jueves, 19 de diciembre de 2013

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Dos colgaos
Oviedo 2013.


Salí a tirar la basura



con la intención de echar un pitillo en la escalera exterior de la casa, hacía buena noche y no parecía que el sueño me viniera a visitar muy pronto. Dicho y hecho, a la vuelta me senté en las escaleras. Por la acera bajaba un tipo como de unos cuarenta años con una borrachera patentada. Iba midiendo el ancho a zancadas irregulares e inseguras. Ya me pareció que me había visto y me preparé para aguantar el chaparrón. Al llegar a la altura de la escalera se detuvo tambaleante y sin más preámbulo me preguntó si tenía un cigarro, farfullando y en plan chuleta. No, sólo éste, le dije señalando el que me estaba fumando. ¡Dame una calada! ¡No, joder, mira a ver si encuentras a alguien que lleve tabaco, coño, que me quiero fumar el pito yo solo, caramba! No me sentía nada solidario en ese momento, había compartido un canuto allí mismo hasta con una puta, que a saber si no vendría de chupársela un momento antes al último cliente, pero no pensaba pasarle el cigarro a aquel baboso. El tipo, bamboleante en medio de la acera, se metía las manos en los bolsos del pantalón y de la chaqueta palpándose la ropa, como si buscara una cartera perdida. No iba mal vestido pero sí  cargaba con todas las trazas de un juerga monumental. ¿No tendrás cinco euros?, me dice el prenda después de terminada su infructuosa exploración. No tengo nada, y déjame tranquilo ya, por favor. ¡Joodeeer!, empezó, ¡Sales a la calle solo, sin tabaco, sin dinero!..., ¿¡Y si te pierdes, tío, y si te pierdes, qué, eh!?... . No sabía si reírme si mandarlo a la mierda y le dejé las últimas caladas del cigarro antes de desearle las buenas noches y meterme en casa.


Julio Fernández Falcón. Carlos Gardel.  Cara rota.



Salud y felices pesadillas


ra


miércoles, 18 de diciembre de 2013

Pucheros


León, 2012.

Varroa destructor


Tenía cuatro pucheros de miel en su vieja cocina. En tiempos de abundancia siempre estaban llenos, sacaba del más pequeño e iba rellenando con los mayores los de menor tamaño. Con el trasiego se aseguraba de ir gastando la miel más atrasada. Y cuando el grande se vaciaba no tardaba en cargarlo de nuevo. No llevaba la cuenta de la miel que consumía, sin duda mucha, era buena para la salud y él goloso. Pero un día se le terminó el suministro, acaso por la crisis de las colmenas que acabó con muchas abejas, y no pudo reponer la miel del grande. Tenía tres pucheros colmados, si se administraba tal vez le llegaran a final de año. El mal de las abejas podía tener solución en la próxima campaña. Sin embargo se comió el siguiente casi a la misma velocidad que en época de bonanza, la gula lo dominaba. Le quedaban los dos pequeños, todavía estaba a tiempo de poner remedio, era menos de la mitad de su dosis habitual, pero con un poco de esfuerzo podía conseguirlo. Las perspectivas para el año siguiente no resultaban halagüeñas y no sería mala idea incluso estirarla unos meses más, por si acaso. Sólo era cuestión de un poco de control, así que empezó a racionar la dorada golosina. Muy cerca del fin de año comprobó con pena que, a ese paso, el tercer puchero no le llegaría a Nochevieja. Haciendo de tripas corazón redujo aún más el consumo, apenas la punta de una cucharilla del café cada día. Logró así alcanzar la Epifanía, obteniendo beneficios para su salud gracias a porciones infinitesimales de miel que debían actuar en su organismo cual sutil medicina homeopática. En esas condiciones, con el pequeño puchero que aún le quedaba lleno, podría tirar otro año, ¡o más! Había oído que la miel era poco menos que inmune al tiempo, que se había encontrado en condiciones de consumo en ánforas griegas anteriores a Pericles y en tumbas egipcias de varios faraones. Pero cuando llegó la hora de meter la cuchara en el último puchero le dio un escalofrío y un nosequé. Brillaba pura la miel como el oro al sol. Semejante a una tentación, lo asaltó la burla de aquel que, para ahorrar, enseñó al burro a no comer y cuando ya lo tenía acostumbrado se quejaba de que se le había muerto... de hambre. A punto estuvo de tragarse el puchero de una sentada, pero se contuvo. Lo encontraron muchos años después de la crisis apícola, momificado, sentado a la mesa frente a un puchero intacto de miel, apta para el consumo.


Ramiro Rodríguez Prada


Cuco Sánchez.   Miel amarga.

http://www.youtube.com/watch?v=9phQ2QCzIUs


Salud

martes, 17 de diciembre de 2013

Η Ρόδος. Rodas -3


La muralla medieval sobre el puerto de pescadores de Kolona.
Rodas.  Grecia, verano 2013.


Rodas -3


Buenos días. Para entender un poco la prosperidad de Rodas durante la estancia de los Caballeros de San Juan en la isla, desde 1309 cuando desalojaron a los otomanos, hasta 1522, en que éstos, con Solimán II, volvieron a recuperarla, puede venir bien esta cita de Durrell de su libro sobre la Venus marina:

Los historiadores han hecho notar el cambio gradual que se produjo en el carácter de la Orden, después que conquistó a Rodas y obtuvo también los vastos bienes que le dejaron los difuntos templarios. La acumulación de enormes riquezas materiales, dicen algunos, minaba en forma gradual la estructura moral de la organización. Los intereses seculares habían empezado a competir con los espirituales. 

Y es que la Rodas medieval impresiona. Pero no sólo por la espectacularidad de sus gruesas y altas murallas, las siete puertas que se abren en ellas, sus torres y contrafuertes almenados, el foso que la abraza por el oeste, que son al fin y al cabo las defensas de una gran fortaleza, de una caja fuerte, dada la riqueza de los Hospitalarios, y lo primero que se ve, lo evidente; o por la belleza de los edificios más emblemáticos y los palacetes de los civiles ricos; o por la proliferación de hermosas iglesias bizantinas y mezquitas otomanas; Es también, y para mí, sobre todo sus barrios populares, las tiendinas y viviendas de la judería y el barrio musulmán, las casas italianas, las placitas apartadas del bullicio, las umbrías rodeadas de árboles y flores, los pasajes oscuros, los arbotantes de piedra que cruzan las estrechas callejuelas junto a las ramas de los árboles de los jardines y las buganvilias que cuelgan de los muros, los balconcillos otomanos de madera, el maravilloso trabajo de cantería en dinteles de puertas y ventanas, el suelo empedrado sistemáticamente, con las piedras colocadas de perfil, de cantos rodados del tamaño de un huevo de gallina, pulidos como joyas, con dibujos que alternan la piedra gris y la negra... .

Este último párrafo ya me serviría como final, porque es un buen resumen del cogollo de la cuestión rodia, digamos en broma. Pero aún me quedan algunas cosas.

La elección del paso por Rodas en dirección al sur del archipiélago, hizo que renunciáramos a entrar unos días en Turquía, que fue nuestro plan inicial. Aunque, tanto desde Kos como desde Rodas, es un paseo en kaike de una o pocas millas y, en otras circunstancias, una buena opción, fácil, interesante y no muy costosa que hemos probado algunas veces.

Fanis Karoussos y el  colectivo Cok Malko.  Arabas Perna. Entarisi Ala Benziyor.

http://www.youtube.com/watch?v=xxqx-RafZis


Calle comercial de Rodas
Grecia, verano  2013.

Ahora que veo las camisetas de las estrellas, recuerdo que me referí en Sombras de Rodas a las auténticas sombras de la ciudad en medio de los ríos de turistas y el sol del Egeo, no de las que yo puse en aquellos capítulos.
Son una docena de niños y niñas gitanos muy pequeños, la mayor no tendrá doce años, que ruedan por la ciudad pidiendo, tocando distintos instrumentos, componiendo estatuas en plazas y, en definitiva, buscándose la vida como pueden. Son la otra cara de la moneda, y no la oculta de la estrella, por cierto, pues está bien a la vista de todos.

No seré yo quien pretenda reformar los hábitos de un país señalando sus defectos, teniendo como tenemos en el nuestro ejemplos tan duros que nos avergonzarían igualmente, pero la realidad es ésa. Los padres ni pueden ni quieren responsabilizarse y el Estado, que es quien debería buscar soluciones, pasa de todo, y los niños siguen tirados todo el día por las calles.
Pero repito lo ya dicho, les dedicaré una entrada para tratar el tema más en profundidad y ya que tengo algunas imágenes, no muy buenas porque siento tristeza y vergüenza al fotografiarlos directamente y son robadas, la mayoría en marcha o desde lejos, pero servirán para ilustrar el texto y darán una idea más precisa del problema.

Y como hablar de necesidades, a los hijos de la posguerra nos abre el apetito, haré sólo una última referencia a la comida, puesto que ya dediqué varios puntos a ella en el capítulo precedente.
Seguramente no soy un buen guía gastronómico de Grecia porque no me puedo permitir determinados lujos, y no por falta de gusto. Por eso sólo comimos media docena de veces en Rodas de babero, es decir en restaurantes con algo de porte, y eso contando la comida que hicimos en el sur de la isla el día que alquilamos el coche.

Pero la comida popular griega es muy sabrosa y lo más común lo conocemos bien. Mejor los restaurantes apartados del interior de la ciudad vieja que los céntricos. Buenas carnes a la brasa, berenjenas imám y melintsanosalata. 
El vino tinto de la isla tiene personalidad, no estoy seguro de si es el Kalavarda del que escribe Durrell, pero creo que sí porque es como él lo describe, fuerte y tosco, aunque de un sabor no tan peculiar como ese tinto de Limnos que llaman Kalambaki, ¡y muy caro!, y eso que lo sirven a granel en jarras de medio litro, misó kiló, como en toda Grecia.

Y también probamos un par de blancos y la retsina, más barata, que se dejaban beber bastante bien.
En un par de cenas nos invitaron a un chupito de koriantolino, el licor tradicional de la isla que la mi morena prefirió cambiar por un seco tsikudiá cretense.
El koriantolino es una especie de ratafía parecida a la gerundense, ibicenca, francesa e italiana, licor mediterráneo donde los haya, un aguardiente con anís, aquí ouzo, y hierbas, entre las que figura el cilantro, y que puede alcanzar los 40º alcohólicos. También cercano al orujo de hierbas del noroeste ibérico, pero más suave y dulzón. Lo sirven frío, lo que lo hace más peligroso, porque entra mejor al atenuarse un poco su empalago.

Fanis Karoussos, santouri. David Brossier, viola d'amore. Ian Balzan. laúd.  Danza de Rodas.

http://www.youtube.com/watch?v=H9GDhEcpuPk


El faro de Mandraki  en la Torre de San Nikolás al atardecer.
Rodas,  agosto  2013.

Después de haber pateado Rodas durante cinco días largos, no pudimos contactar con tres personas que nos hubiera prestado ver, y que probablemente estaban en la isla.

Una de ellas era Zanásis Pájos, el chaval, el palikari que nos dejó su coche y su casa en Halkida el primer año que pasamos las vacaciones en Eubea. Lleva dos o tres temporadas currando en Rodas y de cuando en vez la morena tiene nuevas suyas a través de facebook, pero no llegamos a saber si seguía en la isla.

La segunda persona era Coralia, una amiga que hacía un curso de traducción en la ciudad, novel traductora a su vez, y con la que al final no pudimos tomar las biras que queríamos, aunque sí llegamos a hablar con ella algún día. La saludaríamos en diciembre, ya en Gijón, la tarde de la presentación de la novela de Alkí Zei, La novia de Aquiles, de la que es traductora junto a Pedro Guil, evento del que dimos cuenta aquí.

Y la tercera Konstantina, la amiga griega de Ana Capsir, Navegando por Grecia, que había pasado un tiempo en Valencia, cantando, y recientemente se había ido a Rodas. Tampoco sabíamos si seguía en la ciudad.

Cuando vamos a Grecia compramos una tarjeta telefónica, en realidad es un papel con un número que hay que incluir en cada llamada, que resulta baratísima, y que venden en los perípteros, kioskos. A veces hay problemas para conseguir conexión, pero el ahorro es grande: en un mes, en comparación con el gasto de otras tarjetas plásticas o el móvil, sólo con las llamadas a la familia y algunos amigos, se pueden ahorrar veinte o treinta eurakos. Todo cuenta, pero fue la razón de no poder hablar con Ana para saber el paradero de Konstantina. Pregunté en un par de sitios, pero nadie me supo dar pistas, hay muchos músicos y pequeños grupos actuando por restaurantes, locales y hoteles de todo Rodas. Oportunidades perdidas, una pena.

Y creo que con estos tres capítulos sobre el viaje, más los tres de la etiqueta Ombres y la entrada prometida sobre el periplo isleño, habré contado lo más sustancial y será suficiente de momento para Rodas.

¡Adío, callejuelas silenciosas y sombreadas, plazoletas solitarias, dormidas, adelfas, buganvilias e hibiscos, todo el color azul del mar y el cielo que casi abruma, tierra del sol y de la luz salvaje!...

Gregorio Paniagua. Atrium Musicae de Madrid.  Lamento.

http://www.youtube.com/watch?v=xotPWR5I8RY

Υγεία, Salud!


Ramiro Rodríguez Prada

lunes, 16 de diciembre de 2013

Η Ρόδος. Rodas -2.


Familia rusa en el foso amurallado de la ciudad vieja.
Rodas. Grecia, verano 2013.


Rodas -2


El primer día lo dedicamos casi en exclusiva al entorno inmediato de la ciudad medieval donde nos hospedábamos, aunque al final de la tarde fuimos a ver el atardecer al puerto de Mandraki. Compramos fruta y verduras e hicimos una comida vegetariana en el patio de Eleni.
Hay varias tiendinas familiares repartidas por las calles, pero sólo un supermercado más surtido y barato en la parte vieja, el Bazar, al final de la calle Demócrito, esquina Eurípides, junto a la plaza Platonos, y la mezquita de Ibrahim Pachá.

Esa mezcla de nombres, épocas y pueblos o culturas, es también Rodas, porque fue una isla cosmopolita donde convivieron griegos, latinos, hebreos y turcos, y antes otros pueblos, durante siglos y en relativa buena armonía, salvo algunos episodios, uno muy tardío y más propio de la Inquisición medieval española, y europea en general, que de mediados del XIX, cuando los judíos fueron acusados falsamente de sacrificar a un niño cristiano en una especie de aquelarre diabólico. Y el aún peor exterminio, éste por parte de los ocupantes nazis alemanes, de la práctica totalidad de la comunidad hebrea de la isla.

Junto a esa mezquita, y en otros puntos de la ciudad, hay locales para turistas amantes de lo exótico, que imitan los antiguos fumaderos, tekés, en los escenarios reales de las antiguas casas, con sus camas turcas y sus narguilés para echarse unas pipadas, sólo cebadas con tabaco, por supuesto.
Y en su entorno, también el pitádiko que más frecuentamos, el Γιαουρτοσκόρδιον, o sea, el Yogurajo, mezcla de ajo y yogur, como el tsatsiki pero sin pepino, jorís anguri, porque además de la bondad de las pitas yiro, los sublakis y de la simpatía y buena acogida de los dueños, nos ponían siempre el disco de O Stavros tou Notou, La Cruz del Sur, poemas de Nikos Kavadías musicados por Stavros Xarjakos que nos gustan mucho. Quizás algunos recordéis aquella canción To majeri, El cuchillo, que he puesto aquí varias veces...

El caso es que nuestro presupuesto no alcanza para comer y cenar todos los días de restaurante durante un mes. Los desayunos, bien nutridos con fruta, yogur y miel griegos eso sí, la mayoría de las comidas, mucho tomate cretense, feta y olivas, y alguna cena, los hacíamos en las grandes mesas del patio de la pensión, bajo la sombra de los toldos, a veces llevando las pitas pero comprando el resto en el Bazar; en los restaurantes sube mucho la factura, sobre todo, la bebida. Y menos mal que no somos comilones y a todos nos gustan las pitas, porque son el bocado proletario por excelencia, aunque en ocasiones pueda ser una comida sospechosa.

Αρχαγγελου Ροδου.  Κιελην Αντρα Εχω


Helios  en las vallas de la Rodas moderna.
Grecia, agosto  2013.

Hay conflicto a menudo entre la ciudad imaginada y la real. Para nosotros Rodas era en primer lugar su historia, el Coloso, Apolonio y la pintura que Durrell hizo en su libro de la Venus marina, capital de un archipiélago egeo con el que ya habíamos tenido contactos.

Una de las sorpresas relativas, porque sabemos que el tiempo no pasa en balde y Rodas no es la del año 45 del siglo pasado, fue la parte norte de la ciudad moderna que pudimos ver, sobre todo el barrio que mira al muelle oeste de Mandraki hasta la mezquita de Murad Reis donde estaba la Villa Cleóbulo de Durrell. En algunos momentos, por el desorden y la proliferación de escaparates, nos recordaba el caos ateniense.
Sin embargo, además de muchas casas otomanas o de la propia mezquita con el cementerio en el gran jardín y los edificios auxiliares, al poco de salir de las murallas por la Puerta de la Libertad, se topa uno con el Mercado Nuevo, frente al fondo de saco de Mandraki por un lado y la estación de autobuses por el otro. En su corazón, un patio circular abierto al sol con árboles y un gran templete en el centro, la mayoría de los locales se han transformado en restaurantes sacaperras para turistas, pero merece la pena entrar sólo por verlo.

Se van sucediendo los edificios oficiales e históricos hasta llegar al Club náutico: el Actéon, el Ayuntamiento, el Teatro Nacional, la Catedral junto al espigón de la columna de Élefos, el ciervo macho, o la sede administrativa de la Provincia del Egeo Sur, con sus maravillosas arcadas formando dos soportales a ambos lados del largo edificio.

He logrado llegar aquí, casi sin salir de la ciudad vieja, y todavía no hice ninguna referencia al legado medieval de los Caballeros de San Juan, de Rodas. Y creo que de hacerla será corta. Podéis encontrar toda la información al respecto en internet. El Palacio del Gran Maestre, la Calle de los Caballeros, el antiguo Hospital que hoy alberga el Muso Arqueológico e Histórico, la ronda de las murallas y el foso... O las varias mezquitas repartidas por la ciudad, siete si no conté mal, todas cerradas y semiabandonadas, muchas iglesias bizantinas, algunas en ruinas, la Biblioteca Musulmana, la Sinagoga, los baños turcos Yeni Hamam...

Σούστα Ρόδου από το Λύκειο Ελληνίδων Ρόδου  Εργάνη Αθηνά.


Rodas al atardecer desde el puerto comercial.
Grecia, agosto  2013.

En el malecón este de Mandraki, que tendrá unos 500 metros desde la cierva, o gama, de la bocana, Elefina, y el Faro de San Nikolás, hasta la Puerta de la Libertad, hay todavía tres molinos en pie, hoy parados pero bien conservados. Llegó a haber trece. Lo que no ha descendido es el número de barcos, pero hoy sólo amarran aquí, el puerto estrella de la ciudad, los de recreo y los más lujosos. Los pescadores se concentran en un rincón del puerto de Kolona debajo mismo de las murallas, separado de Mandraki por el malecón y un pequeño espigón defensivo.

Después de todo Rodas, y más que nada la ciudad medieval, es casi un pueblo. Una anécdota lo explicará mejor. Viendo la puesta de sol el primer día sentados bajo la columna de la cierva Elafina, en la bocana de Mandraki, coincidimos con una pareja con la que charlamos. Ella era turca naturalizada griega y él de la isla. Resultó que conocíamos el local de su tío, donde habíamos comido unas espanokopitas, hojaldres rellenos de espinacas y queso. Los encontramos por la ciudad vieja un montón de veces y nos saludábamos; en una ocasión pasamos a la puerta de su casa de noche, una calleja empedrada y oscura, iluminada sólo por la luz de su puerta abierta donde el hombre fumaba un cigarrillo, no muy lejos de nuestra pensión. Coincidencias en apenas tres días. Y a la vuelta nos volvimos a encontrar un par de veces. En una semana te saludan la mitad de los vecinos.

Por otra parte el turismo es el típico, muchos alemanes y nórdicos, muchos italianos en todo el Dodecaneso y este año más rusos que nunca, y concretamente en Rodas más que en otras islas. No obstante, y pese al agobio de algunas calles como la de Sócrates o plazas como la de Hipócrates, el turismo de Rodas, que parece más familiar e interesado por la cosa histórica y monumental, es más soportable que el de Kos, éste bastante volcado en la juerga joven y nocturna, no diré alevosa.

Habrá un tercer capítulo de Rodas capital, y espero que un cuarto algo más adelante, sobre el recorrido que hicimos a la isla con un coche alquilado.

Yiannis Kladakis.   Σαράντα μέρες μελετώ.

http://www.youtube.com/watch?v=pZlZeHUBU-Y


Υγεία, Salud!


Ramiro Rodríguez Prada


P. D. Ayer, 14 de diciembre a las 8 de la tarde, asistimos en la Casa de Cultura de Mieres del Camino, al concierto de la Orquesta de Cámara de Siero (OCAS), acompañada por los músicos cretenses Ioannis Petrakisviolín, y Mijalis Stavrakakis, voz y mandolina. El mes que viene dedicaré una primera entrada en Música cretense a estos dos músicos, pero a quien le interese el tema puede leer una líneas sobre el evento de Mieres en PSILICOSIS. 2:

http://psilicosis2.blogspot.com.es/2013/12/el-puerto-turistico-y-el-comercial.html

Y aquí mismo, a la derecha, podéis consultar en Céfiro el bien documentado artículo de María de Paz.

Besos! 

sábado, 14 de diciembre de 2013

Η Ρόδος. Rodas.


Entrada al puerto de  Mandraki.
Rodas, verano  2013.

Rodas


Buenos días. Evitamos Rodas durante años por las mismas razones por las que aún no conocemos Santorini o Mikonos: el turismo excesivo. Es uno de los primeros destinos turísticos en todo el mundo. Teniendo que coger vacaciones en verano, no hay más remedio que tragarse todo el paquete si se quiere visitar un lugar X. Pero le teníamos ganas. Aprovechamos que este año encontramos un vuelo arreglado a Kos, para ir conociendo las islas del sur del Dodecaneso, puesto que la primera vez que partimos de esa misma isla, hace bastantes años, lo habíamos hecho hacia el norte.

Salimos de Kos a las dos y pico de la madrugada, con más de una hora de retraso, en el ferry que hace esa ruta, el Diágoras.
El nombre se lo prestó un atleta vencedor en todas las Olimpiadas clásicas griegas, una de cuyas victorias cantó Píndaro. Era natural de Iálisos una de las tres polis que formaban la triarquía isleña, con Lindos y Kamiros. La ciudad de Rodas fue fundada por ellas en la punta noreste de la isla.
Dice Píndaro en su oda que, del buen Calianate/ célebre en el combate/ era nieto... . Tres hijos de Diágoras lograron también triunfos olímpicos. Los atletas eran profesionales de la época, había sagas familiares, pertenecían a la aristocracia, o tenían patrocinadores poderosos. Las Olimpiadas, como ahora, eran una oportunidad única para promocionar y engrandecer la patria chica a ojos de toda la Hélade, que es como decir del mundo conocido.

Atracamos en Nisyros de noche, y rumbo a Tilos amaneció sobre las montañas de Anatolia. Symi fue la última escala antes de Rodas, a la que arribamos entre las nueve y las diez de la mañana. La llegada a una isla por mar tiene otro sabor, incomparable con hacerlo en avión. Y aunque yo sea una kogonera mareada, incapaz de reprimir el vómito en un velero, que sería el transporte ideal, estas plataformas apenas se mueven.

Rodas ofrece desde el mar la imagen de una ciudad blanca y verde, hermosa y brillante, importante por su extensión, e histórica, por las murallas medievales, el castillo y el gran número de torres y minaretes que se elevan sobre su perfil, un largo friso de piedra a la orilla del Egeo.

Μανωλη Λεντακη, Λαούτο. Μανωλη Μαλτα, Φωνή.   Αρχάγγελου Ρόδου.


Plaza de Hipócrates desde los soportales de la Biblioteca Municipal.  Castellania.
Al fondo la Mezquita de Solimán y la Torre del reloj.
Rodas, agosto  2013.

Desde el puerto comercial hasta la ciudad vieja hay un paseo de un kilómetro, al principio junto a los diques secos llenos de barcos, como un cementerio, una explanada polvorienta con auténticas reliquias de todas las formas y modelos. Y a continuación una acera estrecha con árboles de sombra y un murete que la separa de la playa entre puertos, Akandia, donde se prohíbe el baño aunque todo el mundo pasa de la prohibición, en la calle que se adentra en la ciudad bordeando las murallas, Kolona y el antiguo puerto de Mandraki.

Calcaba ya el sol a esas horas como pal zorro. Estábamos cansados de toda la noche en el ferry, yo no había dormido nada y no llevábamos pensión buscada. Nos sentamos en el murete a la sombra, mientras la morena hablaba con otra mujer griega que tampoco tenía habitación reservada. Enseguida se les acercó un paisano con una motoreta, que les propuso llevar las maletas hasta una pensión de la ciudad medieval. Los chavales y yo llevamos las nuestras, pero era de ver al paisano con las dos maletas de las mujeres haciendo equilibrios entre los coches camino de las murallas. Y después, por el empedrado antiguo, estuvo a punto de irse al suelo varias veces. Los demás íbamos detrás afogaos.

El paisano se lo curró, pero la pensión era muy cutre, a pesar de su patio florido. Salían en ese momento, de la habitación que nos alquilaban, tres jóvenes milaneses con los que empecé a charlar preguntándoles qué tal les había ido ahí.
¡Las habitaciones son una mierda y en la cocina mejor no entrar!, me dice sin adornos el más decidido. ¡Una mierda!, repitió por si no me había enterado.
¿Sabes de algún sitio mejor por la zona?.
Sí, aquí cerca, a cien metros hay otra casa que lleva una señora mayor, que está muchísimo mejor y al mismo precio. Si quieres te acompaño en un momento, añadió muy amable.
Recién llegado, las callejuelas estrechas me parecían un laberinto así que, temiendo perderme, le contesté que de acuerdo. Bajamos los dos en un minuto, vimos la pensión y hablé con la señora. No acordamos precio, le dije que sí. Resultó ser el mismo que en la primera, donde la morena y los guajes esperaban que acabaran de limpiar el cuarto de baño que abandonaban los italianos.
La mujer griega se quedó. Nosotros nos fuimos, deseándole mucha salud al paisano y agradeciendo la información a los chavales. Acertar a la primera no es fácil.

Eleni es la señora de la pensión, que lleva su nombre, a unos cincuenta metros de una de las plazas más concurridas de la ciudad vieja, la de los Mártires Hebreos, con un monolito que recuerda a las víctimas judías de la isla durante la ocupación alemana, pero también llena de restaurantes, terrazas, turistas y loros.
I kiría Eleni emigró a Alemania, cuyo idioma domina junto al inglés, y se retiró a su isla para atender esta preciosa casa medieval de piedra, restaurada, tranquila, con un patio interior sombreado y cuajado de flores, como muchas de las de su estilo.

 Αρχαγγελου Ρόδου.  Βοτάνι. Filtro (de amor...)


El ciervo de Rodas,  Elafio,  en el empedrado de una calle.
Rodas.  Grecia, verano  2013.

Rodas, en principio, era sólo un paso de ida y vuelta para llegar y salir de Kárpatos, donde queríamos estar más días descansando. Pero ya sospechábamos que nos gustaría y, en lugar de un día para ir y otro para volver, estuvimos tres días a primeros de agosto y otros dos a finales.
El libro de Lawrence Durrell, Reflexiones sobre una Venus marina, del que hablé en los capítulos anteriores, no era ajeno a la seducción que Rodas ejercía sobre nosotros. Pero esa atracción resultó merecida, vale la pena que los turistas nos soportemos unos a otros en muchos momentos, a cambio de pisar estas calles por unas horas.

Vale la pena sobre todo porque muchas de esas callejuelas de la ciudad vieja están vacías, la masa turística se concentra en una línea de calles y plazas al este, próximas al puerto, desde la plaza de los Mártires hasta la de Cleóbulo, en la parte alta del noreste o, lo que es lo mismo, desde la Puerta de Santa Catalina a la de Cannon. Todo son tiendas, heladerías, agencias, restaurantes, lo típico...
Y otro tanto sucede en la parte moderna de la ciudad y el muelle oeste de Mandraki hasta la playa de Elli, la más importante del extremo noreste de la ciudad nueva.
Cerca de las murallas medievales, y en torno al Mercado Nuevo, todavía quedan muchas construcciones de la época de la ocupación otomana, con sus típicas galerías abalconadas de madera, también presentes en el interior del recinto amurallado medieval.

Pero nada más apartarse un poco de estos circuitos, en la ciudad vieja uno se encuentra con calles solitarias, sombreadas y silenciosas, buganvilias e hibiscos, pasajes estrechos y oscuros, plazuelas medio olvidadas que duermen la siesta al sol inclemente, o rodeadas de árboles para sentarse a la sombra, con mucha ruina pasada y presente y tabernas tranquilas en los rincones, para tomar un refrigerio en la terraza al abrigo de los emparrados.

Y en la nueva, junto a esa playa muy concurrida a la que me referí, entre el Club náutico y el de tenis, rodeada por una oxidada verja de hierro, se encuentra la mezquita de Murad Reis, olvidada, con el cementerio musulmán y sus jardines, hoy todo ello en estado lamentable de abandono, pero aún con sus estelas funerarias, sus eucaliptos gigantescos, sus hibiscos e, incluso, algo de su silencio en medio del tráfico. Ahí se alzaba Villa Cleóbulo, residencia en Rodas de Durrell, a la que casi convierte en otra protagonista de su libro. A ella espero dedicar un capítulo alguna vez con imágenes actuales.

Y me quedo aquí porque a este paso me voy a Pénjamo. Habrá más capítulos. Hasta luego. 

Λύρα, Στέφανος Λεβέντης. Τραγουδι, Eυαγγελια Λελε.   Αρχάγγελος Ρόδος.  Ο Πόταμος. El río.



Υγεία, Salud!


Ramiro Rodríguez Prada


P. D. Hoy, día 14 de diciembre, a las 8 de la tarde asistiremos en la Casa de Cultura de Mieres, Asturias, al concierto de la Orquesta de Cámara de Siero, que acompañará a los músicos cretenses Ioannis Petrakis, violín, y Mijalis Stavrakakis, voz y mandolina. Espero llegar a tiempo para dar cuenta del encuentro, si no aquí en PSILICOSIS .2.

Besos!