domingo, 17 de noviembre de 2013

Η Κάρπαθος, Cárpatos -4. Ólymbos


La atmósfera única de Ólymbos.
El cielo y el mar confundidos en un azul lechoso.

 Kárpazos, agosto 2013.

Όλυμπος, Ólymbos


Buenos días. Ólymbos es tal vez el pueblo más popular de Kárpazos, al menos fuera de la isla, ya no estaría tan seguro de si los isleños piensan lo mismo de puertas para adentro. Y si digo esto es porque en dos ocasiones escuchamos que los de Ólymbos son unos pícaros que engañan o roban a los turistas. No es que les roben el bolso o la cartera, sino que los estafan con precios abusivos y recuerdos sin valor.

Sin embargo nuestra experiencia lo desmiente por completo. Pensamos que se trata de la típica malignidad irónica del griego que, además, es vecino: ¡No hay isla más bonita que la mía ni pueblo más hermoso que el de mi menda! Ya nada más pisar la primera calle del pueblo nos acercamos a ver las plantas aromáticas que vendía una señora y sin comprar nada, al marchar, nos regaló una bolsa de fraskómilo. Es un té silvestre que se encuentra por toda Grecia, más parecido externamente a la salvia que al propio té o a nuestro té de roca, y dulce como éste.

Minás Makrimanolis.  Mantinada a Ólymbos


Sí es cierto que Ólymbos está totalmente volcado al turismo, que sus calles empinadas, estrechas y escalonadas, han perdido parte de su autenticidad con la proliferación de tiendas y puestos de productos típicos. Pero son tres calles y esto es un fenómeno veraniego que se repite por doquier. En otras estaciones Kárpazos es una isla remota, y en ella Ólymbos, un pueblo perdido y semiolvidado que recupera su soledad. Incluso en pleno verano es posible encontrar el pueblo vacío y silencioso muchas horas, con media docena de coches en el aparcamiento a la entrada del pueblo y los turistas contados. Y es que no son carreteras llanas precisamente las que llegan hasta aquí.

La mayoría de los turistas vienen en caiques desde Pigadia y otros pocos en autobús o vehículos particulares. Visitan también Diafani, donde termina el asfalto, lleno de griegos y de juventud, un puertín cercano muy agradable cuando se van los barcos de las excursiones, y donde estuvimos a punto de quedarnos, antes de pasar por Levkós. Al final fue casi lo apartado del lugar lo que nos hizo inclinarnos finalmente por este último, más central y mejor comunicado.

Nikos Pablidis.  Skopós de mi padre Iaoannis Nikoloau Pablidis.



Ólymbos a pleno sol.
Cárpatos. Grecia, agosto 2013.

Pero es que además de conocido, Ólymbos es guapísimo, no me extraña que los vecinos de otros pueblos se celen un poco. Hay otros varios muy bellos en Kárpazos, pero ninguno que disfrute de un emplazamiento tan espectacular, de una atmósfera tan particular, y en una zona de la isla así de extrema.

La llegada -en nuestro caso hacia las doce del medio día-, desde una carretera muy elevada, te pone los ojos a la altura del pueblo al salir de una curva. Aparecen de pronto los colores pálidos de las casas entre una neblina sutil que se espesa en lo alto de las montañas, escalando las laderas y demorándose en las cumbres.
Y al fondo el mar lechoso. Si en Pigadia veíamos el casquete de nubes sobre los montes y el pueblo de Aperi más abajo, soleado, aquí la niebla lame los tejados y se enreda en las aspas de los altos molinos que aprovechan los pináculos más elevados y aéreos del pueblo. Y con mucha frecuencia no se va en todo el día, aunque nosotros también tuvimos suerte de ver el pueblo despejado y soleado. ¡Y en Grecia, en verano, sale el sol con niebla y con todo, por Antequera si hace falta!

Ólymbos, arracimada en la ladera y en una cresta rocosa de 700 metros sobre la mar, casi dándole la espalda, mira a un profundo valle interior en cuyo fondo el cementerio recuerda a los vecinos, cada día, la condición fugaz de la vida. Detrás, el azul del mar, la tierra que se precipita seca y austera, y la costa recortada y agreste, son también de quitar el hipo. ¡En realidad me quedo mudo!...

Fue fundado Ólymbos a principios del siglo XV y todavía se conservan muchas casas medievales, con el sol entrando por las puertas abiertas hasta unas elevadas y curiosas tarimas sobre las que sitúan las camas. El pueblo es rico en artesanías femeniles, como diría Valle-Inclán, tejidos, bordados, pañuelos, puntillas, mantones, babuchas..., y muchas mujeres visten todavía el traje típico a diario. La tradición, como en lo musical, no es aquí un pegote de ocasión para el turista, se vive realmente.

Después de subir a lo más alto, de ver los molinos, el interior de alguna de esas casas, el de varias capillas minúsculas y silenciosas, la airosa iglesia con su campanario..., hay que perderse por las callejuelas por donde a duras penas pasa un burro, y subir y bajar escalones para volver al mismo sitio.

A propósito de tradición, dice Dimitris Zisópulos, el subidor del siguiente vídeo: "Increíble. Esto no es una situación folclórica (se refiere a forzada, artificial). Estas personas viven de este modo. Este vídeo es un fragmento de un documental que produje para la Televisión Nacional Helena." El de la lira del polo rojo es Nikos Vasilis Nikolau con quien hicimos parea la mañana que pasamos en el pueblo.

Nikos Vasilis Nikolaou, en una taberna de Ólymbos.


En el centro Nikos Nikolaou, lira y Nikos Vasilis, su hijo, tsabuna.
En la taberna I Kriti. Ólimbos. Kárpazos, agosto 2013.

Pero antes de perdernos, cuando bajábamos a buscar un lugar para comer, en un rincón sombreado que forma la puerta de una capillita y la taberna I Kriti, nos topamos con cuatro personas sentadas a una mesa con un laouto, una lyra y una tsabouna, bebiendo unas cervezas. No estaban tocando, pero yo me interesé por la gaita y empezaron por enseñármela, ¡cuidadín...!, y acabaron tocando dos horas, mientras charlábamos, picábamos unas mecedes y bebíamos cerveza y tsikudiá.

Fue sin duda la sorpresa más agradable de estas vacaciones para mí. Dos de los músicos resultaron ser de una saga musical de Ólymbos, conocida en toda la isla, el lirari Nikos Nikolaou, un maestro de la vieja escuela, y su hijo Vasilis, que ya tienen en su haber varios registros discográficos, algunos de los cuales he ido colocando en los capítulos sobre Kárpazos.

Sabéis lo que me gusta la música griega y la cretense muy en particular, y tuve la fortuna de que Vasilis me dedicara un tema de Psarandonis cuando, hablando de la música cretense tan próxima a la de Kárpazos como lo están las dos islas, le dije que me gustaba. Tocó con su lira y cantó nada menos que O Dias, una pieza muy difícil del loco de Anogeia que me mola, y fue la primera canción que subí cuando abrí Psilicosis en el otro blog en julio del 2011, acompañando un retrato del que esto escribe.
Y no sólo eso, su padre, que ya casi no toca y se quejaba de problemas de artrosis en los dedos y las manos, lo acompañó con la lira en varias canciones, un buen rato. Todo un honor. No tuve el cuidado de apuntar el nombre del laúd, que se alternaba con Nikos padre y Vasilis, tocando también la lira. Disculpas. Cada uno se decanta por un instrumento, pero la mayoría domina también los otros dos de su folclore.

El niño Yiannis Nikolaou Pablidis, al que vimos acompañando a su padre Nikos Pablidis, con el laúd, laouto (laúto), en un capítulo anterior, puliendo ahora su lira.


Como fue una sentada muy gustosa, he pensado dedicar más adelante un capítulo de Música griega al abuelo Nikos Nikolaou, aprovechando que tengo varias fotos y unas pocas grabaciones de Youtube. El resto lo puedo rellenar con otros músicos de Ólymbos, pues como el mentado Anoyia del cretense Psarandonis, también es un pueblo de sagas familiares de músicos y los hay de todas las edades. Y siempre queda abierta la posibilidad de una segunda entrada en Ólymbos en esta etiqueta.

Las gentes de este pueblo he leído que empezaron a emigrar a Estados Unidos y lo hicieron mayoritariamente a la ciudad de Baltimore, el efecto llamada, como pasa tantas veces entre los emigrantes, en Grecia, Italia o España, familias y pueblos enteros que se instalan en un país o incluso en una ciudad, en este caso donde murió el atormentado Edgar Alan Poe. Muchos han vuelto al retirarse y han arreglado las casas, y la mayoría sigue manteniendo lazos familiares y el recuerdo vivo de su patria chica.

Después de las tapas, el tsikudiá y la música, por consejo de la dueña del Kriti, bajamos a comer al Molino, Μύλος, que ya habíamos visto recomendado en varias guías y que no nos defraudó. Es un restaurante familiar instalado a la vera de un molino de viento en funcionamiento con el que muelen el grano del cereal. Al tiempo cuecen el pan en un horno de leña a la vista y allí mismo cocinan. De hecho siguen utilizando hornos de leña en todo el pueblo.

Manolis I. Sofilas, lira.


Leña, capilla y mar en Ólymbos.
Kárpazos. Grecia, verano 2013.

Como hacen los macarrones ellos mismos -tenían una partida secando al sol sobre dos telas-, volvimos a probar, entre alguna otra cosa, la riquísima receta local, A la karpaciana, que lleva queso rayado y cebolla un poco turrada. De postre nos pusieron, de presente, las famosas lukumades de Kárpazos, que también habíamos comido en Pigadia y que hacen honor a su fama, ¡en Levkós, en lo de Nikos las comíamos a diario!, a los guajes les encanta, y a mí. A ambos platos dedicaré su entrada en Lo que se comió..., no sé cuando. Las loukumades, una especie de buñuelos redondos, como una nuez grande, bañados en miel, son un postre tan popular en toda Grecia que no sé porqué no les dediqué ya un capítulo.

Las seis mesas del Molino ocupan una cresta, a un lado cuatro miran al valle interior, y al otro, dos lo hacen al mar colgadas en el aire. Comimos en una de éstas y teníamos la impresión de hacerlo en una nube sobre el mar. En la mesa vecina tres hombres y una mujer, griegos, comían y charlaban animadamente.

A los postres empezamos a hablar con ellos. Tras la sorpresa inicial típica de que fuéramos españoles y las explicaciones de porqué chapurriábamos griego, nos metimos en harina con la situación política y el caos ateniense, donde ellos viven. Estaban descansando unos días en Diafani, el puertín que describí arriba. De ahí pasamos a las islas, a la literatura y a la música griega. Me habían visto hacer de palmero para los Nikolau, con un entusiasmo digno del mejor karpaciotis, cuando cruzaron delante del Kriti, y hablé en algún momento de mi afición a la música cretense. Preguntaron si conocíamos Creta y de ahí saltamos a Spinalonga, una islita del noreste de Creta, que fue leprosario, donde se sitúa la acción y se rodó una serie de la televisión griega, de mucho éxito, basada en la novela La isla, de la británica Victoria Hislop, serie que la mayoría de los que están al tanto del mundo griego conocerán muy bien.

Resultó que uno de ellos era el escenógrafo de la serie. Fue otro encuentro feliz y creo que le dimos una pequeña alegría afirmando lo mucho que nos había gustado. La mi morena fue una auténtica adicta a ella.

Después de eso, entre pitos y copas, la morena de mi copla y yo anduvimos perdidos por el pueblo hasta que nos rescataron los chavales. Lo dicho, ese día pasamos aún por Diafani y vimos la puesta de sol sobre el mar en Levkós, y aquí se acaba el cuento por hoy.

El tema final es casi un homenaje a los jóvenes de Ólymbos que siguen con la tradición musical de su pueblo. Si no me equivoco, y no quisiera de ningún modo, el vídeo es otro tributo al chaval que toca la tsabuna, Andoni, a quien sus amigos despiden en el último y definitivo Adío, Adiós...

Los jóvenes.  Adio Andoni, tsabouna.


¡Salud y buena música!

Ramiro Rodríguez Prada,  Barbarómiros.

sábado, 16 de noviembre de 2013

O Κώστας Ταχτσής, Costas Taktsís- 3. Las vueltas


Kostas Taktsís

Las vueltas
Τα ρέστα


Buenos días. Reduciré al mínimo los comentarios y me limitaré a las citas que apunté en el momento de la lectura, hará ya unos diez años. No encuentro el libro para darle el repaso que quería y comprobar si mis apuntes son correctos. En todo caso esto es sólo una invitación a la lectura y nada más.

Taktsís publicó estos textos, a medias ensayo, autobiografía y cuento, en 1972, y en nuestro país los editó Ediciones del Oriente y del Mediterráneo en el 96, traducidos, como La tercera boda, por Natividad Gálvez. Tengo notas de 13 historias que no sé con seguridad si es el número total de ellas, y curiosamente mis apuntes empiezan por la última, tampoco sé porqué. Lo mantengo.

La última. La primera imagen.
Un análisis descarnado y triste de lo más íntimo de las relaciones familiares griegas, y de las razones de su propia homosexualidad.
-"Grecia no fue nunca mi patria, sino mi matria."
-"Va la liebre a beber agua en el cuello de Kostakis": Canción y juego infantil con el que su padre le hacía reír.

La primera. Las vueltas.
Recuerdos de infancia marcados por algunas palizas, el carácter inestable de su madre y la pobreza.
-"Por las mañanas venía la señora Roxani desde Tumba a lavar la ropa.": Tumba es un barrio de Salónica, ciudad donde nació y vivió Taktsís sus primeros años.
-"¡Qué bella era la vida esos días!", dice al recordar un tango, cuya letra apunta:

"Al bailar el tango se aprietan
y se abrazan
pero ella en cada vuelta
mira la puerta..."

-"¡Maldita la hora en que te traje al mundo!..."
-"En días así, el gramófono o no tocaba nada o tocaba siempre el mismo disco."

-"Pobreza, en este mundo eres
la que más hijos tiene..."

La 2ª. Cuestión de temperamento. El examen: la multiplicación...

La 3ª. Un producto moderno. La brillantina...
-"En la parte de atrás del nuevo edificio, que daba a su patio, sonaban canciones de la Vembo:"

"Te hablaré de mi dolor
de los secretos de mi corazón,
las esperanzas que la vida me daba
se perdían, se borraban."

Κώστας Γιαννίδης. Σοφία Βέμπο.  Σ΄αγαπώ γιατί είσ΄ο μόνος.


La 4ª. Una visita. La epiléptica. Y los marineros de Ándros y Samos...

La 5ª. Un barco en tierra. La motora de vapor, juguete de su tío.

La 6ª. La mancha. Historia sobre su primera polución, relación infantil, la paja...

La 7ª. La coartada. Un campamento en 1940. Canción de autobús:

"¿Porqué se alegra la gente
y sonríe, madre mía.
¿Porqué luce así el sol
y resplandece así el día..."

Otra canción:

"Y si muero en la batalla
entre tanta hostilidad
enterradme con paleta
junto a Yiannis Metaxás"

-"Una o dos veces uno de los chicos mayores entonó una canción no apta para niños o prohibida por la policía, El komboloi, o Bárbara, la que trasnochaba en Glifada."

Ν. Σδρεγα. Π. Τούντας.  Στελλάκης Περπινιάδης.  Η Βαρβάρα


-"Desde la playa llegaban las notas de una canción cantada por desafinadas vocecitas femeninas:"

"Ay, veneciana de mi corazón
en sueños seductores
construye palacios el amor..."

-"Bajaba de Kolonaki hacia el café Brasilian, con Menis, uno de los auténticos Apolos que circulan por el mundillo ateniense."

La 8ª. Mi padre y los zaapatos.
Empieza con metaliteratura, hablando del propio libro y sus claves:
-"... más allá de un acontecimiento personal, utilizado como núcleo en torno al cual se tejió la historia, nada más es autobiográfico..."
-"... comparando uno de los zapatos, suela con suela, con el suyo, para ver si le iban bien.": Frase final. Los zapatos habían sido regalo de Paul, un inglés.

La 9ª. El abrigo rojo. De su tía, en realidad enlutada...

La 10ª. Una historia diplomática. Las pajaritas...

Calle Gregorio Lambraki.
Rodas. agosto  2013.

La 11ª. Los zapatos y yo. En Londres, coincidiendo con el golpe de los coroneles en Grecia. Menis, un personaje que reaparece:
-"... era de los griegos más activos de las Juventudes Lambrakis": Lambrakis era el diputado comunista que mató la extrema derecha griega en Salónica y que dió origen a la novela  Z, de Vassilis Vassilikós, llevada al cine con el mismo título por Kostas Gavras.
Vuelve a aparecer, esta vez en la capital inglesa, Paul, el británico de los zapatos de su padre.

La 12ª. Unos peniques para el Ejército de Salvación. Australia.
-"... y las mujeres no tenían aquella feminidad provocadora y a la vez llena de hipocresía que tanto lo enojaba -y lo desanimaba- de las griegas."
-"En pocas horas había encontrado trabajo, mientras que para conseguirlo en Atenas tendría que haber escupido sangre, amén de lamer muchos culos."

Las canciones de hoy son algunas de las citadas por Taksís.

Δημήτρης Γιαννουκάκης. Ιωσήφ Ριτσιάρδης. Κούλα Νικολαΐδου.  Το κομπολόϊ.  El komboloi.


Salud y buena letra


Ramiro Rodríguez Prada

viernes, 15 de noviembre de 2013

Η Κάρπαθος, Cárpatos -3. Periplo isleño


Απέρι, Aperi.  Kárpazos.
Grecia, agosto 2013.

Una vuelta a Kárpazos


Buenos días. Si queréis ver una isla griega del tamaño de Kárpazos (301 Km. cuadrados), mediana pero la segunda del Dodecaneso después de Rodas, calculad dos o tres días, mínimo, de alquiler de coche o moto. A poco que tengáis un encuentro en cualquier sitio u os enrolléis, porque os mola, en otro, vais a perder cosas de ver. Pero el objetivo, más que andarlo todo, tal vez sea ése precisamente.

Hagamos lo que hagamos siempre nos queda tinta en el tintero y deseos de volver, por lo que vimos y por lo que no.

Cuando podemos reducimos el alquiler a un día, porque viene a salir por unos 40-50 €. en temporada alta y eso es un día de comida abundante para cuatro personas poco tragonas como nosotros. La moto es más barata y permite llegar a sitios más difíciles y remotos. Si no se lleva mucho equipaje y preferimos la aventura, en casi todas las islas hay autobuses baratos, pero a veces a los pueblos sólo tres a la semana, o uno que va por la mañana y regresa por la tarde o al día siguiente, etc. Por eso la disponibilidad del viajero es importante, para quedarse donde termine el fierru si hace falta y buscar allí un lugar para pasar la noche. Eso como regla general.
Para los palikaris quedan las bicicletas, que no vimos este verano salvo en Kos, más llana, hay poca afición en Grecia al ciclismo; Y el senderismo. En Kárpazos hay que estar entrenado, aunque existen muchas rutas que faldean las montañas, costeando, sin excesivos desniveles.

Y eso es lo que encontraréis nada más dejar Pigadia, cuestas. Empezamos la ruta por el norte, saliendo hacia Aperi, precioso bajo las nubes, aunque soleado, mirando desde lo alto a la bahía. Dicen que es uno de los pueblos más ricos de Grecia, aunque nosotros hemos escuchado lo mismo en otros muchos lugares. Lo cierto es que tiene una colección de casas burguesas del XIX de muchísimo poderío, y unos periboliα, jardines privados maravillosos. Algo habrá, porque fue capital de la isla hasta finales de ese siglo, Pigadia venía a ser su puerto.

Aperi está como a 300 m. de altura, la carretera sigue subiendo, y la panorámica de la costa este desde allí es guapísima. Se suceden los entrantes y bahías entre pinares, una constante tanto en el este como en el oeste, y no hace falta añadir nada del azul del mar.

En las faldas orientales del Kali Limni, 1.215 m., la cumbre de la isla, en un pequeño golfo, junto al mar se encuentra Kyrá Panayiá. Es poco más que una aldea, encajonada en un estrecho valle que termina en una playa de guijarros. En los alrededores las hay también de arena. El pueblo se ha convertido ya en un lugar de veraneo en el límite de su capacidad. Sólo lo agreste de la zona y la dificultad del acceso impedirá que siga creciendo la construcción, porque el lugar es una cocada.

La bajada por una estrecha carretera asfaltada es de infarto, no apta para temblones, y esto último lo digo por el freno y el volante: ni la más mínima duda ante los desniveles y las curvas mareantes sin quitamiedos, y estoy acostumbrado a las carreteras y puertos asturianos, que no son llanos precisamente. Hay que ver cómo baja el autobús, de unas cuarenta plazas, ocupando todo el ancho de la vía y asomando el morro por el precipicio en muchas curvas. Pero todo el descenso lo haces acompañado por un intenso y embriagante olor a pino y un paisaje precioso.

Mihalis Zografidis.


Μενετές, Menetés.  Kárpazos
Grecia, agosto 2013

Spoa, a continuación siguiendo hacia el norte, cruce de carreteras, está  más o menos en el centro de la isla, donde comienza su parte más estrecha. A partir de allí y camino de Ólymbos y Diafani, es posible ir viendo en algunas zonas los dos mares que bañan Kárpazos, pues la distancia no pasa de cinco o seis kilómetros en línea recta de una a otra orilla. Spoa está asentado en el interior, recostado bajo la cumbre de la montaña, pero a poca distancia, en una pequeña ensenada a sus pies tiene, junto a la costa este, otro de los puntos turísticos más solicitados, Áyios Nikólaos.
Otra vez las dificultades del terreno impedirán que el crecimiento turístico acabe con las bellezas naturales del lugar.

La carretera continúa próxima a las cumbres, muy aérea, lo que permite seguir disfrutando de las espectaculares vistas. A una y otra parte se suceden las ensenadas, grandes y pequeñas, y en general abiertas y bastante batidas por el oleaje, sobre todo las del oeste. Y playas solitarias a las que se llega por malos caminos de tierra, o accesibles sólo desde el mar. A todo esto tuvimos que renunciar, tanto por las dificultades de los caminos como por la escasez de tiempo.

La carretera a Ólymbos desde Spoa es muy reciente y no está terminada, quedan unos tres o cuatro kilómetros hacia la mitad del recorrido. Toda la zona, muy elevada, está cubierta de nubes buena parte del día. Pasan rozando y cubriendo parcialmente los picos y los pueblos, y son las responsables últimas de las diferencias climáticas en los dos lados de la isla, este y oeste.
La atmósfera allí arriba está cargada de humedad y la luz filtrada parece teñirse de blanco, como si una cortina sutil se interpusiese entre el ojo y los colores. Es esa diferencia que se puede apreciar entre el tono de la primera imagen y la segunda. Aunque ésta es de Menetés, el otro pueblo colgado del monte en el gran circo que rodea Pigadia, en la costa este, por el que pasamos en dos ocasiones y en el que también merece la pena detenerse un poco. Pero el color, que volveremos a ver, es el característico de Ólymbos, del que me acuparé en el siguiente capítulo, y que mira a la costa oeste.

En cuanto a la diferencia de tres o cuatro grados de una banda de la isla a la otra, se explica por la altura de las montañas en una franja de tierra tan estrecha y cubierta de bosques, donde las nubes se demoran, cargadas de humedad, puesto que la isla se halla a muchas millas del continente y por el oeste no tiene los vientos secos del resto del archipiélago, procedentes de Anatolia y dominan los húmedos de Egeo. El encuentro con los procedentes del este, más cálidos, provocaría la condensación y las diferencias climáticas locales. Así lo entendí, que me disculpen los metereólogos.

Nikos Nikolau, ensayando en Ólymbos. Parte 2.


El primer día pensábamos subir hasta Ólymbos por la mañana y ver la costa de poniente por la tarde, hasta Arkasa, pero el encuentro con los músicos nos entretuvo mucho y la tarde fue una carrera contra reloj para visitar Diafani, Mesohori, Levkós, Finiki y Arkasa. De hecho tuvimos que renunciar a Mesohori, que nos dolió más porque, por lo que oímos, es también muy guapo, y cruzar por las dos últimas de paso, un par de veces pero sin parar. Eso no nos importó tanto, porque son dos de los destinos turísticos que más han crecido en los últimos años y el caos urbanístico, especialmente en algunos lugares de Arkasa, es más que notable.

Tras visitar Diafani, salimos a escape hacia Levkós, el lugar de veraneo preferido por isleños y griegos, tal como leímos y escuchamos, y donde teníamos fundadas esperanzas de encontrar acomodo. Llegamos al atardecer, quince minutos antes de la puesta del sol sobre el mar.

La bajada hasta las cuatro bahías que rodean Levkós ya es muy guapa. La primera, separada un kilómetro del resto, está bastante abierta al mar y la playa es de piedras, pero el entorno rodeado de verdor y un denso y añejo bosque de pinos con el fondo de la alta caliza de las montañas nos gustó mucho. No veíamos demasiados turistas, pero al llegar al pueblo empezaban a dejar las playas los bañistas de ese día. La carretera en muy estrecha y hay dificultades para cruzarse en varios puntos. Nos tocaron todos los coches que subían y nos empezamos a mosquear. Fue sólo una decepción momentánea porque en un cuarto de hora se vaciaron las playas y se despejó la carretera. Levkós quedó tan tranquilo como cualquier puertín de veraneo familiar.

Vimos la primera puesta de sol allí y preguntamos precios de apartamentos. Quedamos de volver al día siguiente para buscar otro poco y cerrar el alquiler, ya habíamos decidido quedarnos. Pero a Levkós dedicaré el último capítulo de Kárpazos.

Mihalis Sakellis, Yiorgos N. Maltas. Lefkós.


Κυρά Παναγιά, Kyrá Panayiá.
Karpazos, agosto 2013.

Al regreso pasamos por Stavrí y Menetés, en el interior y colgados en lo alto de las montañas. La carretera los cruza y es también muy estrecha, como lo es la que cogimos en la mañana del segundo día, para volver a Levkós, que atraviesa Ózos y Pilés, partiendo de Aperi. Todos ellos instalados a su vez en balcones montañosos. Ózos tiene al parecer las casas tradicionales más antiguas de la isla, y de allí era natural un amigo del mi Dimitraki, pero al fin no pudimos saber de su paradero.

Ese segundo día miramos varios apartamentos para cuatro personas en Levkós y nos quedamos en lo de Nikos y María, que nos ofrecieron dos por el precio de uno frente a la playa central del pueblo, en una de las tres bahías que cercan el caserío.
Comimos allí ese día por primera vez y la tarde la dedicamos al sur de la isla, menos interesante porque es más pelada y seca, las montañas descienden y el terreno se torna completamente llano hasta la península donde está emplazado el aeropuerto.

Es hora de volver a recordar lo que uno tiene que dejar. El día anterior habíamos renunciado a bajar a las playas del este por los caminos de tierra y dejamos también unos pequeños restos arqueológicos clásicos junto a Ayios Nikólaos, Parudia, y en Arkasa la Acrópolis situada en una pequeña península, que tenía más interés.
Al poco de salir de Levkós, mucho antes del puertín de Finiki, ya se veía perfectamente el cono levantado como un volcán de la isla de Kassos a la que en principio pensábamos visitar desde Kárpazos; tampoco fue posible en esta ocasión.

Todo el sureste de la isla es un gran golfo muy abierto con multitud de pequeñas ensenadas con playas. Su centro es Laki y el turismo está empezando a ser un problema. No para los que tienen negocios, que ven crecer el número de visitantes. Es quizá la zona más ventosa de la isla y junto a la facilidad de acceso a la costa, hace que sea aquí donde se practican y concentran los deportes de la vela. El azul del mar es menos profundo que en el oeste y el norte, pero en conjunto más esmeralda y luminoso.
El extremo sur que cierra el golfo es el cabo Λίγγι, Lingi, donde naufragó un gran mercante que allí sigue encallado desde entonces. Se ha convertido en atracción turística. Hace años, rastreando con Google Earth las costas de las islas griegas, lo encontré y me hubiera prestado mucho verlo en vivo, tampoco pudo ser. Será cosa de las Moiras, el Destino, porque hay una islina en medio del golfo que se llama así, Μοιρα (pro. Mira).
Yiannis N. Pablidis.


Caía la tarde cuando llegamos de vuelta a Pigadia y aprovechamos el tiempo de luz para hacer una compra grande en un supermercado de las afueras, más barato: agua, bebidas, café, aceite y demás, algunas verduras, quesos, aceitunas, pasta, etc., dos cajas de provisiones para cubrir parte de las comidas de los diez días que pasáramos en Levkós. Aunque sabíamos que allí había tres o cuatro pequeños supermercados bien surtidos. Después de dejarlas en el Odyssey, fuimos a entregar el coche, en ese momento llegaba el ferry al puerto de Pigadia.
El atorrante que nos alquiló el coche se tomó en serio el enfado de la mi morena y tenía la oficina cerrada cuando llegamos. Un colega con otro alquiler de vehículos vecino, con el que nos entendimos a la primera y al que fue pena no conocer el día que andábamos buscando agencia, lo llamó y a los cinco minutos estaba allí. Se sorprendió de que finalmente le entregáramos el coche antes de tiempo, es posible que aún pudiera alquilarlo ese día, porque la marea de turistas que descargó el ferry no había tenido tiempo de llegar allí, lejos del puerto.

Cuando regresábamos andando al hotel ya oscureciendo, empezamos a cruzarnos con los primeros y entrando en Pigadia, mientras mirábamos los horarios en la estación de autobuses, tuvimos una sorpresa: Una pareja de gerundenses con los que habíamos coincidido y charlado en el aeropuerto de Kos mientras esperábamos la hora de los autobuses, estaban sentados en un banco próximo, con sus mochilas al lado.

Acababan de desembarcar y se habían encontrado con que ya no había autobuses a Arkasa, que era su destino. Y al día siguiente, domingo, tampoco furrulaban.
Celebramos la casualidad con unas cervezas bien frías y una charla animada, y les ayudamos a encontrar habitación. ¿Mar y Joan eran sus nombres?, que me perdonen y me corrijan si leen esto. Buena gente.
Otra pareja de catalanes que conocimos esperando el bus de vuelta al aeropuerto de Kos, me daría conversación y compañía toda la noche, y yo a ellos, mientras los míos dormían esperando la salida del vuelo, después de las 4 de la mañana. ¡Salut a los cuatro!

Δόμνα Σαμίου, Τραγούδια της ξενιτιάς.
 Μανώλης Φιλιππάκης, Λύρα Καρπάθου. Κώστας Φιλιππίδης, Λαούτο.
 Μανώλης Φιλιππάκης, Τραγούδι.  Sirmatikos Kárpazou

Υγεία, Salud!

Ramiro Rodríguez Prada.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Almejas y melones


Pappanatta siracusana  cruzada con  Almeja gallina.

Palurdas  y  cucurbitáceas


A finales del mes pasado llegó un correo del Capi, el causante de que me liara con las gallinas siracusanas. Me hizo reír un rato y, a vuelta de correo, le pedí permiso para publicar parte de su contenido. Como desde entonces no he recibido respuesta, interpreto el silencio administrativo en el sentido del refrán  El que calla, consiente. Así que me puse las pilas para investigar un poco.

El mensaje del Capi:

Al comprar una lata de almejas chilenas "Low Cost" me he encontrado que la
traducción al francés es "Palourdes".

Esto abre un sinfín de posibilidades a añadir a tus (nuestras)
elucubraciones oníricas sobre alguna clase de patos siracusanos y su
relación con las gallinas y su almeja.

Otra palabreja que me ronda es "Cucurbitácea" aunque aún no le he encontrado
ilación fuera de lo freudiano de mi relación con el "bello sexo" pero ojo,
sin ninguna preposición ni conjunción intermedia entre ambas palabras, es
decir freudiano de bajo rango.

[...]

Alberto

Bien, vayamos por partes. El asunto se las trae. La primera relación llamativa entre las Palurdas siracusanas y las almejas -dejemos a un lado de momento su nacionalidad y ese lugar común del coño femenino-, es el nombre de la especie más abundante de estas últimas en el Mediterráneo, Chamelea gallina.

¿Me vas a decir que una almeja se apellida gallina?
Es también la Venus gallina de Linneo.
¡La gallina Afrodita o la Venus almeja!
 La que en Andalucía occidental atlántica, Huelva, Cádiz, la tierra de Lola, llaman chirla, y chirla italiana, y en la oriental mediterránea, indistintamente chirla, almeja normal, etc.

Ya vamos acercándonos a Siracusa. Porque además Italia, con Turquía a continuación, es el país que más almejas pesca y cultiva por esta parte del mapa, ¿será por abundancia de Venus gallina, de gallinas Palurdas, o de ambas?

Habíamos tratado en un capítulo el tema de la falta de gusto musical de los patos, así como el gran oído y la buena voz de algunas gallinas siracusanas amantes del bel canto, si bien la mayoría no pasa del cacareo desafinado habitual. Y aquí encontramos la segunda coincidencia, porque las almejas, palourdes, chirlas, llámense Venus o Gallina, carecen de sentido del oído. Aunque en esto se parecen más a los patos, repito, o repato (en Asturias pito es pollo, y cigarro).
No poseen órganos foniátricos, por lo que ni cantan ni parlotean como la mayoría de las siracusanas, característica que las aparta de las gallináceas aunque se apelliden Gallina. Y tampoco tienen gusto, no quiero decir que sean insípidas, que no sepan a nada, cualquiera podrá comprobar este extremo comiéndose la almeja de una gallina, es decir la chirla de Venus, sino que no paladean. Creo que me estoy liando. Volvamos al método.

El problema de la relación entre gallinas y cucurbitáceas es todavía más peliagudo, y entre éstas y las almejas ¡no te digo!..., porque, por ejemplo: ¿cómo encaja el pepino en la chirla?, o ¿podríamos hablar de los melones de Venus, y del cohombro de sus gallinas?..., son sólo algunas de las cuestiones que se nos plantean.
Deseoso de hallar una solución, adentréme en el proceloso mundo de las especies y sus manías. Ahí sí que ya me perdí completa y definitivamente.
¿Hay alguna relación entre la trompeta de algunos lamelibranquios y Falopio el de las trompas? ¿Cuando la almeja abre su corazón, léase piernas si se quiere, y aplaude con sus valvas, está rindiendo homenaje a los labios mayores, a los menores o a las ninfas de la Venus gallina o, por el contrario, trata de atrapar el dicotiledón de una cucurbitácea?

Entrando ya en terrenos morfológicos, biológicos, embarrados como los pantanos de Siracusa donde, por cierto, cohabitan en amor y compañía bivalvos y gallinas, ambos palurdas pero también de otras especies, me encontré con descripciones farragosas y a veces crípticas, incomprensibles.
Dice por ejemplo un pollo de la almeja de Venus, que  "tiene el silo paleal profundo y el margen interior de la concha dentado, desde cerca de la cima hasta el margen posterior del escudete". Eso del silo profundo, la cima, el margen posterior y el escudete no nos inquieta, pero lo del borde dentado inmediatamente nos hace pensar en una vagina dentatta, y aquí nos metemos de lleno en el sexo de los ángeles, osease de las gallinas y las chirlas.

Por su parte las cucurbitáceas no se quedan mancas con sus flores pistiladas, sus pétalos libres y sus ovarios ínferos. Sí, son rastreras y trepadoras, pero también gamopétalas y pentámeras a carta cabal, lobadas y carnosas. Y la cosa del esclerénquima externo suave, duro y turgente, ¡cuidadín!

Dimensiones de los bultomas cucurbitáceos

Una característica que comparten todas las especies tratadas hoy, y es mi último hallazgo, es su condición de afrodisíacas. Otra vez Afrodita abriéndose de patas, o sea de valvas y cotiledones. Pero es cosa de la que me permito dudar, con todos mis respetos, conociendo como conozco a las Pappanattas siracusanas.

Como se puede ver, llegado aquí ya no sabía por dónde andaba, si enredado entre los pelos del coño de Venus, en medio de la almeja, entre los mamelones de Afrodita o en los ovarios de una gallina clueca. ¡Veinte días incubando y en lugar de pollos me salen pepinos y almejas, igualitos todos, como gotas de agua!

Y no va más por hoy. La ciencia no es lo mío..., pero seguiremos investigando.

Buenos días.

Korvus Korax, O Mavros.

The Buddy De Franco Quartet. Buddy De Franco, clarinete. Kenny Drew, piano.
 Milt Hinton, bajo. Art Blakey, bateria. NYC. Julio, 1953.   
The things we did last summer.  Lo que hicimos el último verano.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Sombra en Kos, Σκιά στην Κω


Kos. Grecia, julio 2013.

Marisco


Desde muy pequeños mi padre nos llevaba todos los días al río en verano, a bañarnos, pero sobre todo a pescar. Pescaba con caña y a mano, que era su técnica preferida. Aunque de más mérito y menos dañina que otras, es un arte prohibida y tal vez eso le añada interés. Solíamos pasar unas tres horas allí, de doce a tres. Conocía el río como el pasillo de casa. Era raro que no lleváramos alguna buena trucha, o un barbo, unos escallos y una docena de cangrejos, cogidos también a mano. Volvíamos con un hambre de muerte. Allí nos esperaban aquellos riquísimos fréjoles veraniegos con refrito de ajos y pimentón.
La caña era más infrecuente en él, pero la pesca del cangrejo a retel era otra de sus aficiones cuando se abría la veda. Entonces pasábamos la tarde en el río, echando los reteles en tramos donde sabía que abundaban, hasta el oscurecer y más allá, que era cuando se cebaban de verdad.

Tardé años en atreverme a meter las manos en las algas y las raíces de la orilla, y eso a pesar de haber vivido muchas veces la emoción de ver cómo mi padre sacaba una trucha de uno o dos kilos, y mayores. Me daba asco y miedo. Mi hermana, tres años más pequeña que yo, agarraba las culebras de agua por el rabo y dejaba que se le enroscaran en la muñeca. Es un bicho inofensivo y temeroso que ni muerde ni pica, no suelen pasar de medio metro y su grosor no exceder los dos centímetros, pero para mi aquella prueba era insuperable. Las agarraba por el rabo para hacerme el valiente, pero las soltaba al segundo; nada más ver cómo intentaban alzar la cabeza y enroscarse, las sacudía y las soltaba.

En cierta ocasión a mi padre lo mordió una rata de agua. Normalmente no molestan y escapan nada más verte, pero había metido las manos en un cembo de la raíz de un árbol que entraba en el río. Les llamamos cembos a esos cepellones de tierra y hierba que rodean las raíces de los árboles. Cuando éstos están casi en el agua formando la orilla, la tierra bajo las raíces va cayendo y queda una zona hueca y seca a la que sólo se puede llegar por debajo del agua. Debió tantear por allí a ciegas, donde tal vez anidaba la rata, y lo mordió.
No soportaba tampoco a las ratas, así que hasta los quince o dieciséis no empecé a pescar a mano. Al principio en lugares de agua transparente, de poca profundidad, pecines, cangrejos y algún alevín de trucha que no daba la talla. Hasta dos años después no cogí la primera pieza grande, una trucha que pasaba de los dos kilos y que es mi récord personal en ese raro arte.

Pero no es de mis hazañas pesqueras de lo que quería hablar, sino de los cangrejos.

Habíamos pasado toda la tarde en el río repartiendo en distintos rincones una veintena de reteles. Apenas cogimos un par de docenas y no muy grandes, pero al atardecer empezaron a entrar y sacábamos los reteles llenos, algunos ejemplares escapaban en el momento en el que el artilugio sale del agua, porque rebosaban y es una operación que debe hacerse rápido. La docena de cangrejos que venía en alguno ya pesaba un poco y la oposición del agua aumenta la dificultad.
No sé si convendría describir el retel y el procedimiento de pesca, veamos: es un aro de hierro de unos treinta centímetros de circunferencia con una red atada en forma de pequeña bolsa, en cuyo centro se pone un plomo y sobre éste se ata el cebo, carne, un pez, una rana. Un palo de metro y medio, con una horquilla en un extremo, cortado a la misma vera del río, ayuda a colocar el retel en el rincón apetecido, en el fondo del agua, sujetando con una mano la larga cuerda que se ata al aro y arrimando después cuerda y retel con la horquilla. Muy sencillo.

El hecho es que, con diez u once años, ya debía saber la técnica porque tenía mi propio palo y ayudaba a mi padre a sacar y recolocar en los sitios fáciles y donde menos cangrejos caían. A él le daba pena dejar aquella tarde el río porque en media hora casi habíamos llenado la truchera y seguían cebándose como hienas. Se nos hizo de noche. Mi hermana empezó a quejarse de frío y entonces mi padre anunció, ¡Venga, los echamos otra vez y nos vamos! Al final llegaríamos a casa cerca de las once de la noche.

Y aquí viene el cuento. Ya no se veía nada, en algunos lugares teníamos problemas para encontrar la cuerda del retel que atábamos en algún arbusto cercano a la orilla. Era la última sacada y hasta que no teníamos el retel a la altura de los ojos no veíamos el contenido, sólo podíamos calcularlo por el peso. En los cinco o seis a mi cargo salían más o menos una media de seis cangrejos por retel en aquel momento. Bastantes.
Estaba sacando uno de los últimos y me pareció que pesaba mucho, al salir del agua vi el bulto oscuro que colgaba en el fondo de la red y pensé que venía lleno de cangrejos. Cuando lo acerqué a mí, llevé tal susto que volqué el retel en el agua.

¡Papá, papá, corre, ven, saqué un cangrejo enorme!
Se acercó en dos zancadas, ¿Dónde está?, preguntó.
¡Se me escapó, pero era enorme!
Sería una rata, dijo sonriendo.
¡No, no, era un cangrejo muy grande, grandísimo, le vi las patonas con pinzas, las antenas, y los ojos y todo! ¡Pesaba por lo menos un kilo!
¡Entonces era una langosta!, contestó él muy serio.
Pero yo, como experto conocedor de las distintas especies piscícolas, dije, más serio aún, ¡No, yo creo que era un centollo!

No supe porqué se reía pero, por si acaso, cuando mucho tiempo después me atreví y aprendí a pescar, nunca se me ocurrió meter las manos en los cembos y raíces de aquel pozo del río.

Ramiro Rodríguez Prada

Βασίλης Τσιτσάνης,Vasilis Tsitsanis. 
Ζουζούνια, Zouzounia.  Τα καβουράκια, Ta kavourakia. Los cangrejitos.


Salud