jueves, 28 de noviembre de 2013

H Κάρπαθος, Cárpatos -5. Levkós.


Levkós desde el sendero  KA 16. Arriba, dcha. la islita de Sókastro.
Cárpatos. Grecia, agosto 2013.

Levkós


Buenos días. Levkós debió ser el puerto de Mesohori y de los pueblines de los alrededores, retirados algún kilómetro de la costa en lo alto de las montañas, desde donde se avistan bien, y con antelación, los barcos piratas, una primera precaución defensiva en tiempos bárbaros.

El puertín está protegido por un fuerte espigón rocoso natural, en el extremo de una concha arenosa de 300 metros de larga, lamida dulcemente por las olas y que es la playa céntrica del pueblo.
Detrás del espigón, dos pequeñas penínsulas enmarcan otra playa tranquila y arenosa, y siguiendo la línea de la costa hacia el norte (en la foto, a la derecha), se prolonga otra larga bahía blanca y dorada, muy abierta al mar, con olas cantábricas, hasta la isla del fondo, Sókastro, a un par de kilómetros, separada tan sólo unas veinte brazas de tierra, ya entre calas para pequeños grupos, parejas, solitarios y despendolados. En total, no obstante, no serán mucho más de una docena de personas.

La blancura de las rocas de los barrancos que se precipitan en el mar en ese paseo hasta Sókastro, es quizás lo que presta el nombre al pueblo, ya que Levkós es blanco en griego y un topónimo muy frecuente en el país, recordemos la Levkada de Ana Capsir o el Levkés de Paros, que lleva el nombre por los álamos blancos que blanquean el pueblo, tal vez también por el mármol de muchas de sus calles.

Nos quedamos aquí diez días, descansando del ajetreo de Kos y Rodas, en los estudios Nikos, que nos alquiló a un precio arreglado, enfrente mismo del centro de la concha.
Aparte de estas tres bahías arenosas enlazadas, tiene otra pedregosa un kilómetro antes de llegar al pueblo, al que se baja desde la carretera que va faldeando las montañas, playa pedregosa con algo de oleaje y también un pequeño amarradero. Detrás un bosque antiguo de pinos y las escarpadas calizas agujereadas por varias cuevas, sirven de fondo espectacular a este primer golfo.

Hablé de olas cantábricas y es que la mar en Levkós viene brava. Ese canal de Kasos tiene fama de peligroso, ya lo tiene el Karpaciano del este de la isla, pero viéndolos de cerca el del oeste enseña peor cara. Las pocas barkulas y kaikes que amarran en Levkós, navegan y pescan a diario por una montaña rusa que empieza ya a menos de media milla de la costa. Hay que tenerlos bien puestos para ser pescador aquí, como lo sigue siendo el hermano mayor de Nikos, el profesor de matemáticas dueño de los estudios, que trabajó de pescador él mismo, o Mijalis, el lirari que viene a continuación.

Mijalis, el pescador, en Levkos. 2009.


Mihalis arreglando sus redes.
Levkós. Kárpazos, agosto 2013.

Mijalis es un pescador de Levkós, pero al mismo tiempo regenta una taberna, toca la lira y canta. Pondré en esta entrada las pocas grabaciones, la mayoría cortadas, que encontré en youtube.
Aquí empezaba con una canción que Kostas Mundakis dedicó a Tsekas, aquel pescador cretense de Kisamos que murió ahogado bajo su caique en un temporal, y del que escribí dos capítulos en Música cretense. Es la misma que cerraba la segunda entrada, la última que subí, Στση Γραμπούσας τ' ακρωτήρι, En el acantilado de Grabusa. 

Con el mar con el que tiene que bregar no me extraña nada que Mihalis se acuerde de Tsekas...

Mihalis en su taberna de Levkós.


El caserío de Levkós está situado en una franja costera relativamente llana al pie de las montañas más altas de la isla, el Kali Limni, de 1215 metros. Al otro lado de éstas, en la costa de levante, se encuentra el pueblín de Kira Panayiá, del que hablé en el capítulo del  Periplo isleño.
El amanecer en Levkós se hace de rogar a causa de la sombra que proyecta la montaña, y por las mismas razones el ocaso se adelanta una hora en el este de la isla.

Soy aficionado a las alboradas, aunque no tanto por gusto estético como por problemas de sueño, pero no pude fotografiar ni un solo amanecer que no estuviera parcial o totalmente oculto por las nubes que todas las mañanas cubren las cumbres. No son del tipo de nubes que en un atardecer llenan el horizonte de colores, sino capas de nubes grises pasajeras, como gasas superpuestas en movimiento.

La costa escarpada y el mar son muy hermosos aquí, y fuertes como dije, pero ese fondo montañoso que enmarca al pueblo no lo es menos. Merece la pena adentrarse un poco por los caminos que recorren el gran pinar que sombrea el pie y las faldas de los montes, subir hasta el sendero KA 16, que discurre sobre el caserío encima de una primera terraza seca y pedregosa, desde donde se divisan las cuatro bahías que rodean Levkós y hasta con suerte a Kasos en el horizonte, mientras se tocan con las manos las puntillas de las montañas.
Un paseo más largo nos llevaría a Mesohori, el pueblo de Nikos, donde nosotros no llegamos.

Me gustaría saber el nombre de los intérpretes, a ver si algún palikari de Mesojori lee esto y me echa una mano...
Mesohori. 2.  Lira y laúd.


Cruce en el  KA 16.  A Mesohori o a Levkós.
Karpazos, verano 2013.

Es posible subir sin dificultad alguna, eso nos aseguraron, hasta una cueva que se divisa sobre el pinar en la base de la caliza, aunque tampoco nosotros completamos esa excursión.

Pero un paseo más cómodo que no debéis evitar, es más, que debéis hacer porque es muy fácil y muy guapo, es el que os llevará hasta la islita de Sókastro, Σώκαστρο, bordeando la línea costera por las calas que se van sucediendo, o por un camino polvoriento que abrieron por mediación de un político local con la excusa de buscar una salida hacia Mesohori, ya que la única carretera que baja a Levkós es estrechísima en algunos puntos. El proyecto quedó inconcluso y el fierru acaba en Sókastro. Se puede enlazar desde aquí, por otra vía, con el sendero KA 16 que recorre la planicie superior camino de Mesojori.

Escoged la última hora de la tarde e iréis viendo cómo el sol desciende sobre el mar y cómo se enreda, antes de ahogarse, entre los acantilados de Sókastro. Precioso, impresionante.

El camino, por más que tenga algo de desatino rompiendo una zona virgen y geológicamente muy inestable y complicada, es también espectacular. Lo sobrevuelan terrazas de grandes planchas rocosas blancas superpuestas, horadadas y degradadas por el agua y los vientos. Formas sugerentes y caprichosas, grandes bloques aislados arrastrados montaña abajo por la fuerza de un dios, o cuando menos de un héroe, un Sísifo a la inversa.
Las torrenteras y barrancos descienden a plomo sobre el camino y el mar, y en los profundos y estrechos vallecicos llenos de vegetación, el intenso olor a pino embalsama el aire, como decía Kasantsakis, ¡aaay!...

Pero tengo muchas imágenes de ese recorrido y espero dedicarle algún capítulo en exclusiva. En un principio pensaba en una sola entrada para Levkós, pero fueron muchos días, muchas cosas, muchas fotografías...; si hubiera tenido en Limnos o en Creta esta facilidad de hacer, almacenar y ahora publicar fotos, no hubiera dedicado 15 capítulos a esta última, ¡hubiera tenido que abrir una etiqueta para ella sola! Mejor así, que tanta abundancia aburre, y al final se ve uno como el coleccionista freudiano de las caquitas, de nuevo en fase anal.
Mesohori.  Panayia  2010.


Las  loukumades  de María y Nikos.
Levkós. Kárpazos verano 2013.

María y Nikos


Quiero referirme en esta parte final al trato familiar que recibimos por parte de María, Nikos y sus hijos. No hubo día en que no tuviéramos algún presente suyo en la mesa, todos productos caseros de su huerto, en sazón y riquísimos.
Uvas, higos e higos chumbos, pimientos, cebollas, tomates, berenjenas. Nosotros habíamos hecho una buena compra ahorrativa en Pigadia, la capital, antes de venir y comprábamos frutas y verduras frescas en los varios minisupermercados del pueblo, pero no hay color. Una cosa es que uno se acostumbre a la insipidez porque no queda más remedio y otra poder disfrutar la diferencia del ¡sabor sabor!. Σας ευχαριστώ πολύ, Νίκο!

Este año había mucho menos turismo nacional, eso se notaba claramente. Alemanes, austriacos, nórdicos, rusos, algún inglés, holandés y francés, e italianos de bajo coste como oí comentar: paquetes turísticos de una semana, con hoteles de semilujo y medio pelo que se llevan el presupuesto, y ni una mísera lira o dragma para el pequeño negocio turístico autóctono.

Ocupábamos frente a la playa, en la planta baja -sólo tienen otra arriba- los dos apartamentos más antiguos según creo, pero de buen ver y mejor estar, por el precio de uno. Y el nuestro, el primero que debió construirse, estaba pegado al chiringuito que atienden María y Nikos tres escalones más abajo, ayudados a veces por sus hijos, que el resto del año estudian en el extranjero.
Así que de cuando en cuando nos sentábamos con ellos a charlar en una de las tres mesinas que tienen bajo la sombra de un cañizo. Un café helinikó, unas cañas heladas de barril (barilitsa, dicen ellos), alguna mecé que ponían de su cuenta, unos chicharrines en salazón hecha por ellos y aceite de Kárpatos, muy bueno por cierto, y al que los mismos isleños tienen gran aprecio vendiéndolo más caro, uvas, pan y queso Manoúli de la isla, al que tendré que dedicar también su capítulo en  Lo que se comió..., y loukoumades, que ya están también en capilla en esa etiqueta.

Pero además las lukumades las bajábamos a buscar casi todos los días, de postre para los guajes y para mí, que somos los golosos. Aaaajjjj, manoula mou, qué ricas y qué vicio!
Las de Cárpatos tienen fama en todo el archipiélago y ya las habíamos probado en otra media docena de sitios, pero tanto María como Nikos las bordan con puntilla. Me dieron la receta, pero ya sabéis que, aunque ejerzo, no tengo vocación de cocinero y cada día menos, así que todavía no me puse a ello. A ver si para cuando aborde ese capítulo mencionado.

Por mi parte quedé de hacerles una paella si volvía por allí, ¡otra vez, no sé cómo me meto en estos arrozales! Y eso que tenía bien presente el fiasco con Lisi y Diamandís en Petriés, en fin.
El hermano mayor de Nikos, el pescador, que antes fue marinero y pasó muchas veces por Valencia y chapurrea algo de castellano, lleva con sus hijos y otra cuñada viuda con los suyos, una taberna en el espigón del puerto. El hombre, con el que hablé hasta de Trotsky y su revolución permanente, se quedó colgado de la paella valenciana, contaba que la comían ¡Todos, todos los días!, y se inundaba de alegría su cara de viejo pescador...

Y esto es todo por hoy. Os dejo con otro corto directo del señor Mihalis con su hijo en su taberna de Levkós que, sintiéndolo mucho, se corta también abruptamente. Así pasa a veces con la vida.


Salud y buena mar

Ramiro Rodríguez Prada, Barbarómiros.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Η Πόλυ Πάνου, Poly Panou


Levkós. Kárpazos.
Grecia, agosto 2013.


Πόλυ Πάνου


Buenos días. Hoy hace dos meses que murió Poly Panu. Renuncié a contarlo en su momento porque no me gustan las necrológicas y tenía el espacio ocupado con las programaciones. La tercera razón es que se trata de un estilo de música e intérpretes que no ocupan los primeros puestos en mis preferencias.

Pero he mencionado varias veces a Poly y subido alguna de sus canciones. Hablé sobre todo de la calidad particular de su voz, la más apta de las femeninas griegas para el tango de corte porteño, más rajao y duro que el italiano cuyo modelo es más frecuente en Grecia.

Ευτυχία Παπαγιαννοπούλου. Σταύρος Τζουανάκος.
Πόλυ Πάνου.  Όταν θα πω εγώ το αχ! (Tου χωρισμού η μαχαιριά).


Antes de que Grigoris Binzikotsis la descubriera y realizaran juntos la primera grabación de Panu, a ella le gustaba éste viejo zeibékiko de Tsuanakos, que registraría más adelante.

Tengo poca información sobre la cantante y sólo una docena de temas en recopilaciones sobre laiká, pero ahora, buscándolos en youtube comprobé que me sonaban otra buena cantidad de ellos, gracias a la Radiotelevisión Griega, ERT, que la programaba regularmente. Por esas razones, hoy pondré más música y hablaré menos. 

La siguiente es la primera canción que Poly grabó en compañía de Grigoris.

Γιάννης Τατασόπουλος Ντίλλιγκερμπουζούκι. Γιώργος Κουλαξίζης, ακορντεόν.
Χ. Βασιλειαδης. Γ. Μπιθικώτσης. 1953. Πλέσσας, Πόλυ Πάνου.   Πηρα τη στράτα την κακιά.


Es una voz que no ha perdido vigencia, aunque sin duda había pasado ya por su edad de oro en el negocio, entre los sesenta y los setenta, cuando fue una de las cantantes populares más queridas y exitosas de su país. No obstante a mí me seguía gustando ahora y en algunos casos incluso más, a pesar de haber perdido parte de su potencia había ganado gravedad. 

Nació en Atenas el 28 de octubre de 1940, una fecha clave en la historia de Grecia, el día que Metaxás dijo No a Musolini y empezó la guerra greco-italiana, pero se crió en Patras donde la conoció Binzikotsis, que se convirtió en su descubridor y mentor en el mundillo del espectáculo.

El contacto se produjo a raíz de un concurso al que Poly se presentó sin consentimiento ni permiso de sus padres, y en el que resultó ganadora con una canción titulada  Mitera, Madre.

Tango του 1949 σε μουσική Ζωζέφ Κορίνθιου και στίχους 
Κώστα Κοφινιώτη. Ζόζεφ Κορινθίου. Φώτης Πολυμέρης.  Μάνα. Mamá.


Hay algún problema con el título de la canción, interpretada por Fotis Polimeris, que en realidad fue grabada con el título de Mana, Mamá, tal vez un error plausible en los biógrafos de Panu.

Si señalo ese equívoco es porque había más canciones con ese título por la época. Y una en particular de los mismos autores, Korinziu y Kofiniotis, y el mismo año, otro tango casi idéntico que sustituye Mana por Mitera, ahora sí, aunque éste registrado por otro cantante, Álkis Pagonis.

Y es que el tango era el palo que mejor iba al estilo de voz de Poly. Y por supuesto el zeibébiko y el jasápiko, dentro de la laiká rebétika.

Música de Ζωζέφ Κορίνθιου, letra de Κώστας Κοφινιώτης. Άλκης Παγώνης.  Μητέρα. Madre.


Ya me referí a ese parentesco musical y ambiental del rebétiko y el tango argentino. Los parecidos son mayores que con el blues, los ambientes marineros y porteños bonaerenses y los del Pireo tenían muchas coincidencias. Y hay que pensar en una influencia anterior y continua de la música italiana sobre Grecia, donde sigue gustando, no olvidemos que por ejemplo Mussolini todavía gobernó el Dodecaneso.

Las oleadas de emigrantes italianos a América, llevaron el tango a Argentina donde se endureció y creó su propio estilo con más garra que su ancestro. El tango estuvo de moda ininterrumpidamente desde los años cuarenta a los sesenta, y en Grecia también, la influencia en su música fue enorme. 

Yo no soy músico, si no lo explicaría con notas musicales, pero he escuchado muchas canciones de los dos géneros y a veces me cuesta diferenciar un tango de un zeibékiko en cantantes como Poly Panou. Y en ella especialmente, por ese estilo suyo cortado y chulesco que me recuerda por una parte, lo he dicho, las grecas del rebétiko y los golpes sobre la pierna del bandoneón porteño. 

Γιώργος Ζαμπέτας. Αντώνης Κλειδωνιάρης.  Πόλυ Πάνου.  Να πας να πεις της μάνας μου.


No es el caso de esta canción, más blandita y que fue su primera colaboración en disco con Zambetas.
La madre, de la que hablan las tres últimas canciones, es una figura muy frecuente en el rebétiko, y en la canción griega en general, como en nuestro flamenco. Y la de Panou debía de ser de armas tomar porque la acompañaba a todas partes, protegiéndola de los ambientes bohemios en los que había caído la chiquilla.

Porque Poly era por entonces la cantante griega famosa más joven de la escena de su país.
Al principio su familia se opuso a su carrera de cantatriz, profesión sospechosa, como les sucedió a las rebétissas más famosas, pero después del triunfo en el concurso y la seriedad de autores como Binzikotsis y Zambetas, ya vieron que la niña iba en serio y era apreciada, y se plegaron a lo inevitable.

Γιώργος Μητσάκης. Πόλυ Πάνου.  Καβγαδάκι.  Riña.


En su haber figuran colaboraciones con todos los grandes de la laiká y la rebétika de su época, intérpretes y compositores, la anterior con Mitsakis, un músico que había nacido en Constantinopla pero que se había educado ya, musical y vitalmente, entre los rebetes de Salónica y el Pireo.

De la larga nómina, he subido aquí algunos de los autores más conocidos e influyentes, entre los que no podía faltar el rebetis más importante de su generación, Vasilis Tsitsanis.

Βασίλης Τσιτσάνης. Πόλυ Πάνου.  Παίξε Χρήστο το μπουζούκι. Toca, Cristo, el busuki.

http://www.youtube.com/watch?v=vqiiNqvuK-c


Levkós. Kárpazos.
Grecia, verano 2013.

Pero no sólo los rebetes como Tsitsanis la apreciaron, también los dos compositores griegos universales de música clásica, éntekno, Manos Hatsidakis y Mikis Zeodorakis.

A Manos, según tengo entendido, le gustaba la versión de Poly Panu, que había grabado primero la canción, aunque finalmente sería la propia Melina Mercouri, que protagonizaba la película, quien la popularizaría. Me estoy refiriendo, naturalmente, a Los chicos del Pireo, del film de Jules Dassin, Never on sunday, Nunca en domingo (1960).
Manos Hatsidakis. Poly Panou.  
Τα παιδιά του Πειραιά. Ta paidiá tou Peiraiá (Ta pediá tu Pireá). Los chicos del Pireo.


Y Zeo-Teodorakis recibe en directo un homenaje, dedicado también al desaparecido Tsitsanis, donde Panou interpreta algunas de las canciones de ambos. En este caso la de un tema de Teo, de otra película, Fedra (1962), también con Melina de protagonista y dirigida de nuevo por el marido de la Mercuri, Dassin.

Veremos que la dedicación de Poly Panou a las bandas sonoras o, mejor, a las canciones en directo en algunas secuencias de las películas, fue algo muy común y característico de su trabajo.

Concierto homenaje a Tsitsanis y Teodorakis.
Mikis Teodorakis. Poly Panou.   Agapi mou.


Ya veo que tendré que dividir en dos el trabajo porque aún me quedan seis canciones y por poco que escriba me voy al quinto coño. Así que hasta otro día.

Salud y buena música.

Barbarómiros

martes, 26 de noviembre de 2013

Lenguas melladas


Lengua moribunda


Lenguas melladas


No sé si Don Ramón se citó con el Legía para el día siguiente, el caso es que llegamos a mi casa sobre las dos de la mañana. Todo el mundo en el piso dormía en paz. Nos metimos en la cocina y Valle pidió un poco de chorizo y vino para acompañar. Se había olvidado de la "noche de renuncia", argumento que esgrimió ante el Legía para no dejarnos ir de farra con ellos de puticlub en puticlub. Velaba por su criado Eusebio más que un padre por su hijo.

Sentados en torno a la mesa camilla, dimos cuenta de una tripa y tres botellas de clarete del Bierzo, regalo de la cosecha de un familiar. ¡Sublime!, roncaba el manco cada vez que vaciaba el vaso.
Después de la aventura de las campanas, de la angustia final con los municipales, que pudo acabar en el calabozo y, sobre todo, de la sed de la cecina que habíamos comido, el vino sabía a Milagro Musical, mucho más que la Wamba. Visto y no visto.
A medida que masticábamos el chorizo y trasegábamos lo de Baco, íbamos recuperando también, poco a poco, el oído.

Fue generoso el manco con su criado Sebio en esta ocasión, porque le permitió beber la parte proporcional que le tocaba. Parecía que estuviéramos comulgando. Al chaval se le cerraban los ojos del pedete berciano y el cansancio. Valle lo espabilaba, ¡Aprovecha, ternero, que no mamarás más en un mes!

El de Arousa me preguntó después si me quedaba alguna de aquellas botellas de brandy, Que tenemos a medias, dice guiñándome el ojo zurdo. ¡Incombustible el viejo chivo!
Lo acompañé con la primera copa. A Sebito no le echamos, le colgaban las orejas y los belfos y se le caía la cabeza sobre el pecho, los ojos como guisantes. Yo estaba también pa consagrar, pero aguantaba por puro amor propio y cortesía hacia el maestro.

Farfullábamos ya, más que hablábamos. Iba a servirme la segunda pero lo detuve, ¡Me voy a la cama, don Ramón!
Eusebio se levantó como un autómata, tambaleante y medio sonámbulo.
Pueden dormir en el salón, ¿quiere verlo?
Ya lo conozco, pollo.
Voy a por dos mantas.
Usebio vino detrás de mi con la cabeza agachada y los ojos entrecerrados y cogió las mantas que le pasé. Le indiqué los sillones donde podía echarse. Se tumbó en silencio en un tres piezas y aún sacaba las piernas fuera. A los dos segundos roncaba.

En la cocina Valle apuraba la segunda copa.
¡Hasta mañana, don Ramón!
¡Hasta mañá, galopín, yo quedo en Santa Compaña!, y atrajo la botella hacia sí, la agarró por el gollete y echó un trago largo.
¿No se le mellarán los dientes, maestro?
Definitivamente el genial manco estaba de buen humor esa madrugada y por primera vez, que yo recordara, sonrió y me dedicó un piropo donde yo esperaba ya el chisterazo:
¡Va aprendiendo, carchuto, siga así!

Mi esposa dormía como la santa que es, y yo no recuerdo nada más que la tibieza de las sábanas al meterme en la cama.

Desperté bastante temprano, con la cabeza floja, al escuchar en la calle el chiflo de un afilador. Me levanté para saber de los dos célebres. En el centro de la camilla dormían los vasos y la botella vacía de Terry. En la sala no había nadie. El butacón donde se echara Sebito conservaba, sin embargo, parte de las huellas de su corpachón. Los otros asientos estaban intactos.

Abrí la ventana para ventilar la habitación y pude oír entonces parte del pregón del afilador.

¡El afiladoooor!

¡Afilo dientes, cuchillos, navajas, espadas y tijeras,
hachas, hoces, lenguas, machetes y azuelas!...
¡Vendo agujas, dedales y cosas de tendero, 
piedras de afilar, de alumbre y de mechero!...

¡El afiladoooor!

En ocasión más propicia hubiera salido a que me afilara la lengua, me parecía humorada de don Ramón, pero...

¡El afiladooooor!


Ramón Ferreros Fabar, Ramonón el de Ludivina, apañacastañas, pesahuevos al tiento. 


Época.  No estoy bien.



Salud

domingo, 24 de noviembre de 2013

94


Tren de contenedores.
Aeropuerto. Kos. Grecia, julio 2013.


Salí a tirar la basura


consciente de que estaba fuera de mis cabales. Ya nada más pisar la calle me vi perdido. Arrastré las bolsas por toda la ciudad y mucho más tarde, cuando pasaba junto a una estación de ferrocarril, me apeteció entrar en la cantina, que tenía luz, a tomar un café. Dejé las bolsas a la puerta pensando en que tal vez alguien de la estación pudiera hacerse cargo de ellas y las tirara. Me parecía extraño no haber visto ningún contenedor, ni siquiera papeleras, en las dos o tres horas que caminé por la ciudad. En la cantina sólo había dos hombres en la barra con cara de insomnes aburridos. Pedí un café solo y me dediqué a saborearlo despaciosamente. No tenía prisa ni sueño, sólo me notaba un poco atontado y, bueno, perdido, seguía sin saber dónde estaba. Me da un poco de corte preguntar dónde estoy y prefiero descubrirlo por mi mismo. Pagué el café y me disponía a salir al andén cuando por la megafonía anunciaron la llegada de un convoy. Un mercancías. No sé porqué me entró prisa y salí rápido, como si lo fuera a perder. Las bolsas seguían junto a la puerta, las cogí y subí al tren. Al amanecer desperté dormido sobre las bolsas de un contenedor repleto, en una larga fila de ellos alineados en una vía muerta, muy lejos de casa.



Adoniram Barbosa. Gal Costa.  Trem das onze





Salud y felices pesadillas


ra


sábado, 23 de noviembre de 2013

93


Lefkos. Kárpazos.
Grecia 2013.


Salí a tirar la basura



un tanto perjudicado de la parte superior. Había tenido un día malo malo, el hombro me estuvo dando guerra a todas horas y la comida me salió regular. Cayó el termómetro y la humedad era muy alta. Como no me hizo nada el calmante de la mañana, en el almuerzo bebí un poco más de la cuenta, a ver si me daba el sueño y por lo menos descansaba un poco de esa molestia continua. Pero no suelo dormir la siesta y el ruca ruca no me abandonó ni después de una larga sobremesa con aguardiente. Por la tarde lié también algún preparado herbáceo y acompañé la escasa colación de la noche con más vino. El dolor no cedía. Lo que iba cediendo era mi poca lucidez, y cuando salí a la calle con las bolsas ya cosa no sabía/ y el ganado perdí que antes seguía. Dije perjudicado, la realidad es que tenía un pedo tan grande que no me cabía en el culo. En la calle había una marejada de la hostia y yo iba de banda a banda, menos mal que no caí por la borda, o sea, por el murete de babor al piélago de la acera. Tambaleándome llegué a los cubos y deposité mis desperdicios. Lo único que seguía notando, además del meneo de la embarcación, era el puto hombro. No sé cómo lo hice, uno de esos gestos atávicos de los borrachos: descargué el hombro en uno de los cubos y fue como si me hubiera quitado un peso de encima, incluso cuando volví a casa me notaba menos afectado de la parte alta, y parecía que apenas hubiera una ligera marejadilla. Cómo siguió el asunto lo desconozco, pero amanecí dormido en el salón, tapado con una manta y la botella de orujo al lado. El hombro se había calmado algo, pero tenía un dolor de cabeza curioso, seguía el oleaje y la resaca era descomunal. Pensé que esto de salir a tirar la basura era un cuelgue muy duro a veces, sobre todo con mala mar.



Chavela Vargas.  En el último trago.


http://www.youtube.com/watch?v=mYqRtsqQAoM


Salud y felices pesadillas.


ra