíos. Y un día más, el último, esperando el ferry de Samos, esta vez dirección norte sur.
Siempre que pudimos fuimos a comer o a cenar al bar de las pitas. Pero sólo la última vez sucedió lo que voy a contar y que explicará el porqué del título.

Pedimos un plato de cordero asado con patatas fritas y una ensalada. Nada más comer la primera patata yo estuve seguro que era de mi pueblo.
Tengo buena memoria visual, olfativa y gustativa, demostrada hasta cierto punto, pero el hecho parecía una excentricidad más de entre las varias que he vivido.
Como es natural comenté la sospecha con mi colega. Los dos nos reíamos un poco del hecho, ella por incredulidad pero yo porque estaba absolutamente convencido y me parecía un poco extraordinario. Nunca me había pasado ni se repitió y he comido patatas fritas en varios países, incluídos todos los de la península Ibérica.

Cuando acabamos fuimos a pagar a la barra y le pregunté al chaval de dónde venían las patatas que nos había dado. Dijo que no sabía porque eran congeladas. Pese a que eso podía descartar el conocer la procedencia le dije que si me  podía enseñar la bolsa.
Era de una cadena holandesa de congelados muy famosa. Ví una leve sonrisa de sorna en mi compañera cuando leí Made in Holand, pero mi convicción era tal que busqué mejor.
Cuando encontré el letrero de Envasadas en Barcelona se le congeló un tanto la sonrisa pero no desapareció de su rostro. De acuerdo, las patatas eran españolas pero de ahí a deducir que fueran de mi pueblo había un trecho. El triunfito era sólo parcial, podía ser una casualidad.

Yo no podría demostrar que las patatas fueran exactamente de mi pueblo porque creo que no soy capaz de distinguirlas de las que se producen más arriba o más abajo en la vega del Tuerto. Puedo asegurar en cambio que se trataba de Red Pontiak, Patata Roja, un híbrido americano que lleva un siglo cultivándose en León y en más lugares del país.
Pero hay otro hecho que apoya mi intuición. Gran parte de los 2 millones de toneladas que se producen anualmente en esa vega van a parar a los almacenes barceloneses, que hace más de medio siglo que las tienen apalabradas a las cooperativas y agricultores de aquellas tierras. Esas patatas se envasan en Cataluña para terceros distribuidores que las reparten por todo el mundo.

Si doy por buena la sospecha, que está avalada por miles de patatas consumidas, y que es tanto como fiarme de mi mismo, tengo que concluir que aquellas patatas de Jíos eran de mi pueblo. No es tanto la confirmación incontestable de un hecho como la fuerza de la convicción personal. Creo que me explico. Por eso tampoco se trataba de una competición con mi compañera a ver quién tenía razón y lo califiqué de triunfito.


Patata roja con pulpo a la gallega

Casi más extraordinario parece otro caso, éste de memoria visual, que se demostró cierto. Reconocí 25 años después a una prematura sietemesina de Avilés a la que yo había dado el biberón, primero en la incubadora y después en brazos, cuando trabajaba en aquel servicio. Parece más fantástico pero para mí era menos meritorio, ¡la chavala tenía exactamente la misma cara! ¡Hay que jodése!, lo pequeñín que ye el mundo...

De Roúkounas una canción de su estilo rebétiko titulada  Ούζο,Ούζο. Ouzo, ouzo (Usso, Usso). Los rebetes siempre tiraos al vicio, somos débiles y está rico.



Pasaremos más veces por Jíos, Quíos o como gustéis.

Γεία σας!, Salud.

Ramiro Rodríguez Prada.
  

martes, 6 de diciembre de 2011

Όμηρος, Χίος. Ánthropos Lines.


Όμηρος, Χίος. Ánthropos Lines
Homero, Jíos. Líneas del Hombre

Tela sobre tabla, 62 x 40,5
Ramiro Rodríguez Prada
Oviedo 2006

Homero, la literatura griega clásica en general, la filosofía o el sistema de gobierno de las Polis, desde
tres siglos antes de Pericles por lo menos, inauguran una nueva línea de navegación para los hombres en el mundo occidental conocido.

La importancia de este hecho colea y coleará, porque muchas de las ideas de los antiguos griegos permanecen casi intactas y la calidad de sus logros en muchos órdenes, la perfección alcanzada en el arte por ejemplo, a pesar de lo poco que nos llegó, nos deja mudos y no encontramos muchos ejemplos posteriores capaces de igualarse a ellos.

El Hombre, por vez primera, centro de de su propio espacio.

Los poetas dejan testimonio escrito de los mitos y de alguna manera les proporcionan una  carta de naturaleza, la más antropomórfica de cuantas se conocían. Los dioses son tan humanos que pasan del bien o el mal. Hacen su real capricho.
El cuento, del que ya se reían los Crisipos y ateos de siempre por infantil y útil a los poderosos, caló tanto en la credulidad de los hombres que aquí siguen los reyezuelos y arcontes agarrados al timón del pesebre democrático, jugando a las regatas en el proceloso mar de las miserias ajenas.
Con Papas y otros archimandritas administrando la eucaristía, η ευχαριστία. ¡Rock and roll!

http://www.youtube.com/watch?v=kkJQfjyIftY

Monajós sto Ágio Oros, Monje en Áthos. Lakis Papadópoulos me Ta psilá reber, con Los de los pantalones vueltos.

Como pasó con aquel ferry que se estrelló contra las rocas en el Egeo porque la tripulación estaba viendo un partido, nuestros monarcas o gobernantes prefieren un Madrid-Barça y que se hunda el misterio, o seguir regateando con un barco que hace agua por todas partes, en medio de la tempestad y en la calma chicha.

La nave no es suya y los armadores ya escogieron otros océanos. Corsarios aquí, piratas allá y bucaneros acuyá. ¡Bendito sea Dios!

Total, sólo es un recambio de dioses o de amos, y siempre habrá un salvavidas para un lord Jim sin honor cuando naufraguemos. Nadie grita ¡Hombre al agua! porque ya hay cinco millones en ella.
Esta metáfora debería haberla reservado para el otro blog, marinero, donde abuso de ello. Da igual.

Como diría Valle Inclán, don Ramón, ¿Y el pueblo? Tumbado al sol.

¡Homero nos valga y el Cristo Manco!

Γεια σας!, Salud.

Skylorómiros.
Σκυλορόμιρος.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Juguetes


El bombo del azar

Primero el blog, después la máquina de fotos y ahora esto de manipular imágenes. Sé que para la mayoría ya es un juego de niños pero para mí es novedad y flipo. ¡Sólo necesito color para abrir unos ojos como calabazas de Morales!
A los vieyos también nos gustan los juguetes porque aún llevamos al niño encima, o debajo. Yo, por ejemplo, lo llevo en medio.

Antes los colores en polvo para la pintura de paredes se vendían a granell. Venían en unas cubas de madera más toscas que las del vino de 25 ó 50kgs. Recuerdo meter los brazos en los colores y sacarlos teñidos de polvo de color, con la pelusilla infantil cargada de pintura, siena tostada, verde brillante, rojo inglés, azul ultramar, amarillo canario, albayalde...

Tengo completamente aparcados capítulos como Archipiélagos, Literatura griega o Chorizos culares. Y es que son más exigentes y sobre todo más serios, me cansan antes. Claro que más me cansa don Ramón Mª y no lo puedo olvidar, ni me dejaría.
Por otra parte me gusta más esta especie de diálogo de imágenes, con los amigos y con vosotros, los que leéis esto.
El hecho de tener fotografías bastante frescas de los lugares donde habitan algunas currucas pardas y otros colegas me anima a dialogar con ellos.
Casi lo hablo todo yo porque es gente ensimismada en sus labores y muy callada. Pero hay toma y daca y yo insisto.

La otra semana tuve contacto con tres canoras leonesas, dos de Morales del Arcediano, en  la Maragatería y otra de León capital. En el capítulo de las Calabazas hablé de la pareja maragata y volveré con ella de nuevo otro día.
Y el Mirlo rubio es un pájaro que frecuenta estas páginas y en la entrada de Currucas pardas, con el mismo título, incluí ayer una foto de los lugares por donde saca a Popa, su perra de aguas reencarnada varias veces.
Puse una más, Me meo, en Jotas y fandangos, en Música española. Hoy le dejo otras dos de su pueblo y de esos mismos rincones por donde pasea.

Noviembre 2011

Es una zona de pintadas en el Paseo de la Condesa cerca de San Marcos. En la arboleda paralela inferior más cercana al río Bernesga, sobre el muro que sirve de base y contención a los jardines, es donde abundan porque es lugar más solitario. Sólo anduve unos cincuenta metros y la mayoría son chambonas.
Hay algún grafitti, firmas, que no están mal, pero muy poco color y menos dibujo o pintura.

Con la que está callendo se ven muy pocos mensajes políticos y los que hay son de escaso fuste.

Otro pueblo del que todavía tengo más imágenes que de los anteriores es de Kato Petriés,  Agioi Apostoloi, el pueblo griego de los últimos veranos. Aunque me quedan menos, debo haber colocado ya unas 50.
Como resultó que Giannis Tzakós era de Petriés ahora no sólo puedo ver sus pinturas y fotos, él también podrá ver las que yo saqué de su lugar de origen. La cosa se enriquece.
Entre lo que más aprecio de Grecia está precisamente la potencia de los colores. Que va siempre unida al sol, a menudo al mar y con frecuencia a la sencillez.
Pero no puedo hablar de los colores invernales porque nunca estuve en esa estación.
Como en todas partes supongo que a la par que el sol decaerán algo los colores pero con esa atmósfera transparente que tienen no creo que lo hagan mucho.

El invierno leonés, por el contrario, tiene un color frío parecido al tiempo. El norte y el Bierzo son más verdes y vistosos, pero eso va en gustos porque nadie negará la hemosura de la meseta desolada y su falsa apariencia monocroma.
Volviendo a Grecia, es curioso que encontrara una gran semejanza entre algunos paisajes amarillos, cerealistas, agostados, de Limnos y el paisaje predominante del verano mesetario leonés.
Pero es de cielos de lo que puede presumir León en cuanto a grandiosidad y belleza, en culquier lugar.
Yo, como fotografiando personas, encuentro muy difícil también hacerlas a esos cielos espectaculares que todos hemos visto alguna vez. Me pasa también con el mar, me parece demasiado grande, excesivo, no puedo con él.


La Condesa
León noviembre 2011

El otoño parecía más avanzado en León que en Asturias, en parte debido al frío. Otra vez los colores son quienes denuncian la diferente sintonía meteorológica de un país a otro.
En Asturias, más templada y húmeda, se ven todavía muchos verdes acompañando a los amarillos y menos proporción de pardos y tostados que en León. Aunque en las ciudadades han optado por jardinerías diferentes, la de León menos lujosa pero más atenta a las especies autóctonas. Vimos algunos grupos de abedules totalmente amarillos con sus troncos gris pálido y blanco tan espirituales y bellos como el más lujurioso arce americano.

Y el bosque leonés de secano, y gran parte del catellano, está compuesto en su mayoría por  robles y encinas, con algo de pino. El color de las encinas mantine cierto verdor oscuro de fondo pero el resto son tonos del marrón, del ocre al tabaco y unos cuantos rojos. Poco amarillo ya y menos verde claro, sólo en las alamedas de ribera.
En las vegas de de los ríos, con los chopos, fresnos, olmos..., y la humedad, los colores se avivan.

Lo titulé juguetes y hablo de colores, claro ¡llevo dos meses  sin tocar un pincel!

Ya lo dije, no doy más de mín!.

Salud, Γεία σας.


Barbarómiros.