sábado, 23 de noviembre de 2013

93


Lefkos. Kárpazos.
Grecia 2013.


Salí a tirar la basura



un tanto perjudicado de la parte superior. Había tenido un día malo malo, el hombro me estuvo dando guerra a todas horas y la comida me salió regular. Cayó el termómetro y la humedad era muy alta. Como no me hizo nada el calmante de la mañana, en el almuerzo bebí un poco más de la cuenta, a ver si me daba el sueño y por lo menos descansaba un poco de esa molestia continua. Pero no suelo dormir la siesta y el ruca ruca no me abandonó ni después de una larga sobremesa con aguardiente. Por la tarde lié también algún preparado herbáceo y acompañé la escasa colación de la noche con más vino. El dolor no cedía. Lo que iba cediendo era mi poca lucidez, y cuando salí a la calle con las bolsas ya cosa no sabía/ y el ganado perdí que antes seguía. Dije perjudicado, la realidad es que tenía un pedo tan grande que no me cabía en el culo. En la calle había una marejada de la hostia y yo iba de banda a banda, menos mal que no caí por la borda, o sea, por el murete de babor al piélago de la acera. Tambaleándome llegué a los cubos y deposité mis desperdicios. Lo único que seguía notando, además del meneo de la embarcación, era el puto hombro. No sé cómo lo hice, uno de esos gestos atávicos de los borrachos: descargué el hombro en uno de los cubos y fue como si me hubiera quitado un peso de encima, incluso cuando volví a casa me notaba menos afectado de la parte alta, y parecía que apenas hubiera una ligera marejadilla. Cómo siguió el asunto lo desconozco, pero amanecí dormido en el salón, tapado con una manta y la botella de orujo al lado. El hombro se había calmado algo, pero tenía un dolor de cabeza curioso, seguía el oleaje y la resaca era descomunal. Pensé que esto de salir a tirar la basura era un cuelgue muy duro a veces, sobre todo con mala mar.



Chavela Vargas.  En el último trago.


http://www.youtube.com/watch?v=mYqRtsqQAoM


Salud y felices pesadillas.


ra

viernes, 22 de noviembre de 2013

92


¿Saliendo de la crisis o echando el resto?


Salí a tirar la basura



nada más escuchar al camión que deja los cubos vacíos en la acera, frente a la puerta del edificio. La razón de salir tan pronto no es otra que depositar las bolsas antes de que se llenen los contenedores, porque últimamente me encuentro otra vez cubos colmados, incapaces de tragar toda la mierda que soltamos los vecinos. Pero de nuevo llegué tarde. No habían transcurrido ni cinco minutos desde que pasaron los del camión, lo que significaba que muchos estaban ya preparados cuando pusieron los contenedores. ¿Qué sucedía, volvíamos a la normalidad de antes de la crisis? ¿Los excedentes y desperdicios de los hogares recuperaban sus volúmenes habituales? No era esa mi impresión, más bien la contraria. Día a día el deterioro de las condiciones de vida era más visible. Sólo por poner un ejemplo: el vecino que acababa de dejar una gran bolsa sobre uno de los cubos repletos, cuando yo bajaba de las escaleras a la calle propiamente dicha, había comprado un Mercedes flamante viendo que su pequeño negocio de persianas prosperaba con el boom inmobiliario. De una docena de operarios pasó en dos años a trabajar con su hombre de confianza y un joven yerno que incorporó a la empresa cuando éste perdió su trabajo. Entonces los chavales, que tenían ya una niña pequeña y un piso a estrenar, tuvieron que abandonar su hogar y venirse a vivir con los padres de la chica, mis vecinos. Todo esto lo sé por Radio Escalera, una marujona que se encarga de informar a todo el portal, y al de al lado, aunque, en mi caso, apenas la saludo alguna vez por mal entendida educación o despiste. Por ella sabemos que finalmente ha tenido que cerrar el taller y ha perdido también el coche, al que ya había echado yo en falta en el aparcamiento. Anda ahora con un furgón familiar de segunda mano que aparca en la calle. Su hijo, que se había independizado hacía unos años, perdió el trabajo y vive ahora en el hogar paterno, de momento cobrando el paro, pero sin expectativas de encontrar uno nuevo. No sé cómo se las arreglan para vivir todos juntos en el piso, porque en casa sigue todavía la hija más pequeña, que está terminando su carrera y, desde hace algunos años, la madre de la señora, que arrastra un problema de Alzheimer severo y apenas sale de casa. Más el perro, un schnauzer gigante que es buen amigo mío. Al cruzarme con el hombre nos dijimos buenas noches pero él evitó mi mirada. Coloqué las bolsas como mejor pude y al marchar creí oír como un gemido, al tiempo que algo parecía moverse en el interior de la bolsa que el vecino había dejado. Me dio un repeluzno y volví a casa tratando de no pensar en nada. Al día siguiente tenía cita con el majara de mi psiquiatra.


Eric Burdon and The Animals.  Year of the guru.




Salud y felices pesadillas


ra

jueves, 21 de noviembre de 2013

91


Tan tiesos, pura apariencia.


Salí a tirar la basura


con una de esas talanqueras que uno pilla sólo de vez en cuando, ¡qué se yo!, ¿una vez al mes como aconsejaba Hipócrates? Todo fue medio circunstancial, quiero decir que no tenía previsto beber más de la cuenta ese día. El caso es que salía guapo. Por la mañana había tenido la visita de un colega con el que descorché una botella de vino. Comimos algo de queso para acompañar, escuchamos música, fumamos unos pitos y charlamos. Se fue dejándome un tiempo para hacer la comida y lo acompañé hasta la calle. En el portal me dice, ¡Vaya un pedo que tengo! Me culpa de ser un pervertidor de menores, ¡si es mayor que yo, y abuelo! No contesté, ¡soy inocente!, pero estaba igual que él y me eché a reír, confirmando de ese modo lo que acababa de decir mi amigo. En la comida, en cambio, no me excedí y bebí sólo dos vasos. Pero por la tarde tuve la visita de otro camarada al que le gusta el café y si lo hay, el orujo. Y lo tenía. Había rellenado hacía poco una frasca de tres cuartos de uno muy potente y la había metido en el congelador. Un café y otro. Y unos cigarros. Y cafetera va y cafetera viene y, entre medias, un chupito de aguardiente, y otro, y limpia la taza con un chorrín, y otro más. Estaba helado, denso y dulzón, y entraba como hidromiel. Sólo cuando habíamos bajado media botella y el orujo empezaba a calentarse, nos dimos cuenta del pedazo de cacho de trozo de calentón que teníamos nosotros. Salimos a la calle para dar un paseo y airear. El camarada llevaba un cegaratón de la ONCE y estaba empeñado en llevarme a cenar a un sitio que había descubierto recién. Pasear nos despejó un poco, pero en la cena empapamos otras dos botellas de vino, nos tomamos nuestros cafés y nos invitaron a los chupitos. No estaba tan bueno como el mío, pero sobre todo no bebimos tanto. No obstante salimos ya tambaleantes del bar. Antes de despedirnos todavía quiso tomar un cacharro en un pub cerca de casa. Él ya conoce el Oscuro Bar de Húmedas Paredes de mi calle, pero los dos temíamos esas escaleras empinadas y mohosas, donde tantos rokeros se han descalabrado. Cuando se fue, era casi la hora del paso de los camiones de la recogida y pensé que igual todavía tenía tiempo de sacar las bolsas. Aunque enseguida me fatigo, como la calle baja, me dio por acelerar un poco la marcha. Iba haciendo eses de lado a lado de la acera y poco a poco, con la inercia, fui cogiendo velocidad. Parecía que las piernas funcionaban solas y me despreocupé, pero lo que no era capaz de controlar eran las curvas. Llegó un momento en que dejé de controlar también la velocidad. Estaba muy cerca de las escaleras del edificio, pero iba ya totalmente desarbolado, y en quinta. En la última curva, cuyo arco acababa al pie de la escalera, derrapé y me estampé contra el penúltimo escalón. Me hice un rasponazo en la nariz y notaba en la cara la humedad viscosa de la sangre. Pude levantarme y llegar a casa. Ya se habían acostado. Cogí las bolsas y salí. Pero era de día y los cubos estaban vacíos y apilados para la noche siguiente.


Flema.  Siempre estoy dado vuelta.




Salud y felices pesadillas.


ra


miércoles, 20 de noviembre de 2013

La catábasis


Los sastres de la Balesquida en la plaza de la Catedral.
Oviedo 2012.

Recosido de urgencias o Lo que sube baja


Todo fue culpa de un chivatazo del Legía para ponernos en apuros, obligando al buen arosano a solicitar su auxilio y de paso divertirse un rato a nuestra costa.

De la mayoría de lo que sigue me enteré meses después por boca del propio Valle. La noche de Difuntos, cuando bajamos del campanario a la nave de la Catedral donde nos esperaba un cura con cuatro municipales, estaba sordo total, y más que sordo trascendido, flotante, por el efecto de las ondas sonoras del toque de Clamor de la Wamba, treinta campanadas más lentas y quedas que el toque a muerto, pero que retumbaban en el interior de mi calavera anulando cualquier otro sonido. Y no sólo mi cuerpo se estremecía y temblaba, veía también a mis compañeros trémulos y con los ojos casi fuera de las órbitas.

La escena a la que asistimos a continuación era digna del cine mudo, un típico diálogo de sordos con los policías y el cura.
Nada más poner los pies en las losas de la nave los policías se nos echaron encima. Veía a Valle haciendo gestos ampulosos de fantoche y supongo que dando grandes voces, a juzgar por lo colorada que se le puso la cara y el movimiento convulso de su boca. Los municipales habían sacado las esposas, pero algo debió decir el viejo porque se detuvieron de golpe y nos soltaron. Como no sabía lo que les había dicho yo me reí para mis adentros imaginando la frase, ¡Pero cómo me vais a esposar si soy manco, lumbreras!

En realidad don Ramón sólo había dicho, ¡Un momento señores, qué clase de atropello cometen, dejen que este anciano les explique!
El arousano intentó convencerlos de que había subido con nosotros a la torre para enseñarnos la ciudad, que se nos había pasado el tiempo sin conciencia de la hora, que incluso pensábamos que la Catedral permanecería abierta toda la noche en esta Víspera de Difuntos, para que los fieles pudieran rezar por sus muertos, que en otros lugares así se hacía, que sus colegas de la Cofradía de Ánimas no habían desmentido este extremo...

No le creyeron y los policías volvieron a enarbolar las esposas. De nuevo se encaró Valle con los municipales echándoles el alto. Se había colocado delante de nosotros y nos protegía con su cuerpo arrugado y escurrido. Veía cómo se le movían las barbas y los labios y cómo braceaba con su miembro sano. El primer funcionario se había detenido cuando el maestro le tocó el pecho con su dedo índice. Le estaba diciendo algo que lo confundía por completo y se giraba para corroborar su propia sorpresa en el rostro de sus colegas, como si no pudiera creer lo que oía. Al parecer Valle  le estaba diciendo que conocía a sus padres, ya difuntos, y a toda su parentela hasta la última generación de la que había memoria sobre la tierra. Le dio incluso los nombres y lugares de nacimiento de sus tatarabuelos.

No se atrevían a actuar y buscaban consejo en el mosén. Éste, parapetado tras los uniformados, hacía muecas de fastidio e impaciencia y parecía instar a los indecisos policías a que cumplieran con su deber. Un segundo hombre se adelantó con las esposas y otra vez don Ramón lo detuvo en seco cada vez más excitado. Me imaginaba las voces que estaría dando por su rostro crispado y encarnado, y por los enérgicos molinetes que dibujaba en el aire con su brazo en alto. Con la capa, la chistera bien encasquetada, la barba de santo loco y los botines, parecía un figurín de Mefisto recién salido del infierno. Sólo por su aspecto no sé cómo no nos habían mazado ya a toletazos. Pero el segundo cancerbero lo miraba con la boca abierta mientras Valle le leía, como al anterior, la cartilla de sus ancestros.

El cura, que observaba la escena, Con ojos bizcos y suspicaces, inquietos como los de las gallinas enjauladas, según palabras del genial zombi, dijo entonces algo que debió convencer por fin a los servidores de la ley. Valle me contaría después que él también estaba totalmente sordo, pero que no hacía falta ser adivino para saber lo que pueden discurrir un medio sotana y cuatro sacristanes del ayuntamiento.
Don Ramón se dirigió directamente al sacerdote atravesando la fila de policías, que le abrieron paso, y le puso la mano en el hombro. Parecía hablarle al oído, muy quedo, como si estuviera confesándolo o dándole algún consejo privado. Lo miraba a la cara y acto seguido miraba a los policías y seguía hablando. El cura, más alto, agachaba la cabeza escuchando a Valle, que se entretenía, con delicadeza monjil, en quitarle caspas de los hombros de la sotana mientras le hablaba.

Parece que el manco le contaba con pelos y señales, hasta la séptima generación, la antigua amistad de su familia con la del actual obispo franciscano de la diócesis ovetense, descendiente de carlistas. El cura parecía sin duda conmovido por las palabras de Valle pero no tragaba. Yo veía al viejo, rojo, a punto de salir de sus cabales. Si eso pasaba nos caerían el doble de toletazos que al principio.
En un momento vimos que Valle apretaba un poco el hombro del cura, que agachó algo más la cabeza para acercar la oreja a los labios del sabio manco. Dice que le dijo, ¡Ya me encargaré yo de que te nombren párroco de la aldea más cutre y remota de toda Asturias, corneja!, eso le dijo.

El cura se sacudió la garra del gallego separándose y conminó a los municipales a que dieran por concluida aquella reunión esperpéntica y absurda, prendiéndonos como los romanos prendieron a Cristo. Así vi yo a don Ramón, como a un bendito Cristo encolerizado, repartiendo zurriagazos entre los mercachifles del Templo, tal cara se le puso. Lívido de ira, salpicando gotitas de saliva mientras peroraba, dio un saltín y extendió el brazo protegiéndonos, cual Moisés ordenando separarse a las aguas del Mar Rojo. ¡Estaba inconmensurable el gran dramático!
Mientras tanto, Sebito y yo habíamos permanecidos sordos y mudos sin movernos del arranque de la escalera.
Me contó Valle que no había querido sacar su as de la manga hasta el final de la partida, si no se arrugaban antes los inquisidores, por no deber otro favor al Legía. Les dio el nombre del político regional con el que cenaban esa noche el jaque y su compinche Porfirio en la ciudad, y el número de móvil del macarra.

Estaban tomando copas en un puticlub cercano y en un cuarto de hora se presentaron en la Catedral. Traían una pupila que a saber dónde se habrían agenciado. Fue el diputado el que nos sacó de allí sanos y salvos después de un intercambio de palabras con los municipales y el canónigo. Antes de salir como señores por la puerta principal, Don Ramón le lanzó una mirada al consagrado para echarse a temblar, como aún tremábamos nosotros bajo los efectos de la Wamba.

Las risas de los malevos y el político regresando al puticlub, pusieron la mosca detrás de la oreja de Valle, sospechas que confirmaría días después cuando, de vuelta a Vilanova, a Porfirio se le escapó una indiscreción, distraído, mientras conducía el Mercedes.
La coima, que acompañaba al diputado, miraba a Valle divertida como si estuviera viendo a un dinosaurio en bragas. El gallego, temblón y sordo todavía, pero conservando el oro de su voz, se dio cuenta y se paró encarándola, ¡Qué carayo miras, Putifarina, no tienes bastante con tu Romeo!, creo que le dijo, lo que provocó una carcajada general.

El viejo estaba revotado y se negó a entrar en el local. Me pidió que lo llevara a mi casa. Llevábamos ya tres días en Asturias y yo no había visto a la familia todavía. El Legía trataba de convencerlo para seguir la farra y a mí lo que me apetecía en ese momento era beber algo. Tenía un secaño terrible después del pedazo de cecina que comí en el campanario y el apurón de la bajada. Pero Valle se negó en redondo a dejarnos entrar. Esta era una noche de renuncias y había que meditar sobre la Muerte y el Prodigio Musical vivido en la torre. Sebito, con las orejas gachas, miraba con mezcla de gula y resignación las tetas del pendón.

Homobono Sartorio Agujetas, alfayate de pobres, remendón.

EPZ EL PULGARZITO.  Tanto truco.


Salud


P. D. La ventana del blog  Ilustrania, en nuestros Flanvoritos, y del que hablé ayer en otra postdata, ya está actualizada y diariamente podrá seguir quien quiera su viaje por Jordania. Muchos besos y suerte!

Ramiro

martes, 19 de noviembre de 2013

Le salió rana


Palante brinca el sapo aunque le saquen los ojos
Karpazos. Grecia, 2013.

Nunca falta un sapo para que cante una rana


Había sido batracio antes que príncipe y algo le había quedado desde su metamorfosis, tenía cara de sapo e imitaba a la perfección el croar de las ranas. Aunque la princesa lo amaba pese a su escaso atractivo, él languidecía escuchando el canto de sus antiguos colegas. En las noches de verano cogió la costumbre de pasear por los jardines de palacio y sentarse a la orilla del estanque, donde pululaban las ranas. Cuando se ponía a croar, todas las hembras se le acercaban nadando en la superficie del agua y lo rodeaban, contestando a su reclamo. Los machos venían detrás y aprovechaban que las señoras yacían traspuestas y abiertas de ancas sobre el agua, contemplando y escuchando a su príncipe, para montarlas. Así es como empezó a dirigir un coro mixto de ranas. No tardaron en sumarse los sapos del jardín, algunos de voz muy gruesa, que enriquecieron el coro. Hasta los aposentos de la princesa llegaba el eco de la dulce y alegre melodía. Una noche abandonó el frío lecho y fue al encuentro de su amado. Se le acercó por detrás sin hacer ruido, a saltitos. Le tapó los ojos y le dio un beso apasionado en la boca. El príncipe, convertido en sapo, dijo, ¡Croooarr!, y ella, una ranita, contestó, ¡Rooaaarrr!...

Ramiro

Louis Armstrong.  What a wonderful world.



Salud!


P. D. Un toque de atención para interesados. Anteyer comenzó Tania a relatar su diario de viaje de este año. Podéis verlo aquí a la derecha en Flanvoritos, en su blog Ilustrania. Hay que pinchar en Ilustrania porque si se pincha el título del capítulo no aparece el actual sino el antiguo. Desconozco las razones por las que no se actualiza la ventanina y sigue saliendo eso de  Hace 8 meses... .
Promete ir contándonos sobre la marcha, lo que dará mayor verismo al relato, las peripecias de un viaje a Jordania que empieza ahora. Que tengan buenas experiencias y salud estos dos viajeros. 


¡Muchos besos!


Eddie Palmieri.  Melao para el sapo.

http://www.youtube.com/watch?v=-04K-0UtAgw

ra