jueves, 8 de agosto de 2013

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Oviedo, 2012.



Salí a tirar la basura



y cerca de los cubos estaba mi amigo, el hombre que pasea al perro. Nos dimos un abrazo nada más vernos. No hemos intercambiado información sobre nuestras vidas, somos prácticamente dos desconocidos, pero coincidimos muchas veces en la calle, él sacando al perro y yo tirando las bolsas, y hasta hemos fumado, reído y llorado juntos, sentados en las escaleras de acceso a la finca. Hay entre nosotros una complicidad silenciosa, emotiva, que no pide más. Le sugerí echar un cigarro, aceptó encantado y nos sentamos en un escalón. El perro ya me conoce, y también mi relación con su amo, así que se sentó a nuestros pies, resoplando resignado y mirando para otro lado. Acabamos el pito y nos despedimos casi sin palabras, con otro abrazo. El chucho nos miraba confundido, ¿No va a pasar nada más hoy?... . Entré en casa muy reconfortado, riendo y sintiéndome un poco menos solo.



Graham Parker.  Children and dogs.




Salud y felices pesadillas


ra

miércoles, 7 de agosto de 2013

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Asturias, 2012.


Salí a tirar la basura,



los cubos ya estaban apilados lo que indicaba que había vuelto a pasar el camión, así que me encaminé hacia el famoso punto limpio que tanto me desagrada. Pero hacía calor y pensé que refrescaría con el paseo. Llegue sin contratiempos y vi con incredulidad que el Ayuntamiento había colocado una bombilla sobre el lugar. ¡Ya era hora!, me dije. No era de mucho voltaje, pero por lo menos permitía ver los colores y las bocas de los contenedores. Me disponía a depositar mis bolsas, cuando me percaté de que se me habían olvidado. ¡Bueno!, pensé, ¡Ya que estoy aquí y tengo luz, exploraré un poco! De alguna manera rememoraba mis años de estudiante, cuando controlábamos las basuras por si encontrábamos algo que nos pudiera servir para amueblar nuestro desnudo piso proletario. Es una manía de la que cuesta desprenderse. El caso es que junto a uno de los contenedores, en un rincón oscuro, había una sillita de madera con la pintura algo estropeada. No lo dudé, nada más verla me pareció una maravilla: esbelta y firme, diminuta,como si estuviera pensada para el culo de un adolescente muy delgado, con un pequeño respaldo ergonómico que a mí me ceñía la espalda un poco por encima de los riñones cuando la probé... . Sobre ella habían dejado también una bolsa de plástico llena de libros, como si les hubiera dado pena tirarlos al contenedor del papel, aunque la mayoría eran muy malos. Cogí sólo El concierto de San Ovidio, de Buero, en una edición barata, y La metamorfosis, de Kafka, que eran los únicos títulos interesantes; aunque ya los tenía, me parecía un crimen dejarlos allí expuestos a los efluvios perniciosos de la mierda pública. Cuando llegué a casa todavía estaban levantados, seguía el calor. Me echaron la bronca: ¡En lugar de tirar la basura la traes, ya tenemos bastantes trastos! A nadie le pareció guapa la sillina. La he pintado y quedó preciosa. No quiero humillarlos, pero la silla es un diseño de un ingeniero de fama mundial. He sabido que me darían no menos de 800 euros por ella y si está en buenas condiciones hasta 1500, y ésta lo está. Pero no pienso venderla, ¡estoy encantado y mis riñones me lo agradecen todos los días. O estamos ciegos o locos o ambas cosas.



Big Band Voodoo Daddy.    Calloway Boogie.





Salud y felices pesadillas


ra   

martes, 6 de agosto de 2013

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La reputa çao



Salí a tirar la basura.



Sin querer tiré también la reputación, que la llevaba pegada al costado como una rémora metida en una de esas bolsas como las de las colostomías, por donde algunos operados del intestino se ven obligados a evacuar sus heces en tanto las heridas de la intervención cicatrizan. No me paré a recuperarla, tenía sueño.



La Banda Trapera del Río.  Nos gusta cagarnos en la sociedad. 



Salud y felices pesadillas


ra

lunes, 5 de agosto de 2013

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Invitación al relajo


Salí a tirar la basura



medio dormido. Era muy tarde. Debí dejar la tarea para el día siguiente, porque no es la primera vez, ni será la última, que me duermo por el camino, arrimado a una pared, en las escaleras de acceso a las viviendas, en el mismo portal o junto a los cubos. No lo puedo remediar, ¿no se duermen algunos conductores al volante de sus camiones en marcha?, pues yo me duermo caminando. A estas horas, además, hay que llevar las bolsas a un punto limpio muy alejado de casa, como sabréis. Para colmo de males, nos están dejando sin alumbrado público y hay que ir casi todo el camino a oscuras. La propia ubicación del punto en cuestión está pensada con el culo, si bien es cierto que evitarán así malos olores a los pocos vecinos que habitan en la zona. Porque los contenedores están en un barrio al borde de la ciudad, en un descampado detrás de algunos bloques de pisos a medio construir, con sus esqueletos a la intemperie, abandonados cuando el negocio del ladrillo empezó a hacer aguas. Estoy seguro de que después del atardecer nadie se acerca por esos andurriales a tirar nada. Por ahí no pasa ni la policía como no la llamen, y si la llaman tarda. Nadie, salvo algún sonámbulo como yo. En ese lugar ha habido de todo, atracos, navajazos, violaciones, y hasta un par de asesinatos. Pero yo me acercaba adormecido, ajeno a los peligros que pudieran acecharme, como blindado ante la noche y la realidad. Tampoco es la primera vez que me pierdo por las callejuelas. Los párpados me pesaban como plomos y, al cabo, empecé a notar también una fatiga tremenda en las piernas. ¿Cuánto tiempo estuve dando vueltas hasta que decidí renunciar al Puto Punto? Debieron pasar horas, pero al fin logré salir del barrio de madrugada. En algún lugar caí dormido, absolutamente agotado. Sin embargo, por la mañana sonó el despertador y estaba en el lecho conyugal. Me dolían las piernas, los brazos, me dolía todo el cuerpo, tenía la sensación de no haber descansado ni media hora. En el trastero estaban las bolsas que había arrastrado toda la noche.


Eneme.   Sleeping In The Dark.




Salud y felices pesadillas


ra


domingo, 4 de agosto de 2013

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Con buen pie



Salí a tirar la basura



con el paso cambiado. Al abrir la puerta resbalé y caí al suelo. Casi no me hice daño, pero me dio mucha rabia y no me pareció un buen principio, así que volví a entrar en casa, cerré, esperé unos minutos, abrí de nuevo y salí. El resto de la operación se desarrolló conforme a lo previsto, sin más accidentes ni entuertos. Cogerle el ritmo a la vida o, si se quiere, pillarle la vuelta al planeta, puede resultar complicado.



Discépolo. Diego Rivera.  Yira yira. 1930 (con letra explicada)




Salud y felices pesadillas



ra