miércoles, 7 de diciembre de 2011

Οι πατάτες απο την Χίο


Grecia 2011

Las patatas de Jíos.

Uso la J cuyo sonido me parece el más cercano al de la X griega, para otro de los nombres de una isla cuyas diferentes grafías y sonidos suelen inducir a errores. El más frecuente es confundirla con Ios una de las Cícladas. En letra latina la podemos encontrar como Xíos, Híos, Chíos, Gíos, Quíos..., pero todos los nombres responden a una sola isla, uno de los lugares que más motivos tiene para disputar a otros el honor de haber sido la cuna de Homero.

No sólo reivindican el pueblo donde nació, Volissós, en el oeste, sino tambien el lugar donde ejerció su magisterio de poeta y aedo, en la costa que mira a Anatolia, en la Daskalopetra, la Piedra del Maestro.
A mí, al margen de localismos chauvinistas, me gusta pensar que la atribución es cierta porque se trata de una de las islas más guapas del Egeo norte. Agreste, pétrea, dura y amable a un tiempo con sus profundos valles húmedos y sombríos, o sus desiertos de caliza de vegetación raquítica abrasada por el sol.
Y un azul profundo inigualable, sobre todo en muchos rincones olvidados de la costa donde se bañó el Maestro por primera vez. La que mira a otra islina de la que hablaré más veces, Psará, la de Mitsos, de la parea de Agioi Apostoli de este año.

Estuvimos  en Jíos cuatro días en el 91 e hicimos el periplo completo de las visitas obligadas. Además de lo ya mencionado, la Masticojoria, los pueblos donde se cosecha la Mastika, la almáciga, una resina gomosa que segrega el lentisco, de donde se saca un chicle y una especie de caramelo blanco, muy blando, una golosina refrescante que sirven sumergida en un vaso de agua fría y una cucharilla para ir chupando el caramelo. Para los niños sobre todo, pero también como presente de bienvenida al viajero asfixiado, por ejemplo.
Y allí los preciosos pueblos de Pirgi y Mesta, que conservan intacto todo el sabor de la arquitectura popular, en este caso matizada por sus defensas contra las incursiones de los piratas.

¡Inolvidables ristras de tomates secándose al sol en los balcones!.

Y el interior de la isla alterna el desierto calizo con el verdor de valles como el que acoge el recóndito monasterio del siglo XI, Nea Moní.

Jíos era una isla rica, de astilleros de grandes barcos y armadores, las casas lo atestiguan, en especial la región llana de Kambos. Los capitanes más cualificados eran los suyos. Lo aseguran hasta las canciones griegas.
Ésta, conocidísima, de Giorgos Zambetas es un clásico de la música popular que enseña cómo reunir la mejor tripulacion de un barco: Pare navtaki sirianí, coge marineros de Siros, lostromo pireotis, contramaestre del Pireo, mijánikos mithilinios, mecánico de Mitilene, timoni kalamatianós, timonel de Kalamata ke kapetanos xiotis, y capitán de Quíos.


La capital, del mismo nombre, es una ciudad animada y muy ruidosa en verano, en particular en el entorno del puerto. Pero a causa del jaleo siempre escapamos de allí, aunque nos gusta. Tiene personalidad.
Como en Mitilene, Lesbos, hay cafeníos antiguos señoriales, con espejos enormes y mucha madera vieja, al estilo de nuestros casinos decimonónicos. Y calles donde, según contaba una vieja guía, se olía el humo del narguilé, del haschís.
Allí oímos hablar de y escuchamos por vez primera a Kostas Roúkounas el famoso rebetis de Karlovasi, en Samos que, como no podía ser de otra manera, también pasó por Atenas y el Pireo en los años dorados del rebétiko.

Pero aún frecuentábamos más un local de pitas y asados a la plancha y a la brasa, sta cárbuna, como dicen los griegos, que llevaba un chaval joven, activo y con muy buena mano. Solíamos pedir mia merida, un plato, una ración mediana de los mismos ingredientes que suele llevar la pita, carne de cordero o cerdo, patatas fritas, tzatsiki, y tal vez un trozo de tomate, pepino y cebolla, o una ensalada.

Volvimos a pasar dos veces por la isla.

La segunda sólo fue una escala nocturna de dos horas del Agios Raphael, un ferry antidiluviano con el que era inevitable toparse alguna vez en el Egeo. Hacíamos la ruta inversa a otros años, de sur a norte, veníamos de Samos e íbamos a Limnos.
En esta ocasión sólo bajamos a comer unos gabros fritos en un barín del puerto y a mí por poco me cuesta quedarme en tierra.
Para bajar tuve que enseñar el ticket y al volver lo había perdido. No me dejaban subir ni pagando, los pasajes hay que comprarlos con anterioridad en las agencias pertinentes o en las taquillas externas.
No sé si me bacilaban pero se lo tomaron a pecho. Los ruegos de la morena de mi copla con la que viajaba y el hecho de tener la mochila en el barco no los convencía.

Por fin me dejaron subir porque yo insistía en pagar el trayecto desde allí a Limnos, pero me hicieron abrir la mochila y más tarde me vinieron a buscar y ¡me llevaron a comparecer ante el capitán!. Con mi escaso inglés y mi aún más pobre griego de entonces.
Yo veía a los oficiales muy serios, pero en el capitán enseguida me pareció ver esa mirada sabia y un poco burlona de los buenos griegos, que ahora identifico mejor.
Al final me hizo con la cabeza el gesto de que me podía ir, como si dijera, ¡Anda calamidad, mira a ver si espabilas!, pero no abrió la boca, ni me obligaron a abonar otro pasaje. A otra cosa.
Puedo decir que  casi conocí a un Kapetanos quiota, el del San Rafael, Άγιος Ραφαελ...

Y la tercera hicimos escala de un día en Jíos capital, con la intención de coger la jornada siguiente el kaike, καίκη, que nos llevaría a Psará. Después de diez días en la islina pasamos otros tres en Volissos, y una semana en Ayia Fotini, en el sureste de Jíos. Y un día más, el último, esperando el ferry de Samos, esta vez dirección norte sur.
Siempre que pudimos fuimos a comer o a cenar al bar de las pitas. Pero sólo la última vez sucedió lo que voy a contar y que explicará el porqué del título.

Pedimos un plato de cordero asado con patatas fritas y una ensalada. Nada más comer la primera patata yo estuve seguro que era de mi pueblo.
Tengo buena memoria visual, olfativa y gustativa, demostrada hasta cierto punto, pero el hecho parecía una excentricidad más de entre las varias que he vivido.
Como es natural comenté la sospecha con mi colega. Los dos nos reíamos un poco del hecho, ella por incredulidad pero yo porque estaba absolutamente convencido y me parecía un poco extraordinario. Nunca me había pasado ni se repitió y he comido patatas fritas en varios países, incluídos todos los de la península Ibérica.

Cuando acabamos fuimos a pagar a la barra y le pregunté al chaval de dónde venían las patatas que nos había dado. Dijo que no sabía porque eran congeladas. Pese a que eso podía descartar el conocer la procedencia le dije que si me  podía enseñar la bolsa.
Era de una cadena holandesa de congelados muy famosa. Ví una leve sonrisa de sorna en mi compañera cuando leí Made in Holand, pero mi convicción era tal que busqué mejor.
Cuando encontré el letrero de Envasadas en Barcelona se le congeló un tanto la sonrisa pero no desapareció de su rostro. De acuerdo, las patatas eran españolas pero de ahí a deducir que fueran de mi pueblo había un trecho. El triunfito era sólo parcial, podía ser una casualidad.

Yo no podría demostrar que las patatas fueran exactamente de mi pueblo porque creo que no soy capaz de distinguirlas de las que se producen más arriba o más abajo en la vega del Tuerto. Puedo asegurar en cambio que se trataba de Red Pontiak, Patata Roja, un híbrido americano que lleva un siglo cultivándose en León y en más lugares del país.
Pero hay otro hecho que apoya mi intuición. Gran parte de los 2 millones de toneladas que se producen anualmente en esa vega van a parar a los almacenes barceloneses, que hace más de medio siglo que las tienen apalabradas a las cooperativas y agricultores de aquellas tierras. Esas patatas se envasan en Cataluña para terceros distribuidores que las reparten por todo el mundo.

Si doy por buena la sospecha, que está avalada por miles de patatas consumidas, y que es tanto como fiarme de mi mismo, tengo que concluir que aquellas patatas de Jíos eran de mi pueblo. No es tanto la confirmación incontestable de un hecho como la fuerza de la convicción personal. Creo que me explico. Por eso tampoco se trataba de una competición con mi compañera a ver quién tenía razón y lo califiqué de triunfito.


Patata roja con pulpo a la gallega

Casi más extraordinario parece otro caso, éste de memoria visual, que se demostró cierto. Reconocí 25 años después a una prematura sietemesina de Avilés a la que yo había dado el biberón, primero en la incubadora y después en brazos, cuando trabajaba en aquel servicio. Parece más fantástico pero para mí era menos meritorio, ¡la chavala tenía exactamente la misma cara! ¡Hay que jodése!, lo pequeñín que ye el mundo...

De Roúkounas una canción de su estilo rebétiko titulada  Ούζο,Ούζο. Ouzo, ouzo (Usso, Usso). Los rebetes siempre tiraos al vicio, somos débiles y está rico.



Pasaremos más veces por Jíos, Quíos o como gustéis.

Γεία σας!, Salud.

Ramiro Rodríguez Prada.
  

martes, 6 de diciembre de 2011

Όμηρος, Χίος. Ánthropos Lines.


Όμηρος, Χίος. Ánthropos Lines
Homero, Jíos. Líneas del Hombre

Tela sobre tabla, 62 x 40,5
Ramiro Rodríguez Prada
Oviedo 2006

Homero, la literatura griega clásica en general, la filosofía o el sistema de gobierno de las Polis, desde
tres siglos antes de Pericles por lo menos, inauguran una nueva línea de navegación para los hombres en el mundo occidental conocido.

La importancia de este hecho colea y coleará, porque muchas de las ideas de los antiguos griegos permanecen casi intactas y la calidad de sus logros en muchos órdenes, la perfección alcanzada en el arte por ejemplo, a pesar de lo poco que nos llegó, nos deja mudos y no encontramos muchos ejemplos posteriores capaces de igualarse a ellos.

El Hombre, por vez primera, centro de de su propio espacio.

Los poetas dejan testimonio escrito de los mitos y de alguna manera les proporcionan una  carta de naturaleza, la más antropomórfica de cuantas se conocían. Los dioses son tan humanos que pasan del bien o el mal. Hacen su real capricho.
El cuento, del que ya se reían los Crisipos y ateos de siempre por infantil y útil a los poderosos, caló tanto en la credulidad de los hombres que aquí siguen los reyezuelos y arcontes agarrados al timón del pesebre democrático, jugando a las regatas en el proceloso mar de las miserias ajenas.
Con Papas y otros archimandritas administrando la eucaristía, η ευχαριστία. ¡Rock and roll!

http://www.youtube.com/watch?v=kkJQfjyIftY

Monajós sto Ágio Oros, Monje en Áthos. Lakis Papadópoulos me Ta psilá reber, con Los de los pantalones vueltos.

Como pasó con aquel ferry que se estrelló contra las rocas en el Egeo porque la tripulación estaba viendo un partido, nuestros monarcas o gobernantes prefieren un Madrid-Barça y que se hunda el misterio, o seguir regateando con un barco que hace agua por todas partes, en medio de la tempestad y en la calma chicha.

La nave no es suya y los armadores ya escogieron otros océanos. Corsarios aquí, piratas allá y bucaneros acuyá. ¡Bendito sea Dios!

Total, sólo es un recambio de dioses o de amos, y siempre habrá un salvavidas para un lord Jim sin honor cuando naufraguemos. Nadie grita ¡Hombre al agua! porque ya hay cinco millones en ella.
Esta metáfora debería haberla reservado para el otro blog, marinero, donde abuso de ello. Da igual.

Como diría Valle Inclán, don Ramón, ¿Y el pueblo? Tumbado al sol.

¡Homero nos valga y el Cristo Manco!

Γεια σας!, Salud.

Skylorómiros.
Σκυλορόμιρος.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Juguetes


El bombo del azar

Primero el blog, después la máquina de fotos y ahora esto de manipular imágenes. Sé que para la mayoría ya es un juego de niños pero para mí es novedad y flipo. ¡Sólo necesito color para abrir unos ojos como calabazas de Morales!
A los vieyos también nos gustan los juguetes porque aún llevamos al niño encima, o debajo. Yo, por ejemplo, lo llevo en medio.

Antes los colores en polvo para la pintura de paredes se vendían a granell. Venían en unas cubas de madera más toscas que las del vino de 25 ó 50kgs. Recuerdo meter los brazos en los colores y sacarlos teñidos de polvo de color, con la pelusilla infantil cargada de pintura, siena tostada, verde brillante, rojo inglés, azul ultramar, amarillo canario, albayalde...

Tengo completamente aparcados capítulos como Archipiélagos, Literatura griega o Chorizos culares. Y es que son más exigentes y sobre todo más serios, me cansan antes. Claro que más me cansa don Ramón Mª y no lo puedo olvidar, ni me dejaría.
Por otra parte me gusta más esta especie de diálogo de imágenes, con los amigos y con vosotros, los que leéis esto.
El hecho de tener fotografías bastante frescas de los lugares donde habitan algunas currucas pardas y otros colegas me anima a dialogar con ellos.
Casi lo hablo todo yo porque es gente ensimismada en sus labores y muy callada. Pero hay toma y daca y yo insisto.

La otra semana tuve contacto con tres canoras leonesas, dos de Morales del Arcediano, en  la Maragatería y otra de León capital. En el capítulo de las Calabazas hablé de la pareja maragata y volveré con ella de nuevo otro día.
Y el Mirlo rubio es un pájaro que frecuenta estas páginas y en la entrada de Currucas pardas, con el mismo título, incluí ayer una foto de los lugares por donde saca a Popa, su perra de aguas reencarnada varias veces.
Puse una más, Me meo, en Jotas y fandangos, en Música española. Hoy le dejo otras dos de su pueblo y de esos mismos rincones por donde pasea.

Noviembre 2011

Es una zona de pintadas en el Paseo de la Condesa cerca de San Marcos. En la arboleda paralela inferior más cercana al río Bernesga, sobre el muro que sirve de base y contención a los jardines, es donde abundan porque es lugar más solitario. Sólo anduve unos cincuenta metros y la mayoría son chambonas.
Hay algún grafitti, firmas, que no están mal, pero muy poco color y menos dibujo o pintura.

Con la que está callendo se ven muy pocos mensajes políticos y los que hay son de escaso fuste.

Otro pueblo del que todavía tengo más imágenes que de los anteriores es de Kato Petriés,  Agioi Apostoloi, el pueblo griego de los últimos veranos. Aunque me quedan menos, debo haber colocado ya unas 50.
Como resultó que Giannis Tzakós era de Petriés ahora no sólo puedo ver sus pinturas y fotos, él también podrá ver las que yo saqué de su lugar de origen. La cosa se enriquece.
Entre lo que más aprecio de Grecia está precisamente la potencia de los colores. Que va siempre unida al sol, a menudo al mar y con frecuencia a la sencillez.
Pero no puedo hablar de los colores invernales porque nunca estuve en esa estación.
Como en todas partes supongo que a la par que el sol decaerán algo los colores pero con esa atmósfera transparente que tienen no creo que lo hagan mucho.

El invierno leonés, por el contrario, tiene un color frío parecido al tiempo. El norte y el Bierzo son más verdes y vistosos, pero eso va en gustos porque nadie negará la hemosura de la meseta desolada y su falsa apariencia monocroma.
Volviendo a Grecia, es curioso que encontrara una gran semejanza entre algunos paisajes amarillos, cerealistas, agostados, de Limnos y el paisaje predominante del verano mesetario leonés.
Pero es de cielos de lo que puede presumir León en cuanto a grandiosidad y belleza, en culquier lugar.
Yo, como fotografiando personas, encuentro muy difícil también hacerlas a esos cielos espectaculares que todos hemos visto alguna vez. Me pasa también con el mar, me parece demasiado grande, excesivo, no puedo con él.


La Condesa
León noviembre 2011

El otoño parecía más avanzado en León que en Asturias, en parte debido al frío. Otra vez los colores son quienes denuncian la diferente sintonía meteorológica de un país a otro.
En Asturias, más templada y húmeda, se ven todavía muchos verdes acompañando a los amarillos y menos proporción de pardos y tostados que en León. Aunque en las ciudadades han optado por jardinerías diferentes, la de León menos lujosa pero más atenta a las especies autóctonas. Vimos algunos grupos de abedules totalmente amarillos con sus troncos gris pálido y blanco tan espirituales y bellos como el más lujurioso arce americano.

Y el bosque leonés de secano, y gran parte del catellano, está compuesto en su mayoría por  robles y encinas, con algo de pino. El color de las encinas mantine cierto verdor oscuro de fondo pero el resto son tonos del marrón, del ocre al tabaco y unos cuantos rojos. Poco amarillo ya y menos verde claro, sólo en las alamedas de ribera.
En las vegas de de los ríos, con los chopos, fresnos, olmos..., y la humedad, los colores se avivan.

Lo titulé juguetes y hablo de colores, claro ¡llevo dos meses  sin tocar un pincel!

Ya lo dije, no doy más de mín!.

Salud, Γεία σας.


Barbarómiros.

domingo, 4 de diciembre de 2011

...τη γλωσσα να σας πω


El lenguaje de las flores

... qué lengua hablaros?.
Η γλώσσα της καρδιάς σου, ελληνικά, φοτογραφίες, τη δική σου, φίλε μου,  La lengua de tu corazón, griego, fotografías, la tuya, amigo.

Las epifitas son mis preferidas entre los cactus, aunque no desdeño ninguna especie. Ésta ya es historia, acaba de morir.

¿Qué lenguaje hablamos nosotros?

Recuerdo al loco de Patzianós, en Sfakiá, que me hablaba como un político, como un filósofo y como un poeta y era a la vez los tres, y Giannis, el loco.
Mi griego es muy pobre y entiendo menos. Pero a aquel hombre se lo entendía todo y me dijo cosas que nadie me había dicho con esa vehemencia y esa dureza, y también con tanta verdad.

¡Con toda el alma!.

Πού είναι τα παλικάρια!, ¿Pu ine ta palikaria?!, ¿Dónde están los valientes?, casi gritaba Giannis.

http://www.youtube.com/watch?v=BtS8fsfR0g8&feature=related

Nikos Xyloúris, Valiente en Sfakiá, Παλικαρι στά Σφακιά, Έβαλε ο Θεόσ σημάδι.

Nuestra lengua, el castellano, cuatro palabras asturianas, gallegas, portuguesas, catalanas, andaluzas, italianas, francesas, inglesas, griegas... .
Pero el idioma más profundo es el del cuerpo entero del que quiere entenderse contigo. Por eso es tan importante la presencia en la comunicación... .
Pero  sólo estamos lejos en kilómetros, sobre el mapa.

No desesperes Gianni, a mí me pasa lo mismo!


Γεία σας!

Salud.

Μπαρμπαρώμιρος.

Eustaquio castañero


Las castañas de don Ramón

Desperté porque oí ruido en casa. Me levanté sin vestirme y fui hasta la cocina. Al encender la luz chisporroteó y se apagó. Me dió un escalofrío pese a que después de tantas batallas con muertos ya estoy un poco curado de espantos.
En la cocina no había nadie, pero enseguida ví la cesta con las castañas encima de la mesa. Una noche le había comentado a don Ramón que las de este año no eran buenas y él me había respondido, casi ofendido, que las suyas eran manteca neta, tal cual.

Pero, antes que una invitación a comer castañas, yo sabía que aquella cesta era el recordatorio de nuestra cita de esa noche, la de san Eustaquio. Era justamentela media noite. Saturnino ya me estaría esperando en Xufre.
Cuando entré en la habitación para vestirme no la reconocí y me puse a oscuras la ropa que topé a mano. Cogí un chaquetón para protegerme del frío y la humedad de la ría.

La calle estaba a oscuras, como si se hubiera ido la luz en todo el pueblo cuando se fundió la bombilla. Me quedé parado en la acera sin saber dónde estaba ni hacia dónde tirar. No me sonaba nada de lo poco que podía ver y tampoco oía las olas ni olía el mar. En ese momento de indecisión alguien me cogió del brazo. Pegué un bote de dos metros.

¡Son eu, carallo!, oí que bramaba don Ramón. ¿A quién teme, o es que está sensible?, dijo con recochineo.
¡Joder, don Ramón, usted me quiere matar!, le iba diciendo mientras me acercaba.
A eso vamos, contestó con cierto misterio, ¡Y module su verecundia, pollo!.
Es que la noche pasada Saturno, hoy el amo, parecen confabulados, ¿no pueden presentarse de manera más?..., no me salía la palabra...
¿Educada le parece correcto?
Menos brusca.
Lo siento, joven, pero nosotros no nos regimos por esas convenciones del burgués. Actuamos con entera libertad, ya alcanzamos la gloria y la edad de jubilación, estamos amparados por santa Brígida  de Suecia, patrona de Europa, mística y visionaria que, a pesar de su nombre, era muy liberal, y estuvo en Compostela antes que en Roma. Y ahora ¡en marcha!, que nos espera en Xufre Saturnino y en Vilanova un pulpo a feira que estará de muerte. Y salió como un Sputnik tirando de mín.

Enseguida chegamos a Xufre y al entorno del pino que mira a Pobra. Había una luna menguante fría entre los girones de nubes sucias que pasaban rápidas y la ocultaban a ratos. Los cuernos apuntaban a las bateas de mejillones y a las luces de Castro hacia donde enfilaríamos en breve.

Satur nos había visto y estaba aflojando los amarres del bote. Sujetaba un cabo. Supuse que esperando ya a que embarcáramos.
Valle se paró debajo del pino mirando hacia a Pobra do Caramiñal. El criado lo obsevaba sin decir palabra. Yo intenté soltarme del brazo del anciano con discreción, sin brusquedades. Pero no hubo manera, tenía el mío bien amarrado.
Estuvimos unos minutos inmóviles y en silencio hasta que vi al de la barca hacer un gesto de impaciencia.
Con suavidad lo llamé, ¡Don Ramón!, pero el de Vilanova estaba ido. Había echado hacia atrás el sombrero de copa de esa noche que doblaba en altura el tamaño de su cabeza y parecía, con la barba prolongándose hasta la bragueta, un derviche giróvago con lentes.

¡Tejerina!, gritó con voz tonante Saturno.

Don Ramón se estremeció y contestó con el mismo vozarrón, ¡¿Quién vive?!.
Al despertar tan abruptamente del trance se le calló el sombrero y me agaché a recogérselo. Me tenía intrigado el truco del actor para hacer salir del pasmo a su amigo.
¿Quién es ése Tejerina?, le pregunté al esperpento aparentando inocencia. Pero me dió la callada por respuesta. No me permite ni la más pequeña indiscreción el viejo zorro.

Subimos al bote.

La caldera del pulpo

¡Avante raudo, Saturnino, que el pulpo tiene 8 patas y no espera por nadie!, gritó Valle, de pie en la proa del bote, señalando las luces de a Pobra con el brazo y el índice extendido como Colón en Barcelona.

Sin embargo el criado no parecía tener mucha prisa en realidad y por su actitud temí otra navegación accidentada sin destino final, como la del primer intento de chegar a Vilanova que no cuajó y terminó a una milla escasa del pueblo, yo febril y tosiendo.
Pero me equivocaba, nada más salir del entorno de las bateas viró dirigiéndose al este sin llegar al centro de la ría, remando más cerca de la costa con la misma energía que la otra vez.

Don Ramón lo alentaba desde la proa con voces del tipo, ¡Rema diablo, que la Estigia es angosta!, o ¡Ábrete infierno que chega el señor de Valle! o, ¡Raja la ola, maldito, que nos alcanza la turquesa!.
Estábamos ya a tiro de piedra de Vilonova, aunque sólo adivinábamos las casas, porque no había luz, como en la Illa. Se veían luces a babor por la banda de a Pobra y a estribor un pequeño resplandor hacia Cambados.

El manco parecía más excitado a cada momento. Braceaba con el muñón y con el bastón en la mano buena, en plan Tizona, lanzaba mandobles a las olas que nos entraban un poco de través y le salpicaban la capa.
Chillaba como un condenado, ¡Perras, qué numen pérfido dirige vuestra saña!, ¡Traidoras atacad de frente!, e intentó hendir una ola. Estuvo a punto de caer y el sombrero bailó en su cabeza un momento.
El pequeño bote cabeceó y yo me vi en el agua.
¡Don Ramón!, lo llamé intentando aplacarlo. Pero estaba fuera de sí y ya no recibía.
Le pregunté a Satur quién era ese Tejerina que tanto impresionaba al gallego.
Su mujer.
¿Qué pasa, manda mucho?
Manda, contestó el barquero escuetamente.

Valle seguía con su esgrima sin que el criado interviniera y entrando ya en aguas de Vilanova se quitó el sombrero y empezó a recitar con voz grave y resonante,

El mundo atravesé como un Atlante,
cargado con los odres del pecado,
y con la vida puesta en cada instante,
hice rodar la vida como un dado. 

Y quise despertar las negras aves
que duermen en el fondo del abismo,
y sobre el mar, en zozobrantes naves,
ser bello como un rojo cataclismo.

Saturno arrimó la barca a un neumático que colgaba del muro de un muelle de juguete con una escalera que subía desde las rocas. Don Ramón saltó ligero a tierra con un cabo y lo aseguró a una argolla, Satur hizo lo propio y dejaron el bote amarrado. Al bajar yo el actor me hizo un guiño cómplice.
Salimos a Vilanova y me dejé guiar por los dos hombres.

Chegamos rápidamente a casa de Valle Inclán que yo ya conocía... ¿en vida, despierto?. Dejémoslo así.
Tenía interés en saber si el pulpo había sido cocido por Tejerina y no me despegué de don Ramón. Saturno se dirigió a una dependencia de la casa que más tarde supe que era la bodega. Dejamos los abrigos en un pequeño vestidor y nos sentamos en dos sillones orejeros frente a una chimenea encendida. La casa estaba templada y olía agradablemente a leña de carballo. Valle había encendido una lamparilla y reinaba en la habitación una penumbra propicia para las confidencias.

¿Quién cocina el pulpo?, pregunté rompiendo el silencio que habíamos mantenido desde que entramos en la casa.
El pulpo ya se coció, dijo mientras se acercaba al hogar para echar un madero. Así que suba Saturnino  despachamos el condumio. ¡La brisa de la mar y el olor a salitre despiertan mi apetito!, añadió muy animado mirándome por encima de los quevedos con ojos pícaros.

Como tenía por costumbre no contestó a la pregunta, hizo un quiebro y me toreó. Se las sabe todas el amigo. Por discreción no insistí, sabía además que la segunda respuesta podía ser muy bien una bufonada o, peor aún, un rapapolvo.
Al poco entró Saturno con unas botellas de vino y pasó de largo a un comedor que se abría al fondo del salón.
Valle se levantó de golpe diciendo, ¡Al negocio, pollo!
Entramos en el comedor, provisto también de su crepitante chimenea. El criado había encendido un quinqué y recordé el de la luz bisunta del cuchitril de Benedicto en la isla. Pero éste se veía impoluto con su cortina blanca, puntilla con delicada filigrana de hilo.

La mesa estaba servida. Habían puesto tres platos de pulpo a feira y en el centro dos fuentes de barro, una con pulpo y otra con cachelos, por si repetíamos, que lo hicimos. Y una cestilla con pan de hogaza.
En el hogar de la chimenea sobre unas trevedes, a un lado, estaba la caldera de cobre en la que se había cocido el pulpo.

No sé cuánto comimos y más bebimos. Satur estuvo solícito haciendo de mayordomo e incluso escanciando el vino como un señor. Debió abrir cinco o seis botellas de Albariño que, en aquella atmósfera caldeada, se mantuvo fresco toda la noche metido en una cubitera que era el tronco de cono de una pequeña cubeta de roble cortada por la mitad.
A los postres, que también los hubo, Saturno sacó una tarta de Santiago de la que casi dimos cuenta por completo y sobre todo Valle que comía como un rapaz.

¿Non teñes outra cousa?, preguntó el manco.
Teño zuequiños de san Benitiño de Leire.
¡Eso son confituras monjiles, Saturnino! ¡Te tengo dicho que no des más beneficio a la corte celestial ni a la clerecía, que sólo aprovecha a los carcundas de la Gran Ecúmene Vaticana, carcamales de la más docta veteranía en conjuras, trapisondas y cabildeos! Y añadió con solemnidad, Ya vislumbro la curva mole de la cúpula romana, negra, apologética y dogmática, sobre el ocaso de sangre. ¡La curia es la peor ralea! ¡Quita eso de mi vista!, ordenó con energía.

Satur cogió un zuequiño y retiró la bandeja.

En su lugar puso sobre la mesa una fuente honda de barro, que estuvo al amor del fuego, donde humeaba el orujo de una queimada con las frutas doradas nadando en el aguardente.

San Eustaquio Castañeiro

Entre las brasas de la chimenea don Ramón había echado unas castañas que rajó previamente con una navaja de a tercia que no sé de dónde sacó y a la que llamaba su escarbadientes. Medía por lo menos 25 centímetros.
Castaña a castaña el orujo fue menguando y a mí me entró un soporín que de buena gana me hubiera ido a la piltra.

¡No se me duerma, carallo!, rugió Valle casi en mi oído, porque veía como se me cerraban los ojos.
¡Todavía le reservo alguna sorpresa, aguarde!. Se levantó como una liebre y salió.
Saturno, que había dejado ya las labores de camarero y se había sentado, se levantó también y arreó detrás del manco, pero en la puerta se volvió y me dijo tocándose la chepa, Recuerde lo que le comenté, y sobre todo que no salga de casa esta noche, mañana ya veremos. Y desapareció.

Debí de dormirme sobre la mesa.

Zelifes fueños.

A. Tufao.