lunes, 21 de enero de 2013

Los gavros de Diamandís


Diamandís  y la gata de  Spiros
Agii Apostoloi, agosto 2012 

Buenos días. Ésta es otra corta secuencia desde la terraza del bar de Stavrula y Spiros. Ya os hablé de ello.

Diamandís llega al εστιατόριο, estiatorio, restaurante, a primera hora de la mañana y, después de visitar una de las pescaderías del pueblo con barcos propios, regresa al Toyota con un puñado de gavros frescos que han desembarcado en el puerto de madrugada, pescados esa misma noche. Allí recogerá además un recipiente que trae de casa con restos de buena comida. No es que Spiros no alimente bien a los gatos, comen todo lo que quieren y más, pero el detalle diario de Diamandís es tan tierno que bien merece ese título que le colgué de "el amigo de los animales".

En la caja del pickup tiene al perro, que ya conocéis de otra fotografía anterior. Le sigue con el rabo levantado la gata de Spiros, que esperaba por él desde las primeras luces, echada en compañía de los gatines en un jardinillo a la izquierda de la foto, protegiéndose ya de los primeros rayos del sol bajo la sombra de una palmera.

Creo que en otro de los capítulos que dediqué a Lisi y Diamandís ya puse, amén de a Psarandonis, a Mitropanos, un cantante de laiká  (la música civil, digamos) muy querido por los griegos, que murió el pasado año. Sin duda de los cantantes desaparecidos los dos últimos años ha sido el más llorado.

Estoy pensando en Rasoúlis, Papázoglou o Domna Samiou, por ejemplo. A los tres los recordaron durante un tiempo, poniendo sus canciones en la Radio Nacional griega, pero no hay día desde que murió Mitropanos que no pinchen más de uno de sus potentes zebékikos, y ya pasaron meses.

Stratos Dionisiou. Yo el extranjero.   Egó o xenos.


Diamandís  y la gata en la taberna de  Stavrula
Grecia, 2012

Los dos puntos precedentes eran para explicar la elección musical de hoy. Dionisiou es un cantante de similar estilo a Mitropanos, bastante frecuente por otra parte. Son voces de calidad, muy varoniles, graves y poderosas, de la misma escuela que la del gran Kazantzidis, el prototipo por excelencia, y el intérprete del otro tema de hoy. O como la de Angelópoulos, Gavalás y tantos otros.
Aunque ni el estilo ni el repertorio son los más frecuentados por mí, los griegos y en especial el género masculino, los paisanos, se identifican bastante con ellos y yo los entiendo y copulo de cuando en cuando.

Un paisano en el mejor sentido de la palabra es el bueno de Diamandís, pero no sé si estos cantantes están entre sus preferidos, espero no errar demasiado.
En la segunda imagen vemos ya el lugar donde alimentaba a los gatos. Tengo también fotografías de los gatines comiendo los gavros, pero como no paraban un momento salieron todas movidas.

Una vez cumplida su buena obra de la mañana, llegaba la hora de sentarse a tomar el primer café, un helinikó o un frappé, dependiendo de la potencia del sol del día.
Ya parte de la parea tomaba el suyo, por lo general los barbas, los abuelos más viejos, que duermen menos y madrugan más que el resto. Y poco a poco se iban incorporando nuevos contertulios, sentados en las mesas de la terraza con el café y el vaso de agua fría al lado, todas las sillas vueltas mirando al mar.


La gata, con tres rabos, comiendo gavros
Limani Petrión, verano 2012

Y, tras el helinikó, a fumar unos cigarros en falso, chupando esas pipas de agua que echan humo cuando se aspira. Diamantís está intentando dejar el tabaco, pero le cuesta dios y ayuda.

Aún tengo pensado un cuarto capítulo de Gatines con la segunda familia de felinos, de la que subí una foto hace unos días. Es que tengo una del padre y otras dos muy tiernas de la madre con las crías que le prestarán a los gatófilos, César y Txell entre ellos.

Y por fin otra vez un saludo para Lisi, Diamandís, Stavrula, Spiros y familia, y a los conocidos. Y salud a todos.

Στέλιος Καζαντζιδις. Stelios Kazantzidis. Dos patrias.   Δύο πατρίδες.

Ramiro

domingo, 20 de enero de 2013

Γαύρος, Anchoas


Mezé, tapa con tsípouro
Grecia, agosto 2012

Γαύρος


Los gavros, las anchoas son de los pecados más consumidos en Grecia junto con las sardeles, las sardinas. Son buenas las anchoas griegas, tienen una carne más consistente que las que comemos en la parte occidental del Mediterráneo. Al menos esa es mi impresión.

Siempre recuerdo lo que escribió Josep Plá sobre las anchoas que se comían en el Empordà, y todavía este verano vimos en L' Escala una placa que recordaba su amistad con un popular cocinero del pueblo.
También nosotros las hemos comido, catalanas y en Cataluña. Las que más nos gustan son las que meten enteras en salmuera, al estilo clásico de la semiconserva de anchoa típica, enlatada o embotada una vez limpia, por supuesto.

Spiros preparaba así sardinas ya crecidas, como de unos 14-15 centímetros. Las metía enteras en un bidón de plástico lleno de sal marina gruesa, por capas, y las tenía allí tres o cuatro meses, tapadas con un plástico que destapaba de vez en cuando para airear y echarles un vistazo.

Al cabo las sacaba, les quitaba la cabeza y la tripa, separaba los dos lomos, que lavaba y ponía en un baño de aceite de oliva. El bocado de la conserva resultante era grueso, carnoso, de parecida calidad gustativa a la de las mejores anchoas de aquí, pero con la posibilidad de morder, de hincar el diente, de llenar la boca y saciar las papilas con ese sabor fresco, intenso y salado, que en nuestras pequeñas anchoas se queda en un pedete de monja, por así dicir, delicado y tímido.

No discuto la calidad de la anchoa española, francesa o italiana, ni la finura de la del Cantábrico, la de Santoña entre otras, ésa es su principal virtud. Si dije que me parecían más consistentes las griegas es porque todas ellas las he comido y preparado, fritas, con cebolla, al horno y como bocartes, con vinagre, ajo, etc. De esta forma es quizás como más resalta esa superior consistencia de la carne.

Como son peces que compartimos en todo el sur de Europa, todos tenemos distintos modos, muy semejantes entre si, de prepararlas en la cocina, incluidos los aliños.

En Grecia es una de las mecés típicas que acompañan un ouzo, uso, un tsípuro o un tsikudiá, como ya sabéis los tres destilados de uva más bebidos y conocidos del país, del estilo de nuestros aguardientes blancos. Allí es común beberlos con una piedra de hielo, junto con un vaso de agua fría, como se muestra en la primera imagen, que ayuda a suavizar el trago, incluso mezclados con agua, sobre todo el uso, como los turcos el rakí y los franceses el pastís, adquiriendo entonces ese aspecto lechoso tan característico de los anisados.


La gata de Spiros dando cuenta de los gavros de Diamandís
Ayii Apostoloi. Eubea, Grecia, verano 2012

Pensaba que tenía más fotos de gavros, pero después, al repasarlas, vi que las que creía anchoas eran sardinas pequeñas.
Pero volví a recordar a Diamandís, el amigo de los animales, incluidos nosotros, que todas las mañanas llegaba al bar de Spiros con algunas sobras escogidas de casa y se acercaba a la pescadería para echarle también a la gata y a los gatines algo de pescado fresco, el que hubieran traído esa madrugada los pescadores, con frecuencia gavros.

Por eso, viendo que lo que sí tengo es una secuencia de ese pequeño detalle diario del bueno de Diamandís, he pensado dedicarle un segundo capítulo a las anchoas, pero sólo como disculpa para volver a nuestro querido amigo, porque poco más tengo que añadir de los Γαύρος.

Una última cosa, sin embargo. El Panatinaikós es el equipo de la capital, como aquí el Real Madrid. El otro es una especie de Atlético y es el equipo de El Pireo. Allí cerca del puerto tiene su estadio. Hoy es la tercera ciudad de Grecia después de Tesalónica. Aunque esté pegado a Atenas y sea su puerto histórico, siempre se consideró más popular y alejado de lo capitalino. A los seguidores rojillos del famoso Olympiakós se les llama gavros. Será por lo mismo que a los de Gijón les llamamos en la Asturias interior los del culo moyao.  

Mientras vuelvo con Diamandís, saludos a Lisi, a él, a Stavrula y a Spiros, y salud y buen apetito para todos.

Sotiría Belou.  San aplokliros giriso...


Barbarómiros

viernes, 18 de enero de 2013

La curruca versicolor dando pie


La  Versicolor  espurriendo les patuques tras el cocido maragato.
Castrillo de los Polvazares, León 2012.

Muy poco a poco voy ganando terreno en las programaciones, y si la salud y  los problemas técnicos se mantuvieran en este punto, creo que en febrero podría empezar a sentirme menos agobiado por las cuatro o cinco entradas semanales que tenía pensado ir entregando este año.
En la medida en que adelanto un poco el trabajo y no necesito estar pendiente de que tengo que escribir, me encuentro más relajado y me enfrento a lo que siga con otro aire y optimismo, y eso se nota en el resultado final. Y la falta de tiempo es algo que nos condiciona a todos.

Digo también todo esto como una forma de agradecimiento a las currucas, cuyo recuerdo suelo tener muy fresco y de las que no me cuesta casi nada hablar. Además, la cosa biográfica es aquí ligera y de fácil composición, ya que mucho de lo que cuento de ellas o es inventado o está tan disfrazado que no lo reconoce ni la madre que lo parió.
Así puedo improvisar con media docena de datos y cuatro claves personales, la mayoría de uso general que todo el mundo entiende y alguna otra más críptica entre colegas, inocentes antes que malignas.

El Estornino versicolor es el pájaro pardo al que más veo en estos tiempos, a lo largo del pasado año una docena de veces por lo menos, en general fines de semana. Pero también en otros eventos, felices unos, definitivamente tristes otros.
Hemos desayunado, comido y cenado juntos, cocinando él, yo o a medias. Viajamos a León por los Dolores de poesía en los bares donde alternamos con el Mirlo rubio, sin registro podológico del encuentro, y pasamos un fin de semana de la capital a la Maragatería, entre cocidos, no entrecocidos como el sabadiego, que beber bebimos lo justo y necesario. Allí nos entrevistamos también con la Curruca centenalis.

Aquí tuvimos ocasión de compartir manteles con el Esguilatorres juliensis, al que sigo viendo regularmente, aunque perdí la oportunidad de fotografiar sus pinreles reunidos bajo la mesa, ¡me falla la máquina y no acabo de enviarla al técnico! Al ténico, diría el estornino.

El trompetero versicolor es el otro soplador de la cuadrilla curruquil, con el saxofonero blasensis, éste del Arcediano, el que forma con el centenalis el  Dúo los del Huerto.
Pese a que la Escuela de Música de Llanera, en Asturias, no ha podido seguir con los cursos de trompeta y otros, con el chasco correspondiente para profesores y alumnos, por desidia y falta de voluntad política de los responsables municipales, el estornino acude regularmente a ensayar por libre a una nave industrial, en horas de cierre, con sus compadres del grupo de yazz y salsa, ¡eso es afición y mérito!

Los Guajiros del Caribe. La Corredoria Arena 2012. A la trompeta, David Gómez. 
Nací moreno, trumpet extasis.

  
El  Estornino  Caesarensis  a la pata suelta
Oviedo, 1 de enero 2013

El anterior es un concierto al que asistí acompañando al caesarensis, en el que tocó y cantó también con el grupo de jazz, donde además pude ver actuando en directo a dos amigas, puro entusiasmo, Cachito en el de jazz a la travesera y Dulce al saxo y la voz en los dos grupos.
La grabación, que agradecemos, es otra vez una gentileza de Admiradora 33jc, de quien me dio referencias el batería del grupo y cuyos vídeos aproveché en los capítulos dedicados a la Escuela de Llanera.

La segunda imagen del pinrel es de nuestro último encuentro. Pasamos juntos la noche de fin de año y el estornino fue el cocinero esta vez.
Si bien lleva años viviendo con los del culo moyao de Xixón, había traído de León una cecina de chivo en adobo que coció con horas por delante y que acompañó de unos chorizos, también de chivo, y unas patatas. Es un plato típico de la cocina popular leonesa que yo no recordaba, aunque mi madre dice que ella también lo hacía en casa cuando éramos pequeños, porque era un plato habitual del Bierzo, al que podía acompañar amén de las patacas el repollo, como en el caso del botillo.

Pese a la dureza de la cecina de chivo, la carne estaba tiernina como la espuma, con un montón de gelatina que quedó en la pota y con la que hicimos sopa de fideos tres día seguidos.
Nos contaba la canora cómo un pocillo de este caldo era una tapa común en muchos bares de León capital. Allí nos conocimos y allí convivimos tres años, y sin embargo tampoco recordaba por esa vía este plato tan contundente del invierno leonino. ¡No hay quién entienda la memoria!

Tendré ocasión de hablar con frecuencia de esta curruca porque seguimos en estrecho contacto, ¡bueno, tampoco así de estrecho, caramba!...
Y me voy con otro de los temas de, para mí, aquel memorable concierto.

Muchos besos a todos, currucas y animalicos en general

Los Guajiros del Caribe. La Corredoria Arena 2012.  Mambo influenciado.

Cannavina Carduélis, pardilla común, rebétissa, psilicosa.


P.D. Recordando la Cabrera de Nuno:

http://nunogarciaaparicio.blogspot.com.es/?view=classic


¡Salud!


miércoles, 16 de enero de 2013

Gatines -3


El padre de Misko, Tusko y Jorgito


Leopoldo


Mi abuela tenía un gato que se llamaba Leopoldo. Lo del nombre debió ser otra de sus fantasías, eran trucos para impresionar a los niños, a los que nos tenía siempre sobre ascuas con su imaginación chispeante. Decía que el gato era austriaco, que había sido el regalo de un ingeniero alemán que estuvo una temporada en el pueblo instalando algún tipo de maquinaria en la mina donde trabajaba mi abuelo. San Leopoldo parece que era el patrono de Austria.

Fuera o no austriaco, lo cierto es que el gato no se parecía a ninguno de los del pueblo. Los había de todos los colores comunes a la familia felina: blancos, negros, a rayas, rojizos, canela, anaranjados, tostados, marrones, más o menos amarillos..., con las variantes y combinaciones derivadas de los múltiples cruces entre ellos.

Poldo, a quien, celoso de su sonoro nombre, no le gustaba que usáramos esa abreviatura y no atendía cuando lo llamábamos así, era blanco integral, pero con unas formas, unas características morfológicas que no se correspondían con los prototipos dominantes. Los gatos orientales apenas eran conocidos entonces aquí, y menos en los pueblos, sus ojos rasgados, su cara ancha, son muy diferentes a la cara redonda y pequeña y los ojos grandes de las razas autóctonas.

Y el tamaño de Leopoldo tampoco era el habitual, pues era un señor gatazo, demasiado grande para entrar por las gateras que se practicaban entonces en las puertas de las casas para que los mininos pudieran entrar y salir libremente, un privilegio exclusivo suyo, que no necesitaban ni llave para abandonar o acceder a las viviendas, como sus dueños humanos.  

Pero el carácter era lo que más lo distanciaba del resto de gatos que habíamos conocido en nuestras todavía cortas vidas de críos.
Estábamos acostumbrados a gatos que maullaban, que andaban enredándose en las piernas de los miembros de la familia, siempre cercanos y mimosos, bonachones hasta dormirse en el regazo más cálido, como niños, echados sobre un cojín o una silla o, por el contrario, esquivos y desconfiados, huraños e incapaces de hacer o recibir una caricia, nerviosos y hasta agresivos.


La otra preciosa familia gatuna de Ayii Apostoloi
Eubea, Grecia, verano 2012

A Leopoldo nunca lo oímos miagar, era un Félix estoico que no abría la boca salvo para comer y relamerse. Se echaba siempre lejos de la gente, no frecuentaba a otros ejemplares de su especie, solitario y serio, más rondador que casero, despreció la estrecha gatera desde pequeño y sólo entraba en casa por la puerta, como un señor. Y lo hacía levantando el rabo de bandera, como si se dispusiera a tomar posesión de la alcoba más importante de su palacio. Tenía algo de aristocrático, aunque no era sibarita y comía de todo.

Pacífico y tranquilo en general, incluso dormilón, nunca lo vimos darle la espalda, escapando, a un perro que se acercara amenazador. Se ponía de pie despacio, abría la boca enseñando la afilada dentadura sin emitir un sonido, encarando al chucho, y erizaba el pelo de una manera extraordinaria, que no he vuelto a ver en otro gato, ni siquiera los de pelo más largo que el suyo. Parecía doblar su tamaño, ¡y la cara daba miedo!. Ni los perros grandes se atrevían a acercársele más de un metro. Cuando se iban volvía otra vez a su modorra habitual, tan tranquilo.

Sin embargo estaba podre de mataduras y cicatrices. Y es que también debía de ser un don Juan, el tío. Muchas noches, especialmente las de luna, desaparecía del corredor donde solía dormir y lo veíamos por la mañana agotado y lleno de rasguños, cortaduras y arañazos.
Mi abuela decía que era un pendenciero y andaba a gatas pardas, peleándose con otros atorrantes del pueblo, aunque nosotros no debíamos de entender muy bien aquello. Pero, por su tamaño y porque era el gato de la abuela, nos gustaba pensar que seguro que también salía airoso de aquellas broncas y lances amorosos nocturnos con los de su especie.

Debió tener muchos hijos, como el santo austriaco homónimo, porque en poco tiempo aumentó significativamente el número de gatos en el pueblo, más o menos blancos y con los ojos rasgados.


Atenas, julio 2012

Mi abuela nunca nos desveló la procedencia real de Poldo y, cuando siendo ya mayores le preguntábamos por el austriaco, contestaba que no lo recordaba muy bien, que había tenido muchos gatos y de varias nacionalidades, pero que un ingeniero alemán sí había estado una temporada en el pueblo y se había hospedado en su casa, que pertenecía a la empresa minera donde mi abuelo trabajaba. Y luego esbozaba una sonrisa pícara y sabia. Nosotros rabiábamos. ¡Genio y figura!

Ramiro Rodríguez Prada


John Boutté & The Yockamo All Stars.  Mardi Gras Mambo.


Salud y buen día.

martes, 15 de enero de 2013

Gatines -2


Jorge  y su mirada de aguamarina

Jorge

A Jorge podemos considerarlo el mediano de los tres hermanos, por carácter está entre el melancólico Misko y el hiperactivo Tusko, y por tamaño también ocupa el centro, aunque apuesto a que entre uno y otro no hay más de 30 gramos de diferencia. Distinguirlos cuando andan enredados es tarea de especialista. De hecho los nombres se los puse yo para poder diferenciarlos.
Me guío por otros pequeños detalles, los ojos de Misko son de un azul más intenso, Tusko luce una pequeña mancha negra en la cabeza, detrás de la oreja, que heredó de su madre, Jorge una peca en la mejilla...

Jorgito tiene sus  momentos contemplativos y sus ratos, la mayoría, de marcha desenfrenada en compañía, detrás o delante de sus hermanos, en particular de Tusko. Las persecuciones, marrullerías, revolcones y pillerías, son continuas. Tienen unas uñas y unos dientes pequeñines que afeitan, afilados como puntas de un cristal, no muerden ni arañan en serio, pero ya ensayan sus pinitos de felinos.

Todos ellos curiosos y siempre abiertos a la novedad y al asombro, como los niños que son en realidad.
Cuando cansan de jugar y correr, andan a la caza de cucarachas, arañas, hormigas, moscones que se posan en las flores de las jardineras..., y en este terreno Jorge es el más aventurado y concienzudo, no deja rincón sin explorar, ya que no es tímido como Misko ni tan alocado como Tusko.

Sólo el momento de la comida los reúne a los tres. Cada uno tiene o se ha ganado su pezón favorito en los senos de su madre, que los amamanta varias veces al día y no les quita ojo de encima mientras corretean por los aledaños de la terraza de la taberna.

Ta Zouzounia.  To gataki.


Jorge  y  Tusko  tras la batalla

Tusko

Tusko es el gallu la quintana, como es el fuerte abusa un poco, sin embargo es debido más al tamaño que a su maldad, lo que pasa es que parece un torollón cuando se echa sobre sus hermanos a lo loco. Pero después es un gatín feliz al que, cuando no tiene a quien perseguir, le dan arrebatos de alegría y salta en el aire como un atleta, no se sabe si para atrapar alguna mosca o por puro juego y disfrute repentino.

Es un tarambana, desde luego, por eso es también el que se mete en los mayores fregaos, pero no tanto porque suela ir el primero como porque va ciego y sin cálculo, a diferencia de sus compinches, algo más tenidos.
Tal vez sea el más parecido a su padre, un gato blanco de buen tamaño que andaba también de paseo por la playa, un poco modorro siempre, nada que ver con la gata, su pareja, lista, pequeña, pero una fiera.

Jorge inspecciona  el interior de un caldero, alzado de patas apoyándose en el borde, mientras Misko lo observa de cerca olisqueando, sin decidirse a mirar todavía por el borde del cubo. Pero llega corriendo Tusko, apartando a todo el mundo y, con el mismo impulso, se asoma al caldero ¡y cae dentro de cabeza!. Como el cubo es muy estrecho y tiene algunas cosas dentro se queda allí clavado con les patuques arriba, moviéndolas sin poder salir, mientras los hermanos miran a Spiros, que tiene que levantarse e intervenir para sacar al alocado pilluelo del atolladero.

En otra ocasión quedará atrapado en una nasa para langostas por fisgar más allá de lo razonable, se liará en las redes tratando de cazar el dedo gordo del pie de Spiros, o de saltar por sorpresa sobre alguno de los otros peines, al otro lado de la malla.

Letra, Yiannis Tsatsópoulos; Música, Socratis Málamas.
Voz, Melina Kaná.  Na valo ta metajota.
 

Tusko  estudiando el pulgar de  Spiros
Ayi Apostoi, agosto 2012

Hablé del padre de los gatines y creo que hay también una foto de él, estaría bien traerlo aquí para que conozcáis al completo lo que queda de esa banda familiar, pues no sé el destino de los otros dos gatines. Esto me obligaría a un tercer capítulo.
Lo pensaré porque tengo alguna imagen de otra familia de gatos del pueblo, de colores menos llamativos que este blanco algodón, pero preciosa también, y a la que no pude fotografiar a mis anchas como a ésta. Los gatines tienen la misma ternura de cualquier chiquillo en el regazo de su madre, sean del color que sean.

En principio pensaba inventarme alguna historia para rellenar estos huecos, pero viendo las fotos de los protagonistas me decidí por describirlos tal cual, sin fabular, porque más que grandes aventuras lo que nos procuraron durante un mes, a Spiros, a mí y a todos los paisanos de la parea del bar, o a los niños que pasaban delante del restaurante, fue una diversión inocente y continua, sonrisas complacientes de los abueletes, como en presencia de sus propios nietos, la mayor fuente de alegría para ellos.

Γιώργος  Ζαμπέτας.  Η γατα.  La gata.

Υγεία, Salud! 

Barbarómiros