sábado, 7 de enero de 2012

Θα σαλτάρο, Al asalto


Oviedo

Un poco de música del otro extremo del Mediterráneo, tan puteado o más que éste, antes y ahora. La traducción del título griego es un tanto libre. La mi morena me acaba de recordar el otro significado, muy interesante, de Za saltaro: Volverse loco.


Θα σαλτάρω, Γιώργος Κατσαρος, Katsarós (1888-1997).

Μιχάλης Γενιτσάρις, Genitsaris (1917-2005). 


Los saltadores, otro título de la canción, asaltantes diríamos, eran grupos de ciudadanos organizados, resistentes a la ocupación alemana durante la 2ª Guerra Mundial, que asaltaban los camiones de suministro del ejército germano, no tanto por patriotismo como por necesidad. Sobrevivir en la Grecia ocupada fue la preocupación fundamental de una población que perdió en esos años medio millón de un total de 8 millones de habitantes, sólo de hambre. 

Los procedimientos para hacerse con la mercancía, gasolina sobre todo, pero también alimentos, iban del audaz golpe de mano a las argucias más ingeniosas que planeaban los saltadores, salteadores les llamaríamos en otra clave hispana. En realidad valientes que se jugaban la vida, porque el castigo de los nazis era el fusilamiento de los que caían, niños incluídos, o represalias indiscriminadas contra la población civil que era quien participaba en los asaltos.

He puesto las dos versiones ya que no tengo claro todavía quién es el verdadero autor. Desde luego Katsarós era más viejo, le sacaba 29 años a Genitsáris que en 1940 tenía 23, algo joven me parece para esta canción en un rebetis. Katsarós andaba entonces por los 52, una edad que creo más ajustada.
Sin embargo en muchos lugares figura Genitsáris y yo no lo desmentiré. Por supuesto su mayor juventud no lo invalidaría como autor, no es un argumento definitivo.
La versión del viejo parece también más antigua y eso que tocaba una guitarra, más grave y templada, caso extraño en el rebétiko, donde lo frecuente es el baglamá, esa especie de guitarra pequeñina con tres pares de cuerdas que tiene un sonido primitivo, agudo y escacharrado.

A mí me gustan las dos pero siento debilidad por los Barbas, los abueletes, y Katsarós murió jovencín, sólo vivió 109 años. ¡Parece que el costo de agosto nun ye tan malo pues los rebetes, si no se daban a los opiáceos, eran longevos! El propio Genitsaris murió con 88.

Salud, Υγεία!

Ραμιρο.
Ramiro.

Beso picassiano


Beso picassiano, 1991
Pintura en polvo sobre cartulina
Ramiro Rodríguez Prada

Salud y muchos besos.

Ramiro.

viernes, 6 de enero de 2012

Epifanía y fin de fiesta


Triagrama funerario para don Ramón

¡No quiero a mi lado ni cura discreto, ni fraile humilde, ni jesuíta sabiondo!.

Se lo estaba diciendo don Ramón María del Valle-Inclán a Saturno, sentado y erguido, sin joroba ni difraz del conde de Romanones. El actor callaba arañando la superficie de la mesa de la bodega con la uña. Tenían sendos vasos delante pero no había jarra ni botella

¿Dónde la verde quiebra de la altura
con rebaños y músicos pastores?
¿Dónde gozar de la visión tan pura

que hace hemanas las almas y las flores?
¿Dónde cavar en paz la sepultura
y hacer místico pan con mis dolores?

Recitaba don Ramón sin énfasis, solemne y grave, como nunca lo oyera. Me quedé paralizado en el recodo de la escalera, escuchando. No quería romper aquella magia.


¡Todo hacia la muerte avanza
de concierto,
toda la vida es mudanza
hasta ser muerto!

¡Mi existir se cambia y muda
todo entero,
como árbol que se desnuda
en el enero! 

Recordé que estábamos en enero, en la noche del 5, víspera de Reyes y que me había ido a la cama pronto agotado de tanto trajín cabalgatero, juguetero, cocinero y turronero. Vine a parar a la escalera del bodegón del manco de Vilanova sin saber cómo.
Los dos hombres bebieron, pero enseguida Valle volvió a declamar.

Tuve conciencia. Ví la sombra mía
negra, sobre el camino de la muerte
y vi tu sombra blanca que decía
su oración a los tigres de mi suerte. 

Resultaba dramática la escena y triste en aquel escenario subterráneo lleno de trastos inútiles, inservibles como los dos zombis geniales, porque sentía ya tanta ternura por el otrora jorobeta como por el buen manco. Decidí bajar y tratar de animarlos. Valle se había sentado y apoyaba la barbilla en el bastón de la curuxa, Satur no había cambiado de postura y seguía rascando en la madera.

¡Buenas noches, señores!, canté muy rumboso.

Nadie se movió ni me contestó pero de pronto don Ramón se giró y poniéndose en pie me apuntó con el bastón. Quedé tieso sin mover un pelo. Y dice, como si no me viera, mirando hacia la escalera,

¡No tuve miedo, fui turbulento,
miré en las simas como en la luz!

Me dió un repeluzno cuando habló de simas. Sólo se me ocurrió decir otra vez Buenas Noches, pero con el mismo resultado. Valle retrocedió hacia el centro de la bodega y se volvió encarando una cuba vacía. Saturno sólo arañaba en la mesa y seguía callado.
El manco, más esperpéntico que al principio, blandía el bastón frente a la boca abierta de la cuba, amenazándola con una estocada. Pero volvieron a beber y empezó a recitar de nuevo. 

¡Cubista, futurista y estridente
por el caos febril de la modorra
vuela la sensación, que al fin se borra,
verde mosca, zumbándome en la frente!

A las dos en punto de la tarde

Empecé a sentir un frío mortal. Me miré pensando que tal vez iba desnudo como aquella otra noche en la que no sabía dónde estaba, ¿qué noche?, ¡qué importa, una cualquiera! La primera vez que había estado allí. Bebieron otro trago.

¿No hace mucho frío esta noche en la bodega?, pregunté acercándome un poco a Saturno y dirigiéndome a él. Pero seguía imperturbable rascando la madera, como si no me viera ni me oyera.
Me empezaron a castañetear los dientes no sólo por el frío sino por la sensación de miedo que me iba ganando.
Algo en mí decía, Sólo es un sueño, pero no lograba tranquilizarme. Bebieron por cuarta o quinta vez y yo pensé que el vino de aquellos vasos no se acababa nunca.
Ví a don Ramón parado frente a la cuba alzando la cabeza al techo como cuando buscaba en la distancia las luces de A Pobra do Caramiñal desde el pino de la Illa de Arousa y se me encendió a mí una: tuve el atrevimiento de alzar la voz para decir, ¡Tejerina!.

¡Nada! Por toda respuesta un silencio más punzante que el frío. Aterrorizado sin saber a ciencia cierta porqué fui reculando poco a poco hacia la escalera. Me giré para subir y salir de allí, pero entonces un grito me detuvo. Don Ramón me apuntaba con el bastón desde el fondo del sótano, en la semioscuridad sólo se le veían brillar los quevedos y relampaguear la blanca barba con el ritmo de los versos.

Soy el negro dueño
de la abracadabra
y trisca en tu sueño
mi pata de cabra.


Salí de allí como alma que lleva el diablo, pensaba, ¿no serán ellos los muertos y yo el fantasma?

Desperté hace un rato sudoroso. Estaba en la cama matrimonial de casa, con mi compañera al lado. En la habitación hacía calor y me levanté. Había quedado encendida la calefacción y fui a la cocina a apagarla.
Sobre la mesa había una botella de Centenario Terry del mejor. No es el lugar donde los Reyes infantiles dejan los regalos, pero sí tal vez los duendes y trasgos amigos del manco genial. Abrí la botella, llené un vaso y lo alcé brindando por él, 

¡Va por usted, don Ramón!

¡Larga vida al brandy proletario!, contestó la voz del galego desde el patio de luces.

Lo estoy bebiendo ahora mientras os lo cuento.

Salud.

Ramiro.

P.D. Pata Negra. Pasa la vida.


Felices sueños.

jueves, 5 de enero de 2012

San Silvestre


Las uvas del amor

Esta vez no hubo despertar del que me acuerde, ni paseo por la isla de Arosa o traslado en barca de remos hasta Vilanova. Estábamos los tres en la bodega del manco, sentados a la mesa con los restos de la cena. Junto a don Ramón había dos platos de cáscaras de quisquillas y otro en el espacio entre Saturno yo.

Quedaban todavía algunos trozos de empanada, una de vieiras y la otra de berberechos y algo de cabrito asado en una fuente. Había botellas vacías de albariño y un tinto en una jarra de barro, del que Satur sacaba de un cubeto muy viejo.
Valle estaba rellenando los vasos antes de terminar la empanada que tenía en la mano y que tuvo que posar. El criado aprovechó para sacar una tarta de avellanas y los zuequiños de San Benitiño que tanto molestaban a su amo. El manco le lanzó una mirada fulminante pero como estaba bebiendo no pudo decir nada.

Saturnino me ofreció un zuequiño y los probé. Era un dulce de almendra con la forma de un zueco gallego, un poco seco y duro pero sabroso. Don Ramón nos miraba mientras finiquitaba la empanada a grandes bocados.

¡Hala!, dice al terminar, ¡Ya le chupásteis el pie al santo, ahora retira de la mesa esa reliquia, Saturnino, que me la contamina!, y añadió torcido, ¡Ni santos ni meapilas, te lo tengo ordenado!
¡Un día es un día, don Ramón!, intervine yo conciliador.
¡Ya saltó el rábula! Usted diga misa donde le plazca, pero este monaguillo es mío, dijo señalando a Satur, Y el libreto del oficio lo escribo yo. ¡Saca las uvas, malvís, que ya son las doce!, y volvió a dirigirse a su criado, de paso se acercó a la tarta.

En el bodegón de Valle-Inclán
 
Eran por lo menos las dos de la mañana pero al arosano no parecía importarle la hora. Acabó el pedazo de tarta que estaba comiendo. Como no había reloj se le ocurrió simularlo.
¡Vamos a dar la hora a tres bandas! Empiezo yo, usted me sigue y el tercero Saturnino. Cada cucharazo en el vaso una campanada, tocamos a cuatro.
Repartimos las uvas sobre la misma mesa y empezó la primera campanada del viejo. Él tenía que soltar la cuchara para coger la uva y cuando a Satur le tocó la tercera ya iba retrasado. Cuando le llegó el turno otra vez se le hizo la picha un lío y metía la cuchara en la boca y daba al vaso con la uva.

¡Un bobengto un bobengto!, farfulló con la cuchara todavía en la boca. Se la sacó mientras nosotros reventábamos...
¡Calma, calma, que me faltan manos, amodiño, carayo!, dice sin atender a las risas.

Debimos echar guapamente cinco minutos para terminar las doce, que fueron lo menos veinte porque apurrimos más uvas y perdimos la cuenta dos o tres veces. Y entonces don Ramón sacó una botella sin desvirgar de Terry, de las viejas.
¡La última remesa del Narizotas, Gran Reserva!, gritó alzando la botella a la altura de sus lentes.

La última de Sidi Ifni


Yo tenía la secreta esperanza de que acabara sacando el chibuquí, aunque no lo había mencionado en toda la noche. El día antes, en "Lo de Segis", el tugurio de Mundo en Canvados, estoy seguro que habían estado fumando antes de llegar nosotros, por el olor. Por eso abrí yo el fuego.

¿Qué pasó la otra noche en Canvados?, creo que me perdí el fin de fiesta.
Así es, amigo mío, se durmió usted sobre la mesa. Creo que son trotes éstos demasiado vivos para sus pulmones, por no mencionar la libiandad de su floja cabeza.¡Qué noite, eh Saturno!? Con decirle que una lechuza me quiso llevar al huerto, ¡vaya morena que trajo el legía, tenía más categoría que el brandy. ¡Qué pedazo hembra, eh Saturnino!?
Era negra retinta, don Ramón, perdone usted, no morena.
¡¡Qué sabes tú de razas, manguán, si no tienes claro ni tu origen!!, contestó el viejo con furia.  ¡Era mulata y se terminó el cuento!

Acabamos la primera copa e iba a servir la siguiente cuando levantándose de golpe dice, ¡Ya tenía que estar aquí ese Narizotas del demonio, espero que no olvidara mi encargo!, y nos miraba de hito en hito con cara de picardía, y siguió, Vamos a recibirlo como se merece, con unas cargas de su propia mercancía, por cierto, ¡pura gloria moruna!. Voy a por el chibuquí y el material, serán dos minutos, no me chuleéis el brandy que os conozco.

Cuando hubo desaparecido escaleras arriba le pregunté a Saturno por todo este lío y en un momento me puso al tanto, pero no sabía nada del encargo de don Ramón al legionario. La otra noche le habían arrimado una putita que intentaba hacerle arrumacos mientras en la pista del puticlub sonaba Jane Birkin. Pero Valle había fumado haschís con los dos fulanos y últimamente, decía Satur, se duerme cuando fuma. Sabía que el Narizotas le había traído más coñac y un chocolate mejor que la mierda de la última vez, pero dudaba que en Noche Vieja y a estas horas fuera a venir.

No habíamos ni pensado en servirnos otra copa cuando ya lo oímos descender las escaleras voceando ¡Quietas las manos hasta que yo llegue que el brandy quema, petardos!
Llegaba casi abajo cuando sentímos golpear la puerta con violencia. ¡Tejerina!, dijeron a un tiempo Saturno y el viejo. Pero una voz de hombre casi rugió, ¡Don Ramón, el sargento de la Guardia Civil de Canvados pregunta por usted!
El viejo nos miró y con movimientos ágiles escondió el chibuquí, que pude ver por fin fugazmente, y una taleguilla de cuero detrás de unas cajas, mientras contestaba a su vez, ¡Un momento que se está cociendo! Y nos guiñó.
Saturno arreó detrás de Valle y me dijo al pasar que no me moviera de allí. No lo pensaba hacer por varios motivos, entre otros porque había reconocido la voz del criado de la mujer del manco, aquel que raseaba con el cayado o cachiporra en plan amenazante la noche de los Santos Inocentes, el que me había cacheado, y ni él ni el guardia me traían buenos recuerdos, por más que el sargento me abriera el calabozo.

La torería del arousano

Al principio estuve un poco acojonado temiendo cualquier complicación que diera con mis huesos de nuevo en el cepo. Miré la botella de coñac casi entera y no lo pensé dos veces, me serví un trago más bien largo.
Más animado después de un par de sorbos también abundantes estuve reconociendo la bodega, más trastero que otra cosa.
Me llamaron la atención varias curiosidades que el viejo había reunido allí, muchas relacionadas con el mundo del toro y la bebida. Botellas de coñac y anís con motivos flamencos y taurinos, guitarras, castañuelas, toros, toreros y manolas. El más curioso y del que no me pude traer una imagen era un cuerno de enormes dimensiones, tal vez de un buey o un toro muy grande. Estaba labrado por fuera con la imagen de un tamborilero gallego con traje tradicional y todo, y un gran letrero que recorría la longitud del cuerno describiendo su conocida espiral, que decía "Recuerdo de Galicia". Pero lo más curioso es que era también una bota. Como tenía líquido probé pero resultó ser un vinagrón que tuve que escupir.

Me serví otro copazo de la botella que aún no estaba mediada, pues era de las antiguas de litro, y me senté. Pasó todavía un rato porque volví a llenar la copa antes de que se presentara Saturnino.

LLegó con un sigilo que ya me puso en guardia y encima venía pidiendo silencio. Pero lo que me contó en susurros era un peliculón para gritar.

La Guardia Civil había hecho una redada esa noche en "Lo de Segis" por una denuncia anónima que recibieron sobre la presencia de menores ejerciendo la prostitución. ¡Vaya noche para redadas!, había comentado al parecer el manco. Encontraron efectivamente a tres chicas indocumentadas muy jóvenes, junto a otras también sin papeles, además de una cantidad sin determinar de cocaína, heroína y haschís. Se llevaron a las chicas, a Mundo, a la Olvido, al legía y a otro colega que anda con él en el negocio.  El Narizotas le fue diciendo al sargento camino del cuartel que las niñas eran un encargo de don Ramón. ¡Qué hijoputa!, decía Satur.
¿Pero es eso verdad?
¡Cómo va a ser verdad si el hombre no puede con el alma, cuando come, como hoy, come bien, pero muchos días no come, no comemos! ¡Y tampoco son sus bromas de ese género, nunca lo fueron! Es un caballero, un loco genial, no un pederasta, pongo mi vida, o lo que sea..., y se paró a pensar..., ¡Me juego la chepa del Conde de Romanones!, esos dos son muy mala hierba. El sargento quería advertir al viejo por si se ve comprometido. ¡La que está que trina es Tejerina! Me manda decirle don Ramón que no salga de aquí hasta que todo haya quedado tranquilo. Ya lo avisaremos. ¡Ah, y que no abuse del brandy!

Se echó una buena copa, brindó conmigo y se la entrepechó de un tiento. No parecía ni la mitad de afectado que yo aunque no había bebido menos. Subió las escaleras corriendo.

Cuando me quedé solo no tardé en caer sobre la mesa, inconciente más que dormido. Todavía quedaba un buen culo en la botella. Todo el rato tuve que lidiar con la tentación de buscar el chibuquí y la bolsita del marrón para probar ambas cosas, pero ni el coñac me daba la suficiente fuerza, pensaba que tal vez era una imprudencia con la Guardia Civil rondando por allí, aunque casi más miedo me daba Tejerina.


Felices sueños.


Pi Mienta Engrano.

miércoles, 4 de enero de 2012

Chi menea


San Justo de la Vega
Diciembre 2011

Esto del chi menea es un juego de palabras de mi hermana, la chimenea el chi menea. Entre las cosas que me tuvieron entretenido el fin de semana largo que pasé en León estaba la evolución de la sombra de una chimenea sobre la pared blanca.

Como estoy muy falto de tiempo y quería escribir todavía antes del fin de semana otro encuentro con don Ramón en la noche de San Silvestre, haré entradas más cortas estos días y me apoyaré en  fotografías.

León, diciembre 2011

Es una diversión barata y un espectáculo contínuo, sólo lo que tiene de reloj de sol me inquieta un poco, el reloj no el sol.
Por la noche caían las heladas típicas de este tiempo, pero por el día lucía el sol en un cielo limpio.
Con ese juguete que es la maquinina que me regalaron pasé los ratos de asueto. Es una pared donde cuelgan algunas plantas y los clavos, soportes de tiestos o las mismas flores van dibujando sombras durante el día en una terraza alta donde el sol rueda marcando el tiempo. Traje una buena colección de ellas que irán apareciendo.

En un par de paseos por el pueblo recogí también imágenes de tapias que me servirán para completar los capítulos que en Arquitectura dediqué a las murias, según dejé prometido.

León, diciembre 2011

Otro de los temas con los que ocupé alguna mañana fueron ventanas y puertas que veremos más adelante.

Ayer tuve la visita de una curruca parda y acabamos la noche bastante perjudicados, entre hermanos, Doobie Brothers, Allman Brothers, Blues Brothers y los Hermanos Brothers.

De los Allman, Blue sky.


De los Hermanos Brothers los Cantares de Antonio Machado.


Salud.

Ramiro.